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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Capítulo 29: La peor noticia posible



No entendía nada de lo que estaba pasando. Me llevaron deprisa hacia el exterior del palacio sin querer darme una sola explicación. Si preguntaba, la única respuesta que obtenía era el silencio por parte de ambos. Lo más que conseguí sonsacarles era que teníamos que ir a la biblioteca con urgencia, pero era lo mismo que me dijeron antes de salir del cuartel. Lo único que sabía era que necesitaban hablar conmigo en un lugar a solas y que parecía ser algo bastante importante para requerir tanta urgencia y privacidad.

Las calles de la ciudadela estaban vacías aquella noche, y las pocas personas que estaban paseando no parecían reparar en nuestra carrera a paso rápido hacia la biblioteca. El anciano parecía estar bastante sereno, aunque serio, contrastando con el nerviosismo de Trent quien, no sé si por lo que tenía que contarme o por la luz de la luna, parecía estar más pálido que de costumbre. Me di cuenta de que no era una imaginación mía su palidez cuando, hasta a la luz de las antorchas en el interior del edificio, su piel seguía viéndose igual de blanquecina.

La oscuridad y el silencio, junto a la sensación de soledad, hacían que las luces y el crepitar de las llamas en las antorchas se volvieran bastante siniestros. Nuestros pasos resonaron por toda la biblioteca conforme avanzábamos por el largo pasillo de la planta principal, rodeado de multitud de estanterías con libros tapizados en cuero y manuscritos enrollados con cintas llenando por completo sus estantes. Alcanzamos la escalinata que conducía hasta el segundo piso; ahí tampoco había nadie. Y me preocupaba que tuvieran tanto cuidado y tomasen tantas precauciones para una simple conversación. Aunque pronto sabría que aquella conversación de simple no tenía nada.

-Esto que hablemos aquí no debe saberlo nadie más aparte de vosotros dos-dijo el maestre con solemnidad-. La única persona con la que podéis hablar de este tema es con vuestro amigo Artrio, pues sospecho que puede estar implicado de alguna forma con lo que ha sucedido.

-¿Pero qué es lo que ocurre?-pregunté nuevamente, cansado de repetirlo-. ¿Y qué pinta Artrio en todo esto?-añadí, sin entender qué estaba pasando.

-¿Dónde estuviste ayer?-preguntó Trent, y le respondí con sinceridad sin saber por qué me lo preguntaba-. Tus compañeros también fueron a otras aldeas con la misma misión, ¿verdad?

-Sí, pero preferiría no tener que recordar eso-dije algo incómodo por la situación.

-Esa misión te va a marcar más de lo que piensas-dijo el anciano cruzándose de brazos-. No os han traicionado solo a vosotros, han traicionado también a muchos inocentes.

-Eso es algo obvio, he visto con mis propios ojos cómo un puñado de mercenarios han masacrado una aldea entera-respondí molesto, comenzando a enfadarme.

-No me refería solamente a Argard y a los demás poblados que os mandaron asediar-volvió a comentar con ese halo de misterio que envolvía aquella conversación.

-¿Te refieres al comandante del que nadie sabe nada?-pregunté con curiosidad.

-Se refiere al objetivo de aquel comandante-respondió, esta vez, Trent, agachando la cabeza.

-¿A dónde crees que se dirigió ese capitán tan “misterioso”?-preguntó retóricamente el maestre-. Habéis visitado ambos ese lugar recientemente, así que no debería costarte ningún trabajo suponerlo.

-El único sitio al que hemos ido es a Alquimia-dije empezando a temerme lo peor-. Pero es imposible que lo hayan marcado como objetivo, ahí solo viven alquimistas que centran su vida a estudiar, jamás podrían relacionarlo con los rebeldes por más que quisieran. ¿Acaso no se supone que lo respetan igual que si se tratase de un sitio sagrado?-pregunté.

-Pues parece que el respeto del que disfrutaron tantos años no ha servido de nada, se ha roto y ha desaparecido sin más-dijo el maestre. Miré interrogante a Trent, pero ni siquiera hizo falta que me mirase y me respondiera para darme cuenta de que tenía razón.

-¿Cuándo ha sido?-pregunté al borde de la ira.

-No podemos asegurar que haya sido el imperio, todavía no tenemos pruebas, pero las fechas concuerdan-dijo Trent con la voz temblorosa.

-Esta misma mañana ha llegado un viajero a caballo a comunicar la noticia de que Alquimia estaba reducida a cenizas-prosiguió el maestre con la explicación con su peculiar tono sereno al hablar-. Estaba viajando hacia aquí en caballo y tenía previsto hacer una parada ahí la última noche antes de llegar a Arstacia cuando se encontró con casi todas las cabañas reducidas a cenizas. Intentó apagar las llamas con el agua del río y salvar a los que estaban atrapados, pero llegó demasiado tarde.

-¿No ha quedado nadie vivo?-pregunté temiendo que Ris y Dert hubiesen sufrido el mismo destino que los demás alquimistas. Y la respuesta fue negativa-. Es imposible, tiene que quedar alguien con vida. Alguien se habrá salvado-dije negándome a creer que hubiesen muerto.

-No hay supervivientes, el viajero lo ha comprobado por sí mismo. Alquimia ha pasado a la historia -dijo el maestre, dándome el pésame indirectamente.

-¡Ris y Dert tienen que seguir vivos, es imposible que hayan muerto!-grité enfurecido, y mi voz resonó por toda la estancia, creando un silencio incómodo durante unos segundos.

-Asúmelo, Celadias, no queda nadie con vida ahí-dijo Trent, intentando hacerme entrar en razón.

-Tengo que ir a verlo con mis propios ojos-dije convencido, bajando el tono de voz. Sabía que tenía que calmarme y asumir lo que había sucedido, pero necesitaba verlo por mí mismo si quería aceptarlo-. No puedo quedarme solo con la palabra de un viajero errante que dice haber visto las cabañas arder. Iré de inmediato a Alquimia.

-¿Estás loco, Celadias?-preguntó Trent alarmado-. Tienes que descansar y reponer fuerzas. Mañana hablaremos con Artrio e iremos los tres juntos-trató de convencerme.

-No tengo tiempo que perder. ¿Y si siguen con vida pero están atrapados?-insistí.

-Te sigues aferrando a una remota posibilidad, una esperanza mínima, de algo que muy difícilmente sea real-dijo el anciano, negando con la cabeza-. Pero quizá sea mejor que veas con tus propios ojos el estado en el que se encuentra el poblado. Puede que de esa forma te sea más fácil afrontar la verdad y superar la pérdida de esos dos muchachos.

-Entonces no se hable más, partiré de inmediato-dije al escucharle darme la razón.

-No te lo impediremos, pero marcharás mañana-dijo el maestre con calma-. Aunque tengas que ver por tus propios ojos el estado en el que se ha quedado Alquimia, tu amigo tiene razón en que necesitas descansar con urgencia.

A decir verdad, yo tampoco me veía en condiciones de salir de la ciudad en aquel momento; no me veía con fuerzas para emprender de nuevo otro viaje, así que no repliqué más y acepté la condición. Aunque a caballo el camino se fuese más rápido, no podía permitirme el lujo de cabalgar aquella noche y correr el riesgo de quedarme dormido sujetando las riendas del corcel. Con la promesa de que Trent convencería a Artrio para que ambos me acompañaran, bajé por las escaleras de la biblioteca sin decir ni una sola palabra y abandoné el edificio para dirigirme a mi hogar.

La alegría que me causó ver la felicidad de Horval al reencontrarse con su familia y comprobar que estaban bien había durado poco. Saber que habían arrasado un lugar tan respetable como era el poblado de los alquimistas, donde habíamos confiado en que Ris y Dert estuvieran a salvo, fue un golpe muy duro de afrontar. Y por una parte sabía que tanto el maestre bibliotecario como Trent tenían razón al decirme que debía aceptar el hecho de que lo más seguro era que habían muerto, pero otra parte de mí quería creer que todavía quedaba una remota esperanza, por muy ínfima que fuese.

Aquella noche fue eterna. Incapaz de conciliar el sueño estuve media noche dando vueltas sobre el lecho, tratando de encontrar alguna postura en la que me acomodase y pudiera reposar. Pero, a pesar del agotamiento por el regreso a Arstacia, el sueño no podía atravesar la barrera de problemas e incertidumbres que bloqueaba mis pensamientos. Me sentía un ser despreciable por haber llevado a la ruina a un poblado entero, siendo una marioneta presa de los hilos del emperador, mi titiritero. Había hecho aquello en contra de mi voluntad, yo jamás hubiese sido capaz de aceptar un trabajo así si hubiese sabido de antemano lo que estaba pasando, pero eso no era una excusa que me eximiera de mi responsabilidad.

Al día siguiente, tras toda la noche dándole vueltas al asunto de Argard, era incapaz de reconocer mi propio rostro en el reflejo del cristal pulido que hacía su función de espejo. Mis ojos, mis labios, mi nariz, mis orejas… mi rostro en general parecía ser el de otra persona, no por las ojeras surgidas por no haber dormido en toda la noche sino porque me veía como a una persona distinta, como si no fuese yo mismo. Creyéndome loco, me mojé la cara con el agua de un barreño y volví a comprobar mi reflejo, pudiendo reconocerme al fin.

Tras vestirme desanimado pero impaciente por llegar a Alquimia abandoné mi hogar. Justo en la puerta, nada más salir a la calle, me encontré a Trent y a Artrio esperándome. Trent seguía con la misma expresión decaída que la noche anterior, y Artrio parecía haber sido informado ya de lo que hablamos. De hecho, incluso parecía más afectado que nosotros dos a pesar de la pelea que tuvo con Dert.

-Será mejor que nos pongamos en marcha cuanto antes-dijo Artrio con sequedad, caminando con rapidez hacia los establos y dejándonos atrás-. Cuanto antes lleguemos, antes podremos poner fin a toda esta pesadilla.

Suponía que aquella pesadilla de la que hablaba era la tortura a la que nos estábamos sometiendo por la incertidumbre de saber si los hermanos seguían vivos o no. Quizá él también tuviese esa esperanza, y quizá aquello me diera fuerzas para armarme de valor y poder lanzarme a la aventura y regresar a Alquimia.

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