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lunes, 31 de agosto de 2015

Capítulo 16: Los fantasmas de Kanos



Los días que siguieron a mi despertar fueron aburridos y tediosos. Tenía prohibido salir de mi alcoba por mi madre y por Kestix, quienes me cuidaron y limpiaron en repetidas ocasiones la herida, vigilando que no se infectara ni empeorase. En los pocos momentos libres que Karter y Trent tenían a veces se pasaban a echar un vistazo cómo estaba y aliviaban la pesadez de encontrarme encerrado sin poder hacer nada. Tampoco les culpo, durante aquellos días tenía que guardar reposo y se preocupaban por mí. Pero ansiaba salir, deseaba poder dar al menos un paseo y tomar el aire, odiaba hallarme tumbado en el lecho rodeado de cuatro paredes. La única luz que veía del sol era la que se filtraba por la ventana entre las cortinas. Creía enloquecer…

Hasta que, por fin, alguien que no eran ni Karter ni Trent llamaron a la puerta de mi casa. Según me dijo mi madre más tarde, su gesto serio y el parche que tenía en su ojo le causaron cierto temor hasta que preguntó por mí. Incluso temió dejarle pasar y subir hasta mi alcoba. Pero admitió tranquilizarse cuando me vio sonriendo. Y no era para menos que sonriera al ver aquel conocido rostro, suponiendo cuál sería el motivo de su visita.

-Por fin un rostro nuevo, Horval-le saludé incorporándome con cuidado sobre el lecho.

-Mal has tenido que pasarlo para alegrarte de verme la cara, Celadias-dijo riéndose-. La tuya tiene mejor aspecto, parece que te has ido recuperando estos días.

-Era eso o morir, no me quedaba otra opción estando aquí encerrado-bromeé con una risa-. ¿Te ha mandado Barferin?-pregunté para salir de dudas.

-Así es. Nos ha llamado para contarnos lo que ha hablado con el emperador-dijo acercándose a mí para ayudarme a ponerme en pie-. ¿Podrás andar solo?

-Todavía no he olvidado cómo se blandía un arma. Menos voy a olvidar caminar-dije cuando me soltó, estirando todas mis articulaciones.

-Perfecto entonces, te esperaré en la calle hasta que estés preparado.

Horval abandonó la estancia mientras yo me vestía con la ayuda de mi madre, quien se quedó durante toda la conversación por si necesitaba algo. Me di toda la prisa posible en estar preparado y bajar hasta la calle para no hacer esperar a Horval. Y, al salir a la calle, me sentí libre por fin.

Una leve brisa acariciaba mi rostro mientras el sol me golpeaba con suavidad con su luz. Tanto tiempo encerrado hizo de aquello algo mágico e irrepetible. Echaba de menos poder moverme con libertad, caminar por las calles entre el gentío oyendo a la multitud moviéndose de un lado para otro. Echaba de menos respirar el aire del exterior y sentir la calidez del sol en mi piel. Echaba de menos el sonido de las calles y su olor al pasar por los comercios de comida, por la floristería, por la herrería, incluso frente al sastre.

Caminamos a un buen ritmo, algo tranquilo para acostumbrarme de nuevo a andar, hasta llegar al palacio. Los soldados ya no necesitaban ver nuestro emblema, reconocían nuestros rostros y nos dejaban pasar sin hacer ninguna pregunta. Durante aquellos días, por lo que me contó Horval al caminar por los pasillos y por lo que podía ver, había bastante movimiento en la guardia del palacio. El motivo jamás lo supe.

Al llegar al cuartel lo encontré en un estado bastante pobre. Había pasado una semana desde la última vez que estuve, y ya de por sí estaba bastante abandonado. Pero aquel día su estado era lamentable. Debido a la posibilidad de que el escuadrón acabase disolviéndose, nadie había vuelto a entrar en los cuarteles. Barferin, Sig y Garlet nos estaban esperando ya sentados alrededor de la mesa, la cual ahora parecía enorme y lucía vacía por la ausencia de nuestros compañeros. Nadie saludó al entrar, simplemente nos sentamos y dejamos que el ambiente lúgubre nos rodease. Yo no podía evitar mirar las sillas vacías y recordar cada una de las caras de los soldados que ya no estaban. Y creo que todos hacíamos lo mismo, pues ninguno se atrevía a abrir la boca para decir una sola palabra.

Yo era el miembro más nuevo del escuadrón, apenas conocía a aquellos hombres. Con quien más tuve contacto era con Kanos, cuya silla vacía se encontraba en un extremo de la mesa, frente al extremo donde se sentó Barferin. Sentía ganas de llorar al recordarle. Hasta que Barferin decidió hablar y romper aquel silencio melancólico.

-Ni siquiera somos la mitad de los que fuimos antes de partir a la guerra-observó con la voz quebrada-. Y lo peor de todo es que no hemos podido despedirnos de nuestros compañeros y amigos. Sé que esto ha sido un golpe muy duro para todos nosotros, incluso para ti, Celadias-dijo mirándome directamente-. A pesar del poco tiempo que has estado, sé que hiciste buenas migas con el capitán y él te tenía en muy alta estima. Me decía una y otra vez que algún día llegarías a ser uno de los caballeros de confianza del emperador si seguías trabajado igual de duro, con ideales firmes e inquebrantables. Yo también creo en ello, y me entristece saber que él jamás estará aquí para poder verlo con sus propios ojos-en aquel momento parecía que fuese a echarse a llorar.

-Todos queríamos a nuestro capitán como si fuese nuestro padre-dijo Sig para darle un respiro a Barferin-. Para muchos de nosotros, incluso para nuestros amigos fallecidos, ha sido un ejemplo a seguir. Él ha sido quien nos ha mantenido unidos hasta el final, y ahora que no está, ¿quién lo hará?

-El emperador nos ha dado una oportunidad-continuó hablando Barferin, tratando de recomponerse-. No somos soldados suficientes para formar un escuadrón en el ejército. Destacamos demasiado con el resto de soldados, pero no somos suficientemente buenos para formar parte de la élite.

-Entonces, ¿qué quiere que hagamos?-preguntó Garlet con sequedad.

-Estar en un punto intermedio-contestó-. El emperador no puede permitirse el lujo de prescindir continuamente de su escuadrón de élite, y hay misiones a las que no puede asignar al ejército. Solo algunos caballeros están autorizados para llevarlas a cabo.

-Pero no somos caballeros-le interrumpí, y me miró con una sonrisa algo triste.

-No, no lo somos-dijo dándome la razón y suspiró-. Este era el objetivo que tenía Kanos, convertirnos en un escuadrón de caballeros que pudiera compararse con las fuerzas especiales del imperio, y el emperador nos ha dado una oportunidad para poder hacer que el sueño de Kanos sea una realidad. Nos alejará del ejército y nos nombrará caballeros a todos nosotros con el fin de cumplir con las misiones secretas que nos asignen. Esto también te incluye a ti-dijo mirándome nuevamente-, a pesar de que seas el miembro más joven y reciente de nuestras filas. Es posible que en un futuro nos toque comandar a nosotros el ejército cuando salgamos de campaña, así que debemos dar lo mejor de nosotros. Y quiero que lo demos no solo por la importancia de nuestro rango sino por honrar a la memoria de nuestro eterno capitán, Kanos.

-¡Por nuestro eterno capitán!-gritó Sig, y todos seguimos entusiasmados aquel grito.

-Oficialmente dejamos de ser el cuarto escuadrón imperial. Debemos pensar ahora en cómo nos llamaremos-dijo Garlet tras un instante de silencio. Varios de nosotros nos quedamos en silencio hasta que se me ocurrió una idea.

-Quizá sea una tontería de nombre pero, ¿por qué no somos los “Fantasmas de Kanos”?

-¿Los Fantasmas de Kanos?-preguntó Barferin, quien parecía interesarse por la idea.

-Hemos sobrevivido a una emboscada que ha acabado con la vida de miles de los nuestros, entre ellos más de la mitad de nuestro antiguo escuadrón y con nuestro capitán. Podría decirse que somos como fantasmas, y creo que sería un buen nombre para que nuestro capitán permanezca siempre con nosotros, hasta que el último “fantasma” desaparezca.

-El novato le da al coco-dijo Garlet riéndose-. Yo apruebo llamarnos los Fantasmas de Kanos. Y propongo que sea Barferin nuestro nuevo capitán.

-Garlet tiene razón. Nadie de nosotros está más preparado para serlo que Barferin-dijo Horval apoyando la propuesta-. Kanos le nombró su mano derecha por la confianza que tenía en él, y ha sido quien ha estado a su lado en todo momento. Será su viva imagen táctica y estratégica.

Barferin quedó enmudecido con lágrimas en los ojos que no pudo reprimir, ni parecía querer hacerlo en el fondo. Todos nos percatamos de aquello y nos acercamos a él para darle nuestro apoyo.

-Queda decidido entonces, Barferin será nuestro nuevo capitán, el capitán de los Fantasmas de Kanos-concluyó Garlet dándole una palmada en el hombro.

-Tendremos que trabajar duro para construir los cimientos de nuestra nueva historia, pero hagamos que nuestro auténtico capitán nos vea orgulloso junto a los dioses-dijo Barferin poniéndose en pie, llorando de alegría-. Espero no defraudaros a vosotros ni al capitán y que nuestros sueños se cumplan de ahora en adelante. Mañana comentaré al emperador cuál ha sido nuestra decisión. Ahora, descansad y reponed fuerzas para empezar a trabajar duro a partir de mañana.

Todos permanecimos hablando durante unos minutos antes de abandonar la estancia. Barferin fue el primero en abandonarla, pero no para salir del cuartel. De hecho, se dirigió a una estancia que desconocía de qué se trataba. Cuando todos mis compañeros se fueron, decidí entrar movido por la curiosidad para saber a dónde se había dirigido y comprobar el motivo. En su interior se hallaba una alcoba pequeña con un lecho en una esquina y una mesa junto a una de las paredes. En la mesa podía ver varios pergaminos en blanco junto a un tintero y una pluma para escribir. Colgados de las paredes se hallaban varios cuadros, algunos representaban retratos pintados a manos y otros mostraban bellos paisajes. Barferin se encontraba llorando sentado en el lecho. Quise acercarme para ver qué le pasaba, pero me sorprendió al darse cuenta de mi presencia.

-Celadias, ¿qué haces aquí?-preguntó secándose las lágrimas.

-Me preocupé al verte entrar aquí a solas. Nunca había visto esta habitación-reconocí al instante.

-Aquí era donde vivía Kanos-dijo echando una ojeada al interior-. A veces le gustaba pintar para eludirse de la guerra-comentó observando los cuadros-. Era un hombre bastante interesante e imprevisible, jamás podía prever qué tenía en mente. Ni siquiera yo, que estuve a su lado durante tantos años, creo que haya llegado a conocerlo lo más mínimo, a pesar de lo que sentía en mi corazón.

-¿Lo que sentías?-pregunté intrigado.

-No se lo digas a nadie, Celadias, no quiero que los demás dejen de confiar en mí y me vean como alguien débil por mis sentimientos hacia el capitán, pero yo le amaba-acabó reconociendo. Y aquello me sorprendió bastante, jamás hubiese pensado que Barferin amase al capitán como un hombre amaba a su esposa. Pero entendía el valor que había tenido al decírmelo.

-Nadie desconfiará de nuestro nuevo capitán solo porque amase al anterior-dije acercándome a él y sentándome a su lado-. Pero si te sientes más tranquilo, no mencionaré nada de esto, ¿vale?

-Sigues siendo una persona bastante extraña-dijo Barferin riéndose un poco-. Gracias por guardarme el secreto. Y espero estar a la altura del cargo.

-Lo estaremos todos. Ahora somos fantasmas, el legado vivo de Kanos. Una parte de él está dentro de nosotros, fortaleciéndonos.

-Los Fantasmas de Kanos…-mencionó en un susurro-. Eres un chico increíblemente inteligente. Kanos tenía razón cuando te auguró un gran futuro.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Capítulo 15: Despertar



Cuando desperté, todo era confuso y doloroso para mí. No reconocía la estancia en la que me encontraba, ni recordaba nada más allá de la batalla. Me había despertado solo en una habitación extraña sobre una mesa de madera lo suficientemente grande como para poder tumbarme sobre ella. Bordeando la habitación, junto a las paredes, había varias estanterías con antiguos manuscritos que no pude alcanzar a leer, y a mi lado había una mesita más pequeña con una jarra de agua y un trozo de pan. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, solo que mi estómago me gruñía pidiendo que lo llenara con lo que había, y así lo hice en cuanto pude lograr incorporarme, sintiendo una fuerte punzada de dolor en el pecho. Me di cuenta de que tenía el torso cubierto por una especie de vendaje de tela.

Poco más tarde entró un hombre bastante mayor, con el poco pelo que le quedaba en la cabeza blanco como la nieve. Supuse en ese momento que se trataría del curandero que había cuidado de mí en mi estado de inconsciencia. Lo primero que hizo al entrar fue comprobar que había vaciado la bandeja, y parecía estar bastante contento por aquello. Luego me quitó con cuidado el vendaje para comprobar el estado de la herida, sin mediar palabra en ningún momento. Pude ver que la herida había sido cosida para que se cerrase. Y puedo jurar que no tenía un buen aspecto precisamente.

Aplicó una especie de ungüento que pensé que habría preparado él y volvió a taparme la herida con telas nuevas y limpias. Aquel silencio se me hacía bastante insoportable, por lo que decidí romperlo preguntándole:

-¿Dónde me encuentro?

-En mis aposentos dentro del palacio-contestó sin mirarme hasta que terminó de cubrir todo mi pecho. Luego alzó la vista hacia mí, y pudo ver mi notorio desconcierto al recibir aquella información-. Habéis vuelto a Arstacia, joven soldado. Y tenéis suerte de haber conseguido despertar.

-¿Qué es lo que ha pasado?-pregunté aun más confuso.

-Lo que queda de la cuarta división trajo vuestro cuerpo inconsciente hasta mis aposentos para que pudiera curaros. Debo reconocer que para no contar con ningún curandero en vuestras filas consiguieron deteneros la hemorragia bastante bien, y sin necesidad de cauterizaros la herida.

-¿Qué queréis decir con “lo que queda de la cuarta división”?

-No os creo tan idiota como para no ver que en la guerra muere gente-dijo alejándose de mí para sentarse en un sillón que había junto a la única ventana de la estancia-. Yo no soy la persona que debe deciros lo que ha sucedido. Y lamento no poder hacer más por vos, pero os agradecería que os fueseis de mis aposentos lo antes posible. Barferin os está esperando en el cuartel. ¿Necesitáis ayuda para moveros?-preguntó mirándome atento.

Me costó algo de trabajo poder ponerme en pie, e incluso aquel hombre pareció estar a punto de levantarse para ayudarme, pero finalmente conseguí mi propósito. A pesar del dolor, negué con la cabeza para responder a su pregunta, y, tras despedirnos y agradecerle lo que había hecho por mí, abandoné sus aposentos. Tras la puerta habían dos guardias custodiando la estancia que rápidamente se apartaron a un lado para dejarme paso. Con una mano sobre el dolorido pecho, puse rumbo hacia el cuartel, donde me estaba esperando Barferin. Necesitaba ponerme al día con todo lo que había sucedido tras la batalla y saber qué sería de mí desde ese momento en adelante.

El interior del cuartel estaba completamente desértico. Normalmente había alguien ahí, normalmente un guardia y un sirviente del palacio, para vigilar, pero aquel día no había absolutamente nada. Y me extrañó bastante teniendo en cuenta que el curandero me había dicho que Barferin estaba esperándome. Le busqué en la sala de reuniones y en la sala de armas pero no había ni rastro. No comprendí nada hasta que, justo cuando me dispuse a irme, apareció Sig.

-Vaya, parece que al final sigues vivo, ¿eh?-su tono parecía bastante desanimado.

-¿Dónde están los demás?-pregunté, y solo se limitó a mirar hacia otro lado-. Sig, no estoy para aguantar tus juegos. Dime dónde están Barferin y el capitán.

-Barferin volverá en un rato, ha ido a enviar un mensaje-hizo una pausa y suspiró antes de continuar hablando-. Al capitán no esperes verlo por aquí.

Sus palabras causaron un grave desconcierto en mí. Sin decir nada más, pasó por mi lado para dirigirse a la sala de descanso y se encerró. No entendía qué me quiso decir y estaba impaciente por que Barferin me explicara lo que había ocurrido. Parecía que nadie quería hablar de lo que sucedió en el campo de batalla, y que Sig dijera aquello me preocupaba, haciéndome temer lo peor. Y mis sospechas se confirmaron al llegar, por fin, Barferin.

-Por fin despiertas, Celadias. Nos has tenido a todos preocupados.

-¿Qué es lo que ha ocurrido?-pregunté, quizá algo brusco, pero necesitaba saberlo ya.

-La cuarta división ha estado a punto de extinguirse. De hecho, ya no nos consideran un escuadrón en sí.

-¿Cuántos han caído?

-Solo quedamos cinco: Horval, Sig, Garlet, tú y yo.

-¿El capitán…?-me dispuse a preguntar si había muerto, tal y como supuse al principio, pero no pude terminar la frase. Barferin entendía lo que iba a preguntar, y parecía que también le costaba trabajo hablar de ello, por lo que solo asintió con la cabeza-. ¿Cómo ocurrió?

-Fue todo demasiado rápido. Cuando te hirieron, Horval apareció para ayudarme a trasladarte al campo de heridos. Poco a poco el enemigo fue ganando terreno y las líneas delanteras cayeron. Ahí perdimos a la mitad de nuestros hombres. El capitán se negó a darse por vencido, quería salvar a todos los que habíais sido heridos y luchó hasta la muerte.

-Al menos tenemos el consuelo de que murió con honor-dije entristecido.

-No te sientas culpable, son cosas que ocurren en el campo de batalla, el precio de la guerra-dijo soltando un profundo suspiro.

-¿Qué ocurrirá con la cuarta división ahora?-me atreví a preguntar.

-El emperador se reunirá conmigo en estos días para hablar más detalladamente del tema-comentó con bastante desgana. No parecía querer acudir a aquella reunión-. Sería una pena que una división tan antigua y famosa muriera en una guerra que aun ni siquiera ha acabado.

-¿Aun seguimos en guerra?

-Por supuesto. No cumplimos nuestro objetivo, conseguimos ganar aquella batalla por de milagro. La otra expedición se enteró de que fuimos masacrados y decidió retirarse también. Hemos vuelto a Arstacia para retirarnos, pero sabemos que de un momento a otro el ejército de Torval contraatacará y tendremos que luchar en casa.

-Yo... no sé qué decir-me había quedado casi mudo al escucharlo todo. Tenía tantas cosas que asimilar que mi cabeza parecía que fuese a estallar de un momento a otro.

-Será mejor que descanses y reposes en tu casa hasta nuevo aviso. No creo que tarde mucho en reunirme con el emperador o con su caballero de confianza, así que te haré llamar cuando sepa algo para que nos reunamos todos y os comente qué será de nosotros a partir de ahora.

-Seguiremos luchando con el ejército, ¿verdad?-pregunté temeroso de que mi carrera como soldado acabase ahí. Y parecía que aquel temor le hacía gracia a Barferin.

-Has estado a punto de morir y lo que te preocupa ahora es que dejes de luchar. Eres una persona extraña, Celadias-dijo con una mueca que parecía una sonrisa-. Seguiremos siendo soldados, eso está claro. Que luchemos juntos o por separado es lo que no sabemos todavía. Ahora deja de pensar en luchar, en la guerra y en el ejército y céntrate en recuperarte de tu herida, ¿queda claro?

Asentí con la cabeza y me despedí de él. No tenía muy claro que fuese a conseguir dejar de pensar en esas cosas, al menos no con la facilidad con la que me lo pidió. Mi futuro era incierto en esos momentos y no sabía qué iba a hacer ni qué sería de mí. Tenía que asimilar que en aquella batalla donde casi perdí la vida se perdieron miles de vidas más, entre ellas las de más de una decena y media de mis compañeros, incluyendo al capitán Kanos. También tenía que asimilar que aquella campaña no había servido de nada y que la guerra todavía no se había acabado. Por no hablar de que tendría que “enfrentarme” a mi familia, o, más bien, a su preocupación.

Por suerte, no se lo tomaron del todo mal. Kestix se lanzó a mis brazos con cuidado, sabiendo que la herida en el pecho aun no se había cerrado del todo, y mi madre me llenó la cara de besos al verme, con sus ojos empañados en lágrimas, en pie frente a ella. Junto a ellos estaban también Karter y Trent, que habían estado preocupados de mí desde que se enteraron de que había llegado a la ciudad en una carreta junto a cientos de heridos. A pesar de la melancolía y la tristeza del despertar, los cuatro se aseguraron de hacer que el resto del día fuese inolvidable, tratando de compensarme las malas noticias con buenas acciones, como el estofado de mi madre que tanto había añorado durante la campaña.

lunes, 3 de agosto de 2015

Capítulo 14: El precio de la guerra



Mi decisión se mantuvo firme durante los días que tuve para pensar en la propuesta del capitán de servir al emperador mientras la cuarta división abandonaba la ciudad para irse a la guerra. No me alisté en el ejército para quedarme bajo el manto protector del emperador cuando una guerra ocurriera, ni para ocultarme tras la seguridad de la ciudad cuando estuviera en peligro. A pesar de la insistencia de mi familia y de mis amigos, había tomado una decisión y la mantendría pasara lo que pasara, como si aquello terminaba por costarme la vida.

-Han confiado en mí para pertenecer a la cuarta división y no puedo mostrarme cobarde a la primera de cambio-decía siempre que intentaban convencerme de quedarme para servir al emperador.

Entendía tantas preocupaciones, entendía la insistencia y el intentar convencerme, pero había hecho un juramento ante el emperador y no podía romperlo, aun entendiendo también que era más que posible que jamás volviera a la ciudad, al menos, por mis propios medios. Ver a Horval y su único ojo me hacía comprender que la guerra no eran simples cuentos y leyendas que nos contaban de pequeños, y yo había estado ya en dos batallas donde pude comprobar por mis propios ojos que ahí se perdía una gran cantidad de vidas humanas, pero no podía echarme atrás. No era tan fácil como dar media vuelta y descaminar lo andado. Jamás podría cargar con el peso de la cobardía y la traición de romper un juramento.

El día de mi partida le pedí a Kestix que cuidara de mamá, quien lloraba desconsolada al darse cuenta de que me iría sin importar lo que me dijera. Nunca la había visto tan triste y preocupada. Recuerdo que partimos al alba. Lo recuerdo perfectamente porque ella no pudo pegar ojo en toda la noche y me despidió ojerosa. Aquella mañana, todos los soldados fuimos despedidos por nuestros seres queridos entre lágrimas, besos y abrazos.

Los primeros días viajamos hacia el este hasta entrar en territorio enemigo. Pasamos por la ciudad de Kryn, ahora reforzada por algunos soldados que habían dejado sus hogares para salvaguardar aquella posición. Para recompensarles por tal sacrificio, les otorgaron algunas parcelas que estaban libres para que pudieran habitarlas durante su estancia ahí. Aquella noche el ejército acampó junto a la ciudad, donde podíamos disponer de algunos víveres, salvo los capitanes. Ellos se hospedaron en el castillo que antes pertenecía al conde. Kanos nos dijo que aquella sería su última oportunidad de dormir cómodo sobre un lecho antes de tener que acampar al raso y dormir sobre la hierba. Incluso le propuso a Barferin, como su mano derecha y su hombre de confianza, que hiciera lo mismo aprovechando que quedaban algunas alcobas libres. Pero su propuesta fue rechazada.

Una vez atravesamos la frontera de Torval, todos teníamos que estar alerta con cada paso que dábamos y montar guardias cada noche que descansábamos, siendo conscientes de que habíamos dejado atrás la seguridad del imperio y que nos ahora nos hallábamos solos. Aunque poseíamos un número considerable de soldados, no teníamos ninguna información acerca de los movimientos del enemigo y, por tanto, no podíamos prever que nos fuesen a emboscar o con cuántos soldados nos encontraríamos en las ciudades.

No fue hasta el tercer día cuando avistamos la primera ciudad que sitiamos.

Como era lógico y previsible, esperaban que tarde o temprano respondiéramos a la declaración de guerra que nos habían hecho al asesinar mediante un arquero a nuestro príncipe. Habían reforzado las defensas de las ciudades próximas a la frontera, pero nuestro paso no se vio detenido en aquella ocasión. Ofrecieron bastante resistencia aquel día, pero no tuvimos problemas para invadirla. Aprovechando que tenían una buena cantidad aprovisionamientos en aquella ciudad, todo el ejército descansó durante un par de días antes de tener que poner otra vez rumbo hacia la capital.

Desde ese punto nos separamos para desviarnos, yendo la mitad hacia el norte y dejando que el resto siguiera su camino hacia el este. Debido a la falta de soldados y al nulo interés de conservar la ciudad, ninguna unidad se quedó en ella y la cuarta división entró en el primer grupo. Nuestro objetivo era asegurarnos de impedir que el resto de las ciudades pudieran enviar refuerzos que pudiesen frustrar nuestros planes y nuestro avance.

Así continuamos el camino, saqueando pequeños poblados para reabastecernos y mermando las fuerzas enemigas, acampando en numerosas ocasiones y llegando a descansar varios días mientras se decidía la ruta que debíamos seguir después. Aunque nuestro número también se iba reduciendo, y parecía que el enemigo contaba con ello.

La ruta que trazamos nos llevó hacia un llano rodeado por dos amplios bosques al norte y al sur. No recordaba cuánto tiempo había pasado, pero tenía la certeza de que era más de un mes y que todavía no habíamos ni recorrido la mitad. La noche antes de alcanzar este punto, el capitán nos ordenó extremar las precauciones y vigilar bien a ambos lados. Nos dijo que sabían que era peligroso pasar por ahí, pero que era la única forma de poder asegurar la victoria.

Tratamos de recorrer ese tramo lo más rápido posible, poniendo especial atención a los bosques, vigilando que no saliera ningún soldado enemigo de entre los árboles. Pero el cansancio del viaje nos había afectado y ninguno pudo ver las flechas que comenzaron a derribar a los hombres en los flancos. Los capitanes gritaron que se rejuntasen todos y así lo hicimos mientras una horda de soldados aparecía del norte y del sur para estamparse contra nuestros escudos. A pesar de los esfuerzos que pusimos, no pudimos evitar vernos rodeados, y acabaron rompiendo nuestras filas, haciendo que nos dispersáramos por todo el llano. El descontrol no tardó mucho en llegar, de nada servían las instrucciones que gritaban los capitanes, pues apenas llegaban a ser oídas por unos pocos soldados y solo si se encontraban cerca, y de lo único que podíamos depender era de nuestras propias habilidades.

Muchos compañeros nuestros cayeron en los primeros minutos de batalla, aunque algunos no sin antes haberse asegurado de que le acompañasen varios enemigos. Yo intenté resistir lo mejor que pude con el escudo, sin apenas poder mover la espada por la falta de espacio. Cuando los cadáveres empezaron a amontonarse a lo largo y ancho del llano, empezamos a tener algo más de libertad para movernos, pudiendo hacer que retrocedieran las filas enemigas para ganar algo más de espacio y poder dispersarnos.  No puedo decir que fuese agradable caminar sobre cadáveres y pelear teniendo cuidado de no tropezarte con ellos, de hecho tampoco debería decir que me alegrase de que hubiesen muerto, pero debo reconocer que al menos ahora podía pelear con más comodidad.

Hubo un momento en el que me encontré en algo de apuro, ya que me encontré de sopetón con dos soldados de frente. Pero tuve la suerte de que Barferin estaba cerca y me ayudó a contener sus acometidas para derribarlos y rematarlos en el suelo. En ese momento me di cuenta de que me había alejado bastante del resto de la cuarta división, y que ni él ni yo teníamos contacto visual con ninguno de nuestros compañeros.

-¿Sabes dónde está el capitán?-me preguntó, a lo que tuve que negar con la cabeza-. Deberíamos buscarlo y reagruparnos con los demás. Estamos demasiado dispersos y nos encontramos en inferioridad.

Miré a nuestro alrededor en ese instante y comprobé que tenía razón. Codo con codo empezamos a abrirnos paso entre el mar de armaduras y espadas, ayudando a nuestros aliados en peligro mientras buscábamos algún indicio de dónde se encontraba la cuarta división. Ensangrentados y cada vez más cansados, seguíamos peleando sin detener nuestro avance, hasta que sentí un fuerte golpe en la cabeza que me derribaba al suelo, estando a punto de perder el conocimiento. La visión se me nubló y a duras penas pude ver a Barferin, o quien yo creía que era él, peleando contra quien supuse que había sido el causante de mi derribo. Me quedé aturdido durante un buen rato en el suelo hasta que alguien comenzó a arrastrarme por el suelo para alejarme. Poco a poco pude enfocar la vista y reconocí el rostro de Sig.

-¿Qué estás mirando, crío? Muerto no nos sirves de mucho, así que te pondré en un lugar a salvo.

-¿Dónde está la cuarta división?-pregunté con la voz algo débil.

-Hemos conseguido asegurar un pequeño perímetro para poner a salvo a los heridos, aunque no sé si podremos aguantar mucho-traté de zafarme de Sig, removiéndome sin éxito. Quería que me soltara para poder pelear junto a Barferin-. Te has llevado un buen golpe, ¿de verdad te crees que voy a dejarte marchar?

-¡Solo ha sido un golpe, puedo seguir peleando!-insistí, y Sig me soltó de inmediato.

-Como veas, pero no pienso arrastrar tu cadáver, ¿te queda claro?

Me puse en pie y asentí con la cabeza, volviendo a correr hacia donde se encontraba Barferin. En esta ocasión, era él quien se encontraba en dificultades. Tres lanceros le tenían rodeado apuntándole amenazantes. Pude acabar fácilmente con el primero debido a que me estaba dando la espalda, y aquello sorprendió a los otros dos, quienes cayeron con la misma facilidad en cuanto Barferin aprovechó la ocasión. Quiso agradecerme la intervención pero le interrumpí haciendo una señal con la mano mientras negaba con la cabeza.

-Me tocaba a mí devolverte el favor. El resto del escuadrón se encuentra protegiendo a los heridos en un perímetro no muy lejos de aquí-indiqué, señalando el lugar desde el cual había ido-. No aguantarán mucho tiempo si no vamos a ayudar.

Barferin asintió con la cabeza y ambos echamos a correr, pero a los pocos metros fuimos interceptados nuevamente por el enemigo, dos soldados bien protegidos. No teníamos tiempo que perder, por lo que pusimos el escudo por delante y embestimos. Creyendo que aquello bastaría para poder seguir nuestro rumbo, nos sorprendimos al ver que se quedaron impasibles con sus escudos al frente y forcejeando contra nosotros. Yo traté en varias ocasiones de alcanzar a mi rival con la espada, pero su armadura era bastante gruesa y pesada, y yo apenas tenía espacio para poder cargar en condiciones.

Ambos soldados nos empujaron hacia atrás al mismo tiempo, obligándonos a retroceder, y tiraron sus escudos al suelo para coger los mandobles que llevaban colgados a un lado de su cintura. Barferin y yo nos miramos mutuamente y con un simple intercambio de miradas nos dijimos todo lo que teníamos que decirnos. Corrimos hacia ellos, cargando nuevamente con nuestros escudos mientras ellos los golpeaban con sus espadas. En un descuido de mi oponente, conseguí pasar por debajo de su brazo y atravesar su coraza con mi espada, colándola por una brecha que se habría formado a causa de los golpes que debió haberse llevado a lo largo de la batalla.

Cuando me di la vuelta para ver cómo le iba a mi compañero todo pasó tan rápido que apenas tuve tiempo para ver nada. El mandoble del soldado que quedaba destrozó la coraza que cubría mi pecho y sentí cómo la punta de la espada desgarraba mi piel de abajo para arriba. No recuerdo sentir dolor, no recuerdo sentir nada más que mi cuerpo siendo impulsado hacia atrás y cayendo de espaldas. La última imagen que recuerdo antes de que todo se volviera negro era la de Barferin a un lado con una brecha en la cabeza tirado en el suelo con los ojos cerrados.