No entendía nada de lo
que estaba pasando. Me llevaron deprisa hacia el exterior del palacio sin
querer darme una sola explicación. Si preguntaba, la única respuesta que
obtenía era el silencio por parte de ambos. Lo más que conseguí sonsacarles era
que teníamos que ir a la biblioteca con urgencia, pero era lo mismo que me
dijeron antes de salir del cuartel. Lo único que sabía era que necesitaban hablar
conmigo en un lugar a solas y que parecía ser algo bastante importante para
requerir tanta urgencia y privacidad.
Las calles de la
ciudadela estaban vacías aquella noche, y las pocas personas que estaban
paseando no parecían reparar en nuestra carrera a paso rápido hacia la
biblioteca. El anciano parecía estar bastante sereno, aunque serio,
contrastando con el nerviosismo de Trent quien, no sé si por lo que tenía que
contarme o por la luz de la luna, parecía estar más pálido que de costumbre. Me
di cuenta de que no era una imaginación mía su palidez cuando, hasta a la luz
de las antorchas en el interior del edificio, su piel seguía viéndose igual de
blanquecina.
La oscuridad y el
silencio, junto a la sensación de soledad, hacían que las luces y el crepitar
de las llamas en las antorchas se volvieran bastante siniestros. Nuestros pasos
resonaron por toda la biblioteca conforme avanzábamos por el largo pasillo de
la planta principal, rodeado de multitud de estanterías con libros tapizados en
cuero y manuscritos enrollados con cintas llenando por completo sus estantes.
Alcanzamos la escalinata que conducía hasta el segundo piso; ahí tampoco había
nadie. Y me preocupaba que tuvieran tanto cuidado y tomasen tantas precauciones
para una simple conversación. Aunque pronto sabría que aquella conversación de
simple no tenía nada.
-Esto que hablemos aquí
no debe saberlo nadie más aparte de vosotros dos-dijo el maestre con
solemnidad-. La única persona con la que podéis hablar de este tema es con
vuestro amigo Artrio, pues sospecho que puede estar implicado de alguna forma
con lo que ha sucedido.
-¿Pero qué es lo que ocurre?-pregunté
nuevamente, cansado de repetirlo-. ¿Y qué pinta Artrio en todo esto?-añadí, sin
entender qué estaba pasando.
-¿Dónde estuviste
ayer?-preguntó Trent, y le respondí con sinceridad sin saber por qué me lo
preguntaba-. Tus compañeros también fueron a otras aldeas con la misma misión,
¿verdad?
-Sí, pero preferiría no
tener que recordar eso-dije algo incómodo por la situación.
-Esa misión te va a
marcar más de lo que piensas-dijo el anciano cruzándose de brazos-. No os han
traicionado solo a vosotros, han traicionado también a muchos inocentes.
-Eso es algo obvio, he
visto con mis propios ojos cómo un puñado de mercenarios han masacrado una
aldea entera-respondí molesto, comenzando a enfadarme.
-No me refería solamente
a Argard y a los demás poblados que os mandaron asediar-volvió a comentar con
ese halo de misterio que envolvía aquella conversación.
-¿Te refieres al
comandante del que nadie sabe nada?-pregunté con curiosidad.
-Se refiere al objetivo
de aquel comandante-respondió, esta vez, Trent, agachando la cabeza.
-¿A dónde crees que se
dirigió ese capitán tan “misterioso”?-preguntó retóricamente el maestre-.
Habéis visitado ambos ese lugar recientemente, así que no debería costarte
ningún trabajo suponerlo.
-El único sitio al que
hemos ido es a Alquimia-dije empezando a temerme lo peor-. Pero es imposible
que lo hayan marcado como objetivo, ahí solo viven alquimistas que centran su
vida a estudiar, jamás podrían relacionarlo con los rebeldes por más que
quisieran. ¿Acaso no se supone que lo respetan igual que si se tratase de un
sitio sagrado?-pregunté.
-Pues parece que el
respeto del que disfrutaron tantos años no ha servido de nada, se ha roto y ha
desaparecido sin más-dijo el maestre. Miré interrogante a Trent, pero ni
siquiera hizo falta que me mirase y me respondiera para darme cuenta de que
tenía razón.
-¿Cuándo ha
sido?-pregunté al borde de la ira.
-No podemos asegurar que
haya sido el imperio, todavía no tenemos pruebas, pero las fechas
concuerdan-dijo Trent con la voz temblorosa.
-Esta misma mañana ha
llegado un viajero a caballo a comunicar la noticia de que Alquimia estaba
reducida a cenizas-prosiguió el maestre con la explicación con su peculiar tono
sereno al hablar-. Estaba viajando hacia aquí en caballo y tenía previsto hacer
una parada ahí la última noche antes de llegar a Arstacia cuando se encontró
con casi todas las cabañas reducidas a cenizas. Intentó apagar las llamas con
el agua del río y salvar a los que estaban atrapados, pero llegó demasiado
tarde.
-¿No ha quedado nadie
vivo?-pregunté temiendo que Ris y Dert hubiesen sufrido el mismo destino que
los demás alquimistas. Y la respuesta fue negativa-. Es imposible, tiene que
quedar alguien con vida. Alguien se habrá salvado-dije negándome a creer que
hubiesen muerto.
-No hay supervivientes,
el viajero lo ha comprobado por sí mismo. Alquimia ha pasado a la historia -dijo
el maestre, dándome el pésame indirectamente.
-¡Ris y Dert tienen que
seguir vivos, es imposible que hayan muerto!-grité enfurecido, y mi voz resonó
por toda la estancia, creando un silencio incómodo durante unos segundos.
-Asúmelo, Celadias, no
queda nadie con vida ahí-dijo Trent, intentando hacerme entrar en razón.
-Tengo que ir a verlo
con mis propios ojos-dije convencido, bajando el tono de voz. Sabía que tenía
que calmarme y asumir lo que había sucedido, pero necesitaba verlo por mí mismo
si quería aceptarlo-. No puedo quedarme solo con la palabra de un viajero
errante que dice haber visto las cabañas arder. Iré de inmediato a Alquimia.
-¿Estás loco,
Celadias?-preguntó Trent alarmado-. Tienes que descansar y reponer fuerzas.
Mañana hablaremos con Artrio e iremos los tres juntos-trató de convencerme.
-No tengo tiempo que
perder. ¿Y si siguen con vida pero están atrapados?-insistí.
-Te sigues aferrando a
una remota posibilidad, una esperanza mínima, de algo que muy difícilmente sea
real-dijo el anciano, negando con la cabeza-. Pero quizá sea mejor que veas con
tus propios ojos el estado en el que se encuentra el poblado. Puede que de esa
forma te sea más fácil afrontar la verdad y superar la pérdida de esos dos
muchachos.
-Entonces no se hable
más, partiré de inmediato-dije al escucharle darme la razón.
-No te lo impediremos,
pero marcharás mañana-dijo el maestre con calma-. Aunque tengas que ver por tus
propios ojos el estado en el que se ha quedado Alquimia, tu amigo tiene razón
en que necesitas descansar con urgencia.
A decir verdad, yo
tampoco me veía en condiciones de salir de la ciudad en aquel momento; no me
veía con fuerzas para emprender de nuevo otro viaje, así que no repliqué más y
acepté la condición. Aunque a caballo el camino se fuese más rápido, no podía
permitirme el lujo de cabalgar aquella noche y correr el riesgo de quedarme
dormido sujetando las riendas del corcel. Con la promesa de que Trent
convencería a Artrio para que ambos me acompañaran, bajé por las escaleras de
la biblioteca sin decir ni una sola palabra y abandoné el edificio para
dirigirme a mi hogar.
La alegría que me causó
ver la felicidad de Horval al reencontrarse con su familia y comprobar que
estaban bien había durado poco. Saber que habían arrasado un lugar tan
respetable como era el poblado de los alquimistas, donde habíamos confiado en
que Ris y Dert estuvieran a salvo, fue un golpe muy duro de afrontar. Y por una
parte sabía que tanto el maestre bibliotecario como Trent tenían razón al
decirme que debía aceptar el hecho de que lo más seguro era que habían muerto,
pero otra parte de mí quería creer que todavía quedaba una remota esperanza,
por muy ínfima que fuese.
Aquella noche fue
eterna. Incapaz de conciliar el sueño estuve media noche dando vueltas sobre el
lecho, tratando de encontrar alguna postura en la que me acomodase y pudiera
reposar. Pero, a pesar del agotamiento por el regreso a Arstacia, el sueño no
podía atravesar la barrera de problemas e incertidumbres que bloqueaba mis
pensamientos. Me sentía un ser despreciable por haber llevado a la ruina a un
poblado entero, siendo una marioneta presa de los hilos del emperador, mi
titiritero. Había hecho aquello en contra de mi voluntad, yo jamás hubiese sido
capaz de aceptar un trabajo así si hubiese sabido de antemano lo que estaba
pasando, pero eso no era una excusa que me eximiera de mi responsabilidad.
Al día siguiente, tras
toda la noche dándole vueltas al asunto de Argard, era incapaz de reconocer mi
propio rostro en el reflejo del cristal pulido que hacía su función de espejo. Mis
ojos, mis labios, mi nariz, mis orejas… mi rostro en general parecía ser el de
otra persona, no por las ojeras surgidas por no haber dormido en toda la noche
sino porque me veía como a una persona distinta, como si no fuese yo mismo.
Creyéndome loco, me mojé la cara con el agua de un barreño y volví a comprobar
mi reflejo, pudiendo reconocerme al fin.
Tras vestirme desanimado pero impaciente por llegar a Alquimia abandoné mi hogar. Justo en la puerta, nada más salir a la calle, me encontré a Trent y a Artrio esperándome. Trent seguía con la misma expresión decaída que la noche anterior, y Artrio parecía haber sido informado ya de lo que hablamos. De hecho, incluso parecía más afectado que nosotros dos a pesar de la pelea que tuvo con Dert.
-Será mejor que nos
pongamos en marcha cuanto antes-dijo Artrio con sequedad, caminando con rapidez
hacia los establos y dejándonos atrás-. Cuanto antes lleguemos, antes podremos
poner fin a toda esta pesadilla.
Suponía que aquella
pesadilla de la que hablaba era la tortura a la que nos estábamos sometiendo
por la incertidumbre de saber si los hermanos seguían vivos o no. Quizá él
también tuviese esa esperanza, y quizá aquello me diera fuerzas para armarme de
valor y poder lanzarme a la aventura y regresar a Alquimia.