Reproductor

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Capítulo 26: Masacre en Argard



Al principio del recorrido, varios escuadrones íbamos juntos. Los mercenarios que nos acompañaban a la misión charlaban y reían entre ellos todavía, sin importar que fuesen asignados a distintas escuadrillas. Nadie mantenía ninguna formación, y yo no me veía capaz de ordenarles que formasen filas. Ni siquiera los capitanes formábamos. Horval y Sig caminaban juntos a su bola, y Barferin, Aldven y yo tampoco hacíamos por mantener las escuadrillas separadas. En la primera bifurcación del sendero que hallamos, todos nos dispersamos por distintos caminos y pude oír a uno de mis hombres decirle a un compañero suyo de otro escuadrón “no podrás acabar con tantas vidas como yo” con un tono desafiante. Me parecía enfermizo que se tomaran aquello como un simple juego para divertirse entre ellos. Más tarde descubrí que hasta habían hecho apuestas para ver quién mataba más.

En nuestra primera noche descansamos en un amplio claro bajo la luz de las estrellas. Encendimos cinco hogueras con varias ramas secas que fuimos acumulando, y, en cada hoguera, se sentaron seis mercenarios a comer sus raciones y a seguir hablando de sus historias en otras batallas. Yo preferí quedarme apartado en la oscuridad, sentado sobre un tocón, contemplando en silencio cómo se divertían en la última noche antes de llegar a Argard.

Estaba sumido en mis pensamientos, por lo que, aunque mi mirada estaba fija en los cinco grupos que se habían distribuido en el claro, yo no estaba atento a nadie en especial. De hecho, ni siquiera me di cuenta de que uno de los hombres se estaba acercando a mí hasta que se posó sobre mi lado y me habló.

-Capitán, estáis muy callado-dijo con la voz calmada.

-Se me hace extraño que alguien me llame capitán-admití aun con la mirada perdida.

-¿Os ocurre algo?-preguntó agachándose para estar a mi misma altura.

-Solo se me hace extraña la situación, nada más-dije algo tosco, mirándole de reojo-. ¿Por qué no estás con tus compañeros?-pregunté frunciendo el ceño sin entender por qué se había apartado para hablar conmigo. Ahí me di cuenta de que estaba hablando con un chico bastante joven que apenas llevaría vivo dos décadas. Tenía el pelo corto y negro, y la noche hacía que pareciera aun más oscuro de lo que era, y su rostro aun mostraba algo de la inocencia infantil de la que, posiblemente, aun no había podido desprenderse a causa de su corta edad.

-Todos ellos se conocen, aunque no trabajen juntos. Yo, en cambio, aun soy nuevo en esto-admitió sentándose en el suelo junto al tocón, doblando su rodilla derecha y apoyando su brazo sobre ella.

-Pero eres un mercenario, ¿no es cierto?

-Me pregunto cuándo podría considerarme un mercenario-dijo riéndose y negando con la cabeza-. Creo que todavía no podría llamarme así, este es el primer trabajo para el que me contratan.

-Ya has sido contratado, estás luchando por dinero-dije volviendo a desviar la mirada hacia los demás-. Eres como todos ellos: un mercenario.

-Aunque ellos tienen más experiencia que yo. No hay más que escucharles hablar.

-A veces hasta los soldados exageramos nuestras propias anécdotas-confesé riéndome-. Por cierto, ¿cómo te llamas?

-Me llamo Willen, señor-se presentó extendiéndome su mano.

-Yo soy Celadias-respondí a su presentación estrechándole la mano.

Aquella noche descubrí que no todos los mercenarios eran hombres corpulentos con sed de sangre que solo buscan la fama y el dinero, capaces de cometer cualquier atrocidad con tal de obtener una buena suma de oro o cualquier otro tipo de recompensa. Aquel chico parecía haberse decidido a ser mercenario por necesidad. Y su historia me hizo sentirme culpable por haberme alistado en el ejército. Al parecer era un joven muchacho de Arstacia que creció sin familia a causa de la guerra y que tuvo la suerte de haber sido encontrado deambulando por los bosques por un cazador antrano cuando apenas tenía cinco años.

-¿Y por qué estás trabajando para quienes mataron a tu familia?-pregunté confuso.

-La única familia que conozco es aquel cazador y su mujer, quienes, para mí, son mis padres. Hace poco, mi padrastro enfermó y murió a causa de una elevada fiebre que no pudimos rebajar. Él era el único que traía comida y dinero a casa, así que de alguna forma tenemos que subsistir. Además, tú también eres arstaciano, te he visto muchas veces en la plaza, y estás trabajando para el imperio que te arrebató tu hogar.

-Yo solo he conocido Antran como mi hogar-reconocí encogiéndome de hombros.

-Entonces estamos en la misma situación, ¿no crees?

-Supongo que tienes razón-contesté poniéndome en pie-. Será mejor que descanses, mañana nos espera un día duro.

El resto de la noche la pasé haciendo guardia. No creía que pudiera dormir y descansar bien con tantas dudas en mi cabeza, con la curiosidad de saber pronto qué era lo que me encontraría al llegar a Argard y qué era lo que tendría que hacer si quería hacer lo correcto. Me preguntaba constantemente qué era lo correcto, por qué tantos mercenarios y ni un solo soldado antrano, quién era aquel capitán misterioso que había partido antes que nosotros y hacia dónde se había dirigido con qué escuadrón. Eran tantas preguntas que sabía de antemano que me mantendría toda la noche despierto y sin poder pegar ojo en ningún momento.

En cuanto vislumbré los primeros rayos de sol comencé a despertar a los mercenarios, quienes algunos gruñían y se quejaban pero que acababan resignándose a levantarse para poner rumbo a la aldea natal de Horval. Mantuvimos un buen ritmo andando, permitiéndonos ver a lo lejos la aldea poco después del medio día.

Sus casas eran pequeñas y humildes, construidas de piedra de una forma bastante similar a las casas que habían en Arstacia. Un camino de adoquines conformaba las calles que unían las casas unas con otras, donde no se veía a ningún guardia que las patrullase. Parecía ser un pueblo bastante tranquilo y pacífico a primera vista, donde nunca pasaba nada. O, al menos, nunca pasó hasta aquel día. Los primeros aldeanos que vislumbraron al pequeño escuadrón dieron la voz de alarma, preocupados de que tres decenas de hombres armados se dirigieran directos hacia ellos. Y su preocupación no era infundada.

El escuchar los primeros gritos, todos los mercenarios desenfundaron sus espadas sin dudarlo ni un segundo y echaron a correr, dejándome atrás. Yo caminaba sosegado, vigilante, intentando vislumbrar algún atisbo de rebeldes en la aldea, sin sacar todavía mi espada. Cuando alcancé las primeras casas del pueblo, la masacre ya había comenzado.

Los mercenarios acometían con violencia contra toda aquella persona que intentase huir, sin darles oportunidad a defenderse. Solo unos pocos hombres armados intentaban hacer frente a la amenaza, pero ni siquiera parecían estar adiestrados en el uso de la espada. Más bien parecían ser los patriarcas de familia intentando defender desesperadamente su hogar, aunque sin ningún éxito.

Por las calles podían verse a mercenarios echando las puertas de madera de las casas con una patada. Desde fuera se podían oír los gritos de súplica y dolor de las mujeres y de los niños quienes eran separados de los brazos de sus madres mientras los hombres retenían el máximo tiempo posible a los asaltantes para dar una oportunidad a su familia de escapar.

Caminaba por entre las escaramuzas contemplando horrorizado la violencia de los hombres a los que, supuestamente, mandaba. Gritaba sin éxito órdenes que no eran escuchadas, ni mucho menos respetadas, pidiendo a voces que cesase la violencia y dejaran de atacar a los inocentes ciudadanos de Argard. El único que no combatía era Willen, quien se quedó paralizado al ver cómo sus compañeros de trabajo masacraban a esa indefensa población.

-Willen, ven conmigo-le ordené, tirando de su brazo para que me siguiera, corriendo calle arriba.

Por todas partes, la violencia reinaba incesante y en los rostros de aquellos mercenarios se veía un sadismo tenebroso, unas ansias de matar, un placer inconmensurable mientras arrebataban vidas. Me sentía impotente al no poder hacer nada por detener aquella barbarie de la que me habían obligado a formar parte, engañándome con viles mentiras de rebeldes asentados. Me empecé a sentir traicionado por aquel imperio al que juré servir con lealtad hasta que no quedase un solo aliento de vida en mi interior.

Mientras corríamos calle arriba, un hombre bastante corpulento se plantó justo delante de nosotros para bloquearnos el paso. Parecía ser bastante fuerte y sus facciones en el rostro me parecían bastante familiares, aunque no entendía todavía por qué.

-No vais a avanzar más que hasta aquí, malditos bandidos-dijo enfurecido con un garrote en sus manos. Y, al ver mi armadura, su rostro pareció volverse más enfadado-. ¿Sois un caballero antrano? Vestís la misma armadura que mi hijo.

-¿Su hijo?-pregunté, cayendo más tarde en la cuenta de quién podría ser aquel hombre-. ¿Su hijo se llama Horval por casualidad?

-Así es, ¿lo conocéis?-preguntó atónito.

-Capitán, ¿conocéis a ese hombre?-preguntó Willen.

-Conozco a su hijo-respondí apesadumbrado, apretando fuertemente mis puños-. No es justo… Esto que está pasando no es justo.

-Marchaos de aquí, no permitiré que pongáis un solo dedo sobre mi esposa-dijo amenazante aquel que parecía ser el hombre de Horval. Y su parecido era realmente sorprendente.

-No vamos a haceros daño-dije en voz baja.

-Capitán, ¿qué pensáis hacer?-preguntó Willen.

-No puedo evitar que esos mercenarios saqueen el pueblo, pero evitaremos que se acerquen a vuestro hogar-aseguré al padre de Horval, quien parecía estar sorprendido.

-¿Decís que son mercenarios?-preguntó atónito, sin entender nada.

-No hay tiempo de explicaciones, señor. Entrad en casa y nosotros nos encargaremos de que no os pase nada-dije mirando por encima de mi hombro hacia atrás-. Willen, tú te encargarás de proteger la casa. Yo intentaré poner fin a esta masacre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario