Media
plaza central se encontraba llena de soldados aquella tarde. Decenas de
curiosos se reunieron en torno a ellos para saber qué estaba pasando. Todos se
preguntaban por qué había un puñado de soldados en la plaza reunidos y a dónde
se dirigirían, pues se notaba que estábamos preparándonos para partir. Algunos
temían que fuésemos a la guerra, aunque los más avispados se daban cuenta de
que éramos un grupo demasiado pequeño como para dirigirnos a Torval.
Echando
un vistazo a los soldados que habían me di cuenta de que algunos habían venido
de fuera, cosa que me extrañaba teniendo en cuenta la cantidad de soldados que
residían en Arstacia. También me percaté de que los hombres de mi escuadrilla
no eran soldado. Ni siquiera vestían las mismas armaduras que la infantería
antrana. Cada uno tenía una armadura diferente, cada uno portaba su propia
armadura personal. Tenían un comportamiento muy seguro de sí mismos, y, a pesar
de que hablaban en voz baja, su forma de hablar de cómo iban a arrasar la aldea
y de cumplir su trabajo me hacía pensar que se trataban de mercenarios. Fue,
quizá, el hecho de que se refirieran a ello como un trabajo y no como una
misión lo que me hacía sospechar que lo fuesen. Aquellos hombres, ávidos de
sangre, parecían tener mucha más experiencia que cualquier otro soldado de
Antran. Algo normal si resultaba ser cierta mi teoría. Sus facciones marcadas
mostraban crueldad en sus rostros, y sus risas al conversar entre ellos les
hacía parecer seguros del éxito en la misión.
Observaba
en silencio cómo hablaban y reían entre ellos, preguntándome si obedecerían mis
órdenes una vez llegásemos a Argard. Al fin y al cabo, yo solo era un chaval de
dieciséis años sin ninguna experiencia como capitán y con la única suerte de
haber llamado la atención de mis superiores para acabar donde estaba. Pensaba
que, aun con un título de caballero, ellos jamás me respetarían por mi falta de
experiencia.
Era
mientras estaba sumido en aquellos pensamientos cuando Aldven se acercó a mí.
Yo ni siquiera me percaté de su presencia hasta que me habló.
-Celadias,
quisiera preguntarte una cosa. ¿Tus soldados son mercenarios también?
Su
pregunta me hizo creer más firmemente en mi teoría.
-No
estoy seguro del todo, pero se comportan como si lo fueran-respondí con sinceridad,
mirando de reojo a aquellos soldados-. Desde que los vi me han dado la
impresión de que lo son. Ni siquiera parecen ser de Arstacia-y, a decir verdad,
cada vez que los observaba podía ver con más claridad que alguno incluso
parecía venir de tierras lejanas, más allá de las fronteras antranas.
-¿Qué
es lo que está pasando?-preguntó desconcertado al darse cuenta de que yo había
reparado en lo mismo que él-. Se supone que íbamos a estar al mando de soldados
antranos, no de mercenarios extranjeros.
-¿Los
demás saben algo?
-He
preguntado a Garlet y a Sig, y sus hombres también parecen mercenarios. A
Garlet también le ha llamado la atención, y cree que hay algo raro en todo
esto. Pero a Sig le da igual.
-¿Qué
te han dicho?-pregunté intentando sacar algo en claro.
-Garlet
no me ha dicho nada, pero parece sospechar que hay algo extraño. Sig dice que
es más importante la vida de un soldado antrano que la de un mercenario y que
por eso es mejor que combatan ellos.
-¿Y
para qué nos mandan entonces a nosotros con ellos? No tiene sentido.
-Según
Sig, para que controlemos lo que hacen. De todas formas quiero preguntarle al
capitán acerca de esto.
Ahora
que sabía que yo no era el único al mando de un escuadrón de mercenarios sentía
que algo extraño estaba ocurriendo. Me pareció buena idea ir a preguntar a
Barferin e intentar discernir por qué nuestros soldados habían sido
contratados. Acompañado por Aldven, me acerqué hasta Barferin, quien hablaba
acaloradamente con Hatik. Parecían estar discutiendo, pero, cuando llegamos, ya
estaban terminando y solo pudimos oír a Hatik decir:
-Las
órdenes son estas y no hay más que hablar. El emperador ha sido benevolente con
todos y cada uno de vosotros permitiéndoos ser una institución militar al
margen del ejército y concediéndoos el privilegio de convertiros en caballeros,
a pesar de la clara falta de experiencia de alguno de vuestros hombres-y, al
mencionar aquello, pude ver cómo me miraba descaradamente-. Mis hombres me
están esperando, y los vuestros a vosotros. Será mejor que todos nos pongamos
en marcha cuanto antes.
Cuando
se retiró, Aldven y yo nos acercamos a Barferin. Su gesto nos infundía temor.
Jamás había visto a Barferin tan cabreado como aquella vez. Mantenía sus puños
cerrados con fuerza y su mandíbula parecía que fuese a partirse de un momento a
otro de tanto apretar sus dientes.
-Capitán,
¿qué ha ocurrido?-preguntó Aldven preocupado por la discusión.
-Nos
han engañado y nos están tratando como a imbéciles-dijo lleno de rabia-.
Nuestros hombres son mercenarios. Todos estamos al mando de un escuadrón de
mercenarios. Todos salvo ese impertinente caballerucho del tres al cuarto con
aires de superioridad que solo tiene ese título por haber salido de los
testículos de su padre.
-¿Quién
es su padre?-pregunté movido por la curiosidad, a pesar de que el tema a tratar
y que más nos preocupaba era otro muy distinto.
-Su
padre fue un estratega muy apreciado por el antiguo emperador de Antran y quien
ayudó a nuestro actual emperador a ganar la guerra contra Arstacia-respondió
soltando un suspiro-. Quizá hayáis oído hablar de él; se llama Arlon.
-Mi
amigo Trent me ha hablado varias veces de él-comenté, recordando cuando el
joven estudioso me hablaba fascinado de las estrategias antranas durante la
guerra, diciendo lo increíble que era que consiguieran borrar un reino entero
en un conflicto bélico que apenas duró un año.
-¿Y
qué tiene que ver el padre de Hatik en todo esto?-preguntó Aldven, confuso.
-¿Yo
qué sé? Me habéis preguntado vosotros-contestó Barferin alterado-. De cualquier
forma, da igual. ¿Por qué habéis venido vosotros?-nos preguntó.
-Aldven
se había percatado de que todos los soldados que hay aquí son mercenarios, y
queríamos preguntarte si sabías algo al respecto.
-Justo
por eso estábamos discutiendo Hatik y yo-nos aclaró negando con la cabeza-.
Pero no quiere decirnos nada al respecto. Dice que no es de nuestra incumbencia
y que nosotros solo tenemos que acatar las órdenes del emperador. ¡A saber si
no ha sido él quien nos ha puesto al mando de estos mercenarios!
Barferin
estaba demasiado alterado y no sabíamos qué hacer para que recuperara la calma.
Yo también estaba algo enfadado por que nos hubiesen ocultado aquello, pero si
ni Barferin había conseguido aclarar el asunto, mucho menos caso me iban a hacer
a mí.
-Supongo
que no tenemos otra alternativa, debemos seguir con la misión a pesar de este
infortunio-comenté cruzándome de brazos resignado.
-Yo
no lo llamaría infortunio, yo lo llamaría faena-respondió Aldven.
-Lo
que está claro es que nos han hecho una jugarreta tremenda-dijo Barferin,
tratando de tranquilizarse-. Lo peor de todo es que Hatik sí tiene bajo sus
órdenes a soldados de verdad, y eso es lo que me preocupa.
-¿Por
qué?-pregunté.
-¿No
te parece sospechoso que todos sean mercenarios salvo sus hombres?-preguntó
retóricamente, aunque no entendía a dónde quería parar-. Primero nos meten
prisa para que partamos cuanto antes a borrar del mapa unos poblados pequeños
con decenas de hombres armados contra un puñado de habitantes desarmados. Nos
ponen a nosotros a capitanearlos a pesar de que vosotros dos aun sois muy
jóvenes y no tenéis ninguna experiencia de mandato. Ahora resulta que nuestros
soldados son mercenarios. Y a eso tenemos que añadirle el hecho de que Hatik
también participará en esta misión, nadie sabe a dónde se dirige y sus hombres
sí son soldados de verdad.
-Visto
así es bastante sospechoso-reconocí-. Por cierto, ¿no íbamos a ser en total
ocho escuadrones?-pregunté, y Barferin asintió con la cabeza sin entender el
por qué de mi pregunta-. Aquí solo he contado siete escuadrones.
-El
octavo escuadrón partió esta mañana-respondió Barferin, quien se quedó durante
un momento en silencio, pensativo-. Ahora que lo dices… nadie sabe quién
comanda ese escuadrón ni a dónde se dirige.
-Supongo
que tú sabrás cuál es su objetivo-comenté.
-En
la lista solo aparecían siete nombres, pero en el informe decían que eran ocho
aldeas. Qué extraño.
-Hoy
está siendo todo demasiado extraño-dijo Aldven cruzándose de brazos-. Pero no
podemos hacer nada por el momento.
-Tienes
razón, aun no podemos hacer nada para entender qué está pasando-reconoció
Barferin frustrado-. Centrémonos en cumplir con nuestra misión y, cuando
regresemos a casa, intentaremos arrojar luz sobre el asunto, ¿de acuerdo?
Asentimos
con la cabeza, conformes y decididos, y nos separamos para reunirnos con
nuestros hombres. Cuando llegué y me presenté pude ver el desagrado de tener
que estar bajo mis órdenes en los rostros de algunos más descarados. Y supuse
que el resto que, que parecían no importarles en absoluto, ocultaban ese mismo
desagrado. Supe en ese momento que aquel viaje sería más difícil de lo que
pensaba teniendo que cargar con un escuadrón de mercenarios a los que no
parecía hacerles mucha gracia que yo fuese su capitán. Y a eso se le sumaba el
halo de misterio que envolvía de secretos una misión que ninguno podíamos
comprender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario