El
día anterior, mientras Karter y yo hablábamos con el emperador y con Hatik,
todos nuestros compañeros fueron asignados a una unidad. Éramos los únicos que
no sabíamos de qué tropa formaríamos parte, por lo que, para no entorpecer el
entrenamiento de los demás soldados, nos separaron nuevamente para poder
asignarnos. El capitán nos llamó a ambos para que nos dirigiéramos al patio
interior del palacio mientras los demás seguían con sus entrenamientos en el
patio exterior. Contábamos con el permiso del emperador para poder entrar en el
interior del palacio, lo que, en cierto modo, me pareció bastante excitante.
Conforme
caminaba por los pasillos, me preguntaba cuántos afortunados, quitando a los
guardias y a la alta nobleza, habían podido apreciar las obras de arte que se
exponían por todas partes, desde las esculturas de mármol hasta las pinturas
que lucían en las paredes. Hasta la propia arquitectura era algo impresionante
y maravilloso. Las columnas que sostenían el techo servían a su vez como
decorado por las formas y los motivos de sus grabados. En algunas podían verse
historias de la guerra, o interpretaciones de algunas leyendas antranas, como
solían hacer las inscripciones de las paredes de algunos templos.
El
patio interior, por su parte, era de un tamaño mucho más reducido que el patio
exterior, el cual era casi tan grande como la plaza. Varias losas de piedra
apiladas unas junto a otras formaban un cuadrado perfecto justo en el centro,
bajo un pequeño techo sostenido por pequeñas columnas de piedra, esta vez, sin
ningún tipo de grabado. Rodeando ese espacio, varias flores decoraban cuatro
pequeños jardines que hacían esquinas, pintando aquel intenso verde con
pequeños puntos de diversos colores.
Entre los jardines, cuatro cortos caminos de piedra comunicaban con el
pasillo que rodeaba el patio central, cuyos muros se alzaban hasta apenas un
metro de altura, dejando ver el interior y el exterior del pasillo, y algunas
columnas similares a las del cuadrado central que llegaban desde el suelo hasta
el techo. Aquel pasillo comunicaba con otras estancias y corredores del palacio
a los que no teníamos acceso.
Nos
detuvimos en el cuadrado central, donde su techo nos haría sombra si no fuese
porque el día estaba nublado. Ahí habían dejado un barril hueco con algunas
espadas de distinto tamaño y cuatro maniquíes de madera con corazas metálicas
que se alzaban repartidos en las esquinas. El capitán nos invitó a coger la que
mejor nos sirviera para combatir. Karter cogió un mandoble bastante pesado que,
utilizando las dos manos, solo tendría que aprender algunas técnicas y algunos
trucos para manejarlo con soltura. Yo, por el contrario, busqué una espada que
pudiera manejar con una sola mano y que no fuera demasiado pesada, pero sí lo
suficiente para tener la seguridad de que no se rompiera en mitad de una pelea.
-Parece
que tenéis claro qué queréis ser, pero no pienso arriesgar vuestras vidas solo
por vuestras preferencias-dijo el capitán, pues cada espada era utilizado por
un tipo de unidad distinta, y yo sabía quién usaba cuál-. Karter, has de saber
que tu armadura será bastante pesada y que tendrás que aprender a manejar un
arma muy difícil de controlar si quieres salir airoso del combate. Por muy
resistente que sea tu armadura, de nada te servirá si apenas puedes moverte y
recibes golpes por todas partes-después de decirle eso a Karter, me miró a mí-.
Celadias, tu armadura será muy parecida a la que usaste la otra noche en
batalla. ¿Te sentiste cómodo con ella?-asentí a su pregunta-. Karter tiene el
consuelo de que algo le protegerá, pero tú serás quien mejor tenga que saber
combatir, pues estarás bastante desprotegido. Por eso os invito a que ataquéis
a los maniquíes para ver si sabéis usar las espadas que habéis cogido. A ver si
vuestras preferencias se corresponden con vuestras habilidades.
Durante
toda la mañana estuvimos peleando contra muñecos inmóviles, lo que me resultaba
bastante frustrante por no suponerme ningún reto. Poco a poco me iba habituando
al peso del acero en mis manos, por lo que llegó un momento en el que era
inútil para mí seguir peleando contra aquello. Aunque a Karter parecía venirle
bien esa práctica, pues sus movimientos eran bastante pobres y torpes en
comparación con los míos, y el capitán se dio cuenta al instante. En su defensa,
debería decir que él también estaba acostumbrado a pelear con espadas de madera
y que su espada era mucho más grande y pesada que la mía.
El
capitán me permitió que descansara al ver los progresos que había hecho
mientras daba algunos consejos a mi amigo:
-Con
la mano que coloques arriba quiero que guíes la dirección hacia la que quieras
dirigir el golpe, simplemente doblando la espada hacia un lado o hacia el otro,
mientras empleas la mano de abajo como si tiraras de una palanca para que el
filo se adelante al atacar y retroceda al defenderte. Al principio te costará
algo de trabajo, pero esta es la mejor técnica para poder utilizarla.
Karter
parecía poner el mayor empeño posible mientras el cansancio comenzaba a
mermarle. Mientras yo contemplaba su entrenamiento, recuperando mis fuerzas, no
dejaba de darle vueltas a las palabras del emperador y al encargo que nos hizo
en los jardines del patio exterior. Hatik nos pidió que acabáramos con Artrio
si resultaba ser un traidor, pero, ¿cómo podíamos hacer eso? Él era nuestro
amigo casi desde la infancia, crecimos y soñamos juntos, y ahora no podíamos ni
siquiera concebir la idea de que él formase parte del ejército rebelde. Pero el
capitán parecía estar seguro de lo que había visto.
Ahora
que éramos soldados, supuse que podría tener la confianza suficiente como para
hablar con él acerca de lo sucedido y saber cuál era su opinión al respecto.
Pensaba que así podría aclarar mis dudas acerca de lo que nos encargó el
emperador, pero hicimos una promesa de no hablar de ello con nadie. No sabía
qué hacer hasta que se acercó a mí y me hizo volver al mundo real.
-Karter
estará un buen rato peleándose con el maniquí, y tú tienes que seguir
entrenando, así que deja de estar de brazos cruzados y vamos a darte un
oponente más digno-dijo sonriendo ampliamente, como si estuviera planeando algo
grande-. No haré venir a ningún soldado, solo tenemos permiso para estar aquí
nosotros tres, así que yo seré tu rival esta vez. Intentaré no emplearme a
fondo y ser bueno contigo, aunque creo que eso no te supondrá ningún
problema-dijo riéndose, haciendo una clara referencia a la prueba.
Cogió
un par de espadas sin filo y me tendió una. Ambos nos ataviamos con una coraza,
unos brazales y unas grebas de cuero, y un yelmo bastante ligero y con pequeñas
abolladuras. Chocamos nuestras espadas en señal de respeto por el adversario
para comenzar el duelo y nuestro primer movimiento fue mutuo: retroceder un
paso para poner distancia. Por un momento dejé de escuchar a Karter, quien
parecía haberse decidido a tomar un descanso para contemplar la pelea.
El
capitán decidió dar el primer paso, y esta vez parecía estar mucho más decidido
que el día en que nos batimos por primera vez. Eso me hizo tener que estar más
atento y concentrarme al máximo si quería poder estar a la altura. Desvié la
trayectoria de su espada con la hoja de la mía con un golpe, y quise intentar
contraatacarle bajando la espada y lanzando un tajo hacia su vientre en
horizontal. El capitán hizo que ambas armas volvieran a chocar una segunda vez
y, durante el forcejeo, pateó mi estómago para echarme atrás. Esta vez no me
dejaría vencer tan fácilmente, mantuve el equilibrio para evitar caerme tras
retroceder un par de pasos y me preparé para un segundo asalto.
Esta
vez lo inicié yo, que me abalancé contra él cargando con la punta de la espada
en dirección al pecho. Era un ataque bastante fácil de evitar, y yo lo sabía,
por lo que, en el último momento y tras prever la dirección que seguiría la
hoja de la espada de mi oponente, me impulsé con el pie izquierdo para hacer
una finta y desviar mi trayectoria, pasando por el lado derecho, desde mi
posición, del capitán, quien parecía no haberse esperado tal final. Terminé la
acción golpeándose en el costado con la empuñadura de la espada y me alejé de
él un par de pasos para darle tiempo a prepararse, y dármelo también a mí para
ver cuál sería su siguiente movimiento.
-No
me queda otra más que emplearme por completo contigo, ¿eh, muchacho?-dijo el
capitán orgulloso de que hubiese sido capaz de atravesar su guardia-. Karter,
deja de holgazanear y sigue trabajando-le replicó antes de lanzarse a por mí.
Utilizó
todas sus fuerzas para lanzarme un tajo directo desde abajo que me pasara por
encima de mi pecho en diagonal. Pero, no sé si por suerte o por mi agilidad,
conseguí evitar que la punta de su espada me alcanzara y solo rozara levemente
la coraza dando un salto hacia atrás. Sorprendido por su rapidez, no pude
percatarme de que volvía otra vez a la carga, esta vez empujándome con su
hombro en un placaje para echarme hacia atrás y, posteriormente, volver a hacer
el mismo movimiento de antes pero a la inversa.
El
empujón me hizo trastabillar y casi perder el equilibrio, por lo que no pude
evitar su segundo golpe, el cual sentí al alcanzar la coraza. No llegó a
atravesarla, pues la hoja de la espada no tenía filo y el cuero era bastante
resistente, pero sí me hizo caer al suelo de espaldas con un fuerte golpe. Me
quedé durante unos segundos tirado en el suelo, recuperando el aliento, con la
frente perlada en sudor. El duelo había sido breve pero intenso, e hizo que me
diera cuenta lo mucho que me hacía falta entrenar y perfeccionar mis
habilidades.
-No
te sientas mal por ser derrotado dos veces-dijo mientras se quitaba el yelmo y
me tendía la mano para ayudarme a levantarme-. Por algo estoy donde estoy y no
enterrado en el cementerio junto a viejos compañeros caídos en batalla, ¿no
crees?
-Poco
a poco mejoraré hasta poder derrotarle, señor-contesté con algo de arrogancia,
todo sea dicho, pero con la creencia de que algún día podría poder igualar sus
fuerzas.
-Espero
que así sea, Celadias. Y, cuando creas que puedas derrotarme, aceptaré gustoso
un nuevo duelo-aceptó el capitán con una sonrisa orgullosa mientras contemplaba
a Karter, quien parecía que había mejorado un poco con el manejo de su espada-.
Será todo un honor ser derrotado por ti, eres un caso único. Hacía mucho tiempo
que no veía a un recluta con tanto potencial y tanta seguridad en sí mismo.
-A
veces las dudas me hacen plantearme si sigo el camino correcto-confesé con
seriedad, sin querer ocultar mis temores.
-¿Dudas
acerca de tu amigo?-preguntó mirándome de reojo para poder ver que mi respuesta
se resumía solo en asentir con la cabeza-. Quizá mis ojos me engañaran y solo
viese a un joven con cierta similitud a él, por lo que no deberías preocuparte
demasiado. Sigue el camino que dicte tu corazón y que tú creas que es el mejor.
-Pero,
¿y si fuese cierto que Artrio es un rebelde?
-Si
te soy sincero, a mí también me consta que él no lo es. Pero, como
comprenderás, tras un ataque como el que sufrimos la pasada noche no podemos
permitirnos el lujo de confiar a la ligera. Mis ojos han visto dos cosas
totalmente opuestas que hacen referencia a él: a un chico ambicioso y
aventurero con ganas de conocer el mundo y saber manejar bien una espada con el
único fin de poder defenderse de los peligros de sus viajes, y a un joven
rebelde matando con su acero a nuestros compañeros porque se interponían entre
él y la ciudad. Si tuviera que juzgar por lo que ven mis ojos, no sabría si ver
en él a un simple viajero o a un enemigo.
Las
palabras del capitán no fueron de mucho consuelo para mí, sobretodo cuando se
tornaron cansadas y confusas al final. Y mis dudas aun permanecían en mi cabeza
sin poder aclararlas. Si tan solo pudiese desahogarme contándole al capitán lo
que hablé con el emperador, quizá pudiera llegar a ver alguna luz que aclarase
mi camino.
Al
terminar la sesión matinal, comimos con el capitán, en el patio, algunos trozos
de pan y una pieza de fruta cada uno, acompañados por algo de vino que nos
ofreció el capitán, el cual lo guardaba en una bota que dejó junto a su
alforja. Una vez recobramos fuerzas y reposamos la comida, nos pusimos en
marcha con el entrenamiento. Esta vez, el capitán nos enseñó algunas técnicas
para que fuésemos familiarizándonos con las armas y pudiésemos adelantar algo
para el día siguiente. A Karter le asignó la infantería pesada, como supuse
desde el primer momento, y a mí me invitó a que formara parte de la infantería
ligera, donde, según dijo, me veía un gran futuro con posibilidades de ascender
con rapidez. Claramente, ahí era donde yo quería formar parte, por lo que
acepté sin dudar.