Reproductor

miércoles, 24 de junio de 2015

Capítulo 6: Asignados



El día anterior, mientras Karter y yo hablábamos con el emperador y con Hatik, todos nuestros compañeros fueron asignados a una unidad. Éramos los únicos que no sabíamos de qué tropa formaríamos parte, por lo que, para no entorpecer el entrenamiento de los demás soldados, nos separaron nuevamente para poder asignarnos. El capitán nos llamó a ambos para que nos dirigiéramos al patio interior del palacio mientras los demás seguían con sus entrenamientos en el patio exterior. Contábamos con el permiso del emperador para poder entrar en el interior del palacio, lo que, en cierto modo, me pareció bastante excitante.

Conforme caminaba por los pasillos, me preguntaba cuántos afortunados, quitando a los guardias y a la alta nobleza, habían podido apreciar las obras de arte que se exponían por todas partes, desde las esculturas de mármol hasta las pinturas que lucían en las paredes. Hasta la propia arquitectura era algo impresionante y maravilloso. Las columnas que sostenían el techo servían a su vez como decorado por las formas y los motivos de sus grabados. En algunas podían verse historias de la guerra, o interpretaciones de algunas leyendas antranas, como solían hacer las inscripciones de las paredes de algunos templos.

El patio interior, por su parte, era de un tamaño mucho más reducido que el patio exterior, el cual era casi tan grande como la plaza. Varias losas de piedra apiladas unas junto a otras formaban un cuadrado perfecto justo en el centro, bajo un pequeño techo sostenido por pequeñas columnas de piedra, esta vez, sin ningún tipo de grabado. Rodeando ese espacio, varias flores decoraban cuatro pequeños jardines que hacían esquinas, pintando aquel intenso verde con pequeños puntos de diversos colores.  Entre los jardines, cuatro cortos caminos de piedra comunicaban con el pasillo que rodeaba el patio central, cuyos muros se alzaban hasta apenas un metro de altura, dejando ver el interior y el exterior del pasillo, y algunas columnas similares a las del cuadrado central que llegaban desde el suelo hasta el techo. Aquel pasillo comunicaba con otras estancias y corredores del palacio a los que no teníamos acceso.

Nos detuvimos en el cuadrado central, donde su techo nos haría sombra si no fuese porque el día estaba nublado. Ahí habían dejado un barril hueco con algunas espadas de distinto tamaño y cuatro maniquíes de madera con corazas metálicas que se alzaban repartidos en las esquinas. El capitán nos invitó a coger la que mejor nos sirviera para combatir. Karter cogió un mandoble bastante pesado que, utilizando las dos manos, solo tendría que aprender algunas técnicas y algunos trucos para manejarlo con soltura. Yo, por el contrario, busqué una espada que pudiera manejar con una sola mano y que no fuera demasiado pesada, pero sí lo suficiente para tener la seguridad de que no se rompiera en mitad de  una pelea.

-Parece que tenéis claro qué queréis ser, pero no pienso arriesgar vuestras vidas solo por vuestras preferencias-dijo el capitán, pues cada espada era utilizado por un tipo de unidad distinta, y yo sabía quién usaba cuál-. Karter, has de saber que tu armadura será bastante pesada y que tendrás que aprender a manejar un arma muy difícil de controlar si quieres salir airoso del combate. Por muy resistente que sea tu armadura, de nada te servirá si apenas puedes moverte y recibes golpes por todas partes-después de decirle eso a Karter, me miró a mí-. Celadias, tu armadura será muy parecida a la que usaste la otra noche en batalla. ¿Te sentiste cómodo con ella?-asentí a su pregunta-. Karter tiene el consuelo de que algo le protegerá, pero tú serás quien mejor tenga que saber combatir, pues estarás bastante desprotegido. Por eso os invito a que ataquéis a los maniquíes para ver si sabéis usar las espadas que habéis cogido. A ver si vuestras preferencias se corresponden con vuestras habilidades.

Durante toda la mañana estuvimos peleando contra muñecos inmóviles, lo que me resultaba bastante frustrante por no suponerme ningún reto. Poco a poco me iba habituando al peso del acero en mis manos, por lo que llegó un momento en el que era inútil para mí seguir peleando contra aquello. Aunque a Karter parecía venirle bien esa práctica, pues sus movimientos eran bastante pobres y torpes en comparación con los míos, y el capitán se dio cuenta al instante. En su defensa, debería decir que él también estaba acostumbrado a pelear con espadas de madera y que su espada era mucho más grande y pesada que la mía.

El capitán me permitió que descansara al ver los progresos que había hecho mientras daba algunos consejos a mi amigo:

-Con la mano que coloques arriba quiero que guíes la dirección hacia la que quieras dirigir el golpe, simplemente doblando la espada hacia un lado o hacia el otro, mientras empleas la mano de abajo como si tiraras de una palanca para que el filo se adelante al atacar y retroceda al defenderte. Al principio te costará algo de trabajo, pero esta es la mejor técnica para poder utilizarla.

Karter parecía poner el mayor empeño posible mientras el cansancio comenzaba a mermarle. Mientras yo contemplaba su entrenamiento, recuperando mis fuerzas, no dejaba de darle vueltas a las palabras del emperador y al encargo que nos hizo en los jardines del patio exterior. Hatik nos pidió que acabáramos con Artrio si resultaba ser un traidor, pero, ¿cómo podíamos hacer eso? Él era nuestro amigo casi desde la infancia, crecimos y soñamos juntos, y ahora no podíamos ni siquiera concebir la idea de que él formase parte del ejército rebelde. Pero el capitán parecía estar seguro de lo que había visto.

Ahora que éramos soldados, supuse que podría tener la confianza suficiente como para hablar con él acerca de lo sucedido y saber cuál era su opinión al respecto. Pensaba que así podría aclarar mis dudas acerca de lo que nos encargó el emperador, pero hicimos una promesa de no hablar de ello con nadie. No sabía qué hacer hasta que se acercó a mí y me hizo volver al mundo real.

-Karter estará un buen rato peleándose con el maniquí, y tú tienes que seguir entrenando, así que deja de estar de brazos cruzados y vamos a darte un oponente más digno-dijo sonriendo ampliamente, como si estuviera planeando algo grande-. No haré venir a ningún soldado, solo tenemos permiso para estar aquí nosotros tres, así que yo seré tu rival esta vez. Intentaré no emplearme a fondo y ser bueno contigo, aunque creo que eso no te supondrá ningún problema-dijo riéndose, haciendo una clara referencia a la prueba.

Cogió un par de espadas sin filo y me tendió una. Ambos nos ataviamos con una coraza, unos brazales y unas grebas de cuero, y un yelmo bastante ligero y con pequeñas abolladuras. Chocamos nuestras espadas en señal de respeto por el adversario para comenzar el duelo y nuestro primer movimiento fue mutuo: retroceder un paso para poner distancia. Por un momento dejé de escuchar a Karter, quien parecía haberse decidido a tomar un descanso para contemplar la pelea.

El capitán decidió dar el primer paso, y esta vez parecía estar mucho más decidido que el día en que nos batimos por primera vez. Eso me hizo tener que estar más atento y concentrarme al máximo si quería poder estar a la altura. Desvié la trayectoria de su espada con la hoja de la mía con un golpe, y quise intentar contraatacarle bajando la espada y lanzando un tajo hacia su vientre en horizontal. El capitán hizo que ambas armas volvieran a chocar una segunda vez y, durante el forcejeo, pateó mi estómago para echarme atrás. Esta vez no me dejaría vencer tan fácilmente, mantuve el equilibrio para evitar caerme tras retroceder un par de pasos y me preparé para un segundo asalto.

Esta vez lo inicié yo, que me abalancé contra él cargando con la punta de la espada en dirección al pecho. Era un ataque bastante fácil de evitar, y yo lo sabía, por lo que, en el último momento y tras prever la dirección que seguiría la hoja de la espada de mi oponente, me impulsé con el pie izquierdo para hacer una finta y desviar mi trayectoria, pasando por el lado derecho, desde mi posición, del capitán, quien parecía no haberse esperado tal final. Terminé la acción golpeándose en el costado con la empuñadura de la espada y me alejé de él un par de pasos para darle tiempo a prepararse, y dármelo también a mí para ver cuál sería su siguiente movimiento.

-No me queda otra más que emplearme por completo contigo, ¿eh, muchacho?-dijo el capitán orgulloso de que hubiese sido capaz de atravesar su guardia-. Karter, deja de holgazanear y sigue trabajando-le replicó antes de lanzarse a por mí.

Utilizó todas sus fuerzas para lanzarme un tajo directo desde abajo que me pasara por encima de mi pecho en diagonal. Pero, no sé si por suerte o por mi agilidad, conseguí evitar que la punta de su espada me alcanzara y solo rozara levemente la coraza dando un salto hacia atrás. Sorprendido por su rapidez, no pude percatarme de que volvía otra vez a la carga, esta vez empujándome con su hombro en un placaje para echarme hacia atrás y, posteriormente, volver a hacer el mismo movimiento de antes pero a la inversa.

El empujón me hizo trastabillar y casi perder el equilibrio, por lo que no pude evitar su segundo golpe, el cual sentí al alcanzar la coraza. No llegó a atravesarla, pues la hoja de la espada no tenía filo y el cuero era bastante resistente, pero sí me hizo caer al suelo de espaldas con un fuerte golpe. Me quedé durante unos segundos tirado en el suelo, recuperando el aliento, con la frente perlada en sudor. El duelo había sido breve pero intenso, e hizo que me diera cuenta lo mucho que me hacía falta entrenar y perfeccionar mis habilidades.

-No te sientas mal por ser derrotado dos veces-dijo mientras se quitaba el yelmo y me tendía la mano para ayudarme a levantarme-. Por algo estoy donde estoy y no enterrado en el cementerio junto a viejos compañeros caídos en batalla, ¿no crees?

-Poco a poco mejoraré hasta poder derrotarle, señor-contesté con algo de arrogancia, todo sea dicho, pero con la creencia de que algún día podría poder igualar sus fuerzas.

-Espero que así sea, Celadias. Y, cuando creas que puedas derrotarme, aceptaré gustoso un nuevo duelo-aceptó el capitán con una sonrisa orgullosa mientras contemplaba a Karter, quien parecía que había mejorado un poco con el manejo de su espada-. Será todo un honor ser derrotado por ti, eres un caso único. Hacía mucho tiempo que no veía a un recluta con tanto potencial y tanta seguridad en sí mismo.

-A veces las dudas me hacen plantearme si sigo el camino correcto-confesé con seriedad, sin querer ocultar mis temores.

-¿Dudas acerca de tu amigo?-preguntó mirándome de reojo para poder ver que mi respuesta se resumía solo en asentir con la cabeza-. Quizá mis ojos me engañaran y solo viese a un joven con cierta similitud a él, por lo que no deberías preocuparte demasiado. Sigue el camino que dicte tu corazón y que tú creas que es el mejor.

-Pero, ¿y si fuese cierto que Artrio es un rebelde?

-Si te soy sincero, a mí también me consta que él no lo es. Pero, como comprenderás, tras un ataque como el que sufrimos la pasada noche no podemos permitirnos el lujo de confiar a la ligera. Mis ojos han visto dos cosas totalmente opuestas que hacen referencia a él: a un chico ambicioso y aventurero con ganas de conocer el mundo y saber manejar bien una espada con el único fin de poder defenderse de los peligros de sus viajes, y a un joven rebelde matando con su acero a nuestros compañeros porque se interponían entre él y la ciudad. Si tuviera que juzgar por lo que ven mis ojos, no sabría si ver en él a un simple viajero o a un enemigo.

Las palabras del capitán no fueron de mucho consuelo para mí, sobretodo cuando se tornaron cansadas y confusas al final. Y mis dudas aun permanecían en mi cabeza sin poder aclararlas. Si tan solo pudiese desahogarme contándole al capitán lo que hablé con el emperador, quizá pudiera llegar a ver alguna luz que aclarase mi camino.

Al terminar la sesión matinal, comimos con el capitán, en el patio, algunos trozos de pan y una pieza de fruta cada uno, acompañados por algo de vino que nos ofreció el capitán, el cual lo guardaba en una bota que dejó junto a su alforja. Una vez recobramos fuerzas y reposamos la comida, nos pusimos en marcha con el entrenamiento. Esta vez, el capitán nos enseñó algunas técnicas para que fuésemos familiarizándonos con las armas y pudiésemos adelantar algo para el día siguiente. A Karter le asignó la infantería pesada, como supuse desde el primer momento, y a mí me invitó a que formara parte de la infantería ligera, donde, según dijo, me veía un gran futuro con posibilidades de ascender con rapidez. Claramente, ahí era donde yo quería formar parte, por lo que acepté sin dudar.

martes, 23 de junio de 2015

Capítulo 5: Tomar una decisión



El camino de regreso a casa se me complicó bastante. Me sentía aturdido y mareado, y no conseguía entender del todo cómo era posible que pudiera mantenerme en pie y seguir andando. En casa me esperaban despiertos Kestix y mi madre, quienes seguían preocupados por mí. Creo que verme vivo no fue suficiente para calmarles y que mi estado hizo que se preocuparan aun más. Pero yo no pude hacer más que irme a la cama a intentar conciliar el sueño.

La noche fue agitada, apenas conseguí dormirme un par de veces y durante poco tiempo. Me pasé gran parte de la noche dando vueltas sobre el camastro e intentando ordenar mis pensamientos, tratando de saber cuál era el camino que debía seguir a partir de entonces. Agradecí que llegara el amanecer para acabar con aquel tormento que había sido mi noche y me levanté casi sin ganas de nada, aunque con la convicción de seguir el camino que, finalmente y tras tantas horas de sufrimiento, había decidido seguir. Hice algo de tiempo en el silencio de mi alcoba, tratando de no hacer ruido para no molestar a mi familia, antes de bajar y coger una manzana para alimentarme a lo largo de la mañana, si en algún momento me entraba hambre. La envolví en un trozo de tela limpio y la eché en una alforja pequeña.

Al salir de casa me encontré a Karter, quien me preguntó con seriedad si había tomado ya una decisión. Mi única respuesta fue asentir con la cabeza y dirigirme junto a él hacia el palacio. Al medio día, en el patio exterior del palacio, sería nuestro nombramiento como soldados, y nuestra última oportunidad para echarnos atrás. El patio exterior resplandecía por el reflejo del sol sobre las losas de piedra blanca del suelo. El acceso al interior del palacio se encontraba tras dos escaleras de mármol junto a un muro grisáceo en un extremo del patio que se acababan uniendo a la mitad del recorrido para seguir subiendo hasta la parte superior, donde se encontraban los jardines y desde el cual se colocaría el emperador para presenciar el nombramiento.

Cuando llegamos al lugar ya había varios guardias rodeando el perímetro con sus lanzas y armaduras relucientes, y algunos de los aspirantes que habían conseguido superar las pruebas. No tardaron en aparecer los demás y alguien que supuse que sería un caballero del emperador. Tenía un porte distinguido, típico y característico de alguien que pertenece a la nobleza. Dejaba caer su sedoso cabello negro sobre sus hombros. Su rostro parecía delicado pero severo al mismo tiempo, lo que, por alguna extraña razón, parecía hacerse respetar.

-Todos los presentes habéis superado las duras pruebas para formar parte del glorioso ejército antrano-comenzó a hablar, alzando la voz-. Aquí, sobre el suelo que vosotros estáis pisando ahora, hace años se libró la batalla más importante de la historia, en la que el reino de Arstacia cayó y que puso fin a la guerra. Antran, en una demostración de su infinita benevolencia, permitió a la ciudad invadida que conservara el nombre de su antiguo reinado. Ahora tenéis el honor de ser nombrados solados en el mismo suelo donde se derramó sangre por la gloria del imperio. Aunque aun estáis a tiempo de retractaros si lo deseáis. No os juzgaremos, sois hombres libres-ninguno de los presentes se movió entonces-. Cuando os llamemos, os arrodillaréis frente a las escaleras y al emperador, y haréis el juramento o anunciaréis en voz alta vuestro arrepentimiento.

Un guardia con un pergamino desenrollado se puso junto al noble caballero y comenzó a nombrar uno a uno a los aspirantes. Algunos hicieron su juramento de lealtad, y pocos fueron los que abandonaron, supuse, por la experiencia vivida la noche anterior en el campo de batalla. Karter fue con paso decidido y, siendo claro con sus palabras y su voz, juró lealtad al imperio y pidió servir al ejército. Y, cuando pronunciaron mi nombre, sentí nuevamente que el mundo se paraba y que todas las miradas presentes en el patio se dirigían hacia mí. Las dudas volvieron a aparecer en mi cabeza y, con paso inseguro, me acerqué hasta el punto en el que todos se arrodillaron. Me mantuve en silencio y con una rodilla apoyada en el suelo durante unos segundos hasta que, con voz alta y clara, pronuncié palabra:

-Yo, Celadias, juro ante el emperador y frente a todos los presentes mi lealtad, ofrezco mis servicios como soldado, hasta que la muerte me lleve en sus brazos con los dioses o sea tan anciano que una espada en mis manos solo sea una carga para mí, para mis seres queridos y para el imperio.

Tras unos segundos hasta que el emperador dio su visto bueno y me confirmaron que podía levantarme, me dirigí hacia donde se encontraba Karter, a un lado de la escalinata, esperando nuevas órdenes. Tras la ceremonia, los que acabamos convirtiéndonos en soldado fuimos llamados por el capitán para iniciar los primeros entrenamientos. Pero el mismo noble de antes nos detuvo a Karter y a mí.

-Capitán, espero que comprenda la importancia que supone el asunto para que un caballero del emperador tenga que intervenir en esto, y le ruego que entienda que necesitemos hablar con Karter y Celadias a solas-comentó con tranquilidad.

-¿Es por el informe que entregamos anoche?-preguntó el capitán, queriendo confirmar la relevancia del tema. El caballero solo asintió con la cabeza y el capitán se quedó callado durante unos segundos con bastante seriedad-. Está bien-dijo al fin-, no pasará nada porque se pierdan un entrenamiento. Mañana les asignaremos sus funciones y podrán incorporarse con normalidad.

El noble parecía satisfecho con la resolución del capitán, quien se despidió con una reverencia mientras su mano derecha se posaba cerrada en el pecho y le dio la espalda para unirse a los nuevos reclutas para la asignación de sus responsabilidades y para comenzar su preparación para el cumplimiento de estas. Mientras, Karter y yo subimos las escaleras junto al caballero, cuyo nombre era desconocido para nosotros hasta que se presentó frente al emperador.

-Gracias, Hatik-agradeció el emperador, un hombre de mediana edad y algunas arrugas ya visibles, con un rostro imponente y severo, y una mirada que helaría la sangre de cualquier humano. Aquella fue la primera vez que nos presentaron ante el emperador y la primera vez que le tuvimos cerca-. Ustedes dos debéis ser los reclutas Karter y Celadias, ¿cierto?-preguntó el emperador dirigiendo su mirada hacia nosotros, quienes respondimos con un solemne saludo golpeando nuestro pecho con la mano derecha cerrada-. Venid conmigo, por favor. Quisiera dar un paseo por el jardín mientras hablo con vosotros.

Sin esperar respuesta, el emperador se puso en marcha y comenzó a caminar por un pequeño sendero de piedra que contrastaba con la hierba que rodeaba el camino principal que iba directo hacia el palacio. A nuestro alrededor podíamos ver flores de todos los tipos y todos los colores, algunas de las cuales ni siquiera podíamos habernos imaginado que existieran hasta que las vimos en ese momento frente a nuestras miradas. Incluso Tren, quien, seguramente, había estudiado aquellas flores, las miraría incrédulo de que las tuviera delante de sus narices.

-Anoche sufrimos un ataque inesperado por parte de los rebeldes. Aunque no es algo que desconocierais, pues estuvisteis presente-comenzó a comentar-. Pero de lo que tengo que hablaros es posible que sí os pille de sorpresa.

Tras ese último comentario se paró en seco para girar su cuerpo y quedar cara a cara con nosotros. El noble que nos acompañaba no se separaba del lado izquierdo del emperador, y pude darme cuenta que, cuando él se giró, el caballero cambió su posición pero manteniéndose en la misma forma, con las manos tras su espalda.

-El capitán pudo ver con sus propios ojos una figura similar a la de uno de vuestros amigos. Dice que no había lugar a dudas, que le había visto muchas veces en la ciudad y que él había hablado con vosotros en más de una ocasión, pero, como habéis podido comprobar, el campo de batalla es algo caótico y desordenado. Sería muy fácil confundir una cara cuando estás peleando por conservar tu vida y la de miles de personas más. Por eso quería preguntaros algo: ¿Dónde se encuentra vuestro amigo Artrio?

Karter y yo nos miramos incrédulos por la pregunta, y algo me dijo que ambos entendíamos a dónde quería llegar el emperador, lo que nos sorprendió aun más.

-No lo sabemos, mi señor-dije yo adelantándome a Karter-. Lo único que sabemos es que se fue de viaje hace seis días y que volvería mañana. Jamás nos dice a dónde se dirige ni a qué se dedica.

-Creemos que simplemente ha encontrado su oportunidad de cumplir su sueño y viajar por el mundo-añadió Karter a mi explicación-. Él siempre nos hablaba de ver tierras nuevas y de vivir aventuras, y pensamos que es lo que está haciendo ahora mismo.

-¿Y por qué no os lleva a vosotros con él?-preguntó el emperador. Parecía que no nos creía y que estaba buscando algo con lo que pillarnos.

-Supongo que no quería ser un estorbo para cumplir nuestros sueños-respondió Karter esta vez.

-¿Y cuáles son? ¿Ser soldados?-ambos asentimos con la cabeza ante esa pregunta-. ¿Cuánto suelen durar sus viajes?

-Solo ha hecho tres viajes desde que empezó a irse de la ciudad-respondí yo-. El primero duró un par de días. El segundo fue el más largo, que duró semana y media.

-Y este viaje es de siete días… una semana-concluyó el emperador pensativo-. ¿Eso no os hace sospechar?-preguntó nuevamente, aunque tuvo que explicarse al ver nuestra cara de desconcierto-. Una semana y media no es suficiente para descubrir nuevas tierras y vivir aventuras. Un buen aventurero abandona sus tierras de manera indefinida, a veces ni siquiera vuelve a su hogar.

-Creemos que no quiere despedirse de Arstacia todavía-dije en defensa de Artrio. Sabía a lo que quería llegar el emperador, y me negaba a aceptar que Artrio estuviera con los rebeldes-. Él nació y creció aquí, es normal que no quiera desprenderse de una parte tan importante de su vida.

-También sabemos que su padre, Gurt, fue uno de los mejores soldados del antiguo rey de Arstacia, y aun sospechamos que pueda tener algunos lazos con los rebeldes-dijo el emperador con tono frío y desconfiado-. No sería de extrañar que su hijo fuese la espada y el escudo de su padre en el ejército rebelde.

-¡Artrio no es un rebelde!-gritó Karter, a quien le tuve que agarrar del pecho por miedo de que el caballero del emperador tomara aquello como una amenaza. Pero ni el noble ni el emperador hicieron un solo gesto.

-No podemos estar seguros de que así sea-dijo el emperador empezando a mostrar algo más de acercamiento y comprensión por nosotros-. Sus viajes inexplicables, sus repentinas desapariciones, que vuelva dos días después de un ataque, que su padre haya sido un soldado del antiguo régimen y que el capitán haya reconocido a alguien similar en el campo de batalla nos hacen dudar de que Artrio sea quien dice ser. Por eso os voy a dar vuestra primera misión. Aunque antes debéis saber que todo lo que hablemos entre nosotros cuatro a partir de ahora es confidencial y debéis mantenerlo en estricto secreto-Karter y yo asentimos con la cabeza, aceptando su condición-. Sois dos jóvenes talentosos y fieles, así que puedo confiar en vosotros. Averiguad más acerca de Artrio y de sus viajes secretos y mantenedme informado a partir de ahora.

-¿Y qué debemos hacer si descubrimos que es un aliado rebelde?-preguntó Karter con brusquedad. Incluso sentí algo de temor en sus palabras, aunque lo ocultaba bastante bien. A decir verdad, ambos compartíamos el mismo temor, creyendo conocer de antemano cuál sería la respuesta del emperador.

-Creía que no sería necesario responder a esa pregunta-respondió, esta vez el noble, con indiferencia-. Por el bien de la ciudad y para evitar nuevos problemas con los rebeldes, la mejor opción sería acabar con su vida.

-Obviamente, sería mejor si pudiera ser fuera de la ciudad-aclaró el emperador-. Ya sabéis, para ahorrar problemas y discordias entre los ciudadanos. ¿Qué pensarán de ustedes dos si matáis a alguien y no recibís un castigo apropiado por el asesinato de uno de sus semejantes? No podemos proporcionarles pruebas que lo justifique y todos pedirían vuestras cabezas.

-Esta misión es de vital importancia y por el bien común-comentó el caballero, acercándose a nosotros mientras el emperador nos daba la espalda y comenzaba a alejarse en dirección al palacio-. Si conseguís incriminarle y acabar con su vida, la gratitud del emperador estará con vosotros y será generoso con vuestros deseos. Siempre y cuando, claro está, esta conversación siga manteniéndose en la más estricta confidencialidad. Todo depende de vosotros-en ningún momento hizo un solo gesto, permaneciendo impasible con sus palabras-. Buena suerte, muchachos. Confiamos en que seréis capaces de superar esta misión con éxito, así que, por favor, no nos falléis.

viernes, 19 de junio de 2015

Capítulo 4: Dudas



Se hizo la noche tras el atardecer cuando salimos del cuartel donde nos aceptaron como soldados a Karter y a mí y nos habían dado nuestras primeras instrucciones para el día siguiente. Había sido un día bastante duro para ambos, por lo que decidimos retirarnos a descansar cada uno a nuestras casas y prepararnos para nuestro nombramiento y para los primeros entrenamientos dentro del ejército, al día siguiente. Pero no me podía imaginar que nuestro reencuentro fuese a ser esa misma noche, y menos de la manera en la que nos lo deparaba el destino.

Apenas había empezado a cenar con mi madre y con Kestix, contándoles cómo había sido mi brillante pelea contra el instructor y cómo me había felicitado posteriormente, cuando resonaron las alarmas desde el campanario junto a la plaza. El tañer y el ritmo en el que repicaban las campanas solo podía ser un llamamiento a los soldados para reunirse de urgencia en la plaza, sin importar el turno que tuvieran.

-Aun no te han nombrado soldado, Celadias, no tienes por qué ir-dijo mi madre preocupada, pues aquella alarma solo podía significar una cosa.

-Es mi deber. Aunque el nombramiento sea mañana, me siento obligado a asistir. No te preocupes, seguro que no será nada importante-contesté con tono serio y tranquilizador mientras vaciaba el contenido de mi vaso antes de ponerme de pie.

Besé la mejilla de mi madre y le revolví el pelo a mi hermano para tranquilizarles y salí corriendo de la casa. Me dirigí a toda prisa hacia la plaza y, por el camino, pude ver a varios hombres, algunos más corpulentos que otros, corriendo también en la misma dirección. Más tarde comprenderíamos que el llamamiento a los soldados era para evitar la entrada de tropas rebeldes que habían sido avistadas aquella misma tarde en los bosques del sur y que habían comenzado a movilizarse por la llanura que nos separaba.

-Veo que los que esta mañana eran aspirantes ahora quieren aspirar a ser soldados de verdad, ¿eh?-dijo el capitán, un hombre de mediana edad y gesto serio, quien ya portaba la armadura-. No estáis obligados a luchar esta noche, pero, si decidís hacerlo, aseguraos de llegar vivos a vuestro nombramiento. Al menos podréis morir con el honor de haber sido nombrados soldados.

El capitán concluyó indicándonos que nos preparáramos en los cuarteles, donde encontré a Karter terminando de ponerse la armadura. Ni siquiera tuvimos tiempo para saludarnos entre aquel barullo caótico, por lo que simplemente cruzamos miradas cómplices deseándonos suerte. Me preparé lo más rápido que pude, ataviándome con un yelmo, una loriga para cubrir mi torso, unas hombreras, las manoplas y el guardabrazos en la parte superior, y unas grebas en las piernas, además de un escudo cuadrado con el blasón de un águila negra con las alas extendidas cuya cabeza dirigía su mirada hacia su derecha. Aquella armadura parecía la más adecuada para la ocasión debido a su ligereza y a la rapidez para equiparlas. Y en aquel momento era cuando compadecía a quienes tenían que equiparse las pesadas armaduras. En aquel momento tuve más claro que nunca que prefería alistarme en las tropas de infantería ligera con tal de no tener que llevar jamás ese armatoste, pues, pese a que la protección que llevaba era ligera, aun tendría que acostumbrarme a llevarla puesta y no podía imaginarme portando algo tan pesado.

Regresé corriendo, una vez terminé de prepararme, a la plaza, donde me asignaron al escuadrón al que me uniría tras la entrada sur de la ciudad. Y ahí me di cuenta de que ese escuadrón estaba formado básicamente por los mismos que habían estado presentes en las pruebas, excepto algunos soldados ya nombrados pero que, posiblemente, no tendrían experiencia aun. Me preguntaba si acaso éramos el último recurso del imperio para defender la ciudad y mis dudas se confirmaron en el discurso del capitán.

-Nuestra misión consistirá en defender esta entrada en caso de que las tropas del exterior no consigan retenerlas. Esta será vuestra primera experiencia en combate real, y los dioses han querido que ocurra antes de que muchos de vosotros fueseis nombrados soldados. Sin entrenamiento no sois nadie, así que será mejor que recéis para que esos rebeldes no alcancen las murallas.

-Al capitán deberían darle algunas lecciones de estimulación a los reclutas-oí murmurar por lo bajo a uno de nuestros compañeros. Y, por suerte para él, parecía que el capitán no había escuchado nada.

El tiempo fue pasando mientras, desde nuestra posición, solo podíamos escuchar el fragor de la batalla a lo lejos, donde chocaban las espadas unas con otras produciendo un sonido metálico bañado por los gritos agónicos de quienes eran alcanzados por el acero de su enemigo. Ante un grito proveniente desde las alturas de la muralla que avisaba de que algunas tropas se dirigían hacia la entrada desde los flancos, el capitán hizo la señal de que saliéramos al exterior y nos apostáramos frente al sendero que conducía hacia el bosque formando un bloque donde los más experimentados estaban al frente.  Pude sentir por primera vez la excitación de estar en una batalla real, junto al miedo y el respeto ante el enemigo. Pude ver cómo las tropas que formaban la delantera de la resistencia seguían enzarzadas en la batalla al frente y parecían confiar en nosotros para defender la ciudad de las tropas que se avecinaban desde los flancos. Y fue en ese momento en el que supe la responsabilidad que otorgaba portar una espada antrana entre mis manos, y que no podía fallar ahora que aquella responsabilidad recaía sobre mí.

Pasamos unos segundos contemplando el avance hasta que el capitán dio la orden de avanzar. Entonces, el bloque se dividió en dos grupos que corrieron a la carga de las dos avanzadillas de los rebeldes; y los escudos de ambos bandos en ambos frentes chocaron con brutalidad, provocando un sonido casi ensordecedor. El forcejeo perduró durante medio minuto en el flanco donde acabé, hasta que la formación del enemigo acabó cediendo. Aunque no supe en qué momento exacto nuestra formación se rompió también y resultó en una lluvia de acero golpeándose los unos con los otros. Me sentía confuso y desorientado; nunca antes me había imaginado que combatir en un campo de batalla fuese como aquello.

Cuando reaccioné, volviendo a la realidad, tenía un guerrero rebelde alzando su mandoble frente a mí, dispuesto a cortarme en dos. Pude sentir la fuerza con la que bajó la hoja de la espada en mi dirección cuando, al apartarme de un salto hacia mi derecha, el aire cortado acarició mi brazo, avisándome de que aquella hoja había pasado muy cerca de mí. Aquel hombre parecía estar tan seguro de su éxito que hasta se sorprendió de que hubiese esquivado su ataque, y no parecía tener nada planificado para lo que le iba a venir a continuación. Dirigí la punta de mi espada hacia su costado, incrustándola con fuerza para clavarla en uno de sus pulmones. Las fuerzas de aquel soldado desaparecieron de repente y su peso empezó a ceder, cayendo al suelo mientras la hoja se deslizaba suavemente por la herida, entre las costillas del difunto, hasta salir al exterior bañada en la sangre carmesí que antes pertenecía al guerrero. Entonces me di cuenta de que había matado por primera vez a un hombre, y tuve una extraña sensación de culpabilidad.

Por alguna razón, y pese a ser consciente de que había evitado la posible pérdida de numerosas vidas a manos de aquel guerrero, me sentía extrañamente culpable por haberlo matado. Y me pregunté si aquello estaba hecho para mí, si hice bien en convertirme en soldado y si estaba preparado para seguir matando, aunque fuese por una causa justa. A mi alrededor notaba cómo decenas de hombres seguían combatiendo con la furia de mil bestias que se engrandecían excitados con la victoria frente a su oponente, pero yo era incapaz de seguir en pie. Las rodillas me fallaron y acabé cayendo sobre ellas mientras mi mente seguía perdida en un mar de dudas, en un alboroto de pensamientos que se contradecían unos y otros. Mientras trataba de convencerme de que lo que había hecho estaba bien, una parte de mí no podía evitar reprocharse el haber arrebatado la vida de una persona.

Mi mente vagaba por la oscuridad en un mar de dudas hasta que una voz me trajo de vuelta a la realidad, acompañada por un buen puñetazo que casi me derriba y me hace quedar de espaldas contra el suelo.

-¡¿Qué se supone que estás haciendo, Celadias?! ¡¿Acaso quieres que te maten?!

Tardé un poco en poder diferenciar a aquel sujeto, pues el golpe me había dejado aturdido, pero la voz era irreconocible incluso a pesar del ruido. Karter se había plantado delante de mí y me estaba sermoneando.

-No sé si estoy preparado para seguir luchando, Karter-comencé a explicarle con la voz algo quebrada-. ¿Y si esto no es lo mío? No soy capaz de volver a matar ahora que sé cómo se siente al matar a alguien.

-¡No seas cabezota! ¿Acaso quieres que lleguen a la ciudad y arrasen con todo lo que vean? Quizá ahora no te sientas preparado para matar a nadie, aunque sea por una buena causa, pero tienes que ser fuerte si quieres proteger a tu familia y a tus amigos-en ese momento, y aun a sabiendas de que tenía razón, seguía sin sentirme preparado para ello-. Hagamos una cosa: Lucha y sobrevive, y, mañana, cuando nos nombren soldados, decide si quieres seguir luchando como hoy.

Tras aquello, y sin tiempo que perder, me dio la espalda y siguió combatiendo contra las fuerzas rebeldes que, poco a poco, iban ganando terreno. Y pensé que aquella ventaja que estaban consiguiendo podía ser por mi culpa, por haberme derrumbado en mitad del combate. Cogí mi espada del suelo y, decidido a acabar con aquello, me alcé con todo el valor que pude acumular y arremetí contra el enemigo, lleno de rabia.

La batalla seguía desgastándome por dentro, arañando mi mente y llenándola de turbios pensamientos que me impedían ver con claridad. Solo conseguía pensar en las vidas que iba sesgando, no con facilidad, y en sus razones para luchar, en por qué estaban ahí peleando contra un imperio, en qué les aguardaba tras la batalla y en si ellos también tendrían algo que proteger, como una familia, así como en mis razones para empuñar una espada, para volver a levantarme contra ellos, para seguir luchando, para combatir hasta la muerte, ya fuese la de ellos o la mía propia. Todos aquellos pensamientos seguían enturbiando mi mente mientras detenía las acometidas de los rebeldes al tiempo que lanzaba mis propias contraofensivas para derribarles. Sabía que mi espada era la que hacía brotar la sangre de sus heridas, era plenamente consciente de ello en todo momento.

Varios gritos de retirada comenzaron a sonar por toda la llanura y los soldados rebeldes comenzaron a correr hacia los bosques, hacia el sur. Algunos de nuestros soldados los persiguieron para darles caza por el camino, para mermar sus fuerzas y asegurarse de que no volvieran a intentar algo así, mientras que yo me retiraba con paso lento hacia la seguridad tras las murallas. Una vez dentro de la ciudad, me apoyé en el muro de piedra y, sin poderlo evitar, comencé a vomitar, afectado por lo que había visto y hecho aquella noche. Karter, quien me vio en aquel deplorable estado, se acercó a mí para posar su mano sobre mi hombro, un acto tranquilizador.

-No pensamos en esto cuando nos decidimos a entrar en el ejército-dijo con voz cansada, y fue entonces cuando dirigí mi mirada hacia él, primero contemplando sus manos y luego su armadura. Estaba bañado en sangre, al igual que yo, pero él no parecía estar ni la mitad de afectado que yo. De hecho, mirando a los demás soldados, muchos parecían jactarse de la facilidad con la que evitaron el asedio y de cómo arrancaban sus vidas una a una-. Mañana nos nombrarán. Yo ya he tomado una decisión, aunque supongo que tendré que esperar a mañana para saber la tuya. Eres fuerte, Celadias, tenlo claro-dijo terminando de hablar antes de alejarse de mí, sin llegar a despedirse.

-Tu amigo tiene razón, chico. Eres bastante más fuerte de lo que crees-dijo una voz serena tras de mí. Al girarme, resultó ser el mismo capitán del escuadrón donde fui asignado-. A muchos nos ha pasado lo mismo que a ti en nuestra primera batalla. La diferencia es que nosotros ya estábamos preparados para esto, o eso creíamos. Algún día te acostumbrarás a esto.

-¡Pero yo no quiero acostumbrarme!-repliqué casi alzando la voz-. Pero tampoco puedo soportar la carga de haber quitado una vida, capitán.

-¿Y soportarías la carga de las vidas que quitará tu enemigo?-aquella pregunta volvió a aturdirme como lo hicieron primeramente mis pensamientos tras matar por primera vez-. Piensa en ello, chico. Solo así podrás darle fuerza a tu causa. De otra forma, siempre navegarás en un mar de dudas y tus pensamientos causarán tu derrota. Si quieres sacar a relucir la fuerza que llevas en tu interior, debes darle fuerza antes a tu propósito, a tu causa, a tu lucha.

miércoles, 17 de junio de 2015

Capítulo 3: Buenas noticias



Algunos trabajadores comenzaron a desmontar las vallas que conformaron el palenque donde se desarrollaron las peleas para la primera prueba ante mi mirada mientras esperaba en soledad sentado sobre un banco de piedra a la llegada de Karter. Los demás aspirantes se habían ido a recobrar energías, ya fuese poniendo su cuerpo en reposo hasta la llegada de la hora señalada o llenando su estómago de alimentos llenos de nutrientes. Por otra parte, Artrio ya nos había avisado de que su llegada sería dos días después de las pruebas, aunque, junto a su aviso, nos dejó su promesa de celebrar nuestra entrada en el ejército bebiendo y festejando hasta el amanecer. Ni siquiera Trent, cuya ausencia causó un desconcierto en mí, pudo negarse ante la propuesta del festejo.

-¿Crees que se habrá olvidado de la prueba?-preguntó Karter al llegar de hablar con el instructor y descubrir que aun no había rastro de nuestro amigo.

-Claro que no. Fue él quien ayer nos dijo que no pisaría la biblioteca en todo el día para poder darnos ánimos. ¿Qué te hace pensar que se habrá olvidado?

-Recuerda que tuve que despertarte para que pudieras llegar a tiempo y que casi lo olvidas-respondió con una risotada-. Si tú, que se supone que eres la persona que más interés tiene en este día, eres capaz de olvidarte de algo así, no sería de extrañar que Trent también lo hiciera.

-Recuerda que él está por encima de nosotros en ese aspecto-zanjé el asunto con otra risa.

El tiempo fue pasando con lentitud y, sin esperanzas de que Trent viniera, decidimos volver a casa para comer algo y hacer tiempo hasta que tuviéramos que volver a la plaza.

Por la tarde, en el mismo escenario de antes donde todo se mantenía igual salvo por la ausencia de la estacada, volvimos a reunirnos todos frente al instructor. Esta vez las pruebas eran menos exhaustivas, pero requerían de toda nuestra concentración. Primero nos hicieron superar algunas pruebas de destreza, habilidad e inteligencia. Más tarde, a los que habíamos llegado a la prueba final, nos dispusieron individualmente para que varios soldados nos examinaran con una serie de preguntas para valorar nuestro conocimiento y nuestra actitud para con los compañeros. En mi caso, el soldado que tenía parecía ser alguien que acababa de entrar en las filas del ejército.

Era un hombre joven que apenas tendría dos o tres años más que yo. No tenía ninguna cicatriz visible, lo que me hizo pensar en su falta de experiencia en el campo de batalla o en su habilidad para no haber sido herido hasta ahora. Su piel era bastante pálida y su pelo, corto y rizado, se mostraba de un naranja bastante intenso, al igual que la corta barba que cubría su mandíbula.

-No tienes por qué preocuparte, normalmente todos los que llegáis aquí estáis prácticamente dentro del ejército-dijo con tono tranquilizador y una ligera sonrisa de complicidad en sus labios-. Sería raro que alguien que ha sabido llegar hasta aquí sea incapaz de acertar con sus respuestas. Así que será mejor que empecemos cuanto antes y te quitemos este peso de encima, ¿vale?-asentí con la cabeza, con ganas de terminar aquello y poder tranquilizarme.

Comenzó a preguntarme acerca de las armas que empuñaban los solados y de las distintas partes de una armadura, así como sus escudos, acerca del material que las componían y de su utilidad; preguntó quiénes eran los soldados que empuñaban cada arma y qué clase de soldado quería llegar a ser. Hasta ese punto, pude presuponer que las preguntas eran para evaluar nuestros conocimientos y que, a continuación, llegaban las preguntas de aptitud de un soldado.

Al principio eran preguntas normales, como que nunca debía desobedecer una orden o que jamás debía levantar el arma contra un aliado por más que se torciera la situación. Pero llegó una pregunta que no supe responder y por la que sentí miedo de que todo el camino que había avanzado fuese retrocedido en el último paso.

-El enemigo ha entrado en la ciudad y está tomando las calles. Tu capitán te ordena reforzar las defensas para hacer retroceder al enemigo y, por el camino, encuentras a tus familiares en peligro, atrapados por los escombros de una casa derruida y en llamas. ¿Obedeces la orden de tu capitán o salvas a tu familia?

El gesto del soldado se puso serio y su complicidad parecía haber desaparecido por completo. Y me preguntaba si, quienes se habían visto fuera en la última prueba, habían caído por esta misma pregunta. Por un momento sentí como si el tiempo se parase; los segundos se convertían en minutos, y los minutos en horas. Al pasar unos segundos en silencio, lo que a mi juicio parecía haber sido una eternidad, el soldado suspiró y negó con la cabeza.

-No tienes por qué responder a esta pregunta, siempre la formulan nuestros superiores a los aspirantes para determinar cómo es su lealtad. Cuando alguien responde sin pensar en obedecer, suele tratarse de alguien que nos está mintiendo o que puede resultar un peligro para sus compañeros, pues no podemos confiar en la voluntad de alguien que no es capaz de salvar a sus seres queridos. Luego podemos encontrarnos el caso de quien responde sin pensar en salvar a su familia, lo cual dice mucho de la lealtad de ese soldado y nos anima a creer en su propósito. Pero cuando la respuesta es el silencio-hizo una breve pausa para soltar un segundo suspiro, y volvió a negar con la cabeza, dejando su frase por concluida-. El emperador no quiere esclavos que obedezcan órdenes sin siquiera cuestionarse por qué lo hacen, por eso a los indecisos como tú debemos enseñarles que las órdenes hay que cumplirlas, pero hay cosas mucho más importantes en la vida. Serás un buen soldado, muchacho, pero antes tendrás que aclarar tu mente.

Asentí con la cabeza, algo frustrado por no haber podido responder. Yo tenía claro por qué entré en el ejército, y que en esa situación habría salvado a mi familia, pero, por otra parte, tenía miedo de que mi respuesta hubiese podido ser un estorbo para mi causa. Al final, una vez me alejé del soldado tras indicarme a dónde debía dirigirme, me sentí bastante más aliviado.

Por el camino pude ver que Karter ya había terminado la prueba, y una agradable sorpresa me esperaba junto a él. Al principio solo pude ver a una persona de cabellos rubios con una larga trenza tras su espalda y una túnica blanca, pero, al darse la vuelta, pude reconocer el rostro de Trent. Sorprendido de verle con aquellas vestimentas, propias de un erudito, corrí hasta él para preguntarle acerca de su ausencia y de sus ropajes.

-Perdona que haya tardado tanto, pero el sabio bibliotecario insistió en su petición de que le acompañara a una reunión con sus compañeros-comenzó a explicarse Trent con una felicidad abismal-. Me han ofrecido que me una al gremio de erudición.

-¡Eso es genial, Trent!-exclamé contagiado por su alegría.

-Parece entonces que todos hemos conseguido cumplir nuestros sueños-dijo Karter, quien también parecía más feliz de lo normal-. Artrio está viajando a todas partes del mundo, Trent se convertirá en un erudito, y nosotros dos parece que ya estamos dentro del ejército.

-¿Superaste la última pregunta?-pregunté con curiosidad-. ¿Qué respondiste?-añadí a la pregunta anterior, intrigado por conocer su respuesta.

-Que jamás dejaría de lado a alguien a quien quiero por una simple orden. Eso sí, por un momento pensé que me echarían de una patada.

-Entonces está claro lo que tenemos que hacer a partir de ahora, ¿verdad?-preguntó Trent -. Yo pienso convertirme también en un sabio, y no os perdonaré si no os convertís en los mejores soldados. Así que tenemos que dar lo mejor de nosotros.

-¡Y celebrar las buenas noticias con Artrio cuando regrese a la ciudad!-añadió Karter haciéndose hueco entre Trent y yo mientras rodeaba nuestros cuellos con sus enormes brazos.

lunes, 15 de junio de 2015

Capítulo 2: El primer paso



-¡Despiértate, dormilón, o llegarás tarde!

Aquella voz en forma de grito hizo que abandonara un placentero sueño que, por desgracia o por fortuna, olvidé a los pocos segundos de caer de la cama contra el suelo. Y digo por fortuna porque seguramente me habría abalanzado contra la enorme e imponente figura que se alzaba junto a mí por haberme impedido seguir en aquel lugar donde todo lo que deseábamos se podía hacer realidad… durante el corto periodo de tiempo que estuviéramos durmiendo.

-Ya me darás las gracias por haberte despertado-dijo con su típica sonrisa bravucona Karter, quien me acercó su mano para ayudarme a ponerme en pie.

-Tienes suerte de que no recuerde nada de lo que estaba soñando, porque te arrearía buenos puñetazos por obligarme a abandonarlo-contesté algo malhumorado por el repentino despertar-. ¿A que vienen estas prisas y este jaleo?-pregunté con notable confusión.

-¿Ya te has olvidado? Hoy tenéis las pruebas del ejército-respondió a mi pregunta una voz femenina, a la que se le notaba su avanzada edad y cuya presencia no me había percatado hasta ahora. Pero mi sorpresa era más por el recordatorio que por no haberme dado cuenta de que se encontraba junto a la puerta-. Habéis entrenado muy duro estos meses, sería una lástima que llegaras tarde.

-¿Y no podríais haberme despertado con más suavidad, mamá?-pregunté refunfuñando.

-Llevo unos minutos intentándolo. Menos mal que ha venido Karter para ayudarme.

-Venga, vístete y no pierdas el tiempo. Yo te esperaré abajo.

Tanto Karter como mi madre abandonaron la habitación dejándome a solas. Mientras intentaba relajarme y concentrarme para lo que me esperaba a lo largo del día, comencé a vestirme con la ropa que había preparado la noche anterior. ¿Cómo era posible que me hubiese olvidado de las pruebas de la noche a la mañana? A día de hoy, aun sigo sin encontrarle alguna explicación. Lástima que no recuerde aquel sueño que había sido capaz de hacerme ignorar a mi madre e incluso olvidar algo tan importante.

Las dos horas siguientes se resumieron en un ligero desayuno lleno de energía y en una pequeña rutina de calentamiento, como volver a batirnos con espadas de madera con la promesa de que esa sería la última vez y que, la próxima, habríamos cambiado la madera por el acero. Además, asistimos a la charla previa en la plaza corriendo.

En la plaza ya se encontraba el instructor terminando los preparativos. Habían levantado un pequeño cerco de madera donde, junto a la entrada, había un barril con algunas espadas sin filo y algunas cotas de cuero, además de otras piezas de protección. Todos los aspirantes miraban con fascinación y respeto a las armas que tendrían que empuñar en unos minutos mientras ya empezaban a preparar mentalmente las tácticas que seguirían para derrotar a su rival, el instructor, quien, a decir verdad, me daba incluso más miedo que Karter. Su presencia era más imponente que la de mi amigo debido a su musculatura y su tamaño, pero lo que le hacía más respetable era aquella cicatriz que cubría su mejilla izquierda, algo arrugada como parte de su rostro debido a la edad. Heridas de guerra. Nosotros, meros aspirantes a ser soldados, tendríamos que enfrentarnos a un veterano de alguna guerra. Calcular su edad me hizo preguntarme si él combatió en la invasión a la ciudad, hace trece años.

-Estáis a un paso de convertiros en reclutas y formar parte del mayor ejército que ha conocido y conocerá jamás el mundo-comenzó a dar su discurso, frente a la mirada curiosa de algunos ciudadanos que no tenían nada que hacer o que habían pausado sus tareas en los comercios de la plaza para ver aquel espectáculo, que solo se repetía una vez al año. Era por eso por lo que siempre permitían a los habitantes de Arstacia, e, incluso, los alrededores, que asistieran de público a las pruebas del ejército-. Si lo que os espera hoy os parece duro, será mejor que os marchéis, pues el camino que os quedará después de uniros al ejército será más arduo que esto. Si, por el contrario, seguís aquí y superáis las pruebas que os aguardan a lo largo del día, os convertiréis en la gloria y el orgullo del impero, portaréis nuestras armas y luciréis el blasón en el escudo como auténticos soldados antranos. Eso solo depende de vosotros. Hacedlo lo mejor que sepáis.

Tras el discurso, un segundo hombre, algo más delgado y bajo que el instructor, ocupó su lugar mientras este entraba en el cerco y se equipaba con las piezas de protección que habían preparado. El ayudante del instructor comenzó a llamar uno a uno a todos los aspirantes, quienes, repitiendo una y otra vez el mismo proceso, tuvieron que enfrentarse a su rival en un duelo uno contra uno. Algunos de los aspirantes ofrecían un buen espectáculo, pero siempre acababan siendo derrotados por la experiencia y la habilidad de aquel veterano soldado, quien parecía no inmutarse en lo más mínimo. Karter intentó la estrategia que él mejor sabía hacer: lanzar golpes a mansalva como si de ello dependiera su vida. Creo que ya lo dije, su mayor virtud era la fuerza bruta. Pero de nada le sirvió en esta ocasión. Aunque consiguió evitar varias veces las estocadas que le devolvía el instructor, una zancadilla le hizo perder el equilibro y caer de bruces contra el suelo.

-Contigo hablaré más tarde, Karter-pude oír que le decía una vez le tuvo acorralado en el suelo. Entonces fue cuando escuché mi nombre y, tras tragar saliva, me adentré y realicé el mismo ritual-. Ah, el pequeño Celadias, ¿eh?-se percató el instructor al verme. No me extrañaba en absoluto que me conociera; al fin y al cabo, había hablado en más de una ocasión con varios soldados y pedí consejo a muchos guardias cuando Karter lograba vencerme-. Así que has decidido unirte a nosotros. Veamos si tu preparación es tan grande como tu curiosidad.

Mi oponente esperó paciente a que me terminara de preparar y, tras chocar nuestras espadas en señal de respeto, comenzó el combate. Al principio ambos guardamos distancia, calculando cada uno de los movimientos que podíamos hacer y que nos podría devolver el enemigo. Además, el peso del acero era mayor del que me esperaba pues, acostumbrado a la madera, mis movimientos se hacían más pesados y torpes, cosa que pude comprobar cuando el instructor decidió dar el primer paso lanzando un tajo horizontal hacia mi pierna. Obligándome a retroceder un par de pasos, tomé impulso y arremetí lo más rápido que pude contra mi objetivo, dando un salto hacia un lado al ver que su espada se alzaba dispuesta a lanzarme una segunda ofensiva. Volví a tomar el mismo impulso que antes, saltando al frente nada más sentí mi pie apoyándose en el suelo y traté de golpearle con la hoja sin filo en el costado, pensando que estaría desprotegido. Pero no me esperé una reacción tan rápida.

Al instructor solo le bastó girar su cuerpo hacia mí y moverse ligeramente hacia mi izquierda para que mi ataque no pudiera alcanzarle y que, para más colmo, pudiera golpearme en la espalda con su brazo desarmado. Aquello me hizo ver que, efectivamente, él había servido en las líneas ofensivas del ejército, pues era un movimiento que había realizado por inercia. Si hubiese tenido un escudo, el golpe me habría desequilibrado y, muy posiblemente, llegado a aturdirme. Y creo que ese mismo pensamiento tuvo él.

Intenté quitarme aquella idea de la cabeza para centrarme en la batalla y nos enzarzamos nuevamente en un ir y venir de estocadas y cortes que parábamos con nuestras espadas bloqueando al adversario. Aquello se prolongó durante bastante tiempo hasta que, mi rival, aprovechó un descuido en mi guardia y me pateó el vientre para empujarme hacia atrás y derribarme al suelo. Ni el cuero de la cota pudo impedir el dolor que me había causado aquel golpe, y agradecí la generosidad del ejército al permitirnos usar algo de protección, pues no podía ni imaginarme cómo habría quedado mi estómago después de aquello.

-Creo que todos estaremos de acuerdo con que eres el que mejor me ha enfrentado, Celadias-me felicitó el instructor ofreciéndome su mano para levantarme. Pude ver entonces que su rostro brillaba a causa del sudor y el esfuerzo, y sonreí, pese al dolor, considerando aquel halago como una victoria personal-. Estoy seguro de que serás uno de los mejores soldados algún día. Pero tendrás que seguir haciéndolo tan bien como acabas de hacerlo conmigo. Me gustaría poder decir que ya estás dentro pero las normas son las normas, y, como tus compañeros, tendrás que terminar las pruebas y esperar a conocer los resultados esta tarde-terminó deseándome suerte mientras me daba una palmada en el hombro y se retiraba con Karter.

jueves, 11 de junio de 2015

Capítulo 1: Arstacia



Hace trece años ya de la guerra. La vida ha cambiado muchísimo desde que nuestra ciudad pasó a formar parte del territorio antrano. Yo solamente tenía tres años por aquel entonces, así que no recuerdo mucho. Los primeros años fueron bastante conflictivos con aquellos pequeños grupos de resistencia pululando por las calles y causando los mayores destrozos que podían, pero los soldados imperiales consiguieron hacerles frente y, tras muchos esfuerzos, expulsaron a los radicales de la ciudad. Incluso, a día de hoy, a veces siguen habiendo algunas revueltas, pero ya no son tantas como al principio, ni mucho menos tan grandes. Toda la tranquilidad comenzó con las grandes promesas del cónsul que había mandado el emperador, promesas de una vida más sencilla a cambio de servir lealmente al imperio de Antran.

Algunas personas se vieron satisfechas con sus promesas y comenzaron a tranquilizarse, aceptando a los imperiales, aunque a regañadientes. Otras, en cambio, seguían con sus ideales de libertad. Hasta que, hace diez años, el emperador decidió tomar cartas en el asunto y presentarse él mismo a nuestra ciudad, Arstacia. Al principio causó un gran revuelo, era algo que nadie se habría imaginado que ocurriría. Él siempre se mantenía tras la seguridad que le otorgaban los grandes muros de su palacio en la capital. Pronto supimos por qué.

El emperador pagó una importante suma de dinero a todo aquel que colaborase con la construcción de su nuevo palacio; tenía la intención de convertir Arstacia en la nueva capital antrana. La conmoción por recibir tal honor hizo que todo aquel que estuviera capacitado a realizar tal labor física aceptase de buen grado la generosidad de aquel anciano y venerado hombre. Desde entonces, la ciudad ha sido mucho más tranquila. Respecto a mí, poco puedo decir. Aun era muy joven cuando pasó todo eso, solo tenía seis años.

No sé mucho sobre mis padres, solo que fueron personas humildes que murieron antes de la invasión. La única familia que conozco es a una mujer de gran corazón que hizo la labor de madre desde que tengo uso de razón y a quien, pese a no ser mi madre biológica, siempre he llamado madre. También a un jovenzuelo de pelo negro como el carbón y de ojos marrones, aunque a veces se veían pequeños tintes verdes, dos años más joven que yo, que siempre me seguía a todas partes. Era el hijo de esta señora, por lo que siempre le consideré mi hermano. Su padre murió poco antes de que mi hermanastro naciera, víctima de una enfermedad. Siempre he vivido solo con esa señora y ese chiquillo, a quienes, de ahora en adelante, mencionaré como mi madre y como mi hermano, Kestix.

Desde pequeños, Kestix y yo siempre hemos pasado los días correteando y viendo prosperar Arstacia en su incansable reconstrucción y en su incesante remodelación hasta convertirse en lo que es hoy día. Como críos, siempre nos fascinábamos viendo a los soldados imperiales con sus relucientes armaduras y sus impresionantes armas. Fue por ello por lo que al principio soñaba con ser un soldado. Terminé de convencerme a raíz de mis amigos: Artrio, Karter y Trent.

Artrio era un chico de mi edad, casi de la misma estatura que yo, de cabellos castaños hasta la altura del hombro, ojos marrones, muy comunes pero especiales de alguna forma, y bastante callado, todo sea dicho; difícilmente nos contaba en qué estaba pensando. Este hecho cambió cuando cumplió los quince años, que nos comenzó a contar que quería vivir aventuras, viajar y conocer el mundo. Meses más tarde pareció haber cumplido su sueño. Constantemente se ausentaba de la ciudad y podía tirarse meses sin aparecer por ahí. A él solo le quedaba su padre, un soldado al que obligaron a retirarse por haber servido al antiguo régimen. Le pagaron el dinero suficiente para vivir tranquilamente en la ciudad a cambio de no volver a empuñar un arma, y, teniendo en cuenta los lujos con los que le habían sobornado, no era de extrañar que aceptase de buen grado lo que dijeron que se trataba de “la generosidad del emperador para con un gran soldado, aunque antaño fuesen enemigos”. Obviamente, él seguía conservando su antigua espada, recuerdo de sus gloriosos años y de todas aquellas victorias que había conseguido gracias a ella.

Karter era un par de años mayor que yo. A diferencia de Artrio, él odiaba dejarse el pelo largo. También soñaba con convertirse en soldado, y fue quien me acabó convenciendo de alistarme con él. “Juntos podremos trabajar mejor y será más divertido”, repetía hasta la saciedad. A veces pienso que accedí solo para que se callara. Solía hablarnos constantemente de los enormes beneficios que tenía ser soldado. Era bastante corpulento, y poseía una fuerza envidiable. Pero poco podía hacer cuando un intelecto superior, cosa que no era difícil de tener, se enzarzaba en un combate uno contra uno frente a él. Eso sí, pobre de la persona que recibiera uno de sus puñetazos. Creo que yo recibí uno una vez. Y sí, solo digo que lo creo porque lo último que recuerdo fue ver su puño dirigirse hacia mi rostro y despertarme minutos más tarde, que a mí no me parecieron más que unos pocos segundos, rodeado de gente preocupándose por mí. A un lado, se encontraba él pidiéndome perdón.

En cuanto a Trent, siempre fue muy estudioso. Le fascinaba la historia y se podía pasar horas y horas metido en la biblioteca, leyendo enormes manuscritos que a muchos les acabaría sirviendo de somnífero, pero que a él le entretenían inexplicablemente. Pese a ser el más joven, era el más inteligente de los cinco, si contamos a Kestix, que quien, como dije, no paraba de seguirme a todas partes. Recuerdo que era cinco meses más joven que mi hermano. También solía hacer rabiar a Karter, cosa que nos parecía bastante cómico a todos aunque él llegara a enfadarse sin remedio en la mayoría de las ocasiones.  

Los años fueron pasando hasta que Karter y yo decidimos pasar juntos las pruebas de selección de los reclutas para entrar al ejército en cuanto yo cumpliera los dieciséis años y entrara en la edad de alistamiento, aprovechando que se realizarían apenas unos días después de mi cumpleaños. Nos preparamos concienzudamente durante meses, sabiendo lo estrictas que eran, pero, al menos, nos lo pasábamos bien. Nos divertíamos, entrenando, golpeándonos con espadas de madera hasta llegar al punto de acabar magullados o exhaustos e incapaces de mantenernos en pie. Y, a veces, acabábamos fardando de todo lo que conseguiríamos una vez fuésemos soldados. De hecho, ninguno de los dos quería conformarse con ser un simple soldado, ambos queríamos ser los mejores. Por aquel entonces no tenía claro qué era lo que me iba a deparar el futuro, si llegaríamos a ser soldados, si seríamos capaces de superar las duras pruebas que nos deparaban. Ni siquiera sabíamos si podríamos ser capaces de aguantar la vida de soldado que nos esperaría después de entrar al ejército. Pero yo sí tenía algo claro, y era que mi historia no había hecho más que comenzar.

lunes, 8 de junio de 2015

Prólogo

Todos sueñan con ser soldados, con el honor en las batallas, con defender su imperio, por las riquezas que les esperan, o piensan que les esperan, al alistarse en el ejército imperial. Todos sueñan, pero nadie se imagina lo que hay en la realidad. A veces pienso que ni los que ya formamos parte del ejército podemos imaginarnos todo lo que hay en la realidad.

Sí, es cierto, es duro vivir en una ciudad a la que le han robado su autonomía. Es duro vivir formando parte de un reino que nos ha quitado nuestra identidad. Pero hace años de eso ya, los más jóvenes no sabemos qué había antes de nuestro actual imperio, incluso los más creciditos no teníamos uso de razón por aquel entonces, o, incluso, ni siquiera recuerdan cómo eran las cosas antes. A veces oigo a los abuelos decir que deberíamos pelear por nuestra libertad y al herrero ofrecer armas gratis para quienes luchen contra el imperio. Obviamente, no lo dice en serio, aunque siento que, llegado el momento, quizá él fuese el primero en dar sus armas al pueblo.

De cualquier forma, algunos nos hemos adaptado a esta forma de vida, a esta cultura, mientras otros siguen soñando con la libertad. Piensan que los soldados son los únicos que son verdaderamente libres, pero no es verdad. Cuando entras, eres la última mierda de todas las que hay, siempre te mandan los peores trabajos, siempre tienes que obedecer incluso a la peor escoria que está cansada de currar y te carga a ti el muerto. Muchos desisten en el intento de ser libres de esa forma, es preferible seguir siendo un aprendiz de lo que sea, antes de que te manden a arreglar las letrinas, y eso cuando no te mandan a patrullar la ciudad una y otra vez, con esa asfixiante y calurosa armadura.

¿Por qué decidí entonces alistarme yo? Les debo un favor enorme a algunas personas con las que siempre estaré en deuda, a las que siempre agradeceré la vida que tengo ahora y a quien quiero proteger. Además, me engatusaron con eso sueños de libertad, para qué negarlo. Pero yo, al contrario que muchos reclutas, tengo clara una cosa: La libertad no se consigue con un trabajo; la libertad se consigue siendo capaz de poder marcar tu camino y escribir tu propia historia.

Mi nombre es Celadias, y esta será mi historia.