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viernes, 19 de junio de 2015

Capítulo 4: Dudas



Se hizo la noche tras el atardecer cuando salimos del cuartel donde nos aceptaron como soldados a Karter y a mí y nos habían dado nuestras primeras instrucciones para el día siguiente. Había sido un día bastante duro para ambos, por lo que decidimos retirarnos a descansar cada uno a nuestras casas y prepararnos para nuestro nombramiento y para los primeros entrenamientos dentro del ejército, al día siguiente. Pero no me podía imaginar que nuestro reencuentro fuese a ser esa misma noche, y menos de la manera en la que nos lo deparaba el destino.

Apenas había empezado a cenar con mi madre y con Kestix, contándoles cómo había sido mi brillante pelea contra el instructor y cómo me había felicitado posteriormente, cuando resonaron las alarmas desde el campanario junto a la plaza. El tañer y el ritmo en el que repicaban las campanas solo podía ser un llamamiento a los soldados para reunirse de urgencia en la plaza, sin importar el turno que tuvieran.

-Aun no te han nombrado soldado, Celadias, no tienes por qué ir-dijo mi madre preocupada, pues aquella alarma solo podía significar una cosa.

-Es mi deber. Aunque el nombramiento sea mañana, me siento obligado a asistir. No te preocupes, seguro que no será nada importante-contesté con tono serio y tranquilizador mientras vaciaba el contenido de mi vaso antes de ponerme de pie.

Besé la mejilla de mi madre y le revolví el pelo a mi hermano para tranquilizarles y salí corriendo de la casa. Me dirigí a toda prisa hacia la plaza y, por el camino, pude ver a varios hombres, algunos más corpulentos que otros, corriendo también en la misma dirección. Más tarde comprenderíamos que el llamamiento a los soldados era para evitar la entrada de tropas rebeldes que habían sido avistadas aquella misma tarde en los bosques del sur y que habían comenzado a movilizarse por la llanura que nos separaba.

-Veo que los que esta mañana eran aspirantes ahora quieren aspirar a ser soldados de verdad, ¿eh?-dijo el capitán, un hombre de mediana edad y gesto serio, quien ya portaba la armadura-. No estáis obligados a luchar esta noche, pero, si decidís hacerlo, aseguraos de llegar vivos a vuestro nombramiento. Al menos podréis morir con el honor de haber sido nombrados soldados.

El capitán concluyó indicándonos que nos preparáramos en los cuarteles, donde encontré a Karter terminando de ponerse la armadura. Ni siquiera tuvimos tiempo para saludarnos entre aquel barullo caótico, por lo que simplemente cruzamos miradas cómplices deseándonos suerte. Me preparé lo más rápido que pude, ataviándome con un yelmo, una loriga para cubrir mi torso, unas hombreras, las manoplas y el guardabrazos en la parte superior, y unas grebas en las piernas, además de un escudo cuadrado con el blasón de un águila negra con las alas extendidas cuya cabeza dirigía su mirada hacia su derecha. Aquella armadura parecía la más adecuada para la ocasión debido a su ligereza y a la rapidez para equiparlas. Y en aquel momento era cuando compadecía a quienes tenían que equiparse las pesadas armaduras. En aquel momento tuve más claro que nunca que prefería alistarme en las tropas de infantería ligera con tal de no tener que llevar jamás ese armatoste, pues, pese a que la protección que llevaba era ligera, aun tendría que acostumbrarme a llevarla puesta y no podía imaginarme portando algo tan pesado.

Regresé corriendo, una vez terminé de prepararme, a la plaza, donde me asignaron al escuadrón al que me uniría tras la entrada sur de la ciudad. Y ahí me di cuenta de que ese escuadrón estaba formado básicamente por los mismos que habían estado presentes en las pruebas, excepto algunos soldados ya nombrados pero que, posiblemente, no tendrían experiencia aun. Me preguntaba si acaso éramos el último recurso del imperio para defender la ciudad y mis dudas se confirmaron en el discurso del capitán.

-Nuestra misión consistirá en defender esta entrada en caso de que las tropas del exterior no consigan retenerlas. Esta será vuestra primera experiencia en combate real, y los dioses han querido que ocurra antes de que muchos de vosotros fueseis nombrados soldados. Sin entrenamiento no sois nadie, así que será mejor que recéis para que esos rebeldes no alcancen las murallas.

-Al capitán deberían darle algunas lecciones de estimulación a los reclutas-oí murmurar por lo bajo a uno de nuestros compañeros. Y, por suerte para él, parecía que el capitán no había escuchado nada.

El tiempo fue pasando mientras, desde nuestra posición, solo podíamos escuchar el fragor de la batalla a lo lejos, donde chocaban las espadas unas con otras produciendo un sonido metálico bañado por los gritos agónicos de quienes eran alcanzados por el acero de su enemigo. Ante un grito proveniente desde las alturas de la muralla que avisaba de que algunas tropas se dirigían hacia la entrada desde los flancos, el capitán hizo la señal de que saliéramos al exterior y nos apostáramos frente al sendero que conducía hacia el bosque formando un bloque donde los más experimentados estaban al frente.  Pude sentir por primera vez la excitación de estar en una batalla real, junto al miedo y el respeto ante el enemigo. Pude ver cómo las tropas que formaban la delantera de la resistencia seguían enzarzadas en la batalla al frente y parecían confiar en nosotros para defender la ciudad de las tropas que se avecinaban desde los flancos. Y fue en ese momento en el que supe la responsabilidad que otorgaba portar una espada antrana entre mis manos, y que no podía fallar ahora que aquella responsabilidad recaía sobre mí.

Pasamos unos segundos contemplando el avance hasta que el capitán dio la orden de avanzar. Entonces, el bloque se dividió en dos grupos que corrieron a la carga de las dos avanzadillas de los rebeldes; y los escudos de ambos bandos en ambos frentes chocaron con brutalidad, provocando un sonido casi ensordecedor. El forcejeo perduró durante medio minuto en el flanco donde acabé, hasta que la formación del enemigo acabó cediendo. Aunque no supe en qué momento exacto nuestra formación se rompió también y resultó en una lluvia de acero golpeándose los unos con los otros. Me sentía confuso y desorientado; nunca antes me había imaginado que combatir en un campo de batalla fuese como aquello.

Cuando reaccioné, volviendo a la realidad, tenía un guerrero rebelde alzando su mandoble frente a mí, dispuesto a cortarme en dos. Pude sentir la fuerza con la que bajó la hoja de la espada en mi dirección cuando, al apartarme de un salto hacia mi derecha, el aire cortado acarició mi brazo, avisándome de que aquella hoja había pasado muy cerca de mí. Aquel hombre parecía estar tan seguro de su éxito que hasta se sorprendió de que hubiese esquivado su ataque, y no parecía tener nada planificado para lo que le iba a venir a continuación. Dirigí la punta de mi espada hacia su costado, incrustándola con fuerza para clavarla en uno de sus pulmones. Las fuerzas de aquel soldado desaparecieron de repente y su peso empezó a ceder, cayendo al suelo mientras la hoja se deslizaba suavemente por la herida, entre las costillas del difunto, hasta salir al exterior bañada en la sangre carmesí que antes pertenecía al guerrero. Entonces me di cuenta de que había matado por primera vez a un hombre, y tuve una extraña sensación de culpabilidad.

Por alguna razón, y pese a ser consciente de que había evitado la posible pérdida de numerosas vidas a manos de aquel guerrero, me sentía extrañamente culpable por haberlo matado. Y me pregunté si aquello estaba hecho para mí, si hice bien en convertirme en soldado y si estaba preparado para seguir matando, aunque fuese por una causa justa. A mi alrededor notaba cómo decenas de hombres seguían combatiendo con la furia de mil bestias que se engrandecían excitados con la victoria frente a su oponente, pero yo era incapaz de seguir en pie. Las rodillas me fallaron y acabé cayendo sobre ellas mientras mi mente seguía perdida en un mar de dudas, en un alboroto de pensamientos que se contradecían unos y otros. Mientras trataba de convencerme de que lo que había hecho estaba bien, una parte de mí no podía evitar reprocharse el haber arrebatado la vida de una persona.

Mi mente vagaba por la oscuridad en un mar de dudas hasta que una voz me trajo de vuelta a la realidad, acompañada por un buen puñetazo que casi me derriba y me hace quedar de espaldas contra el suelo.

-¡¿Qué se supone que estás haciendo, Celadias?! ¡¿Acaso quieres que te maten?!

Tardé un poco en poder diferenciar a aquel sujeto, pues el golpe me había dejado aturdido, pero la voz era irreconocible incluso a pesar del ruido. Karter se había plantado delante de mí y me estaba sermoneando.

-No sé si estoy preparado para seguir luchando, Karter-comencé a explicarle con la voz algo quebrada-. ¿Y si esto no es lo mío? No soy capaz de volver a matar ahora que sé cómo se siente al matar a alguien.

-¡No seas cabezota! ¿Acaso quieres que lleguen a la ciudad y arrasen con todo lo que vean? Quizá ahora no te sientas preparado para matar a nadie, aunque sea por una buena causa, pero tienes que ser fuerte si quieres proteger a tu familia y a tus amigos-en ese momento, y aun a sabiendas de que tenía razón, seguía sin sentirme preparado para ello-. Hagamos una cosa: Lucha y sobrevive, y, mañana, cuando nos nombren soldados, decide si quieres seguir luchando como hoy.

Tras aquello, y sin tiempo que perder, me dio la espalda y siguió combatiendo contra las fuerzas rebeldes que, poco a poco, iban ganando terreno. Y pensé que aquella ventaja que estaban consiguiendo podía ser por mi culpa, por haberme derrumbado en mitad del combate. Cogí mi espada del suelo y, decidido a acabar con aquello, me alcé con todo el valor que pude acumular y arremetí contra el enemigo, lleno de rabia.

La batalla seguía desgastándome por dentro, arañando mi mente y llenándola de turbios pensamientos que me impedían ver con claridad. Solo conseguía pensar en las vidas que iba sesgando, no con facilidad, y en sus razones para luchar, en por qué estaban ahí peleando contra un imperio, en qué les aguardaba tras la batalla y en si ellos también tendrían algo que proteger, como una familia, así como en mis razones para empuñar una espada, para volver a levantarme contra ellos, para seguir luchando, para combatir hasta la muerte, ya fuese la de ellos o la mía propia. Todos aquellos pensamientos seguían enturbiando mi mente mientras detenía las acometidas de los rebeldes al tiempo que lanzaba mis propias contraofensivas para derribarles. Sabía que mi espada era la que hacía brotar la sangre de sus heridas, era plenamente consciente de ello en todo momento.

Varios gritos de retirada comenzaron a sonar por toda la llanura y los soldados rebeldes comenzaron a correr hacia los bosques, hacia el sur. Algunos de nuestros soldados los persiguieron para darles caza por el camino, para mermar sus fuerzas y asegurarse de que no volvieran a intentar algo así, mientras que yo me retiraba con paso lento hacia la seguridad tras las murallas. Una vez dentro de la ciudad, me apoyé en el muro de piedra y, sin poderlo evitar, comencé a vomitar, afectado por lo que había visto y hecho aquella noche. Karter, quien me vio en aquel deplorable estado, se acercó a mí para posar su mano sobre mi hombro, un acto tranquilizador.

-No pensamos en esto cuando nos decidimos a entrar en el ejército-dijo con voz cansada, y fue entonces cuando dirigí mi mirada hacia él, primero contemplando sus manos y luego su armadura. Estaba bañado en sangre, al igual que yo, pero él no parecía estar ni la mitad de afectado que yo. De hecho, mirando a los demás soldados, muchos parecían jactarse de la facilidad con la que evitaron el asedio y de cómo arrancaban sus vidas una a una-. Mañana nos nombrarán. Yo ya he tomado una decisión, aunque supongo que tendré que esperar a mañana para saber la tuya. Eres fuerte, Celadias, tenlo claro-dijo terminando de hablar antes de alejarse de mí, sin llegar a despedirse.

-Tu amigo tiene razón, chico. Eres bastante más fuerte de lo que crees-dijo una voz serena tras de mí. Al girarme, resultó ser el mismo capitán del escuadrón donde fui asignado-. A muchos nos ha pasado lo mismo que a ti en nuestra primera batalla. La diferencia es que nosotros ya estábamos preparados para esto, o eso creíamos. Algún día te acostumbrarás a esto.

-¡Pero yo no quiero acostumbrarme!-repliqué casi alzando la voz-. Pero tampoco puedo soportar la carga de haber quitado una vida, capitán.

-¿Y soportarías la carga de las vidas que quitará tu enemigo?-aquella pregunta volvió a aturdirme como lo hicieron primeramente mis pensamientos tras matar por primera vez-. Piensa en ello, chico. Solo así podrás darle fuerza a tu causa. De otra forma, siempre navegarás en un mar de dudas y tus pensamientos causarán tu derrota. Si quieres sacar a relucir la fuerza que llevas en tu interior, debes darle fuerza antes a tu propósito, a tu causa, a tu lucha.

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