Reproductor

miércoles, 24 de junio de 2015

Capítulo 6: Asignados



El día anterior, mientras Karter y yo hablábamos con el emperador y con Hatik, todos nuestros compañeros fueron asignados a una unidad. Éramos los únicos que no sabíamos de qué tropa formaríamos parte, por lo que, para no entorpecer el entrenamiento de los demás soldados, nos separaron nuevamente para poder asignarnos. El capitán nos llamó a ambos para que nos dirigiéramos al patio interior del palacio mientras los demás seguían con sus entrenamientos en el patio exterior. Contábamos con el permiso del emperador para poder entrar en el interior del palacio, lo que, en cierto modo, me pareció bastante excitante.

Conforme caminaba por los pasillos, me preguntaba cuántos afortunados, quitando a los guardias y a la alta nobleza, habían podido apreciar las obras de arte que se exponían por todas partes, desde las esculturas de mármol hasta las pinturas que lucían en las paredes. Hasta la propia arquitectura era algo impresionante y maravilloso. Las columnas que sostenían el techo servían a su vez como decorado por las formas y los motivos de sus grabados. En algunas podían verse historias de la guerra, o interpretaciones de algunas leyendas antranas, como solían hacer las inscripciones de las paredes de algunos templos.

El patio interior, por su parte, era de un tamaño mucho más reducido que el patio exterior, el cual era casi tan grande como la plaza. Varias losas de piedra apiladas unas junto a otras formaban un cuadrado perfecto justo en el centro, bajo un pequeño techo sostenido por pequeñas columnas de piedra, esta vez, sin ningún tipo de grabado. Rodeando ese espacio, varias flores decoraban cuatro pequeños jardines que hacían esquinas, pintando aquel intenso verde con pequeños puntos de diversos colores.  Entre los jardines, cuatro cortos caminos de piedra comunicaban con el pasillo que rodeaba el patio central, cuyos muros se alzaban hasta apenas un metro de altura, dejando ver el interior y el exterior del pasillo, y algunas columnas similares a las del cuadrado central que llegaban desde el suelo hasta el techo. Aquel pasillo comunicaba con otras estancias y corredores del palacio a los que no teníamos acceso.

Nos detuvimos en el cuadrado central, donde su techo nos haría sombra si no fuese porque el día estaba nublado. Ahí habían dejado un barril hueco con algunas espadas de distinto tamaño y cuatro maniquíes de madera con corazas metálicas que se alzaban repartidos en las esquinas. El capitán nos invitó a coger la que mejor nos sirviera para combatir. Karter cogió un mandoble bastante pesado que, utilizando las dos manos, solo tendría que aprender algunas técnicas y algunos trucos para manejarlo con soltura. Yo, por el contrario, busqué una espada que pudiera manejar con una sola mano y que no fuera demasiado pesada, pero sí lo suficiente para tener la seguridad de que no se rompiera en mitad de  una pelea.

-Parece que tenéis claro qué queréis ser, pero no pienso arriesgar vuestras vidas solo por vuestras preferencias-dijo el capitán, pues cada espada era utilizado por un tipo de unidad distinta, y yo sabía quién usaba cuál-. Karter, has de saber que tu armadura será bastante pesada y que tendrás que aprender a manejar un arma muy difícil de controlar si quieres salir airoso del combate. Por muy resistente que sea tu armadura, de nada te servirá si apenas puedes moverte y recibes golpes por todas partes-después de decirle eso a Karter, me miró a mí-. Celadias, tu armadura será muy parecida a la que usaste la otra noche en batalla. ¿Te sentiste cómodo con ella?-asentí a su pregunta-. Karter tiene el consuelo de que algo le protegerá, pero tú serás quien mejor tenga que saber combatir, pues estarás bastante desprotegido. Por eso os invito a que ataquéis a los maniquíes para ver si sabéis usar las espadas que habéis cogido. A ver si vuestras preferencias se corresponden con vuestras habilidades.

Durante toda la mañana estuvimos peleando contra muñecos inmóviles, lo que me resultaba bastante frustrante por no suponerme ningún reto. Poco a poco me iba habituando al peso del acero en mis manos, por lo que llegó un momento en el que era inútil para mí seguir peleando contra aquello. Aunque a Karter parecía venirle bien esa práctica, pues sus movimientos eran bastante pobres y torpes en comparación con los míos, y el capitán se dio cuenta al instante. En su defensa, debería decir que él también estaba acostumbrado a pelear con espadas de madera y que su espada era mucho más grande y pesada que la mía.

El capitán me permitió que descansara al ver los progresos que había hecho mientras daba algunos consejos a mi amigo:

-Con la mano que coloques arriba quiero que guíes la dirección hacia la que quieras dirigir el golpe, simplemente doblando la espada hacia un lado o hacia el otro, mientras empleas la mano de abajo como si tiraras de una palanca para que el filo se adelante al atacar y retroceda al defenderte. Al principio te costará algo de trabajo, pero esta es la mejor técnica para poder utilizarla.

Karter parecía poner el mayor empeño posible mientras el cansancio comenzaba a mermarle. Mientras yo contemplaba su entrenamiento, recuperando mis fuerzas, no dejaba de darle vueltas a las palabras del emperador y al encargo que nos hizo en los jardines del patio exterior. Hatik nos pidió que acabáramos con Artrio si resultaba ser un traidor, pero, ¿cómo podíamos hacer eso? Él era nuestro amigo casi desde la infancia, crecimos y soñamos juntos, y ahora no podíamos ni siquiera concebir la idea de que él formase parte del ejército rebelde. Pero el capitán parecía estar seguro de lo que había visto.

Ahora que éramos soldados, supuse que podría tener la confianza suficiente como para hablar con él acerca de lo sucedido y saber cuál era su opinión al respecto. Pensaba que así podría aclarar mis dudas acerca de lo que nos encargó el emperador, pero hicimos una promesa de no hablar de ello con nadie. No sabía qué hacer hasta que se acercó a mí y me hizo volver al mundo real.

-Karter estará un buen rato peleándose con el maniquí, y tú tienes que seguir entrenando, así que deja de estar de brazos cruzados y vamos a darte un oponente más digno-dijo sonriendo ampliamente, como si estuviera planeando algo grande-. No haré venir a ningún soldado, solo tenemos permiso para estar aquí nosotros tres, así que yo seré tu rival esta vez. Intentaré no emplearme a fondo y ser bueno contigo, aunque creo que eso no te supondrá ningún problema-dijo riéndose, haciendo una clara referencia a la prueba.

Cogió un par de espadas sin filo y me tendió una. Ambos nos ataviamos con una coraza, unos brazales y unas grebas de cuero, y un yelmo bastante ligero y con pequeñas abolladuras. Chocamos nuestras espadas en señal de respeto por el adversario para comenzar el duelo y nuestro primer movimiento fue mutuo: retroceder un paso para poner distancia. Por un momento dejé de escuchar a Karter, quien parecía haberse decidido a tomar un descanso para contemplar la pelea.

El capitán decidió dar el primer paso, y esta vez parecía estar mucho más decidido que el día en que nos batimos por primera vez. Eso me hizo tener que estar más atento y concentrarme al máximo si quería poder estar a la altura. Desvié la trayectoria de su espada con la hoja de la mía con un golpe, y quise intentar contraatacarle bajando la espada y lanzando un tajo hacia su vientre en horizontal. El capitán hizo que ambas armas volvieran a chocar una segunda vez y, durante el forcejeo, pateó mi estómago para echarme atrás. Esta vez no me dejaría vencer tan fácilmente, mantuve el equilibrio para evitar caerme tras retroceder un par de pasos y me preparé para un segundo asalto.

Esta vez lo inicié yo, que me abalancé contra él cargando con la punta de la espada en dirección al pecho. Era un ataque bastante fácil de evitar, y yo lo sabía, por lo que, en el último momento y tras prever la dirección que seguiría la hoja de la espada de mi oponente, me impulsé con el pie izquierdo para hacer una finta y desviar mi trayectoria, pasando por el lado derecho, desde mi posición, del capitán, quien parecía no haberse esperado tal final. Terminé la acción golpeándose en el costado con la empuñadura de la espada y me alejé de él un par de pasos para darle tiempo a prepararse, y dármelo también a mí para ver cuál sería su siguiente movimiento.

-No me queda otra más que emplearme por completo contigo, ¿eh, muchacho?-dijo el capitán orgulloso de que hubiese sido capaz de atravesar su guardia-. Karter, deja de holgazanear y sigue trabajando-le replicó antes de lanzarse a por mí.

Utilizó todas sus fuerzas para lanzarme un tajo directo desde abajo que me pasara por encima de mi pecho en diagonal. Pero, no sé si por suerte o por mi agilidad, conseguí evitar que la punta de su espada me alcanzara y solo rozara levemente la coraza dando un salto hacia atrás. Sorprendido por su rapidez, no pude percatarme de que volvía otra vez a la carga, esta vez empujándome con su hombro en un placaje para echarme hacia atrás y, posteriormente, volver a hacer el mismo movimiento de antes pero a la inversa.

El empujón me hizo trastabillar y casi perder el equilibrio, por lo que no pude evitar su segundo golpe, el cual sentí al alcanzar la coraza. No llegó a atravesarla, pues la hoja de la espada no tenía filo y el cuero era bastante resistente, pero sí me hizo caer al suelo de espaldas con un fuerte golpe. Me quedé durante unos segundos tirado en el suelo, recuperando el aliento, con la frente perlada en sudor. El duelo había sido breve pero intenso, e hizo que me diera cuenta lo mucho que me hacía falta entrenar y perfeccionar mis habilidades.

-No te sientas mal por ser derrotado dos veces-dijo mientras se quitaba el yelmo y me tendía la mano para ayudarme a levantarme-. Por algo estoy donde estoy y no enterrado en el cementerio junto a viejos compañeros caídos en batalla, ¿no crees?

-Poco a poco mejoraré hasta poder derrotarle, señor-contesté con algo de arrogancia, todo sea dicho, pero con la creencia de que algún día podría poder igualar sus fuerzas.

-Espero que así sea, Celadias. Y, cuando creas que puedas derrotarme, aceptaré gustoso un nuevo duelo-aceptó el capitán con una sonrisa orgullosa mientras contemplaba a Karter, quien parecía que había mejorado un poco con el manejo de su espada-. Será todo un honor ser derrotado por ti, eres un caso único. Hacía mucho tiempo que no veía a un recluta con tanto potencial y tanta seguridad en sí mismo.

-A veces las dudas me hacen plantearme si sigo el camino correcto-confesé con seriedad, sin querer ocultar mis temores.

-¿Dudas acerca de tu amigo?-preguntó mirándome de reojo para poder ver que mi respuesta se resumía solo en asentir con la cabeza-. Quizá mis ojos me engañaran y solo viese a un joven con cierta similitud a él, por lo que no deberías preocuparte demasiado. Sigue el camino que dicte tu corazón y que tú creas que es el mejor.

-Pero, ¿y si fuese cierto que Artrio es un rebelde?

-Si te soy sincero, a mí también me consta que él no lo es. Pero, como comprenderás, tras un ataque como el que sufrimos la pasada noche no podemos permitirnos el lujo de confiar a la ligera. Mis ojos han visto dos cosas totalmente opuestas que hacen referencia a él: a un chico ambicioso y aventurero con ganas de conocer el mundo y saber manejar bien una espada con el único fin de poder defenderse de los peligros de sus viajes, y a un joven rebelde matando con su acero a nuestros compañeros porque se interponían entre él y la ciudad. Si tuviera que juzgar por lo que ven mis ojos, no sabría si ver en él a un simple viajero o a un enemigo.

Las palabras del capitán no fueron de mucho consuelo para mí, sobretodo cuando se tornaron cansadas y confusas al final. Y mis dudas aun permanecían en mi cabeza sin poder aclararlas. Si tan solo pudiese desahogarme contándole al capitán lo que hablé con el emperador, quizá pudiera llegar a ver alguna luz que aclarase mi camino.

Al terminar la sesión matinal, comimos con el capitán, en el patio, algunos trozos de pan y una pieza de fruta cada uno, acompañados por algo de vino que nos ofreció el capitán, el cual lo guardaba en una bota que dejó junto a su alforja. Una vez recobramos fuerzas y reposamos la comida, nos pusimos en marcha con el entrenamiento. Esta vez, el capitán nos enseñó algunas técnicas para que fuésemos familiarizándonos con las armas y pudiésemos adelantar algo para el día siguiente. A Karter le asignó la infantería pesada, como supuse desde el primer momento, y a mí me invitó a que formara parte de la infantería ligera, donde, según dijo, me veía un gran futuro con posibilidades de ascender con rapidez. Claramente, ahí era donde yo quería formar parte, por lo que acepté sin dudar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario