El
sol comenzó a ocultarse antes para nosotros que para el resto de la ciudad. Las
grandes fachadas del palacio ocultaron su luz, haciendo que el patio donde
estábamos entrenando se oscureciera antes de lo previsto y que el capitán nos
pidiera que abandonáramos ya el edificio. Había sido un día bastante provechoso
donde Karter había aprendido a manejar el espadón y yo había aprendido algunos
trucos que me ayudarían a mejorar mi destreza con una mano.
En
el exterior, la luz anaranjada inundaba todo a su paso con la puesta del sol,
creando un juego de luces precioso y fantástico bajo un cielo que se tornaba
desde rosado y anaranjado hasta oscurecerse en negro con pequeños y casi
imperceptibles puntos blancos. En el patio exterior del palacio ya estaban recogiendo
todas las herramientas y los soldados se retiraban a sus aposentos para
descansar y recuperar fuerzas hasta el día siguiente; en las calles, así como
en la plaza central, los negocios comenzaban a cerrar. Los artesanos cerraban
las puertas de sus casas, algunos comerciantes recogían sus mercancías
abandonando a aquellos quienes aun tenían algo de esperanza en conseguir
terminar bien el día. Karter y yo nos separamos en la plaza central, sabiendo
que en apenas unas horas volveríamos a vernos para juntarnos de nuevo tras
tanto tiempo sin su presencia.
El
corto camino de regreso a casa se me hizo interminable por el pensamiento de
que Artrio fuese un traidor como había sido acusado por aquel caballero. Incluso
el emperador, con aquella expresión de frialdad en su rostro, parecía haber
sido convencido de lo mismo. Pero yo seguía siendo incapaz de verle atacando a
la ciudad donde había nacido y donde su padre, pese a haber sido un importante
soldado en la guerra dentro del bando de Arstacia, había sido bendecido con
importantes sumas de dinero y una apacible vida llena de comodidades, siendo
protegido durante los primeros años de aquellos soldados que aun tenían
resentimiento por quienes habían empuñado un arma contra ellos.
Tras
aquel breve tramo que me pareció una eternidad me esperaba aquella pequeña casa
de dos pisos donde mi madre ya había terminado de preparar la comida. Desde el
exterior podía olerse ya el aroma de su delicioso guiso. Y el estómago me
gruñó, ordenándome que lo llenara con él. En ese preciso instante, me olvidé
por completo de todas mis preocupaciones. Siempre dije que su guiso era el
mejor de todos, y que lo hacía con el sudor de los dioses porque tenía
propiedades mágicas que iban más allá de nuestro entendimiento y cada uno que
hacía parecía saber mejor que el anterior.
Tardé
poco en vaciar el plato. El hambre y el buen sabor del guiso hicieron que lo
devorara con ganas y que casi hiciera falta que me apartaran el plato para no
tragármelo también. Sin darme cuenta, incluso había llegado a sonreír
despreocupado. Tras un duro día de
entrenamiento y enseñanzas, aquella comida y la agradable compañía de mi
familia hacían que el miedo de a qué se dedicaba verdaderamente Artrio pasara a
un segundo plano y me importara más bien poco.
Y
hubiese seguido siendo así durante bastante tiempo de no ser porque alguien
golpeó con suavidad la puerta con tres breves toques. Mientras mi madre recogía
la mesa, yo abrí la entrada para comprobar que Artrio se encontraba tras la
puerta. Él sonreía tranquilo, y yo me forcé para sonreír y no hacerle sospechar
mientras volvía, una vez más, la conversación con el caballero y la petición
del emperador. Aquel amigo al que tendría que juzgar en función a lo que me
demostrara a partir de aquel momento vino a recogerme ataviado con ropajes de
piel negra y un aspecto bastante desgreñado. Era como si acabase de volver de
su viaje y no hubiese perdido ni un segundo de su tiempo. Eso explicaba por qué
vino a mi casa y no a la de Karter, pues, entrando desde el acceso sur, yo me
encontraba más cerca.
-Tienes
cara de estar cansado-observó Artrio, y tomé aquellas palabras como saludo-.
¿He de suponer que hoy has entrenado
como soldado?
Lo
único que hice fue asentir con la cabeza e indicarle que nos pusiéramos en
marcha. No tenía muchas ganas de hablar y solo quería aclararme para saber cómo
hablarle. De hecho, cuando quise darme cuenta estábamos ya frente a la casa de
Karter y Artrio me miraba directamente a los ojos. Pude ver que parecía
preocupado, quizá por haber desconectado durante todo el camino.
-Llevas
mucho tiempo callado. ¿Puedo preguntarte qué ha pasado? Es como si no te
alegraras de verme o algo.
-Sí,
me alegro de verte-contesté con un pequeño suspiro-. Es solo que, en estos
días, me han llegado algunos rumores que me han tenido preocupado.
-¿Qué
clase de rumores?
-Rumores
de que tus viajes no son los que dices hacer-contesté teniendo que desviar la
mirada hacia un lado para huir de la suya-. He visto algo que me hace dudar y
temer al mismo tiempo. Siento que no entiendo la realidad que me rodea.
-No
entiendo qué quieres decirme. ¿Por qué no hablas claro?-de reojo pude ver cómo
intentaba cruzar su mirada con mis ojos.
-El
día de la prueba intentaron asediar la ciudad. Karter y yo combatimos por
primera vez en un combate real y no sé si fue por la confusión o por qué, pero
tuve la sensación de haberte visto en la llanura-mentí. Pero no se me ocurría
otra forma de explicarme.
-¿Quieres
decir que estaba aquí, combatiendo con vosotros?-preguntó Artrio sorprendido.
-Más
bien contra nosotros…
-¿Eres
consciente de tu acusación?-parecía que estaba poniéndose a la defensiva, y
aquello me molestaba bastante.
-Nunca
nos dices a dónde te diriges, y, de repente, nos encontramos a alguien que se
parece a ti y que lucha igual que tú. ¿Qué quieres que piense?-respondí alzando
un poco la voz comenzando a enfadarme.
-¿Karter
sabe algo de esto?-asentí con la cabeza, diciéndole que le comenté el hallazgo
al terminar la batalla-. ¿Y qué opina?
-Pregúntale
a él si quieres-dije invitándole con un gesto de manos a que llamara a la
puerta de nuestro amigo.
Artrio
aceptó la invitación y golpeó un par de veces sobre la superficie de la puerta
con los nudillos. Karter tardó apenas unos segundos en abrir la puerta con una
sonrisa en sus labios que tardó aun menos tiempo en desaparecer. Artrio parecía
estar mosqueado, y yo no quería ni saber qué cara tenía en aquel momento pero
el grandullón parecía temernos en aquel momento.
-¿Ha
pasado algo, chicos?-preguntó intentando entender la situación.
-¿Qué
pasó el otro día en la batalla contra los rebeldes?-preguntó Artrio
anticipándose a mí. Me comencé a arrepentir, pues temía que Karter metiera la
pata al no saber que yo había mentido.
-¿Qué
quieres decir?-preguntó aun más confuso, para mí tranquilidad.
-Ya
le he comentado lo que te dije, que me pareció ver a alguien similar a él
pelear contra nuestros compañeros-dije adelantándome esta vez yo.
-¿Qué
opinas al respecto de ello, Karter?-preguntó Artrio. Por un momento, pensé que
Karter no sabría qué decir y que acabaría saliendo a la luz mi mentira.
-¿Es
necesario hablar de eso ahora? Celadias y yo hemos conseguido ser soldados y tú
has vuelto de tu viaje ileso. ¿Qué importará si vimos a alguien como tú
pelear?-saltó Karter empezando a enfadarse, o eso parecía-. Hablemos de tu
viaje, de nuestra prueba y celebremos que estamos todos juntos de nuevo. ¿Acaso
vamos a pelearnos después de haber estado juntos tantos años solo por rumores y
habladurías? No, no lo vimos ni Celadias ni yo, ¿vale?-en ese momento supe que
debería haber dicho la verdad desde un principio-. ¡¿Pero qué importa?! Somos
amigos, joder, y da igual lo que haya visto la gente. Lo que importa es lo que
sentimos nosotros. Tanto para lo bueno como para lo malo.
Tras
su discurso, permanecimos en silencio durante unos segundos hasta que Artrio se
pronunció.
-Hay
que joderse… ¡Que este bruto sea el que nos tenga que sermonear!-exclamó con
una sonora risotada contagiosa, haciendo que yo también me riera.
-Lo
siento, Artrio, no quería dudar de ti-me disculpé al recuperarme de la risa.
-Perdóname
tú a mí por no comentarte nada de mis viajes. Te prometo que te hablaré de todo
lo que he hecho y todo lo que planeo hacer de ahora en adelante.
Después
de ambas disculpas, ambos nos fundimos en un profundo abrazo amistoso, en el
que ambos nos palmeamos la espalda como gesto de complicidad y respeto. Me
sentía aliviado de que no me guardara rencor por haber dudado de él y que me
fuese a contar qué había hecho en su viaje para calmar mis temores. A lo largo
de la noche nos fuimos a una taberna y, acompañando nuestras historias con
cerveza, contamos cómo Karter y yo peleamos en la prueba contra el instructor,
superamos las últimas pruebas, combatimos contra los rebeldes, esta vez
contando la verdad, e hicimos el juramento.
Por
su parte, Artrio nos contó la historia de cómo llegó a puerto de Merenter para
concluir su acuerdo con un capitán de barco para navegar al otro lado del
océano. Nos dijo que quería descubrir las tierras más allá de las aguas,
conocer distintas civilizaciones y culturas y aprender todo lo que pudiera en su próximo viaje. Dijo también que
lo lamentaba pero que tendría que ausentarse de la ciudad durante bastante más
tiempo, aunque su próxima visita a Arstacia duraría mucho más tiempo del que
estaría fuera.
La
noche siguió prolongándose entre risas e historias, acompañadas por la cerveza
de aquella taberna, y acabó con la promesa de que jamás duraríamos entre
nosotros.
-Si
hay algo que más desee en esta vida es luchar codo con codo junto a
vosotros-nos tranquilizó Artrio tras brindar por última vez y terminar de
beberse su jarra, poco antes de tener que concluir con nuestra celebración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario