Pasaron
dos días desde la conversación con Hatik. A pesar de que había aceptado su
tarea, tenía dudas acerca de si sería capaz de realizar tal misión. No por el
hecho de tener que espiar a un amigo, pues yo también estaba intrigado con todo
el asunto de su desaparición y quería saber si era cierto que cogería un barco,
sino porque sería la primera vez que haría algo así y temía ser descubierto. A
pesar de que el caballero me facilitaría una armadura cuyo casco impidiera que
se viera mi rostro, el pensamiento de ser descubierto era el que más espacio
ocupaba en mi cabeza.
Un
enviado del caballero me esperaba en los establos con un caballo ensillado. El
pelaje del corcel era blanco como la nieve, y su montura se veía roja como la
sangre con bordados negros. Los establos se encontraban al otro lado del acceso
sur, por donde tenía que salir Artrio, supuestamente con una montura de su
padre. Aun no había hecho acto de presencia, así que me coloqué el casco para
que no me reconociera y aguardé hasta que el caballo de mi amigo atravesó la
muralla y se dirigía con rapidez hacia el sur. Con un saludo como gesto de
respeto me despedí del soldado y, montando torpemente sobre el corcel, cabalgué
en persecución tras Artrio.
No
era la primera vez que montaba, aunque nunca se me había dado del todo bien y
con la armadura se me hacía más complicado, pero conseguí cogerle el truco
rápidamente y me familiaricé con la bestia al cabo de unos minutos. Era un
caballo bastante dócil cuando lo monté.
El
primer día de viaje terminó sin ningún problema. Me mantuve siempre al margen,
a una distancia bastante prudente y siguiendo una ruta distinta a la suya pero
que me permitiera seguir vigilándole. No parecía haberse percatado de que le
estaba siguiendo, ni siquiera cuando se detuvo para descansar poco después del
medio día. Y, cuando el atardecer estaba concluyendo, se detuvo para hacer una
pequeña hoguera y descansar el resto de la noche. Yo, por mi parte, aproveché
para bajar de la montura y darle un respiro al animal, preparándome para una
larga noche de vigilancia. Si tan solo hubiesen tenido la decencia de darme un
compañero para turnarnos como suelen hacerse en este tipo de misiones, aquella
noche hubiese sido mucho más fácil. Y ya ni hablemos de lo que nos depararía al
día siguiente.
Al
amanecer, yo seguía despierto pero con ganas de darme por vencido y dejarme
caer al suelo para dormir. Por suerte, detecté movimiento y vi que Artrio ya se
había despertado y estaba preparando su montura para terminar el último tramo
de viaje que le quedaba hasta llegar a Merenter. Tuve que despertar a mi
montura, la cual me empezó a dar envidia por haberse tirado toda la noche
durmiendo, y proseguí la ruta planificada para seguir el rastro de mi amigo.
Llegamos
hasta un río y me di cuenta de que tendría que dejar que Artrio se adelantara
bastante, atravesando un puente de madera que había para cruzarlo, y acelerar
más tarde si quería que todo saliera bien, pero un imprevisto hizo que aquel
plan improvisado se arruinara cuando unos maleantes le asaltaron derribándole
del caballo. Desde mi posición pude ver cómo trataba de sacar su espada, pero
habían salido casi de la nada, seguramente de debajo del puente. Comenzaron a
golpearle con patadas, y uno parecía portar un garrote. Desde luego, no iba a dejar
que le pusieran la mano encima.
Aun
a riesgo de poner en peligro la misión, espoleé las riendas del caballo y
galopé a toda velocidad hasta los bandidos, esgrimiendo mi espada sobre los
lomos de la bestia ensillada y desgarrando el cuello del primer bandido con el
que me crucé. La sangre manchó el blanco pelaje del caballo al salpicar, pero
solo fueron unas pequeñas gotas. El resto de bandidos se alejó rápidamente de
Artrio, y uno de ellos, el del garrote, se me encaró.
-¡Maldito
bastardo, te vas a enterar de quién soy yo!-gritó, desafiándome a cargar contra
él.
-Ten
cuidado, es un soldado imperial, y tiene pinta de ser bastante poderoso-dijo
uno de sus compinches, retrocediendo un par de pasos más.
Yo,
sin decir una sola palabra para no delatarme, descendí del caballo y me acerqué
con lentitud al hombre del garrote. Ahora que lo pienso, creo que el no decir
una sola palabra creó un halo de misterio a mi alrededor, lo que hacía que
fuese más temible. Pero el hombre del garrote no parecía amedrentarse a pesar
de que sus compañeros lo habían abandonado corriendo a la huida.
Mientras
me acercaba a mi enemigo, miré de reojo a ver cómo se encontraba Artrio.
Parecía dolorido por los golpes, algo normal, pero no parecía ser grave. De
hecho, se había apartado a un lado y reposó su espalda sobre el pasador de
manos de madera. Mi rival, queriendo terminar con mi vida rápidamente, corrió
hacia mi con su arma alzada y trató de golpearme la cabeza con fuerza. Ese fue
su primer error.
Alcé
la espada para detener el garrote en el aire y, aunque fue un acto innoble,
golpeé su entrepierna con una patada. Tampoco merecía ningún trato mejor,
siendo que dedicaba su vida a robar a los viajeros. Y sé que le dolió no por
ser hombre como él o por entender lo que es recibir una patada en… bueno, ahí.
Fue más bien porque se quedó casi un minuto de rodillas sin poder moverse,
mientras yo daba vueltas a su alrededor, manteniendo las distancias. Podría
haber acabado con su vida rápidamente, pero quería darle una oportunidad y atemorizarle
algo más. Y debo admitir que aquel hombre tenía bastante más valor del que yo
pensaba. Una vez se recuperó, soltó algunos insultos hacia mi madre y volvió a
cargar contra mí.
Y
aquel fue su segundo y su último error, pues agarré el brazo con el que
sostenía su garrota mientras volvía a intentar golpearme, esta vez en el
cuello, y le empujé con fuerza contra el medio muro de madera del puente. La
parte superior golpeó su estómago, y la punta de mi espada atravesó la nuca de
aquel maleante que no volvería a blandir nunca más un arma contra nadie.
-Me
habéis salvado la vida, señor-escuché a Artrio dar su gratitud. Y se me hizo
verdaderamente raro verle tratándome como a un señor-. Tome este pañuelo y
limpie la sangre de su espada antes de que se reseque-dijo ofreciéndome un
trozo de tela blanco. Acepté asintiendo la cabeza, queriendo hablar pero
sabiendo que no podía mencionar palabra, y limpié con suavidad la hoja de mi
espada-. ¿Os dirigís a Merenter?-volví a asentir-. Entonces espero que no os importe
que os acompañe el resto del camino. Podéis quedaros el pañuelo hasta que
volvamos a vernos.
Artrio
se dirigió hacia su corcel y montó sobre la silla, y yo hice lo propio con mi
montura. Cabalgando a la par, terminamos de atravesar el puente que apenas
mediría veinte metros de largo y pusimos rumbo hacia Merenter. Se dio cuenta de
que yo no hablaba y trató de sonsacarme alguna palabra el resto del camino,
pero le fue imposible. Menos mal que no me reconocía, porque me sentía mal
hasta sabiendo que él jamás sabría que era yo.
-Sois
un hombre bastante enigmático, y bastante fuerte si me permitís decirlo, pero
no parecéis un caballero-dijo cogiendo confianza-. Pero estoy seguro de que
algún día llegaréis a ser un gran caballero.
Aquellas
palabras me sirvieron de aliento para poder seguir el camino que me quedaba
hasta terminar de cumplir mi sueño. A pesar de que había logrado ser soldado,
era una persona bastante ambiciosa por aquel entonces y deseaba llegar a lo más
alto del ejército, quería ser alguien como Hatik. Bueno, como él pero sin su
arrogancia. Y que me dijera que algún día llegaría a ser caballero me motivaba
y me hacía creer en que de verdad llegaría a cumplir mi ambicioso sueño, mi
sueño de grandeza.
Él
se tiró un buen rato más hablando, contándome los planes que tenía para su
viaje, y no podía evitar verlo como otro chico más de mi edad con la ambición
de viajar y conocer el mundo. Además, ¿cómo iba a dudar de él? Me estaba
contando nuevamente todo lo que me había contado con anterioridad sin saber que
era yo quien se ocultaba debajo de esa armadura. Podría haberme contado una
historia totalmente diferente y yo hubiese tenido que hacer como que me la
creía para que la misión siguiera adelante. Estaba más que claro, él no era un
soldado de la rebelión contra Antran, solo era un muchacho inquieto, lleno de
misterios, que no podía estarse en un lugar.
Llegamos
hasta la entrada de Merenter poco antes del atardecer, un pequeño pueblo
portuario que subsistía humildemente del comercio y de la pesca. Aquel puerto
no era un punto clave para el comercio marítimo, por eso muchas veces atracaban
mercenarios o piratas para descansar y ofrecer sus servicios a cambio de algo
de dinero. Supuse que fue por eso por lo que acudió a Merenter y no se desvió
más al oeste, hacia Gaunt, una ciudad bastante más grande y con más barcos
disponibles.
-Bueno,
señor, supongo que aquí nos debemos separar. Yo tengo un barco que coger listo
para zarpar y usted supongo que querrá descansar esta noche o tendrá cosas que
hacer-dijo desmontando del caballo junto a un pequeño establo, dándole una
bolsa de monedas al mozo de la cuadra-. Si no le importa, lleve este caballo
hasta Arstacia y déjelo en los establos-le indicó tras pagarle. Y se giró para
mirarme a mí-. Gratitud por haberme acompañado hasta aquí y haberme protegido
de aquellos asaltantes. No sé qué hubiese sido de mí si no hubiese estado usted
ahí.
Con
un sonrisa y volviendo a agradecer mi intervención, se despidió de mí y marchó
hasta el puerto. Y en aquel momento tuve más ganas aun de quitarme el casco y
poder despedirme de él como era debido, sabiendo que pasaría bastante tiempo
antes de volver a verle. Pero no podía hacer aquello, tenía una misión que
cumplir, no podía dejar que él me reconociera y yo, al menos, ya estaba
satisfecho con saber que había llegado sano y a salvo hasta el puerto.
Tras
desaparecer de mi vista, dejé el caballo en el establo pagándole un par de
monedas de oro al mozo para que cuidara del animal aquella noche y me dirigí
hacia la posada. En cuanto entré, pude ver cómo un hombre de mediana edad
corría a recibirme, como si llevase tiempo esperando a que llegara algún
cliente, pero su rostro parecía perder la ilusión y se llenó de miedo al verme
vestido con la armadura. No sabía si se trataba de miedo auténtico o
simplemente de respeto hasta que, con la voz temblorosa, comenzó a hablarme.
-¿Deseáis
pasar la noche aquí?-asentí con la cabeza-. Disculpadme, señor, pero solo ha
venido un joven viajero desde hace bastante tiempo y apenas tenemos clientes.
¿Tendría la amabilidad de pagar su estancia?-aquello me pareció bastante
confuso, tanto que me acabé quitando el casco para poder ver mejor al posadero
aprovechando que ya no tenía que seguir de incógnito. Y parecía que ahora me
tenía más miedo aun, como si aquello hubiese sido para él un gesto de amenaza-.
¡Disculpe, mi señor, no hace falta que me paguéis!
-Disculpe,
buen hombre, pero, ¿por qué decís eso?-le pregunté aun más desconcertado-. Es
lo propio que, si quiero descansar en sus aposentos, deba pagarle unas monedas
de oro. Al fin y al cabo, en eso consiste su negocio, ¿no?-aquel hombre parecía
estar confuso y no saber cómo reaccionar ante aquello, por lo que saqué unas
cuantas monedas de oro y se las ofrecí-. ¿Estas monedas son suficientes para
pagar una noche?
-Sí,
mi señor-dijo bastante aliviado y con una amplia sonrisa de oreja a oreja.
-Y
decís que hace mucho que no recibís clientes, ¿cierto?
-Así
es, mi señor. Este pueblo está condenado a la desaparición. Ya no llega ningún
mercader a nuestras costas y parece que hasta los piratas y los mercenarios
perdieron el interés por nosotros.
-Entonces
aceptad estas monedas para que podáis aguantar unos días más-dije dándole un
par de monedas más-. Decidme, ¿por qué habéis reaccionado de esa forma al
verme?
-Normalmente
los soldados llegan a nuestro pueblo, toman lo que desean y se marchan sin más.
Aquello
me descuadró bastante y no pude esconder mi asombro. Disculpándome y diciendo
que no me encontraba bien, me retiré a los aposentos que me asignó aquel hombre
para desprenderme de la armadura y descansar aquella noche. ¿Era cierto lo que
dijo de que los soldados tomaban lo que querían y se iban? ¿Era por ello por lo
que Merenter había perdido toda la gloria del pasado? ¿Y por qué nadie hacía nada
por impedir que los soldados actuasen de aquella forma? No podía entender nada,
por más que trataba de asimilarlo. Y al final acabé durmiendo solo porque
apenas me quedaban energías del viaje, pero sé que si hubiese descansado algo
la noche anterior aquella noticia me habría desvelado el resto de la noche,
quitándome el sueño para, al menos, un par de días más.
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