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viernes, 17 de julio de 2015

Capítulo 9: El viaje



Pasaron dos días desde la conversación con Hatik. A pesar de que había aceptado su tarea, tenía dudas acerca de si sería capaz de realizar tal misión. No por el hecho de tener que espiar a un amigo, pues yo también estaba intrigado con todo el asunto de su desaparición y quería saber si era cierto que cogería un barco, sino porque sería la primera vez que haría algo así y temía ser descubierto. A pesar de que el caballero me facilitaría una armadura cuyo casco impidiera que se viera mi rostro, el pensamiento de ser descubierto era el que más espacio ocupaba en mi cabeza.

Un enviado del caballero me esperaba en los establos con un caballo ensillado. El pelaje del corcel era blanco como la nieve, y su montura se veía roja como la sangre con bordados negros. Los establos se encontraban al otro lado del acceso sur, por donde tenía que salir Artrio, supuestamente con una montura de su padre. Aun no había hecho acto de presencia, así que me coloqué el casco para que no me reconociera y aguardé hasta que el caballo de mi amigo atravesó la muralla y se dirigía con rapidez hacia el sur. Con un saludo como gesto de respeto me despedí del soldado y, montando torpemente sobre el corcel, cabalgué en persecución tras Artrio.

No era la primera vez que montaba, aunque nunca se me había dado del todo bien y con la armadura se me hacía más complicado, pero conseguí cogerle el truco rápidamente y me familiaricé con la bestia al cabo de unos minutos. Era un caballo bastante dócil cuando lo monté.

El primer día de viaje terminó sin ningún problema. Me mantuve siempre al margen, a una distancia bastante prudente y siguiendo una ruta distinta a la suya pero que me permitiera seguir vigilándole. No parecía haberse percatado de que le estaba siguiendo, ni siquiera cuando se detuvo para descansar poco después del medio día. Y, cuando el atardecer estaba concluyendo, se detuvo para hacer una pequeña hoguera y descansar el resto de la noche. Yo, por mi parte, aproveché para bajar de la montura y darle un respiro al animal, preparándome para una larga noche de vigilancia. Si tan solo hubiesen tenido la decencia de darme un compañero para turnarnos como suelen hacerse en este tipo de misiones, aquella noche hubiese sido mucho más fácil. Y ya ni hablemos de lo que nos depararía al día siguiente.

Al amanecer, yo seguía despierto pero con ganas de darme por vencido y dejarme caer al suelo para dormir. Por suerte, detecté movimiento y vi que Artrio ya se había despertado y estaba preparando su montura para terminar el último tramo de viaje que le quedaba hasta llegar a Merenter. Tuve que despertar a mi montura, la cual me empezó a dar envidia por haberse tirado toda la noche durmiendo, y proseguí la ruta planificada para seguir el rastro de mi amigo.

Llegamos hasta un río y me di cuenta de que tendría que dejar que Artrio se adelantara bastante, atravesando un puente de madera que había para cruzarlo, y acelerar más tarde si quería que todo saliera bien, pero un imprevisto hizo que aquel plan improvisado se arruinara cuando unos maleantes le asaltaron derribándole del caballo. Desde mi posición pude ver cómo trataba de sacar su espada, pero habían salido casi de la nada, seguramente de debajo del puente. Comenzaron a golpearle con patadas, y uno parecía portar un garrote. Desde luego, no iba a dejar que le pusieran la mano encima.

Aun a riesgo de poner en peligro la misión, espoleé las riendas del caballo y galopé a toda velocidad hasta los bandidos, esgrimiendo mi espada sobre los lomos de la bestia ensillada y desgarrando el cuello del primer bandido con el que me crucé. La sangre manchó el blanco pelaje del caballo al salpicar, pero solo fueron unas pequeñas gotas. El resto de bandidos se alejó rápidamente de Artrio, y uno de ellos, el del garrote, se me encaró.

-¡Maldito bastardo, te vas a enterar de quién soy yo!-gritó, desafiándome a cargar contra él.

-Ten cuidado, es un soldado imperial, y tiene pinta de ser bastante poderoso-dijo uno de sus compinches, retrocediendo un par de pasos más.

Yo, sin decir una sola palabra para no delatarme, descendí del caballo y me acerqué con lentitud al hombre del garrote. Ahora que lo pienso, creo que el no decir una sola palabra creó un halo de misterio a mi alrededor, lo que hacía que fuese más temible. Pero el hombre del garrote no parecía amedrentarse a pesar de que sus compañeros lo habían abandonado corriendo a la huida.

Mientras me acercaba a mi enemigo, miré de reojo a ver cómo se encontraba Artrio. Parecía dolorido por los golpes, algo normal, pero no parecía ser grave. De hecho, se había apartado a un lado y reposó su espalda sobre el pasador de manos de madera. Mi rival, queriendo terminar con mi vida rápidamente, corrió hacia mi con su arma alzada y trató de golpearme la cabeza con fuerza. Ese fue su primer error.

Alcé la espada para detener el garrote en el aire y, aunque fue un acto innoble, golpeé su entrepierna con una patada. Tampoco merecía ningún trato mejor, siendo que dedicaba su vida a robar a los viajeros. Y sé que le dolió no por ser hombre como él o por entender lo que es recibir una patada en… bueno, ahí. Fue más bien porque se quedó casi un minuto de rodillas sin poder moverse, mientras yo daba vueltas a su alrededor, manteniendo las distancias. Podría haber acabado con su vida rápidamente, pero quería darle una oportunidad y atemorizarle algo más. Y debo admitir que aquel hombre tenía bastante más valor del que yo pensaba. Una vez se recuperó, soltó algunos insultos hacia mi madre y volvió a cargar contra mí.

Y aquel fue su segundo y su último error, pues agarré el brazo con el que sostenía su garrota mientras volvía a intentar golpearme, esta vez en el cuello, y le empujé con fuerza contra el medio muro de madera del puente. La parte superior golpeó su estómago, y la punta de mi espada atravesó la nuca de aquel maleante que no volvería a blandir nunca más un arma contra nadie.

-Me habéis salvado la vida, señor-escuché a Artrio dar su gratitud. Y se me hizo verdaderamente raro verle tratándome como a un señor-. Tome este pañuelo y limpie la sangre de su espada antes de que se reseque-dijo ofreciéndome un trozo de tela blanco. Acepté asintiendo la cabeza, queriendo hablar pero sabiendo que no podía mencionar palabra, y limpié con suavidad la hoja de mi espada-. ¿Os dirigís a Merenter?-volví a asentir-. Entonces espero que no os importe que os acompañe el resto del camino. Podéis quedaros el pañuelo hasta que volvamos a vernos.

Artrio se dirigió hacia su corcel y montó sobre la silla, y yo hice lo propio con mi montura. Cabalgando a la par, terminamos de atravesar el puente que apenas mediría veinte metros de largo y pusimos rumbo hacia Merenter. Se dio cuenta de que yo no hablaba y trató de sonsacarme alguna palabra el resto del camino, pero le fue imposible. Menos mal que no me reconocía, porque me sentía mal hasta sabiendo que él jamás sabría que era yo.

-Sois un hombre bastante enigmático, y bastante fuerte si me permitís decirlo, pero no parecéis un caballero-dijo cogiendo confianza-. Pero estoy seguro de que algún día llegaréis a ser un gran caballero.

Aquellas palabras me sirvieron de aliento para poder seguir el camino que me quedaba hasta terminar de cumplir mi sueño. A pesar de que había logrado ser soldado, era una persona bastante ambiciosa por aquel entonces y deseaba llegar a lo más alto del ejército, quería ser alguien como Hatik. Bueno, como él pero sin su arrogancia. Y que me dijera que algún día llegaría a ser caballero me motivaba y me hacía creer en que de verdad llegaría a cumplir mi ambicioso sueño, mi sueño de grandeza.

Él se tiró un buen rato más hablando, contándome los planes que tenía para su viaje, y no podía evitar verlo como otro chico más de mi edad con la ambición de viajar y conocer el mundo. Además, ¿cómo iba a dudar de él? Me estaba contando nuevamente todo lo que me había contado con anterioridad sin saber que era yo quien se ocultaba debajo de esa armadura. Podría haberme contado una historia totalmente diferente y yo hubiese tenido que hacer como que me la creía para que la misión siguiera adelante. Estaba más que claro, él no era un soldado de la rebelión contra Antran, solo era un muchacho inquieto, lleno de misterios, que no podía estarse en un lugar.

Llegamos hasta la entrada de Merenter poco antes del atardecer, un pequeño pueblo portuario que subsistía humildemente del comercio y de la pesca. Aquel puerto no era un punto clave para el comercio marítimo, por eso muchas veces atracaban mercenarios o piratas para descansar y ofrecer sus servicios a cambio de algo de dinero. Supuse que fue por eso por lo que acudió a Merenter y no se desvió más al oeste, hacia Gaunt, una ciudad bastante más grande y con más barcos disponibles.

-Bueno, señor, supongo que aquí nos debemos separar. Yo tengo un barco que coger listo para zarpar y usted supongo que querrá descansar esta noche o tendrá cosas que hacer-dijo desmontando del caballo junto a un pequeño establo, dándole una bolsa de monedas al mozo de la cuadra-. Si no le importa, lleve este caballo hasta Arstacia y déjelo en los establos-le indicó tras pagarle. Y se giró para mirarme a mí-. Gratitud por haberme acompañado hasta aquí y haberme protegido de aquellos asaltantes. No sé qué hubiese sido de mí si no hubiese estado usted ahí.

Con un sonrisa y volviendo a agradecer mi intervención, se despidió de mí y marchó hasta el puerto. Y en aquel momento tuve más ganas aun de quitarme el casco y poder despedirme de él como era debido, sabiendo que pasaría bastante tiempo antes de volver a verle. Pero no podía hacer aquello, tenía una misión que cumplir, no podía dejar que él me reconociera y yo, al menos, ya estaba satisfecho con saber que había llegado sano y a salvo hasta el puerto.

Tras desaparecer de mi vista, dejé el caballo en el establo pagándole un par de monedas de oro al mozo para que cuidara del animal aquella noche y me dirigí hacia la posada. En cuanto entré, pude ver cómo un hombre de mediana edad corría a recibirme, como si llevase tiempo esperando a que llegara algún cliente, pero su rostro parecía perder la ilusión y se llenó de miedo al verme vestido con la armadura. No sabía si se trataba de miedo auténtico o simplemente de respeto hasta que, con la voz temblorosa, comenzó a hablarme.

-¿Deseáis pasar la noche aquí?-asentí con la cabeza-. Disculpadme, señor, pero solo ha venido un joven viajero desde hace bastante tiempo y apenas tenemos clientes. ¿Tendría la amabilidad de pagar su estancia?-aquello me pareció bastante confuso, tanto que me acabé quitando el casco para poder ver mejor al posadero aprovechando que ya no tenía que seguir de incógnito. Y parecía que ahora me tenía más miedo aun, como si aquello hubiese sido para él un gesto de amenaza-. ¡Disculpe, mi señor, no hace falta que me paguéis!

-Disculpe, buen hombre, pero, ¿por qué decís eso?-le pregunté aun más desconcertado-. Es lo propio que, si quiero descansar en sus aposentos, deba pagarle unas monedas de oro. Al fin y al cabo, en eso consiste su negocio, ¿no?-aquel hombre parecía estar confuso y no saber cómo reaccionar ante aquello, por lo que saqué unas cuantas monedas de oro y se las ofrecí-. ¿Estas monedas son suficientes para pagar una noche?

-Sí, mi señor-dijo bastante aliviado y con una amplia sonrisa de oreja a oreja.

-Y decís que hace mucho que no recibís clientes, ¿cierto?

-Así es, mi señor. Este pueblo está condenado a la desaparición. Ya no llega ningún mercader a nuestras costas y parece que hasta los piratas y los mercenarios perdieron el interés por nosotros.

-Entonces aceptad estas monedas para que podáis aguantar unos días más-dije dándole un par de monedas más-. Decidme, ¿por qué habéis reaccionado de esa forma al verme?

-Normalmente los soldados llegan a nuestro pueblo, toman lo que desean y se marchan sin más.

Aquello me descuadró bastante y no pude esconder mi asombro. Disculpándome y diciendo que no me encontraba bien, me retiré a los aposentos que me asignó aquel hombre para desprenderme de la armadura y descansar aquella noche. ¿Era cierto lo que dijo de que los soldados tomaban lo que querían y se iban? ¿Era por ello por lo que Merenter había perdido toda la gloria del pasado? ¿Y por qué nadie hacía nada por impedir que los soldados actuasen de aquella forma? No podía entender nada, por más que trataba de asimilarlo. Y al final acabé durmiendo solo porque apenas me quedaban energías del viaje, pero sé que si hubiese descansado algo la noche anterior aquella noticia me habría desvelado el resto de la noche, quitándome el sueño para, al menos, un par de días más.

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