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miércoles, 15 de julio de 2015

Capítulo 8: Misterios ocultos



La mañana siguiente al reencuentro fue, quizá, la mañana más difícil para mí. Despertar y levantarme de la cama se me hizo casi imposible cuando mi madre me despertó desde el otro lado de la puerta de la alcoba, a sabiendas de que acabaría quedándome dormido y que llegaría tarde a incluirme en los entrenamientos matinales. Puse el mayor esfuerzo posible en vestirme y salir, y, sin querer pararme a desayunar sabiendo que luego me sería más difícil incorporarme, me dirigí hacia el palacio. Esperaba poder hablar con Hatik pronto y contarle lo que habíamos hablado la noche anterior con Artrio, deseando que cambiara de opinión respecto a lo que había sucedido con el tema de su traición y de que había sido visto peleando contra nosotros. Pero el día pasó sin que pudiera verle.

Karter me notó algo inquieto durante los entrenamientos y me preguntó qué me pasaba. Al contarle lo que quería hacer, me propuso que hablase con el capitán para que me concediera una audiencia con el emperador, pero dudaba que él tuviera suficiente poder para hacer aquello. Necesitaba buscar la forma de poder hablar con aquel caballero que nos entregó la misión y no se me ocurría cómo.

Durante los días siguientes tampoco pude encontrar la forma de contactar con Hatik, así que decidí hablarlo con Trent durante uno de mis descansos. Al principio no supo responderme nada, solo una promesa de que intentaría encontrar toda la información posible acerca de ese sujeto y que trataría de ayudarme. Siempre he supuesto que hablaría con los demás eruditos de la biblioteca para ver si alguien sabía algo de él.

Y, por suerte, al anochecer siguiente, me sorprendió con su nuevo descubrimiento, deteniéndome en mitad del camino de regreso a casa y llevándome casi a rastras hasta la biblioteca sin darme una sola explicación y sin siquiera abrir la boca a pesar de la cantidad de preguntas que le hacía. Esta era la primera vez que accedía al interior del edificio, aunque en más de una ocasión había contemplado la arquitectura de sus muros de piedra alzándose sobre el suelo tras los cinco escalones de mármol que  conducían a su entrada. Una vez dentro, me llevó hasta una cámara en el segundo piso donde pudiéramos hablar con tranquilidad.

-He estado todo el día intentando descubrir algo sobre Hatik, y he visto que es uno de los personajes más misteriosos del imperio. Si bien es cierto que poco se sabe del círculo cercano a su Alteza, indagando mucho se puede acabar encontrando algo de información acerca de sus hombres de confianza. Desde arriba saben ocultar muy bien las cosas, y parece que guardan más secretos de los que podamos imaginarnos. Y parece que quieres contactar con la segunda persona más importante, detrás del emperador, y quien más secretos esconde.

-¿Quieres decirme que no tengo forma de encontrar a Hatik salvo que él quiera encontrarme?-pregunté nervioso.

-No del todo. Aunque sea la mano derecha del emperador y solo salga de los muros del palacio junto a su presencia para los actos más importantes, Hatik tiene algunos contactos por la ciudad que podrían serte de ayuda si les caes bien. Uno de ellos es el maestre Varig. Tiene permiso para entrar y salir a su antojo del palacio, y quizá pueda convencerle de que te conceda una audiencia. Pero… ¿por qué tienes tanto interés en hablar con Hatik?-su última pregunta deseaba que jamás la hubiese formulado. No quería comentarle acerca de la misión, no podía hacerlo bajo ninguna circunstancia. Además, tampoco quería que cambiase su opinión con respecto a Artrio.

-El día del nombramiento me llamó para comentarme algo importante.

-Debe ser de vital importancia para que él tome la iniciativa-apuntó, haciéndome temer que me obligara a contarle todo.

-Creo que quería hablar de un asunto de manera extraoficial conmigo-mentí a medias-. Quizá haya visto potencial en mí y quiera ayudarme a progresar-terminé de mentir, más descaradamente. Pero parecía que Trent estaba conforme con aquella respuesta.

-De ser así, puedo decirle al maestre que nos ayude.

-Pero no le digas nada del asunto. Aun no sé de qué quería hablar conmigo y puede que se moleste si menciono algo así-le pedí esperando que me hiciera caso. Trent asintió y, por dentro, suspiré de alivio.

-El maestre estaba traduciendo algunos manuscritos, así que aun tengo tiempo para hablar con él y pedirle el favor. En cuanto sepa algo, acudiré a ti y te lo haré saber.

Agradecido, abracé a Trent y abandoné la biblioteca, volviendo a poner rumbo, una vez más y con la esperanza de que no hubiesen más interrupciones para poder descansar de una vez, hacia mi hogar.

Por suerte, la única interrupción que hubo fue durante la cena, tras desvestirme y ponerme algo más cómodo para estar por casa, cuando alguien llamó a la puerta. Se trataba nuevamente de Trent, y en su rostro se veía una amplia sonrisa de satisfacción. Era como si se hubiese tomado aquel favor como un trabajo y lo había conseguido cumplir a la perfección. El maestro Varig me citó en la biblioteca con Hatik y me prometió concedernos una sala donde poder dialogar con calma y a solas a través del mensaje lacrado que me había entregado Trent. Por fin podría quitarme ese peso de encima, o eso pensaba.

Al llegar a la biblioteca, había un anciano con una túnica totalmente negra salvo por una cuerda blanca que se ceñía a su cintura con un lazo. Su barba canosa descendía con gentileza hasta su pecho y sobre su frente no se veía ni rastro de pelo. Su piel arrugada era pálida salvo por algunas manchas a causa de la edad, y su rostro se veía lleno de experiencia. Pero no experiencia como los soldados, que se demostraba con sus cicatrices, sino porque parecía cansado y tenía pinta de haber vivido muchísimas historias.

-Tú debes de ser el amigo de Trent, Celadias. ¿Me equivoco? Yo soy Varig, el maestre de esta biblioteca-se presentó incluso antes de que pusiera un pie en la pequeña escalinata de mármol, el cual apenas tenía cinco escalones-. Mi viejo amigo Hatik tiene que estar a punto de llegar. ¿Has comido algo? La primera comida del día es la más importante de todas-asentí con la cabeza, aunque eso no impidió su ofrecimiento a tomar algo-. No hace falta que nos quedemos aquí, Hatik sabe el camino y sabe en qué sala nos encontraremos. Hace bastante calor aquí fuera y yo he preparado algo de té. ¿Por qué no entramos y le esperamos tomándonos una taza?

Antes de que pudiera responderle al menos, se dio la vuelta y entró en el edificio. Volvimos a pasar por el recibidor y cruzamos la primera planta como lo hice con Trent el día anterior. Pero, al llegar a la escalinata, nos detuvimos. Él me hizo una señal para que esperase y se acercó al lado derecho de la escalera. Apartó la estantería que se encontraba pegada a la escalera y dejó al descubierto un arco que conducía a una pequeña sala circular únicamente adornada por algunas antorchas en las paredes y una mesa redondeada como la sala con seis sillas a su alrededor. Sobre la mesa se encontraba una tetera y supe al instante que se trataría del té que había mencionado antes el sabio erudito. Me invito a pasar y a tomar asiento y comenzamos a hablar de nuevo.

-Dime, joven Celadias, ¿por qué tenías tanta urgencia por hablar con Hatik?

-Dijo que quería hablar de unos asuntos conmigo, pero no llegó a decirme cuáles-mentí mirando fijamente a los ojos del maestre.

-Tengo más años que tu amigo, me han mentido más veces que al pequeño de Trent. ¿Esperas que me lo crea?-preguntó terminando de servir el té en dos tazas de pequeño tamaño-. Hatik es la persona más poderosa del imperio. Si quitásemos al emperador, por supuesto. ¿Por qué tendría tanto interés en hablarle a un joven recluta que recién acaba de superar las pruebas y no tiene nada importante que ofrecerle?

-Quizá tenga algún tipo de potencial y él quiera sacar algo de provecho con él.

-O quizá tengas información valiosa que pueda hacer que se tambaleen los cimientos del imperio-dijo sin inmutarse lo más mínimo, haciendo una parada para darle un sorbo a su taza-. El té de vainilla con leche es lo mejor que hay.

-Discúlpeme, pero no sé a dónde quiere llegar.

-¿Se ha descubierto algo que pueda poner en peligro al imperio?-preguntó de forma más directa y clara, depositando su taza sobre la mesa. Y por primera vez sentí que él sabía algo acerca de Artrio y de la conversación que tuve con el caballero.

-Eso es algo que deberíais preguntarle a él y no a mí. Yo solo soy un soldado.

Parecía que iba a volver a hablar, pero una nueva presencia evitó que lo hiciera. Me sentí aliviado al ver que Hatik había aparecido tras el arco.

-Os dejaré a solas para que podáis hablar-dijo el maestre recogiendo su taza y alzándose en pie-. Espero que disfrutes de un té como este, Celadias-añadió antes de despedirse y abandonar la sala.

-Espero que ese anciano bocazas no te haya importunado con sus preguntas-se disculpó Hatik en nombre de Varig-. Me han comunicado que querías hablar conmigo. Aquí estoy.

-Es acerca de Artrio, señor-le comenté mientras tomaba asiento, y le dije todo lo que hablamos aquella noche. Le comenté que el viaje había sido hasta el puerto de Merenter, que había cerrado un trato con un capitán de barco que le llevaría al otro lado del mar, y que se iría durante bastante tiempo-. Parece que estos últimos viajes fueron para acordar las condiciones y poder cerrar un trato.

-¿Y qué sabes de su padre?

-Se quedará en Arstacia. Dice que está demasiado mayor para viajar y que necesita de la tranquilidad del hogar si quiere seguir viviendo más años.

-Nadie más sabe de nuestra pequeña misión, ¿verdad?-en aquel momento, sentí que la sangre se helaba en mi cuerpo al cruzarse nuestras miradas, y negué con la cabeza-. Entonces te encargaré una última misión, pero solo la podrás realizar tú y el grandullón de tu amigo tampoco puede saber nada.

-¿Qué vais a mandarme en esta ocasión?-pregunté, y parecía que se había molestado por el descaro de haberle preguntado tan directamente.

-¿Te dijo cuándo volverá a ponerse en marcha?-asentí con la cabeza, respondiéndole que se iría en un par de días-. Eres libre de rechazar esta misión si quieres, pero te la encomiendo a ti porque quiero que descubras la verdad de tu amigo si resulta mentir. Hay dos días de camino a caballo hasta Merenter, y no estás entrenado para hacer algo así, por lo que entenderé que no quieras y enviaré a un explorador que pueda encargarse del asunto.

-Haré lo que sea por el bien del emperador y del imperio-respondí convencido.

-No es el emperador quien te manda esta misión, sino yo-contestó con indiferencia-. Le seguirás hasta llegar a Merenter y, una vez ahí, te asegurarás de que de verdad se sube al barco que te ha dicho. Te proporcionaré una armadura para hacerte pasar por guardia una vez llegues a la ciudad. Llévala puesta durante el camino para que, si te descubre, piense que solo eres un mensajero y no te reconozca la cara. Cuando vuelvas a Arstacia, enséñales este medallón a los guardias del palacio-se descolgó del cuello un pequeño medallón con el símbolo de Arstacia, depositándolo en mis manos.

-Cumpliré esta misión cueste lo que cueste-acepté cerrando mis dedos en torno al medallón.

-Por cierto, una cosa más-dijo acercando su rostro al mío-. Mira bien por dónde pisas y trata de no meterte en lugares de los que no puedas salir con vida. Es mejor quedarnos con la curiosidad si con ella conservamos nuestra cabeza. Los secretos existen por alguna razón.

El tono de voz que había empleado para terminar su discurso se había vuelto más frío de lo normal, como si tratara de avisarme de algo. O, más bien, amenazarme. No entendía del todo a qué podía referirse, aunque una parte de mí decía que estaba bien claro lo que trataba de decir. Ahora sentía más curiosidad acerca de los misterios que rodeaban a aquel hombre, pero temía las posibles consecuencias que pudiera acarrear indagar en su pasado.

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