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viernes, 31 de julio de 2015

Capítulo 13: Declaración de guerra



Tras la batalla, todos los soldados buscaron por todas partes algún rastro de la hija de Joklar, pero no encontraron nada de ella ni de sus sirvientes. Todos suponíamos a dónde se había dirigido y sería demasiado arriesgado seguir el rastro para dar con ella. Hatik dio la orden de que volviéramos todos a casa, diciendo que habíamos cumplido con éxito nuestra misión y que encontrar a aquella chica no era nada importante y entrar en territorio torvalino con un ejército podría ser considerado como una declaración de guerra. La mejor opción era ignorarla y regresar a Arstacia. Al fin y al cabo, solo se trataba de una chiquilla que no podría causar problemas al imperio. O eso pensábamos todos.

El ejército se separó y cada división volvió a su lugar de origen. Nosotros, en Arstacia, nos encontramos con un recibimiento cálido por parte de los ciudadanos, quienes formaron en multitud un pasillo que llevaba desde la entrada hasta la plaza, donde se encontraba para recibirnos el emperador en persona junto a su familia. Habían construido un palenque de gran altura para que todos pudieran ver al emperador y a su familia, en especial a su hijo mayor, el príncipe y heredero al trono.

A pesar del escenario montado, los protagonistas aquel día éramos los soldados que volvimos con vida a la ciudad, y las miradas de todos estaban puestas en nosotros. El clamor del pueblo y sus aplausos conforme pasábamos en mitad del pasillo que habían conformado al amontonarse a ambos lados de la calle era una sensación reconfortante. Jamás pensé que sería tan placentero regresar de una batalla y encontrarse con el amor de la gente a la que defendiste. Uno se sentía importante al encontrarse ahí.

Al llegar a la plaza formamos varias filas frente al palenque del emperador y nos dispusimos a escuchar su discurso:

-Vosotros, soldados del gran imperio antrano, sois la gloria de la ciudad. Habéis servido con honor y luchado con valentía en esta cruenta batalla contra un aliado de los rebeldes. Los rebeldes están consolidando sus fuerzas y ganando aliados cada vez más poderosos, pero vosotros habéis conseguido hacer que sus fuerzas mermen. Confío en que algún día, todos vosotros haréis que caigan.

Toda la ciudad de Arstacia rugió al escuchar sus palabras. Muchos gritaron “muerte a los traidores” o “a la hoguera con ellos”. Todos mostraban su odio hacia los rebeldes y sus ganas de acabar con cada uno de ellos para devolver la paz al imperio.

-Algunos de vosotros acabáis de convertiros en soldados-prosiguió el emperador-, y vuestro valor es innegable. Os agradezco, en nombre del pueblo de Arstacia y del imperio de Antran, que luchéis a nuestro lado. El ejército es nuestra espada y nuestro escudo para proteger nuestro honor y nuestras vidas, y es un orgullo y un verdadero honor teneros a vosotros para reforzarlos.

Los clamores esta vez se dirigieron hacia el emperador, engrandeciéndole con alabanzas varias. Los gritos y los aplausos se hicieron cada vez más fuertes, y a ellos se unieron los golpes metálicos de las espadas de los soldados contra sus escudos. El ruido era ensordecedor, incluso llegaba a resultar algo molesto. Era tanto el jaleo que se estaba montando con el discurso del emperador que nadie pudo escuchar el silbido de una flecha que pasó por encima de nosotros.

Desde la cercanía del tejado de una de las casa que rodeaban la plaza, una figura ataviada con ropajes negros, a quien no se le podía ver el rostro debido a la capucha y al pañuelo que se lo tapaba, disparó una flecha que impactó directamente contra el hijo mayor del emperador, clavándose en su pecho. El príncipe se desplomó en el suelo al acto, cayendo fulminado por el disparo. En ese momento se hizo el silencio durante unos segundos. Algunas personas gritaron de pánico, otras se echaron a llorar, los más precavidos echaron a correr para buscar refugio en sus hogares y unos pocos curiosos buscaron con la mirada al autor de aquel asesinato.

Los guardias y los soldados nos pusimos al unísono en guardia, buscando la proveniencia de la flecha. Fue un guardia quien nos señaló al culpable al alzar la voz. Ya había muerto, alguien le había degollado con un cuchillo pero no había ningún arma cerca ni nadie parecía haberse manchado con la sangre. La guardia imperial se abrió paso entre los curiosos para examinar el cuerpo. Estaba claro que era el culpable pues aun tenía el arco con el que disparó la flecha en su mano, pero el misterio de quién lo había matado seguía aun en el aire.

Al final se llevaron el cadáver del asesino hasta el palacio, jamás supe para qué, y el gentío empezó a dispersarse cuchicheando entre ellos y murmurando acerca de lo acontecido. En lo que quedó de día no pude ver a Karter ni a Trent.

Karter había recibido la orden de patrullar la ciudad con el resto de guardias en busca del hombre que mató al arquero. Se especulaba que el asesinato del príncipe había sido planeado y orquestado por el asesino del arquero, quien solo era un simple peón a quien matar para que sirviera como señuelo y que el que lo organizó todo pudiera escapar de ahí. Se rumoreaba que el asesino aun seguía en la ciudad, pero no había ni rastro de él a pesar de que una parte del ejército estaba cubriendo la seguridad de las calles en colaboración con los guardias.

Trent, por su parte, tuvo el privilegio de acompañar a la familia del emperador, al emperador y a varios sabios al palacio, donde la guardia imperial les protegería durante el resto del día. Todo esto lo supe al día siguiente cuando me lo contaron en la taberna donde nos reunimos para beber y hablar un rato.

Un par de días más tarde, Barferin vino a buscarme a mi casa para acompañarme hasta los cuarteles en el palacio. Parecía ser que el capitán nos había convocado a todos los soldados y el único que faltaba por avisar era yo. Al enseñar los brazaletes de la cuarta división no tuvimos ningún problema al entrar en el palacio. Dentro del cuartel ya estaban todos los soldados esperando, sentados en una mesa rectangular bastante alargada en la cual presidía la reunión el capitán, ubicado en un extremo de la mesa. Al otro extremo se sentó Barferin como su mano derecha.

-Todos sabréis de los chicos de la élite, los caballeros que conforman el escuadrón de la guardia personal del emperador, ¿cierto?-comenzó a hablar el capitán después de que Barferin y yo nos sentáramos-. Tras el atentado contra el príncipe han estado trabajando duramente para encontrar a su asesino. Está claro que la mano ejecutora fue el arquero que encontramos, pero alguien lo mató y no fuimos nosotros-dijo refiriéndose a los soldados antranos-. Por ello creemos que quien lo ha orquestado ha sido una persona diferente queriendo mandar un mensaje y deshaciéndose de su peón.

-¿Qué se sabe del arquero?-preguntó Garlet.

-Era alguien de las tierras del norte, un mercenario-comenzó a explicar Barferin para ahorrarle el trabajo al capitán-. No parece tener ningún parentesco en Torval, pero está claro que han sido los torvalinos quienes han estado detrás de esto.

-¿Por qué estáis tan seguros?-pregunté confuso.

-Porque en el extremo opuesto a la punta de la flecha había un lazo negro. A lo largo de la historia, todas las declaraciones de guerra torvalinas se han realizado con sangre. Su marca siempre ha sido, además de derramar sangre importante, un lazo negro junto al arma homicida-nos explicó Barferin.

-En este caso, la flecha que lanzaron-concluyó el capitán-. Por eso os hemos reunido hoy aquí, muchachos. Queremos que estéis preparados para partir dentro de tres días. Despedíos de vuestros familiares y vuestros seres queridos y aseguraos de disfrutar estos días como nunca, porque es posible que no volvamos más.

-¿A dónde vamos, señor?-preguntó el hombre que salió en mi defensa el día que conocí al resto de los soldados.

-A recorrer Torval hasta llegar a su capital-respondió Barferin.

-¡Es una locura!-se quejó Horval, un hombre de pelo largo negro y barba desaliñada, al cual le faltaba un ojo, o eso supuse por el parche de cuero que le tapaba casi medio rostro.

-No podemos esperar a que su ejército llegue hasta nuestras puertas, así que Hatik ha vuelto a reunir un ejército y quiere que nosotros encabecemos la marcha-volvió a responder Barferin.

Todos los soldados empezaron a murmurar entre ellos y alzando la voz para dar su opinión al mismo tiempo, causando un enorme jaleo dentro de la estancia. Todos salvo yo, que aun no había cogido suficiente confianza para hablar en público. La discusión siguió avivándose durante un buen rato hasta que el capitán los hizo silenciar golpeando con fuerza sobre la mesa.

-Sé que acabamos de volver de atacar, pero también sabíamos cuando nos unimos al ejército que nuestra vida se resumiría en luchar y seguir luchando. Y si son órdenes del comandante, tenemos que aceptarlas.

-Espero que esta vez el ejército sea más numeroso-dijo Sig con su descaro característico.

-Creo que somos casi el doble de soldados que la última vez para poder cubrir las bajas que hayan-respondió Barferin.

-Pocos somos para lo que tendremos que hacer-replicó Garlet.

-Hemos hecho locuras mayores, y muchos de nosotros lo sabemos de primera mano-dijo el capitán con un tono más amigable y cercano-. Venga, que por algo somos la envidia del resto de divisiones. Vayamos a la guerra, cumplamos con nuestro trabajo y matemos a un puñado de torvalinos. Que se enteren que declararnos la guerra es la peor decisión que han tomado en sus vidas.

Su pequeño discurso hizo que los ánimos de los soldados se levantaran y todos gritaron dispuestos a luchar, dando su aprobación a aquella guerra. Para mí todo estaba pasando demasiado rápido. Siendo aun un simple recluta fui llamado por el emperador y por su caballero de confianza para encomendarme un trabajo. Sí, fue algo sencillo a pesar de lo que se trataba, he de reconocerlo, pero, al fin y al cabo, fui llamado por el mismo emperador en persona. Poco después, sin apenas entrenamiento ni preparación, me asignaron a la cuarta división antrana, la mejor división de infantería del imperio. Y, por si no fuera bastante, al día siguiente me mandaron a un asedio para que, días después, empezara una guerra en la que tendría que intervenir. Sí, era todo demasiado rápido, y no sabía cómo lo iba a llegar a soportar, pero pensé que así sería verdaderamente la vida de un soldado, que no todo era la gloria y las comodidades que se veían desde fuera, que todos los lujos que les rodeaban y toda la gloria que recibían la obtenían a base de derramar sangre, de sufrir una y otra vez en un campo de batalla.

Para finalizar la reunión, todos acordamos el lugar donde nos reuniríamos para partir y reunirnos con el resto del ejército, encabezando la marcha de los soldados que nos uniríamos desde Arstacia y, acto seguido, abandonamos el cuartel para aprovechar los últimos días de descanso que nos quedaban.

-Celadias, si no estás preparado para partir con nosotros eres libre de detractarte, no te juzgaremos ni tendrás ninguna represalia-dijo el capitán interceptándome en los pasillos del palacio.

-No, mi señor, iré a la guerra con el resto de mis compañeros-respondí decidido.

-Sabemos que esto está siendo demasiado repentino, que no has tenido tiempo para habituarte a la rutina de un soldado y ya estás metiéndote en guerras que ni siquiera tienen que ver contigo.

-Pero así es la vida de un soldado.

-¿Era esto lo que te esperabas?-preguntó, obteniendo una negativa por mi parte-. Pero, por desgracia, esto es lo que hay. Tómate estos días para reflexionar. No estás preparado aun para la guerra y podrías servir en otros asuntos al emperador mientras se libra esta campaña-me ofreció el capitán, volviendo a recibir una negativa mía.

-Fue aquí donde me asignaron y aquí serviré como se espera de mí, señor. Ahora tendré la oportunidad de mostrar mi valía y de descubrir qué soy capaz de hacer.

El capitán se quedó en silencio con una sonrisa de oreja a oreja orgulloso de lo que había dicho. Satisfecho por mis palabras y por haber podido tomar mi propia decisión, me dio una palmada en el hombro y siguió su camino pasando por mi lado.

lunes, 27 de julio de 2015

Capítulo 12: Asedio a Kryn



-¡Vamos, todo el mundo en pie! ¡Llegó la hora de atacar!

Los gritos de los capitanes despertaron a todos los soldados acampados en las distintas tiendas que habían levantado. Quienes más acostumbrados estaban se despertaban como si nada, sin inmutarse apenas, pero yo aun puedo recordar el salto que pegué del susto que me dio el capitán Kanos al gritarnos a apenas dos metros de distancia de mí. De no ser porque todos estaban recién despiertos también y se habían puesto a prepararse a toda prisa para reanudar la marcha hasta la muralla de la ciudad seguramente se hubiesen reído de mi reacción.

Todos los soldados se ayudaban los unos a los otros a colocarse la armadura, a atarse bien los enganches de cada pieza, a asegurarse de que no se moviesen y permanecieran fijas al cuerpo. A mí me tuvo que ayudar Barferin porque aun no conocía a ninguno de mis compañeros.

-No te preocupes, es algo normal, acabas de llegar y eres nuevo aquí. No existe esa confianza todavía con tus compañeros-decía para calmar mi desánimo-. Seguro que si hoy haces un buen combate empezarán a tomarte más en serio y algunos te empezarán a tratar como a uno más del equipo.

Apenas había terminado de tener listo el equipamiento cuando el capitán nos dio la orden de adelantarnos, asegurando que los arietes habían empezado ya a avanzar. Ni siquiera había tenido tiempo a desperezarme y tendría que hacer un esfuerzo, con el estómago vacío, para rendir en el campo de batalla. Empezaba a dudar que aquella fuese la vida que de verdad quería tener.

Al llegar a lo alto de la colina pudimos ver al trasluz del amanecer la silueta de una ciudad un poco más pequeña que Arstacia. Ladera abajo los arietes habían avanzado una distancia considerable, lo que nos obligó a adelantarnos corriendo. Y, poco más adelante, un escuadrón de arqueros empleaba los pocos matorrales y árboles que habían como cobertura para eliminar las defensas que se apostaban en las almenas a lo alto de las murallas con disparos certeros. Tenía mérito que pudieran acertar a los blancos con tan poca luz, y más siendo que esa poca luz incidía directamente en sus ojos.

Gracias a la labor de los arqueros pudimos llegar hasta el portón de la muralla mientras los arietes golpeaban con fuerza sobre la superficie de madera. Al otro lado podíamos escuchar cómo los capitanes gritaban a sus soldados para reforzar la puerta, la cual de por sí era bastante gruesa, poniendo algunas tablas. Aunque de poco sirvieron cuando la puerta comenzó a partirse y acabó destrozada, cayendo al suelo con fuerza y dejándonos paso. Todos los soldados que esperaban a mi lado para poder entrar gritaron de euforia y empezaron a abrirse paso. Fui el único que no sentía ese regocijo debido a los nervios. Por primera vez lucharía contra un ejército y no contra un puñado de rebeldes.

Me uní rápido a la multitud, esperando mi turno de pasar a la acción en la retaguardia mientras contemplaba a los que estaban delante mía intentar despejar la entrada. Mi oportunidad llegó cuando un soldado de la octava división cayó abatido por una espada que le atravesó el pecho, cuya punta pude ver con claridad bañada en sangre a escasos centímetros de mí.

En cuanto el soldado en cuestión cayó al suelo, aproveché para cargar con el escudo contra el enemigo y arremetí con la espada, sintiendo que conseguía bloquear mi ataque en el último momento. El forcejeó duró unos segundos hasta que me aparté hacia atrás y un soldado que estaba a mi lado acabó con la vida de mi oponente. Aunque llamarlo “mi oponente” sería impropio teniendo en cuenta el caos que había.

Poco a poco fuimos ganando más terreno y las tropas que quedaron fuera consiguieron entrar en la ciudad. Con la llegada de nuevas unidades ahora era más fácil completar el asedio. No quedaban arqueros en las almenas y todos los soldados estaban empezando a concentrarse en el mismo punto. Aquello nos brindó la oportunidad que estábamos esperando para poner fin a la batalla de la manera más rápida posible.

Si ya de por sí la superioridad numérica era un factor a tener en cuenta, el factor sorpresa de lo que ocurrió a continuación supuso una masacre aun mayor. Una explosión que se escuchó en toda la ciudad sacudió los cimientos de la muralla en la otra punta de la ciudad. El único estruendo que oímos fue el del estallido, pero algo que sonara así era imposible que no derrumbara un muro de piedra. El enemigo ahora estaba confuso y no sabía qué hacer, y fue solo cuestión de minutos que se dispersara por toda la ciudad, algunos tratando de huir y otros buscando alguna forma de seguir resistiendo. Aunque el final acabó siendo el mismo para todos.

Los pocos soldados que aun quisieron seguir resistiéndose ante el ataque se reagruparon junto a la guardia frente al castillo. La guardia iba equipada con lanza y escudo y su armadura parecía ser bastante resistente. Aquellos nos supusieron un problema algo mayor, pero no fue un impedimento demasiado grande como para acceder. Yo solo pude derrotar a un lancero que, personalmente, sí me estaba dando complicaciones. No sabía si era porque no tenía ningún entrenamiento contra lanzas o porque era un soldado demasiado bueno, pero sí era cierto que maldije tener que enfrentarme a mí con la cantidad de guardias que había a nuestro alrededor.

El guardia en cuestión consiguió apartarme del resto del grupo, como si su mayor fuerte fuesen las peleas individuales. Y pude entender por qué cuando vi los movimientos que hacía. Necesitaba un espacio bastante amplio para moverse con soltura, pues a veces llegaba a hacer girar la lanza a su alrededor para tratar de golpearme con el mango. Sus movimientos eran rápidos y apenas me dejaban unas milésimas de segundo para poder reaccionar, razón por la cual llegué a sentir la barra de madera golpeándome en el costado. Agarré la lanza manteniéndola inmóvil entre mi brazo y el costado, impidiendo que pudiera moverla, y con un fuerte tajo contra el mango, partí su arma por la mitad dejándola inservible.

Mi oponente, y esta vez sí era propio llamarlo así, levantó su guardia quedándose tras su escudo mientras me observaba atento. Parecía tener miedo pero no querer mostrarlo, y a mí me parecía que intentaba evaluar la situación para buscar cómo asestar un golpe crítico que le salvara. Sabía que los lanceros tenían un cuchillo por si su lanza se partía, por lo que me di prisa en acabar con él. Golpeé varias veces su escudo con la espada para marearle un poco. Aquella táctica era bastante utilizada para aturdir al enemigo con ese molesto sonido. En cuanto encontré la ocasión, rajé una de sus piernas para hacerle caer al suelo y le aparté el escudo con el pie. En ese momento intentó clavarme su cuchillo en la pierna, cosa que no me sorprendió mucho a decir verdad. En cuanto evité que lo hiciera, golpeé su mano con una patada para que soltase su arma. Y no tuve que hacer mucho esfuerzo para acabar con su vida. Teniendo el cuello al descubierto, incrusté la hoja de la espada en la traquea y dejé que muriera tirado en el suelo, brotando sangre a borbotones por la herida que le causé al desclavar la espada.

Volví junto al resto de compañeros, quienes ya empezaban a entrar para asediar el castillo. Dentro apenas quedaban guardias ya, y los pocos que quedaban ofrecían escasa resistencia contra nosotros. El avance fue rápido por los pasillos y las escaleras hasta llegar al gran salón, donde se refugiaba el conde con un séquito de diez hombres. Todo el grupo se detuvo en mitad de la sala con aspecto desafiante esperando a que algún guardia tuviera la osadía de alzarse contra nosotros. Pero no fue así.

En su lugar, noté cómo alguien se abría paso entre nosotros con gentileza y todos nos separábamos para crear un estrecho pasillo que le permitiera el paso. Cuando pasó frente a mí comprobé que se trataba de nuestro comandante, Hatik.

-Deponed las armas y saldréis con vida-dijo con tono amenazante, y no tardaron los guardias en arrojar sus armas y escudos al suelo. Incluso se quitaron los cascos y los arrojaron también-. Joklar, sabéis por qué estamos aquí, ¿verdad?

-Jamás di cobijo a los rebeldes, digáis lo que digáis-respondió en su defensa el conde, una persona anciana con algunas arrugas en la cara y pequeñas marcas que no sabía si eran por la edad o por alguna guerra librada-. Sois unos cobardes que tenéis que venir acompañados de diez mil hombres porque no os atrevéis con la guardia de una ciudad como Kryn.

-Es el castigo que le damos a los traidores como tú, Joklar-objetó el comandante mientras se acercaba a él con calma. Los guardias que antes acompañaban al conde se apartaron con rapidez, atemorizados por la presencia de Hatik-. Mirad a vuestros hombres, incapaces de cumplir su juramento para protegeros. Seguro que aunque mis soldados no se movieran de sus posiciones y no interviniesen en la batalla, seguirían muertos de miedo y no se atreverían a enfrentarse a mí-concluyó con desprecio.

-Acabad rápido con esta farsa, Hatik. Si queréis matarme, hacedlo ya-le invitó a que acabase con su vida mientras se acercaba a él y se arrodillaba a escasos diez metros-. Aunque me dieseis la oportunidad de tener un juicio justo, jamás sería justo si la última palabra la tuviera el emperador. Él solo busca acabar con sus enemigos y aumentar su poder, sin importar a quien tenga que pisotear. Antaño fuimos amigos, y mira a quién manda para acabar con mi vida: A una sucia rata a la que acabará pisoteando como ha hecho con todos.

Aquello pareció haber molestado notablemente al comandante, quien desenvainó la espada, acto que hizo que los guardias abandonaran la estancia sin que ningún soldado se lo impidiera.

-Decid vuestras últimas palabras y encomendaos a los dioses-dijo Hatik, aparentemente lleno de rabia y tratando de controlarse, mientras recorría la poca distancia que le separaba de su víctima.

-Los dioses jamás permitirán a un verdugo como vos entrar en el Shangri-la.

-Que los dioses os acojan en su gloria-concluyó Hatik.

Aunque en su tono de voz quedaba bien claro que deseaba que jamás ocurriera así, y con un rápido movimiento de espada separó la cabeza del conde de sus hombros, haciéndola rodar por el suelo. El cuerpo se desplomó con un sonoro golpe y la sangre empezó a encharcarse. Los soldados empezaron a abandonar la habitación para regresar a sus posiciones, pero yo me quedé durante unos segundos contemplando el cadáver de Joklar.

-Celadias, regresa con tus compañeros de la cuarta división-dijo el comandante con tono frío al pasar por mi lado.

-Mi señor, quisiera preguntaros algo-Hatik se detuvo tras de mí. Me giré para verle, pero él no hizo lo mismo. Se mantuvo dándome la espalda pese a que parecía darme permiso para preguntar-. ¿Es cierto que Joklar y el emperador fueron amigos años atrás?

-Eso dicen.

-¿Por qué entonces Joklar le traicionaría de esa forma al emperador?

-El dinero da más poder que la influencia. ¿Acaso piensas que es inocente?-en ese momento me miró por encima de su hombro.

-No soy quien para juzgarlo, mi señor.

-Exactamente, no eres quien. Limítate a cumplir órdenes y a seguir luchando por el bien del imperio.

Sin decir nada más, se retiró de la estancia. Esperé un instante más para evitar que nos volviéramos a encontrar por el camino de regreso al exterior del castillo para reunirme con Kanos, Barferin y el resto de mis compañeros. Me preguntaba si de verdad el conde Joklar había sido capaz de traicionar a su amistad por un puñado de monedas de oro, o incluso si había alguna razón más detrás de esa supuesta traición, si es que de verdad había traicionado al emperador dando cobijo a los rebeldes. Pero aquello no era de mi incumbencia como dijo el caballero, así que de nada serviría darle más vueltas asunto, por más inevitable que me pareciera pensar en aquello.

miércoles, 22 de julio de 2015

Capítulo 11: La cuarta división imperial



El cuartel de la cuarta división imperial se encontraba en el interior del palacio. Kanos me había dado un brazalete con la inscripción “IV DIVISIÓN” para que los guardias siempre me dejasen pasar. Obviamente, el acceso en el interior era bastante limitado. Solo podía entrar en el gran salón, la biblioteca y el patio interior, desde el cual se accedía al cuartel por uno de los portones que había en los pasillos que rodeaban el patio.

Ahí me esperaba un hombre anciano cuya espalda se había encorvado bastante junto a un hombre de mediana edad bastante corpulento y fortachón para proporcionarme el equipo básico que me regalaban. Primero comprobamos que las piezas estaban bien hechas a mi medida y, entre el hombre corpulento y yo, llevamos la cada una de las piezas hasta mi casa. La armadura se componía de una coraza blanca con un grabado en relieve de una espada con la punta hacia abajo a la izquierda de otras dos espadas cuyas puntas se unían formando una V, la cual tapaba mi tronco en su totalidad junto a unas hombreras, ambas piezas de acero, un par de brazales metálicos para los antebrazos, unos guantes de cuero que más tarde descubriría que me ayudaría con el agarre de la empuñadura de la espada y del escudo, el cual se estrechaba más abajo hasta acabar en punta, y unas grebas para las piernas. Pesaban algo más que las piezas que utilicé para defender la ciudad el día de mis pruebas pero me sentía bastante más cómodo.

Al día siguiente, tal y como me indicó el capitán y me confirmó el anciano del cuartel, me dirigí al amanecer al acceso este de la ciudad. Algunos soldados, cerca de un centenar cuando llegué, llevaban un rato esperando mientras echaban un último vistazo a su equipo para asegurarse de que lo tenían todo listo. Barferin, quien me reconoció nada más llegar, se acercó a mí para indicarme dónde se encontraba el resto de la división.

-Has causado un gran revuelo, ¿lo sabías? Desde que saben que un recluta ha entrado directamente a esta división, algunos soldados han empezado a sentir curiosidad y desean conocerte. Aunque es muy posible que tengas que trabajar duro para ganarte la confianza de algunos de los más veteranos. No se explican qué hace un recluta en nuestra división.

-Si quieres que te sea sincero, yo tampoco tengo la menor idea de qué hago aquí-tuve que reconocer amargamente.

-Pronto arrojaremos algo de luz sobre el asunto una vez nos movilicemos. Mira, ahí están tus nuevos compañeros, y creo que han sido todos puntuales.

Llegamos junto a un grupo de veinte personas, incluyendo al capitán, cuyo rostro fue el único que pude reconocer de todos. Tal y como dijo Barferin, algunos parecían no estar muy conformes con la decisión de que luchásemos codo con codo. Pude ver alguna mirada de desprecio dirigida hacia mí.

-Creo que ya estamos todos entonces-anunció Kanos alzando la voz para que todos pudieran oírle-. Ese muchacho que tenéis ante vosotros es Celadias, el recluta al que nos han traído este año.

-Nunca nos traen un recluta, ¿por qué tienen que traerlo precisamente el día que hemos de partir hacia la guerra?-preguntó el único soldado que aun no se había colocado la armadura, pues todos los demás, incluso yo, teníamos puesta nuestra armadura ya. No parecía ser mucho más mayor que yo, su piel era algo morena y su pelo, negro como el carbón, era bastante corto-. Este crío será un estorbo para el resto de la tropa.

-Puedes ir y preguntarle al comandante si lo deseas, Garlet-respondió el capitán dando la cara por mí, cosa que agradecí en silencio desde lo más profundo de mi ser-, pero dudo que le haga gracia que le molestes con nimiedades mientras organiza toda esta marabunta de hombres con acero. Además, ha sido recomendado personalmente por él. Así que algo sabrá hacer. ¿Quieres arriesgarte a quedarte en la ciudad o aceptarás su espada a tu lado?

-Eh, novato, ¿te afeitas ya?-preguntó otro hombre tratando de mofarse.

-Cállate, Sig-le mandó a callar Barferin-. De todos, eres el que peor sabe manejar la espada.

-Era-recalcó el hombre llamado Sig, cuya fealdad se me hace difícil de describir, y no porque empezásemos con mal pie-. Seguro que este muchacho ni siquiera sabe blandir la espada.

-Si está con nosotros es por algo, ¿no crees?-respondió Barferin.

-Comprobemos entonces de qué está hecho el muchacho-dijo aquel a quien el capitán mencionó como Garlet, desenfundando su espada. Pero no le dio tiempo a decir ni hacer nada más cuando otro soldado, bastante alto y ágil, se interpuso entre él y yo.

-El comandante tendrá una mala impresión de nosotros si permitimos que hayan trifulcas innecesarias desde el primer día en que Celadias forma parte de nosotros. Te guste o no, ahora es uno de los nuestros. Guarda tu espada, ponte la armadura y olvídate de pelear contra el nuevo.

Garlet parecía haberse enfurecido con el hombre que me defendió, pero, por alguna razón, se tragó sus propias palabras y guardó su espada como le había ordenado. Yo suspiré de alivio, aunque algo tenso por la situación que se había creado. Aquel hombre, de nombre desconocido como el de casi todos los que estaban ahí presentes, simplemente me miró con seriedad por encima del hombro y se alejó a terminar de preparar sus cosas.

-Parece que has hecho amigos rápidamente-dijo Barferin con sarcasmo al acercarse a mí-. Al menos hay alguien que te ha defendido y no ha tenido que actuar el capitán.

-Pero Garlet tiene razón. ¿Por qué el comandante me ha recomendado personalmente? ¿Quién es como para poder hacer algo así?-pregunté con la incertidumbre de conocer al responsable de mi entrada, quien se había mantenido en secreto y el cual me había creado algún que otro quebradero de cabeza al pensar en quién podía tratarse y por qué tenía ese interés en que formara parte de la élite si aun ni siquiera había tenido experiencia como soldado.

-Si tan interesado estás, ¿por qué no le preguntas? Acaba de salir de su tienda y parece estar solo. Míralo, ahí-dijo indicándome con el dedo la localización. Señaló a la persona que menos me hubiese esperado que hiciera algo así por mí, pero que, por extraño que resultara, no resultaba ser una sorpresa para mí: Hatik-. Cree que tienes potencial y que este es el mejor sitio para ti, a pesar de tu… problemilla en la defensa de la ciudad.

-¿Qué problemilla?-pregunté temiendo conocer la respuesta.

-Intenta no vomitar al finalizar esta batalla, ¿vale?-bromeó riéndose.

-¡He vuelto a pelear y ya he controlado eso!-repliqué algo molesto, lo que hizo que Barferin se riera aun más-. Por cierto, ¿quién es el que ha salido en mi defensa?

-¿Carba? Es uno de nuestros mejores espadachines. No ha sido herido ni una sola vez en el campo de batalla, y mira que ha luchado incontables veces-dijo engrandeciendo al soldado que salió a defenderme contra Garlet-. Yo tampoco me atrevería a llevarle la contraria, qué quieres que te diga.

Carba parecía ser un hombre bastante misterioso, y el tiempo me lo acabaría terminando de confirmar. A menudo se quedaba en absoluto silencio contemplando a cada uno de sus compañeros cuando se reunían a hablar. Del resto de compañeros poco puedo decir. Algo menos de la mitad permanecían indiferentes en cuanto a mi entrada en la división, solo dos personas más pensaban igual que Garlet y que Sig, y del resto de soldados me llegaron algunas felicitaciones y sinceros deseos de combatir pronto a mi lado para comprobar si era tan bueno como decían.

Yo me sentía extraño en aquel lugar. Todos eran soldados experimentados, incluso diría que algunos llevaban media vida peleando ya. Ese hecho provocaba en mí temores de no estar a la altura y, como dijo Garlet al principio, llegar a entorpecerles. El capitán quien se acercó a mí en repetidas ocasiones a lo largo del viaje, intentó tranquilizarme.

La noche cayó y todos nos reunimos con el capitán para recibir nuestras instrucciones. Todo el ejército había montado un gran campamento con los miles de soldados que habían llegado, y numerosas hogueras se esparcían encendidas. Nosotros nos reunimos, sentados, en torno a la hoguera que nos correspondía y el capitán empezó a hablar.

-Mañana subiremos la colina a primera hora de la mañana, nada más amanezca, y acortaremos el último tramo que nos separa de la ciudad. Desde lo alto de la colina podremos ver sus murallas. Avanzaremos detrás de los arietes y seremos los primeros en entrar en la ciudad. Nuestro primer objetivo será asegurar la puerta y dar vía libre al resto de las unidades junto a la octava división.

-Pero en total no seremos ni cien hombres-comentó un soldado de cabello moreno corto, musculoso y descamisado, mostrando una pequeña cicatriz en el pecho. Era tan pequeña la cicatriz que supuse que sería a causa de alguna flecha.

-Si nos damos prisa y los arqueros hacen bien su trabajo, seremos más que suficientes para tal propósito-respondió Barferin-. Además, solo serviremos de distracción.

-¿Distracción?-me atreví a preguntar yo, intrigado.

-El único acceso a través de las murallas es la puerta que atacaremos. Por eso centrarán todas sus defensas en ese punto. Pero nosotros crearemos otro-fanfarroneó el capitán.

-Un carro lleno de barriles con pólvora se situará en la otra punta de la ciudad mientras todo el mundo está combatiendo y mil hombres esperan hasta que la muralla caiga. La explosión de la pólvora será su señal-explicó Barferin-. Lo único malo es que todo tiene que ser muy rápido y que no puede haber ningún error, pero confiamos en que podamos coordinarnos entre todos para asegurar el éxito de la misión.

-De momento será mejor que descansemos todos-anunció el capitán poniéndose en pie-. Mañana será un día duro para todos, comenzaremos una guerra que seguramente nos tendrá ocupados bastante tiempo y todas las energías que podamos almacenar en nuestros cuerpos esta noche será necesaria e importante para cumplir nuestra misión. Valor, orgullo y honor, compañeros.

-Valor, orgullo y honor-repetimos todos al mismo tiempo el mismo lema, el lema de la cuarta división. Por primera vez, pronuncié el lema de mi división, el lema que me acompañaría desde aquel momento en mi largo camino como soldado.

Me sentía raro pronunciando aquellas tres palabras, pero me emocionaba saber que aquellas tres palabras me acompañaban en todo momento y me representaban como soldado. Defendería valerosamente el orgullo y el honor de mis compañeros con mi vida si hiciera falta. Y al día siguiente tendría mi oportunidad de demostrar que sería fiel a mis compañeros y, sobretodo, pensaba callar las bocas de todos aquellos que dudaran acerca de mi aptitud para ser un soldado más de la cuarta división imperial. Aunque, para ello, primero tenía que convencerme a mí mismo de que era merecedor de tal honor.

lunes, 20 de julio de 2015

Capítulo 10: Un auténtico soldado



-¿Te parece bonito dejarme aquí tirado mientras tú te vas sin decirme nada?-me sermoneó Karter-. Tú por ahí, cumpliendo misiones, mientras yo me quedo aburrido aquí, entrenando todos los días. Es injusto.

Al día siguiente de mi llegada, tras darle un informe detallado de lo que había sucedido durante el viaje a Hatik, Karter me asaltó en un momento de descuido. Parecía que estaba ansioso por saber qué había sido de mí en los días de mi ausencia, y no me quedó otra más que acceder a contárselo todo en la taberna con una jarra de cerveza en nuestras manos. Eso sí, lo primero que hice fue pedirle que me prometiera que esto no saldría de nosotros y que el único que podía saberlo era Trent.

Le hablé acerca de la misión, de cómo tuve que seguir a Artrio hasta Merenter sin dejar que me viera pero sin perder contacto visual con él, de cómo le asaltaron unos maleantes cuando se dispuso a cruzar el puente…  Karter escuchaba atento mis palabras, sin decir ni una sola palabra para no interrumpir mi historia, mientras bebía pequeños tragos de la jarra de cerveza que había pedido que le llenaran por segunda vez.

-Y ahora, ¿qué ha ocurrido por aquí durante mi ausencia?-pregunté al concluir con mi historia.

-No gran cosa, si te soy sincero. Algunos reclutas han acabado siendo meros guardias de la ciudad por no ser capaces de seguir el ritmo de los demás-dijo riéndose antes de dar otro trago, más largo que cualquiera de los demás, a la cerveza-. Bueno, espera, sí hay algo que deberías saber-mi desconcierto se hizo notable y mi interés por lo que tenía que decir creció-. Mañana el capitán nos asignará un escuadrón en el ejército y seremos auténticos soldados por fin.

Aquella noticia me ilusionó bastante. Por fin dejaríamos de ser reclutas, la mierda más baja del ejército, y seríamos soldados de verdad. Pero aun tenía algo que decirme, lo cual me impactó bastante más:

-Cabe la posibilidad de que uno de los dos, o ambos, vayamos al asedio de Kryn. Quizá el escuadrón al que nos asignen vaya a ir con el resto del ejército a la batalla. Así que puede que estés convocado a entrar en algún destacamento si tu escuadrón irá.

-¿Cómo voy a estar convocado para una batalla real si apenas he entrenado con el resto del grupo?-pregunté negando con la cabeza. No quería hacerme a la idea de que fuese a unirme a ningún escuadrón tan temprano. Y no era por miedo, pues tenía ganas de combatir y saber lo que era capaz de hacer, pero era imposible que el capitán quisiera que le acompañara a una escaramuza sin tener la suficiente preparación.

-Tu potencial se conoce desde el día de las pruebas, y has hecho más misiones que la mayoría de nosotros.

-Mi única misión fue vigilar a una persona, y no corrí peligro real en ningún momento.

-Te enfrentaste a unos bandidos-discrepó Karter.

-Estaban centrados en herir a Artrio, yo simplemente aproveché el factor sorpresa para dispersarlos-comenté encogiéndome de hombros con indiferencia-. Y dos escaparon, recuérdalo.

-¡Hiciste que huyeran!

-¿Quieres dejar de convencerme? No creo estar preparado para combatir en una batalla real y punto.

Karter se dio por vencido y regresó a su única preocupación: beber. Nos mantuvimos callados por unos segundos hasta que decidí romper el silencio con una pregunta que llevaba un buen rato rondándome por la cabeza y a la que no conseguía encontrarle ninguna respuesta.

-¿A cuántos hombres piensan movilizar?

-Desde Arstacia irán mil soldados-respondió Karter, aunque no se quedó ahí-. Pero la cosa va a más: Nos reuniremos con más de diez mil soldados venidos de otras ciudades.

-¿Y qué es tan importante como para reunir un ejército tan grande?-pregunté sorprendido por el número de soldados.

-Parece que una ciudad vecina ha estado dando alojamiento a los rebeldes bajo la protección de su conde. A ver si recuerdo su nombre… Creo que era Joklar.

-¿Y tan grande es la ciudad como para que enviemos tantos soldados?

-Su conde es una de las personas más ricas e influyentes de toda Antran-me aclaró Karter terminando de vaciar la jarra. Y, cómo no, le pidió al tabernero que la volviera a llenar. A decir verdad, juraría que esa era la tercera, pero dudaba haber podido seguir bien la cuenta-. Se dice que en su ciudad hay más de un millar de guardias patrullando, y quinientos hombres más en el interior de su palacio. Además, cuenta con una tropa personal de diez caballeros nombrados por el mismísimo emperador.

-Vale, pero eso no hace ni dos mil soldados en total. ¿Por qué es necesario que vayamos tantos?-pregunté sin seguir encontrando ninguna explicación lógica.

-El condado de Joklar es un terreno que se expande desde el este del bosque hasta llegar a la frontera. Hay varios poblados pequeños que podrían darle perfectamente cincuenta hombres más. Por no hablar de la relación que tiene con el rey de Torval.

-¿Qué relación?

-Su hija mayor se casará con el príncipe torvalino.

-¿Eso no está considerado conspiración contra su alteza?

-¿Entiendes por qué tantos hombres?-respondió a mi pregunta con otra, dibujando una sonrisa burlona en sus labios-. Después de esta batalla el imperio entrará en guerra con Torval.

-Y debemos asegurarnos de que nuestro primer paso sea certero-concluí viendo cómo me daba la razón, mostrando una sonrisa como la de un maestro sintiéndose orgulloso por su alumno. Lo cual me repateaba, pero para una vez que podía sentirse así no iba a ser yo quien le aguara la fiesta-. Entonces ahora sí que tengo claro que yo no iré.

-¿Y por qué no?

-En Arstacia hay muy buenos soldados. Y seguro que los capitanes estarán bajo las órdenes de los caballeros del emperador. No van a convocar a ningún recluta, por muy bien que lo esté haciendo en los entrenamientos.

-Bueno, ya veremos entonces qué nos dice mañana el capitán-concluyó, vaciando por última vez la jarra y dejándola sobre la mesa mientras se ponía en pie, tambaleándose como si se hubiese mareado. Aunque ambos sabíamos qué era lo que le pasaba en verdad-. Creo que he bebido demasiado…

-Has bebido lo mismo que otras noches, pero más rápido de lo normal-reconocí con una risa mientras me ponía en pie a su lado-. ¿Quieres que te ayude a llegar hasta tu casa?

-¿Quién te crees que soy? Si alguien intenta hacerme algo acabará con los dientes en el suelo.

-No es por ti por quien temo, sino por quien se cruce en tu camino-admití ayudándole a salir de la taberna-. Además, te veo durmiendo en mitad de la calle.

-Ni que me hubiese bebido toda la despensa de vino de su majestad-se quejó Karter separándose de mí-. No te preocupes, vuelve a casa y ya nos veremos mañana. Yo puedo llegar perfectamente.

-Como desees-me di por vencido con un suspiro, encogiéndome de hombros-. Nos vemos mañana.

Durante toda la noche estuve preocupado por si Karter regresaría bien a su casa. Era la primera vez que le veía emborrachándose y, aunque no parecía estar muy afectado por el alcohol, temía que hubiese perdido el equilibrio y se hubiera caído. Aunque mis temores desaparecieron al día siguiente cuando, mientras formaba filas a la espera de que nos llamaran para decirnos si los reclutas iríamos a la guerra, le veía aparecer con unas ojeras impresionantes. Hasta daba miedo mirarle, parecía que había salido de alguna de nuestras peores pesadillas con aquel aspecto tan demacrado a causa del cansancio. No pude evitar reírme al ver sus malas pintas y, cuando me dispuse a hacerle una señal, oí al capitán alzar la voz. Fue en ese momento en el que me di cuenta de que, además de él, había varios capitanes más.

-Todos habéis hecho un trabajo impresionante en estas últimas semanas. Seguís siendo soldados antranos y es hora ya de asignaros una posición en nuestros escuadrones. Os nombraré uno a uno y os diré vuestra tropa. Después, id con el capitán que os corresponda y él os asignará vuestra posición. Antes de eso, dejad que me despida de todos vosotros diciéndoos que sois de los mejores reclutas a los que he entrenado en mis diez años al mando.

Tras la última frase que pronunció, todos nos golpeamos el pecho en la mano cerrada en señal de respeto, sintiéndonos orgullosos de haber sido entrenados por él. Luego, tal y como dijo, uno a uno fuimos nombrados y nos dispusieron en varios grupos en función a nuestras habilidades y nuestras capacidades. Como era de esperar, Karter y yo fuimos asignados tal y como nos dijo el capitán en su día.

Finalmente, todos acabamos en nuestros respectivos escuadrones y nos dispersamos por todo el patio con nuestros respectivos capitanes para que nos dieran la típica charla y nos comentara nuestras nuevas instrucciones. Mi capitán, un hombre bastante alto y con poca musculatura, con el pelo largo castaño y con los ojos marrones, se encontraba solo conmigo y con una persona más que no había visto nunca entre los reclutas.

-¿Te has dado cuenta? Estamos nosotros tres solos, y solo tú eres un recluta recién formado-comentó el capitán dirigiéndose a mí. Su voz era bastante grave pero inspiraba complicidad en vez de temor-. ¿Por qué crees que eres el único recluta al que le asignan mi tropa?-preguntó el capitán, y no pude responderle pues no sabía la respuesta-. Es simple: No encajas en las demás. Tus habilidades son claramente superior a la de los demás, y, por alguna razón, creo que has tenido contacto con cierto caballero que te ha asignado ciertas misiones-cuando mencionó las dos misiones que me asignó Hatik empecé a temer, pero su discurso seguía y me tranquilizó después-. No temas, no hay nada de malo. De hecho, soy una de las pocas personas que pueden conocer esos detalles. Dime, ¿dónde crees que estás?

-No puedo hacerme una idea de dónde estoy, señor-contesté con sinceridad.

-Estás en el único lugar donde tus habilidades estarán niveladas con las de tus compañeros. Bienvenido al orgullo del imperio, la cuarta división imperial de infantería. Y yo, Kanos, seré tu capitán de ahora en adelante.

Había oído muchos rumores acerca de la cuarta división imperial de infantería. Decían que era lo más cercano que había a la élite por detrás de las fuerzas especiales antranas. Y, por alguna razón que no conocía, yo había conseguido entrar siendo un simple recluta, algo que jamás había pasado. Normalmente los soldados eran trasladados a esta tropa cuando destacaban en alguna otra y veían que podían rendir más en la cuarta tropa imperial que en los demás destacamentos.

-Siéntete orgulloso, chico, has logrado algo que casi nadie ha podido lograr. Pocas personas han pasado de ser reclutas a ser la gloria del imperio-dijo uno de los acompañantes del capitán, alguien bastante joven que rondaría apenas los veintidós años. Tenía el pelo rubio y medio largo, aunque su flequillo casi llegaba a taparle los ojos pese a que su “melena” ni siquiera llegaba hasta los hombros-. Me llamo Barferin, y soy la mano derecha del capitán.

-Yo me llamo Celadias, aunque supongo que ya lo sabíais-me presenté, y ambos asintieron con la cabeza para confirmar mis sospechas-. ¿Por qué me han convocado directamente a la cuarta división imperial en lugar de trasladarme como suelen hacer?-me atreví a preguntar, pues quería salir de dudas y ambos parecían dos hombres bastante simpáticos.

-Como sabrás, mañana partiremos hacia Kryn, y el comandante ha decidido que tus habilidades pueden sernos de mucha más utilidad a nosotros que al resto de tropas-me informó Kanos-. Por eso vendrás con nosotros a la guerra.

-Pero aun no he tenido ninguna experiencia en este tipo de misiones-repliqué.

-Has defendido la ciudad en el último intento de asedio del ejército rebelde, así que ya tienes algo de experiencia en el campo de batalla-comentó nuevamente el capitán.

-Pero…

-Nos vemos mañana en el acceso este de la ciudad. Pásate esta tarde a recoger tu armadura y tu arma en los cuarteles-concluyó el capitán sin dejarme hablar, lo cual me frustró un poco pero fui incapaz de mosquearme con él. Parecía que le divertía aquello, y si se lo estaba tomando como una broma supuse que sería porque me veía capacitado para ello.

Me sentí orgulloso de haber sido asignado en la cuarta división imperial, a pesar de los temores de no poder estar a la altura. Pero algo me decía que me acabaría acostumbrando y que aquel era un paso bastante grande e importante para cumplir mi sueño.

viernes, 17 de julio de 2015

Capítulo 9: El viaje



Pasaron dos días desde la conversación con Hatik. A pesar de que había aceptado su tarea, tenía dudas acerca de si sería capaz de realizar tal misión. No por el hecho de tener que espiar a un amigo, pues yo también estaba intrigado con todo el asunto de su desaparición y quería saber si era cierto que cogería un barco, sino porque sería la primera vez que haría algo así y temía ser descubierto. A pesar de que el caballero me facilitaría una armadura cuyo casco impidiera que se viera mi rostro, el pensamiento de ser descubierto era el que más espacio ocupaba en mi cabeza.

Un enviado del caballero me esperaba en los establos con un caballo ensillado. El pelaje del corcel era blanco como la nieve, y su montura se veía roja como la sangre con bordados negros. Los establos se encontraban al otro lado del acceso sur, por donde tenía que salir Artrio, supuestamente con una montura de su padre. Aun no había hecho acto de presencia, así que me coloqué el casco para que no me reconociera y aguardé hasta que el caballo de mi amigo atravesó la muralla y se dirigía con rapidez hacia el sur. Con un saludo como gesto de respeto me despedí del soldado y, montando torpemente sobre el corcel, cabalgué en persecución tras Artrio.

No era la primera vez que montaba, aunque nunca se me había dado del todo bien y con la armadura se me hacía más complicado, pero conseguí cogerle el truco rápidamente y me familiaricé con la bestia al cabo de unos minutos. Era un caballo bastante dócil cuando lo monté.

El primer día de viaje terminó sin ningún problema. Me mantuve siempre al margen, a una distancia bastante prudente y siguiendo una ruta distinta a la suya pero que me permitiera seguir vigilándole. No parecía haberse percatado de que le estaba siguiendo, ni siquiera cuando se detuvo para descansar poco después del medio día. Y, cuando el atardecer estaba concluyendo, se detuvo para hacer una pequeña hoguera y descansar el resto de la noche. Yo, por mi parte, aproveché para bajar de la montura y darle un respiro al animal, preparándome para una larga noche de vigilancia. Si tan solo hubiesen tenido la decencia de darme un compañero para turnarnos como suelen hacerse en este tipo de misiones, aquella noche hubiese sido mucho más fácil. Y ya ni hablemos de lo que nos depararía al día siguiente.

Al amanecer, yo seguía despierto pero con ganas de darme por vencido y dejarme caer al suelo para dormir. Por suerte, detecté movimiento y vi que Artrio ya se había despertado y estaba preparando su montura para terminar el último tramo de viaje que le quedaba hasta llegar a Merenter. Tuve que despertar a mi montura, la cual me empezó a dar envidia por haberse tirado toda la noche durmiendo, y proseguí la ruta planificada para seguir el rastro de mi amigo.

Llegamos hasta un río y me di cuenta de que tendría que dejar que Artrio se adelantara bastante, atravesando un puente de madera que había para cruzarlo, y acelerar más tarde si quería que todo saliera bien, pero un imprevisto hizo que aquel plan improvisado se arruinara cuando unos maleantes le asaltaron derribándole del caballo. Desde mi posición pude ver cómo trataba de sacar su espada, pero habían salido casi de la nada, seguramente de debajo del puente. Comenzaron a golpearle con patadas, y uno parecía portar un garrote. Desde luego, no iba a dejar que le pusieran la mano encima.

Aun a riesgo de poner en peligro la misión, espoleé las riendas del caballo y galopé a toda velocidad hasta los bandidos, esgrimiendo mi espada sobre los lomos de la bestia ensillada y desgarrando el cuello del primer bandido con el que me crucé. La sangre manchó el blanco pelaje del caballo al salpicar, pero solo fueron unas pequeñas gotas. El resto de bandidos se alejó rápidamente de Artrio, y uno de ellos, el del garrote, se me encaró.

-¡Maldito bastardo, te vas a enterar de quién soy yo!-gritó, desafiándome a cargar contra él.

-Ten cuidado, es un soldado imperial, y tiene pinta de ser bastante poderoso-dijo uno de sus compinches, retrocediendo un par de pasos más.

Yo, sin decir una sola palabra para no delatarme, descendí del caballo y me acerqué con lentitud al hombre del garrote. Ahora que lo pienso, creo que el no decir una sola palabra creó un halo de misterio a mi alrededor, lo que hacía que fuese más temible. Pero el hombre del garrote no parecía amedrentarse a pesar de que sus compañeros lo habían abandonado corriendo a la huida.

Mientras me acercaba a mi enemigo, miré de reojo a ver cómo se encontraba Artrio. Parecía dolorido por los golpes, algo normal, pero no parecía ser grave. De hecho, se había apartado a un lado y reposó su espalda sobre el pasador de manos de madera. Mi rival, queriendo terminar con mi vida rápidamente, corrió hacia mi con su arma alzada y trató de golpearme la cabeza con fuerza. Ese fue su primer error.

Alcé la espada para detener el garrote en el aire y, aunque fue un acto innoble, golpeé su entrepierna con una patada. Tampoco merecía ningún trato mejor, siendo que dedicaba su vida a robar a los viajeros. Y sé que le dolió no por ser hombre como él o por entender lo que es recibir una patada en… bueno, ahí. Fue más bien porque se quedó casi un minuto de rodillas sin poder moverse, mientras yo daba vueltas a su alrededor, manteniendo las distancias. Podría haber acabado con su vida rápidamente, pero quería darle una oportunidad y atemorizarle algo más. Y debo admitir que aquel hombre tenía bastante más valor del que yo pensaba. Una vez se recuperó, soltó algunos insultos hacia mi madre y volvió a cargar contra mí.

Y aquel fue su segundo y su último error, pues agarré el brazo con el que sostenía su garrota mientras volvía a intentar golpearme, esta vez en el cuello, y le empujé con fuerza contra el medio muro de madera del puente. La parte superior golpeó su estómago, y la punta de mi espada atravesó la nuca de aquel maleante que no volvería a blandir nunca más un arma contra nadie.

-Me habéis salvado la vida, señor-escuché a Artrio dar su gratitud. Y se me hizo verdaderamente raro verle tratándome como a un señor-. Tome este pañuelo y limpie la sangre de su espada antes de que se reseque-dijo ofreciéndome un trozo de tela blanco. Acepté asintiendo la cabeza, queriendo hablar pero sabiendo que no podía mencionar palabra, y limpié con suavidad la hoja de mi espada-. ¿Os dirigís a Merenter?-volví a asentir-. Entonces espero que no os importe que os acompañe el resto del camino. Podéis quedaros el pañuelo hasta que volvamos a vernos.

Artrio se dirigió hacia su corcel y montó sobre la silla, y yo hice lo propio con mi montura. Cabalgando a la par, terminamos de atravesar el puente que apenas mediría veinte metros de largo y pusimos rumbo hacia Merenter. Se dio cuenta de que yo no hablaba y trató de sonsacarme alguna palabra el resto del camino, pero le fue imposible. Menos mal que no me reconocía, porque me sentía mal hasta sabiendo que él jamás sabría que era yo.

-Sois un hombre bastante enigmático, y bastante fuerte si me permitís decirlo, pero no parecéis un caballero-dijo cogiendo confianza-. Pero estoy seguro de que algún día llegaréis a ser un gran caballero.

Aquellas palabras me sirvieron de aliento para poder seguir el camino que me quedaba hasta terminar de cumplir mi sueño. A pesar de que había logrado ser soldado, era una persona bastante ambiciosa por aquel entonces y deseaba llegar a lo más alto del ejército, quería ser alguien como Hatik. Bueno, como él pero sin su arrogancia. Y que me dijera que algún día llegaría a ser caballero me motivaba y me hacía creer en que de verdad llegaría a cumplir mi ambicioso sueño, mi sueño de grandeza.

Él se tiró un buen rato más hablando, contándome los planes que tenía para su viaje, y no podía evitar verlo como otro chico más de mi edad con la ambición de viajar y conocer el mundo. Además, ¿cómo iba a dudar de él? Me estaba contando nuevamente todo lo que me había contado con anterioridad sin saber que era yo quien se ocultaba debajo de esa armadura. Podría haberme contado una historia totalmente diferente y yo hubiese tenido que hacer como que me la creía para que la misión siguiera adelante. Estaba más que claro, él no era un soldado de la rebelión contra Antran, solo era un muchacho inquieto, lleno de misterios, que no podía estarse en un lugar.

Llegamos hasta la entrada de Merenter poco antes del atardecer, un pequeño pueblo portuario que subsistía humildemente del comercio y de la pesca. Aquel puerto no era un punto clave para el comercio marítimo, por eso muchas veces atracaban mercenarios o piratas para descansar y ofrecer sus servicios a cambio de algo de dinero. Supuse que fue por eso por lo que acudió a Merenter y no se desvió más al oeste, hacia Gaunt, una ciudad bastante más grande y con más barcos disponibles.

-Bueno, señor, supongo que aquí nos debemos separar. Yo tengo un barco que coger listo para zarpar y usted supongo que querrá descansar esta noche o tendrá cosas que hacer-dijo desmontando del caballo junto a un pequeño establo, dándole una bolsa de monedas al mozo de la cuadra-. Si no le importa, lleve este caballo hasta Arstacia y déjelo en los establos-le indicó tras pagarle. Y se giró para mirarme a mí-. Gratitud por haberme acompañado hasta aquí y haberme protegido de aquellos asaltantes. No sé qué hubiese sido de mí si no hubiese estado usted ahí.

Con un sonrisa y volviendo a agradecer mi intervención, se despidió de mí y marchó hasta el puerto. Y en aquel momento tuve más ganas aun de quitarme el casco y poder despedirme de él como era debido, sabiendo que pasaría bastante tiempo antes de volver a verle. Pero no podía hacer aquello, tenía una misión que cumplir, no podía dejar que él me reconociera y yo, al menos, ya estaba satisfecho con saber que había llegado sano y a salvo hasta el puerto.

Tras desaparecer de mi vista, dejé el caballo en el establo pagándole un par de monedas de oro al mozo para que cuidara del animal aquella noche y me dirigí hacia la posada. En cuanto entré, pude ver cómo un hombre de mediana edad corría a recibirme, como si llevase tiempo esperando a que llegara algún cliente, pero su rostro parecía perder la ilusión y se llenó de miedo al verme vestido con la armadura. No sabía si se trataba de miedo auténtico o simplemente de respeto hasta que, con la voz temblorosa, comenzó a hablarme.

-¿Deseáis pasar la noche aquí?-asentí con la cabeza-. Disculpadme, señor, pero solo ha venido un joven viajero desde hace bastante tiempo y apenas tenemos clientes. ¿Tendría la amabilidad de pagar su estancia?-aquello me pareció bastante confuso, tanto que me acabé quitando el casco para poder ver mejor al posadero aprovechando que ya no tenía que seguir de incógnito. Y parecía que ahora me tenía más miedo aun, como si aquello hubiese sido para él un gesto de amenaza-. ¡Disculpe, mi señor, no hace falta que me paguéis!

-Disculpe, buen hombre, pero, ¿por qué decís eso?-le pregunté aun más desconcertado-. Es lo propio que, si quiero descansar en sus aposentos, deba pagarle unas monedas de oro. Al fin y al cabo, en eso consiste su negocio, ¿no?-aquel hombre parecía estar confuso y no saber cómo reaccionar ante aquello, por lo que saqué unas cuantas monedas de oro y se las ofrecí-. ¿Estas monedas son suficientes para pagar una noche?

-Sí, mi señor-dijo bastante aliviado y con una amplia sonrisa de oreja a oreja.

-Y decís que hace mucho que no recibís clientes, ¿cierto?

-Así es, mi señor. Este pueblo está condenado a la desaparición. Ya no llega ningún mercader a nuestras costas y parece que hasta los piratas y los mercenarios perdieron el interés por nosotros.

-Entonces aceptad estas monedas para que podáis aguantar unos días más-dije dándole un par de monedas más-. Decidme, ¿por qué habéis reaccionado de esa forma al verme?

-Normalmente los soldados llegan a nuestro pueblo, toman lo que desean y se marchan sin más.

Aquello me descuadró bastante y no pude esconder mi asombro. Disculpándome y diciendo que no me encontraba bien, me retiré a los aposentos que me asignó aquel hombre para desprenderme de la armadura y descansar aquella noche. ¿Era cierto lo que dijo de que los soldados tomaban lo que querían y se iban? ¿Era por ello por lo que Merenter había perdido toda la gloria del pasado? ¿Y por qué nadie hacía nada por impedir que los soldados actuasen de aquella forma? No podía entender nada, por más que trataba de asimilarlo. Y al final acabé durmiendo solo porque apenas me quedaban energías del viaje, pero sé que si hubiese descansado algo la noche anterior aquella noticia me habría desvelado el resto de la noche, quitándome el sueño para, al menos, un par de días más.