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lunes, 27 de julio de 2015

Capítulo 12: Asedio a Kryn



-¡Vamos, todo el mundo en pie! ¡Llegó la hora de atacar!

Los gritos de los capitanes despertaron a todos los soldados acampados en las distintas tiendas que habían levantado. Quienes más acostumbrados estaban se despertaban como si nada, sin inmutarse apenas, pero yo aun puedo recordar el salto que pegué del susto que me dio el capitán Kanos al gritarnos a apenas dos metros de distancia de mí. De no ser porque todos estaban recién despiertos también y se habían puesto a prepararse a toda prisa para reanudar la marcha hasta la muralla de la ciudad seguramente se hubiesen reído de mi reacción.

Todos los soldados se ayudaban los unos a los otros a colocarse la armadura, a atarse bien los enganches de cada pieza, a asegurarse de que no se moviesen y permanecieran fijas al cuerpo. A mí me tuvo que ayudar Barferin porque aun no conocía a ninguno de mis compañeros.

-No te preocupes, es algo normal, acabas de llegar y eres nuevo aquí. No existe esa confianza todavía con tus compañeros-decía para calmar mi desánimo-. Seguro que si hoy haces un buen combate empezarán a tomarte más en serio y algunos te empezarán a tratar como a uno más del equipo.

Apenas había terminado de tener listo el equipamiento cuando el capitán nos dio la orden de adelantarnos, asegurando que los arietes habían empezado ya a avanzar. Ni siquiera había tenido tiempo a desperezarme y tendría que hacer un esfuerzo, con el estómago vacío, para rendir en el campo de batalla. Empezaba a dudar que aquella fuese la vida que de verdad quería tener.

Al llegar a lo alto de la colina pudimos ver al trasluz del amanecer la silueta de una ciudad un poco más pequeña que Arstacia. Ladera abajo los arietes habían avanzado una distancia considerable, lo que nos obligó a adelantarnos corriendo. Y, poco más adelante, un escuadrón de arqueros empleaba los pocos matorrales y árboles que habían como cobertura para eliminar las defensas que se apostaban en las almenas a lo alto de las murallas con disparos certeros. Tenía mérito que pudieran acertar a los blancos con tan poca luz, y más siendo que esa poca luz incidía directamente en sus ojos.

Gracias a la labor de los arqueros pudimos llegar hasta el portón de la muralla mientras los arietes golpeaban con fuerza sobre la superficie de madera. Al otro lado podíamos escuchar cómo los capitanes gritaban a sus soldados para reforzar la puerta, la cual de por sí era bastante gruesa, poniendo algunas tablas. Aunque de poco sirvieron cuando la puerta comenzó a partirse y acabó destrozada, cayendo al suelo con fuerza y dejándonos paso. Todos los soldados que esperaban a mi lado para poder entrar gritaron de euforia y empezaron a abrirse paso. Fui el único que no sentía ese regocijo debido a los nervios. Por primera vez lucharía contra un ejército y no contra un puñado de rebeldes.

Me uní rápido a la multitud, esperando mi turno de pasar a la acción en la retaguardia mientras contemplaba a los que estaban delante mía intentar despejar la entrada. Mi oportunidad llegó cuando un soldado de la octava división cayó abatido por una espada que le atravesó el pecho, cuya punta pude ver con claridad bañada en sangre a escasos centímetros de mí.

En cuanto el soldado en cuestión cayó al suelo, aproveché para cargar con el escudo contra el enemigo y arremetí con la espada, sintiendo que conseguía bloquear mi ataque en el último momento. El forcejeó duró unos segundos hasta que me aparté hacia atrás y un soldado que estaba a mi lado acabó con la vida de mi oponente. Aunque llamarlo “mi oponente” sería impropio teniendo en cuenta el caos que había.

Poco a poco fuimos ganando más terreno y las tropas que quedaron fuera consiguieron entrar en la ciudad. Con la llegada de nuevas unidades ahora era más fácil completar el asedio. No quedaban arqueros en las almenas y todos los soldados estaban empezando a concentrarse en el mismo punto. Aquello nos brindó la oportunidad que estábamos esperando para poner fin a la batalla de la manera más rápida posible.

Si ya de por sí la superioridad numérica era un factor a tener en cuenta, el factor sorpresa de lo que ocurrió a continuación supuso una masacre aun mayor. Una explosión que se escuchó en toda la ciudad sacudió los cimientos de la muralla en la otra punta de la ciudad. El único estruendo que oímos fue el del estallido, pero algo que sonara así era imposible que no derrumbara un muro de piedra. El enemigo ahora estaba confuso y no sabía qué hacer, y fue solo cuestión de minutos que se dispersara por toda la ciudad, algunos tratando de huir y otros buscando alguna forma de seguir resistiendo. Aunque el final acabó siendo el mismo para todos.

Los pocos soldados que aun quisieron seguir resistiéndose ante el ataque se reagruparon junto a la guardia frente al castillo. La guardia iba equipada con lanza y escudo y su armadura parecía ser bastante resistente. Aquellos nos supusieron un problema algo mayor, pero no fue un impedimento demasiado grande como para acceder. Yo solo pude derrotar a un lancero que, personalmente, sí me estaba dando complicaciones. No sabía si era porque no tenía ningún entrenamiento contra lanzas o porque era un soldado demasiado bueno, pero sí era cierto que maldije tener que enfrentarme a mí con la cantidad de guardias que había a nuestro alrededor.

El guardia en cuestión consiguió apartarme del resto del grupo, como si su mayor fuerte fuesen las peleas individuales. Y pude entender por qué cuando vi los movimientos que hacía. Necesitaba un espacio bastante amplio para moverse con soltura, pues a veces llegaba a hacer girar la lanza a su alrededor para tratar de golpearme con el mango. Sus movimientos eran rápidos y apenas me dejaban unas milésimas de segundo para poder reaccionar, razón por la cual llegué a sentir la barra de madera golpeándome en el costado. Agarré la lanza manteniéndola inmóvil entre mi brazo y el costado, impidiendo que pudiera moverla, y con un fuerte tajo contra el mango, partí su arma por la mitad dejándola inservible.

Mi oponente, y esta vez sí era propio llamarlo así, levantó su guardia quedándose tras su escudo mientras me observaba atento. Parecía tener miedo pero no querer mostrarlo, y a mí me parecía que intentaba evaluar la situación para buscar cómo asestar un golpe crítico que le salvara. Sabía que los lanceros tenían un cuchillo por si su lanza se partía, por lo que me di prisa en acabar con él. Golpeé varias veces su escudo con la espada para marearle un poco. Aquella táctica era bastante utilizada para aturdir al enemigo con ese molesto sonido. En cuanto encontré la ocasión, rajé una de sus piernas para hacerle caer al suelo y le aparté el escudo con el pie. En ese momento intentó clavarme su cuchillo en la pierna, cosa que no me sorprendió mucho a decir verdad. En cuanto evité que lo hiciera, golpeé su mano con una patada para que soltase su arma. Y no tuve que hacer mucho esfuerzo para acabar con su vida. Teniendo el cuello al descubierto, incrusté la hoja de la espada en la traquea y dejé que muriera tirado en el suelo, brotando sangre a borbotones por la herida que le causé al desclavar la espada.

Volví junto al resto de compañeros, quienes ya empezaban a entrar para asediar el castillo. Dentro apenas quedaban guardias ya, y los pocos que quedaban ofrecían escasa resistencia contra nosotros. El avance fue rápido por los pasillos y las escaleras hasta llegar al gran salón, donde se refugiaba el conde con un séquito de diez hombres. Todo el grupo se detuvo en mitad de la sala con aspecto desafiante esperando a que algún guardia tuviera la osadía de alzarse contra nosotros. Pero no fue así.

En su lugar, noté cómo alguien se abría paso entre nosotros con gentileza y todos nos separábamos para crear un estrecho pasillo que le permitiera el paso. Cuando pasó frente a mí comprobé que se trataba de nuestro comandante, Hatik.

-Deponed las armas y saldréis con vida-dijo con tono amenazante, y no tardaron los guardias en arrojar sus armas y escudos al suelo. Incluso se quitaron los cascos y los arrojaron también-. Joklar, sabéis por qué estamos aquí, ¿verdad?

-Jamás di cobijo a los rebeldes, digáis lo que digáis-respondió en su defensa el conde, una persona anciana con algunas arrugas en la cara y pequeñas marcas que no sabía si eran por la edad o por alguna guerra librada-. Sois unos cobardes que tenéis que venir acompañados de diez mil hombres porque no os atrevéis con la guardia de una ciudad como Kryn.

-Es el castigo que le damos a los traidores como tú, Joklar-objetó el comandante mientras se acercaba a él con calma. Los guardias que antes acompañaban al conde se apartaron con rapidez, atemorizados por la presencia de Hatik-. Mirad a vuestros hombres, incapaces de cumplir su juramento para protegeros. Seguro que aunque mis soldados no se movieran de sus posiciones y no interviniesen en la batalla, seguirían muertos de miedo y no se atreverían a enfrentarse a mí-concluyó con desprecio.

-Acabad rápido con esta farsa, Hatik. Si queréis matarme, hacedlo ya-le invitó a que acabase con su vida mientras se acercaba a él y se arrodillaba a escasos diez metros-. Aunque me dieseis la oportunidad de tener un juicio justo, jamás sería justo si la última palabra la tuviera el emperador. Él solo busca acabar con sus enemigos y aumentar su poder, sin importar a quien tenga que pisotear. Antaño fuimos amigos, y mira a quién manda para acabar con mi vida: A una sucia rata a la que acabará pisoteando como ha hecho con todos.

Aquello pareció haber molestado notablemente al comandante, quien desenvainó la espada, acto que hizo que los guardias abandonaran la estancia sin que ningún soldado se lo impidiera.

-Decid vuestras últimas palabras y encomendaos a los dioses-dijo Hatik, aparentemente lleno de rabia y tratando de controlarse, mientras recorría la poca distancia que le separaba de su víctima.

-Los dioses jamás permitirán a un verdugo como vos entrar en el Shangri-la.

-Que los dioses os acojan en su gloria-concluyó Hatik.

Aunque en su tono de voz quedaba bien claro que deseaba que jamás ocurriera así, y con un rápido movimiento de espada separó la cabeza del conde de sus hombros, haciéndola rodar por el suelo. El cuerpo se desplomó con un sonoro golpe y la sangre empezó a encharcarse. Los soldados empezaron a abandonar la habitación para regresar a sus posiciones, pero yo me quedé durante unos segundos contemplando el cadáver de Joklar.

-Celadias, regresa con tus compañeros de la cuarta división-dijo el comandante con tono frío al pasar por mi lado.

-Mi señor, quisiera preguntaros algo-Hatik se detuvo tras de mí. Me giré para verle, pero él no hizo lo mismo. Se mantuvo dándome la espalda pese a que parecía darme permiso para preguntar-. ¿Es cierto que Joklar y el emperador fueron amigos años atrás?

-Eso dicen.

-¿Por qué entonces Joklar le traicionaría de esa forma al emperador?

-El dinero da más poder que la influencia. ¿Acaso piensas que es inocente?-en ese momento me miró por encima de su hombro.

-No soy quien para juzgarlo, mi señor.

-Exactamente, no eres quien. Limítate a cumplir órdenes y a seguir luchando por el bien del imperio.

Sin decir nada más, se retiró de la estancia. Esperé un instante más para evitar que nos volviéramos a encontrar por el camino de regreso al exterior del castillo para reunirme con Kanos, Barferin y el resto de mis compañeros. Me preguntaba si de verdad el conde Joklar había sido capaz de traicionar a su amistad por un puñado de monedas de oro, o incluso si había alguna razón más detrás de esa supuesta traición, si es que de verdad había traicionado al emperador dando cobijo a los rebeldes. Pero aquello no era de mi incumbencia como dijo el caballero, así que de nada serviría darle más vueltas asunto, por más inevitable que me pareciera pensar en aquello.

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