El
cuartel de la cuarta división imperial se encontraba en el interior del
palacio. Kanos me había dado un brazalete con la inscripción “IV DIVISIÓN” para
que los guardias siempre me dejasen pasar. Obviamente, el acceso en el interior
era bastante limitado. Solo podía entrar en el gran salón, la biblioteca y el
patio interior, desde el cual se accedía al cuartel por uno de los portones que
había en los pasillos que rodeaban el patio.
Ahí
me esperaba un hombre anciano cuya espalda se había encorvado bastante junto a
un hombre de mediana edad bastante corpulento y fortachón para proporcionarme
el equipo básico que me regalaban. Primero comprobamos que las piezas estaban
bien hechas a mi medida y, entre el hombre corpulento y yo, llevamos la cada
una de las piezas hasta mi casa. La armadura se componía de una coraza blanca con
un grabado en relieve de una espada con la punta hacia abajo a la izquierda de
otras dos espadas cuyas puntas se unían formando una V, la cual tapaba mi
tronco en su totalidad junto a unas hombreras, ambas piezas de acero, un par de
brazales metálicos para los antebrazos, unos guantes de cuero que más tarde
descubriría que me ayudaría con el agarre de la empuñadura de la espada y del
escudo, el cual se estrechaba más abajo hasta acabar en punta, y unas grebas
para las piernas. Pesaban algo más que las piezas que utilicé para defender la
ciudad el día de mis pruebas pero me sentía bastante más cómodo.
Al
día siguiente, tal y como me indicó el capitán y me confirmó el anciano del
cuartel, me dirigí al amanecer al acceso este de la ciudad. Algunos soldados,
cerca de un centenar cuando llegué, llevaban un rato esperando mientras echaban
un último vistazo a su equipo para asegurarse de que lo tenían todo listo.
Barferin, quien me reconoció nada más llegar, se acercó a mí para indicarme
dónde se encontraba el resto de la división.
-Has
causado un gran revuelo, ¿lo sabías? Desde que saben que un recluta ha entrado
directamente a esta división, algunos soldados han empezado a sentir curiosidad
y desean conocerte. Aunque es muy posible que tengas que trabajar duro para
ganarte la confianza de algunos de los más veteranos. No se explican qué hace
un recluta en nuestra división.
-Si
quieres que te sea sincero, yo tampoco tengo la menor idea de qué hago
aquí-tuve que reconocer amargamente.
-Pronto
arrojaremos algo de luz sobre el asunto una vez nos movilicemos. Mira, ahí
están tus nuevos compañeros, y creo que han sido todos puntuales.
Llegamos
junto a un grupo de veinte personas, incluyendo al capitán, cuyo rostro fue el
único que pude reconocer de todos. Tal y como dijo Barferin, algunos parecían
no estar muy conformes con la decisión de que luchásemos codo con codo. Pude
ver alguna mirada de desprecio dirigida hacia mí.
-Creo
que ya estamos todos entonces-anunció Kanos alzando la voz para que todos
pudieran oírle-. Ese muchacho que tenéis ante vosotros es Celadias, el recluta
al que nos han traído este año.
-Nunca
nos traen un recluta, ¿por qué tienen que traerlo precisamente el día que hemos
de partir hacia la guerra?-preguntó el único soldado que aun no se había
colocado la armadura, pues todos los demás, incluso yo, teníamos puesta nuestra
armadura ya. No parecía ser mucho más mayor que yo, su piel era algo morena y
su pelo, negro como el carbón, era bastante corto-. Este crío será un estorbo
para el resto de la tropa.
-Puedes
ir y preguntarle al comandante si lo deseas, Garlet-respondió el capitán dando
la cara por mí, cosa que agradecí en silencio desde lo más profundo de mi ser-,
pero dudo que le haga gracia que le molestes con nimiedades mientras organiza
toda esta marabunta de hombres con acero. Además, ha sido recomendado
personalmente por él. Así que algo sabrá hacer. ¿Quieres arriesgarte a quedarte
en la ciudad o aceptarás su espada a tu lado?
-Eh,
novato, ¿te afeitas ya?-preguntó otro hombre tratando de mofarse.
-Cállate,
Sig-le mandó a callar Barferin-. De todos, eres el que peor sabe manejar la
espada.
-Era-recalcó
el hombre llamado Sig, cuya fealdad se me hace difícil de describir, y no
porque empezásemos con mal pie-. Seguro que este muchacho ni siquiera sabe
blandir la espada.
-Si
está con nosotros es por algo, ¿no crees?-respondió Barferin.
-Comprobemos
entonces de qué está hecho el muchacho-dijo aquel a quien el capitán mencionó como
Garlet, desenfundando su espada. Pero no le dio tiempo a decir ni hacer nada
más cuando otro soldado, bastante alto y ágil, se interpuso entre él y yo.
-El
comandante tendrá una mala impresión de nosotros si permitimos que hayan
trifulcas innecesarias desde el primer día en que Celadias forma parte de
nosotros. Te guste o no, ahora es uno de los nuestros. Guarda tu espada, ponte
la armadura y olvídate de pelear contra el nuevo.
Garlet
parecía haberse enfurecido con el hombre que me defendió, pero, por alguna
razón, se tragó sus propias palabras y guardó su espada como le había ordenado.
Yo suspiré de alivio, aunque algo tenso por la situación que se había creado.
Aquel hombre, de nombre desconocido como el de casi todos los que estaban ahí
presentes, simplemente me miró con seriedad por encima del hombro y se alejó a
terminar de preparar sus cosas.
-Parece
que has hecho amigos rápidamente-dijo Barferin con sarcasmo al acercarse a mí-.
Al menos hay alguien que te ha defendido y no ha tenido que actuar el capitán.
-Pero
Garlet tiene razón. ¿Por qué el comandante me ha recomendado personalmente?
¿Quién es como para poder hacer algo así?-pregunté con la incertidumbre de
conocer al responsable de mi entrada, quien se había mantenido en secreto y el
cual me había creado algún que otro quebradero de cabeza al pensar en quién
podía tratarse y por qué tenía ese interés en que formara parte de la élite si
aun ni siquiera había tenido experiencia como soldado.
-Si
tan interesado estás, ¿por qué no le preguntas? Acaba de salir de su tienda y
parece estar solo. Míralo, ahí-dijo indicándome con el dedo la localización.
Señaló a la persona que menos me hubiese esperado que hiciera algo así por mí,
pero que, por extraño que resultara, no resultaba ser una sorpresa para mí:
Hatik-. Cree que tienes potencial y que este es el mejor sitio para ti, a pesar
de tu… problemilla en la defensa de la ciudad.
-¿Qué
problemilla?-pregunté temiendo conocer la respuesta.
-Intenta
no vomitar al finalizar esta batalla, ¿vale?-bromeó riéndose.
-¡He
vuelto a pelear y ya he controlado eso!-repliqué algo molesto, lo que hizo que
Barferin se riera aun más-. Por cierto, ¿quién es el que ha salido en mi
defensa?
-¿Carba?
Es uno de nuestros mejores espadachines. No ha sido herido ni una sola vez en
el campo de batalla, y mira que ha luchado incontables veces-dijo
engrandeciendo al soldado que salió a defenderme contra Garlet-. Yo tampoco me
atrevería a llevarle la contraria, qué quieres que te diga.
Carba
parecía ser un hombre bastante misterioso, y el tiempo me lo acabaría
terminando de confirmar. A menudo se quedaba en absoluto silencio contemplando
a cada uno de sus compañeros cuando se reunían a hablar. Del resto de
compañeros poco puedo decir. Algo menos de la mitad permanecían indiferentes en
cuanto a mi entrada en la división, solo dos personas más pensaban igual que
Garlet y que Sig, y del resto de soldados me llegaron algunas felicitaciones y
sinceros deseos de combatir pronto a mi lado para comprobar si era tan bueno
como decían.
Yo
me sentía extraño en aquel lugar. Todos eran soldados experimentados, incluso
diría que algunos llevaban media vida peleando ya. Ese hecho provocaba en mí
temores de no estar a la altura y, como dijo Garlet al principio, llegar a
entorpecerles. El capitán quien se acercó a mí en repetidas ocasiones a lo
largo del viaje, intentó tranquilizarme.
La
noche cayó y todos nos reunimos con el capitán para recibir nuestras
instrucciones. Todo el ejército había montado un gran campamento con los miles
de soldados que habían llegado, y numerosas hogueras se esparcían encendidas.
Nosotros nos reunimos, sentados, en torno a la hoguera que nos correspondía y
el capitán empezó a hablar.
-Mañana
subiremos la colina a primera hora de la mañana, nada más amanezca, y acortaremos
el último tramo que nos separa de la ciudad. Desde lo alto de la colina
podremos ver sus murallas. Avanzaremos detrás de los arietes y seremos los
primeros en entrar en la ciudad. Nuestro primer objetivo será asegurar la
puerta y dar vía libre al resto de las unidades junto a la octava división.
-Pero
en total no seremos ni cien hombres-comentó un soldado de cabello moreno corto,
musculoso y descamisado, mostrando una pequeña cicatriz en el pecho. Era tan
pequeña la cicatriz que supuse que sería a causa de alguna flecha.
-Si
nos damos prisa y los arqueros hacen bien su trabajo, seremos más que
suficientes para tal propósito-respondió Barferin-. Además, solo serviremos de
distracción.
-¿Distracción?-me
atreví a preguntar yo, intrigado.
-El
único acceso a través de las murallas es la puerta que atacaremos. Por eso
centrarán todas sus defensas en ese punto. Pero nosotros crearemos
otro-fanfarroneó el capitán.
-Un
carro lleno de barriles con pólvora se situará en la otra punta de la ciudad
mientras todo el mundo está combatiendo y mil hombres esperan hasta que la
muralla caiga. La explosión de la pólvora será su señal-explicó Barferin-. Lo
único malo es que todo tiene que ser muy rápido y que no puede haber ningún
error, pero confiamos en que podamos coordinarnos entre todos para asegurar el
éxito de la misión.
-De
momento será mejor que descansemos todos-anunció el capitán poniéndose en pie-.
Mañana será un día duro para todos, comenzaremos una guerra que seguramente nos
tendrá ocupados bastante tiempo y todas las energías que podamos almacenar en
nuestros cuerpos esta noche será necesaria e importante para cumplir nuestra
misión. Valor, orgullo y honor, compañeros.
-Valor,
orgullo y honor-repetimos todos al mismo tiempo el mismo lema, el lema de la cuarta
división. Por primera vez, pronuncié el lema de mi división, el lema que me
acompañaría desde aquel momento en mi largo camino como soldado.
Me
sentía raro pronunciando aquellas tres palabras, pero me emocionaba saber que
aquellas tres palabras me acompañaban en todo momento y me representaban como
soldado. Defendería valerosamente el orgullo y el honor de mis compañeros con
mi vida si hiciera falta. Y al día siguiente tendría mi oportunidad de
demostrar que sería fiel a mis compañeros y, sobretodo, pensaba callar las
bocas de todos aquellos que dudaran acerca de mi aptitud para ser un soldado
más de la cuarta división imperial. Aunque, para ello, primero tenía que
convencerme a mí mismo de que era merecedor de tal honor.
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