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miércoles, 22 de julio de 2015

Capítulo 11: La cuarta división imperial



El cuartel de la cuarta división imperial se encontraba en el interior del palacio. Kanos me había dado un brazalete con la inscripción “IV DIVISIÓN” para que los guardias siempre me dejasen pasar. Obviamente, el acceso en el interior era bastante limitado. Solo podía entrar en el gran salón, la biblioteca y el patio interior, desde el cual se accedía al cuartel por uno de los portones que había en los pasillos que rodeaban el patio.

Ahí me esperaba un hombre anciano cuya espalda se había encorvado bastante junto a un hombre de mediana edad bastante corpulento y fortachón para proporcionarme el equipo básico que me regalaban. Primero comprobamos que las piezas estaban bien hechas a mi medida y, entre el hombre corpulento y yo, llevamos la cada una de las piezas hasta mi casa. La armadura se componía de una coraza blanca con un grabado en relieve de una espada con la punta hacia abajo a la izquierda de otras dos espadas cuyas puntas se unían formando una V, la cual tapaba mi tronco en su totalidad junto a unas hombreras, ambas piezas de acero, un par de brazales metálicos para los antebrazos, unos guantes de cuero que más tarde descubriría que me ayudaría con el agarre de la empuñadura de la espada y del escudo, el cual se estrechaba más abajo hasta acabar en punta, y unas grebas para las piernas. Pesaban algo más que las piezas que utilicé para defender la ciudad el día de mis pruebas pero me sentía bastante más cómodo.

Al día siguiente, tal y como me indicó el capitán y me confirmó el anciano del cuartel, me dirigí al amanecer al acceso este de la ciudad. Algunos soldados, cerca de un centenar cuando llegué, llevaban un rato esperando mientras echaban un último vistazo a su equipo para asegurarse de que lo tenían todo listo. Barferin, quien me reconoció nada más llegar, se acercó a mí para indicarme dónde se encontraba el resto de la división.

-Has causado un gran revuelo, ¿lo sabías? Desde que saben que un recluta ha entrado directamente a esta división, algunos soldados han empezado a sentir curiosidad y desean conocerte. Aunque es muy posible que tengas que trabajar duro para ganarte la confianza de algunos de los más veteranos. No se explican qué hace un recluta en nuestra división.

-Si quieres que te sea sincero, yo tampoco tengo la menor idea de qué hago aquí-tuve que reconocer amargamente.

-Pronto arrojaremos algo de luz sobre el asunto una vez nos movilicemos. Mira, ahí están tus nuevos compañeros, y creo que han sido todos puntuales.

Llegamos junto a un grupo de veinte personas, incluyendo al capitán, cuyo rostro fue el único que pude reconocer de todos. Tal y como dijo Barferin, algunos parecían no estar muy conformes con la decisión de que luchásemos codo con codo. Pude ver alguna mirada de desprecio dirigida hacia mí.

-Creo que ya estamos todos entonces-anunció Kanos alzando la voz para que todos pudieran oírle-. Ese muchacho que tenéis ante vosotros es Celadias, el recluta al que nos han traído este año.

-Nunca nos traen un recluta, ¿por qué tienen que traerlo precisamente el día que hemos de partir hacia la guerra?-preguntó el único soldado que aun no se había colocado la armadura, pues todos los demás, incluso yo, teníamos puesta nuestra armadura ya. No parecía ser mucho más mayor que yo, su piel era algo morena y su pelo, negro como el carbón, era bastante corto-. Este crío será un estorbo para el resto de la tropa.

-Puedes ir y preguntarle al comandante si lo deseas, Garlet-respondió el capitán dando la cara por mí, cosa que agradecí en silencio desde lo más profundo de mi ser-, pero dudo que le haga gracia que le molestes con nimiedades mientras organiza toda esta marabunta de hombres con acero. Además, ha sido recomendado personalmente por él. Así que algo sabrá hacer. ¿Quieres arriesgarte a quedarte en la ciudad o aceptarás su espada a tu lado?

-Eh, novato, ¿te afeitas ya?-preguntó otro hombre tratando de mofarse.

-Cállate, Sig-le mandó a callar Barferin-. De todos, eres el que peor sabe manejar la espada.

-Era-recalcó el hombre llamado Sig, cuya fealdad se me hace difícil de describir, y no porque empezásemos con mal pie-. Seguro que este muchacho ni siquiera sabe blandir la espada.

-Si está con nosotros es por algo, ¿no crees?-respondió Barferin.

-Comprobemos entonces de qué está hecho el muchacho-dijo aquel a quien el capitán mencionó como Garlet, desenfundando su espada. Pero no le dio tiempo a decir ni hacer nada más cuando otro soldado, bastante alto y ágil, se interpuso entre él y yo.

-El comandante tendrá una mala impresión de nosotros si permitimos que hayan trifulcas innecesarias desde el primer día en que Celadias forma parte de nosotros. Te guste o no, ahora es uno de los nuestros. Guarda tu espada, ponte la armadura y olvídate de pelear contra el nuevo.

Garlet parecía haberse enfurecido con el hombre que me defendió, pero, por alguna razón, se tragó sus propias palabras y guardó su espada como le había ordenado. Yo suspiré de alivio, aunque algo tenso por la situación que se había creado. Aquel hombre, de nombre desconocido como el de casi todos los que estaban ahí presentes, simplemente me miró con seriedad por encima del hombro y se alejó a terminar de preparar sus cosas.

-Parece que has hecho amigos rápidamente-dijo Barferin con sarcasmo al acercarse a mí-. Al menos hay alguien que te ha defendido y no ha tenido que actuar el capitán.

-Pero Garlet tiene razón. ¿Por qué el comandante me ha recomendado personalmente? ¿Quién es como para poder hacer algo así?-pregunté con la incertidumbre de conocer al responsable de mi entrada, quien se había mantenido en secreto y el cual me había creado algún que otro quebradero de cabeza al pensar en quién podía tratarse y por qué tenía ese interés en que formara parte de la élite si aun ni siquiera había tenido experiencia como soldado.

-Si tan interesado estás, ¿por qué no le preguntas? Acaba de salir de su tienda y parece estar solo. Míralo, ahí-dijo indicándome con el dedo la localización. Señaló a la persona que menos me hubiese esperado que hiciera algo así por mí, pero que, por extraño que resultara, no resultaba ser una sorpresa para mí: Hatik-. Cree que tienes potencial y que este es el mejor sitio para ti, a pesar de tu… problemilla en la defensa de la ciudad.

-¿Qué problemilla?-pregunté temiendo conocer la respuesta.

-Intenta no vomitar al finalizar esta batalla, ¿vale?-bromeó riéndose.

-¡He vuelto a pelear y ya he controlado eso!-repliqué algo molesto, lo que hizo que Barferin se riera aun más-. Por cierto, ¿quién es el que ha salido en mi defensa?

-¿Carba? Es uno de nuestros mejores espadachines. No ha sido herido ni una sola vez en el campo de batalla, y mira que ha luchado incontables veces-dijo engrandeciendo al soldado que salió a defenderme contra Garlet-. Yo tampoco me atrevería a llevarle la contraria, qué quieres que te diga.

Carba parecía ser un hombre bastante misterioso, y el tiempo me lo acabaría terminando de confirmar. A menudo se quedaba en absoluto silencio contemplando a cada uno de sus compañeros cuando se reunían a hablar. Del resto de compañeros poco puedo decir. Algo menos de la mitad permanecían indiferentes en cuanto a mi entrada en la división, solo dos personas más pensaban igual que Garlet y que Sig, y del resto de soldados me llegaron algunas felicitaciones y sinceros deseos de combatir pronto a mi lado para comprobar si era tan bueno como decían.

Yo me sentía extraño en aquel lugar. Todos eran soldados experimentados, incluso diría que algunos llevaban media vida peleando ya. Ese hecho provocaba en mí temores de no estar a la altura y, como dijo Garlet al principio, llegar a entorpecerles. El capitán quien se acercó a mí en repetidas ocasiones a lo largo del viaje, intentó tranquilizarme.

La noche cayó y todos nos reunimos con el capitán para recibir nuestras instrucciones. Todo el ejército había montado un gran campamento con los miles de soldados que habían llegado, y numerosas hogueras se esparcían encendidas. Nosotros nos reunimos, sentados, en torno a la hoguera que nos correspondía y el capitán empezó a hablar.

-Mañana subiremos la colina a primera hora de la mañana, nada más amanezca, y acortaremos el último tramo que nos separa de la ciudad. Desde lo alto de la colina podremos ver sus murallas. Avanzaremos detrás de los arietes y seremos los primeros en entrar en la ciudad. Nuestro primer objetivo será asegurar la puerta y dar vía libre al resto de las unidades junto a la octava división.

-Pero en total no seremos ni cien hombres-comentó un soldado de cabello moreno corto, musculoso y descamisado, mostrando una pequeña cicatriz en el pecho. Era tan pequeña la cicatriz que supuse que sería a causa de alguna flecha.

-Si nos damos prisa y los arqueros hacen bien su trabajo, seremos más que suficientes para tal propósito-respondió Barferin-. Además, solo serviremos de distracción.

-¿Distracción?-me atreví a preguntar yo, intrigado.

-El único acceso a través de las murallas es la puerta que atacaremos. Por eso centrarán todas sus defensas en ese punto. Pero nosotros crearemos otro-fanfarroneó el capitán.

-Un carro lleno de barriles con pólvora se situará en la otra punta de la ciudad mientras todo el mundo está combatiendo y mil hombres esperan hasta que la muralla caiga. La explosión de la pólvora será su señal-explicó Barferin-. Lo único malo es que todo tiene que ser muy rápido y que no puede haber ningún error, pero confiamos en que podamos coordinarnos entre todos para asegurar el éxito de la misión.

-De momento será mejor que descansemos todos-anunció el capitán poniéndose en pie-. Mañana será un día duro para todos, comenzaremos una guerra que seguramente nos tendrá ocupados bastante tiempo y todas las energías que podamos almacenar en nuestros cuerpos esta noche será necesaria e importante para cumplir nuestra misión. Valor, orgullo y honor, compañeros.

-Valor, orgullo y honor-repetimos todos al mismo tiempo el mismo lema, el lema de la cuarta división. Por primera vez, pronuncié el lema de mi división, el lema que me acompañaría desde aquel momento en mi largo camino como soldado.

Me sentía raro pronunciando aquellas tres palabras, pero me emocionaba saber que aquellas tres palabras me acompañaban en todo momento y me representaban como soldado. Defendería valerosamente el orgullo y el honor de mis compañeros con mi vida si hiciera falta. Y al día siguiente tendría mi oportunidad de demostrar que sería fiel a mis compañeros y, sobretodo, pensaba callar las bocas de todos aquellos que dudaran acerca de mi aptitud para ser un soldado más de la cuarta división imperial. Aunque, para ello, primero tenía que convencerme a mí mismo de que era merecedor de tal honor.

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