Al
día siguiente de la conversación con Horval, Barferin nos mandó llamar a todos
para volver a reunirnos nuevamente en el cuartel. No teníamos tiempo que perder
y debíamos planificar la estrategia a seguir, ya que, a la mañana siguiente,
deberíamos partir todos hacia nuestro destino según nos habían comentado al
principio, cuando nos encargaron la misión. Tenía algo de miedo de que Horval
no estuviera en condiciones de hacer su trabajo, me preocupaba el estado en el
que se encontraría y cómo se tomaría aquella misión. Me daba igual el resultado
de la expedición, me daba igual si cumplía o no con su objetivo, lo que
realmente me preocupaba era su estado anímico y mental, y las repercusiones que
pudieran recaer sobre él si decidía no obedecer sus órdenes. Solo era un buen
hombre teniendo que tomar la decisión más difícil de su vida en lo que parecía
ser un burdo entretenimiento irónico del destino. No era justo que tuviera que
pasar por algo así…
Aquel
día, la iluminación de la habitación parecía estar bastante más apagada que de
costumbre. No sabría decir si eran las llamas de las antorchas que apenas
tenían vida o si el ambiente era tan lúgubre que hasta la luz parecía estar
muerta. El silencio sepulcral se hacía incómodo, sobre todo por la imponente
presencia de un Horval cabreado que no parecía haber cambiado el gesto desde la
discusión del día anterior. Yo entendía sus motivos y sabía que compartiría la
misma postura que él en caso de que tuviera que enfrentarme al mismo destino al
que le obligaban. Mientras todos nos hallábamos sentados con la espalda apoyada
al respaldo, él se inclinó apoyando sus codos sobre la mesa, cruzando los dedos
de sus manos sobre las cuales reposó su mandíbula, con la mirada perdida en la
nada.
Nadie
se atrevía a hablar y romper aquel silencio, nadie se atrevía a mencionar nada,
ni a abrir la boca aunque fuese para respirar. Y era normal que todos tuvieran
el mismo pensamiento, la misma pregunta: ¿Qué era lo que pasaba por la mente de
Horval? Creo que solo Barferin y yo teníamos una idea aproximada de cómo se
encontraba.
-Tenemos
malas noticias-dijo Barferin tras unos largos minutos en silencio, el mismo que
habíamos mantenido entre todos-. Nuestros exploradores han vislumbrado a un
pequeño grupo de personas armadas dirigiéndose hacia uno de los puntos que nos
han encargado destruir. Por eso, el emperador ha pedido que nos pongamos en
marcha hoy mismo. He tenido suerte de poder convencer al emperador de
permitirnos la salida a la tarde y poder organizarnos ahora. Esta será vuestra
primera experiencia como capitanes de escuadrón.
-¿Cómo
que capitanes?-preguntó Garlet esperando que Barferin se explicara.
-Como
caballeros tenemos el derecho de capitanear escuadrones en tiempos de guerra.
Para agilizar la misión, nos repartiremos en ocho escuadrones y cada uno se
dirigirá hacia un punto distinto.
-Pero
nosotros solo somos seis-puntualicé.
-Hatik
se sumará a un escuadrón. Dice que uno de los objetivos es de vital importancia
asegurarlo. El octavo escuadrón no sé quién lo dirigirá-aclaró Barferin
recostándose sobre su asiento.
-¿Yo
también seré capitán?-pregunté extrañado.
-Así
tendrás experiencia real en el futuro-dijo Barferin restándole importancia-.
Además, nuestros objetivos son sencillos y nuestros escuadrones serán de apenas
tres decenas de hombres. Hazte una idea de lo que será el trabajo.
-Si
Hatik dirige un escuadrón no creo que la palabra sencillo sea
la adecuada para definir la misión-dijo Garlet gruñendo.
-Eso
importa poco cuando las órdenes llegan desde arriba-dijo Sig asqueado y
molesto-. Pero al menos podremos decir que hemos sido capitanes-intentó bromear
para quitarle seriedad al asunto.
-De
cualquier modo, como bien has dicho, las órdenes vienen de arriba y no podemos
negarnos-comentó Barferin-. Cada uno de vosotros, como dije antes, atacará un
poblado distinto con el escuadrón que hayan asignado para esa misión. La
estrategia a seguir será decisión vuestra.
-Barfe…
capitán-me corregí al llamarle, estando a punto de normarle por su nombre de pila-.
Yo no tengo la más remota idea acerca de estrategias, ni he tenido una mínima
experiencia liderando soldados. No creo que sea la persona más idónea para
cumplir esta misión-confesé.
-Es
una misión sencilla, Celadias-dijo intentando tranquilizarme-. Tómatelo con
calma, ¿vale? Y, sobre todo, no te eches atrás.
-Pero…
-Lo
harás bien, solo tendrás que luchar al lado de tus soldados-insistió,
pareciendo que quería convencerme-. Vas a atacar un poblado sin murallas y
donde, seguramente, no habrán más que diez o veinte rebeldes. No necesitas más
que unos fieles soldados y unas buenas espadas para asegurar el éxito.
Acabé
por no decir nada más. Todavía no estaba seguro de que aquello funcionase tan
fácil, pero no tenía opción a quejarme de la decisión de ponerme al mando de
una tropa pequeña ni podía negarme a cumplir órdenes.
Barferin
comenzó a decir uno por uno cuál sería nuestra escuadrilla de combate y de qué
poblado nos encargaríamos. Durante ese largo instante que duró la asignación de
objetivos mi preocupación era por Horval, pues, por cada nombre que
pronunciaba, la posibilidad de que le encomendaran atacar su aldea natal era
cada vez mayor. Por suerte, al llegar su turno, pude suspirar de alivio al oír
un nombre distinto. Pero ese alivio tan placentero duró poco tiempo cuando
escuché a Barferin decir:
-Celadias,
tu objetivo será Argard.
Y
pude sentir cómo la seria y amenazante mirada de Horval se clavaba en mí, como
si quisiera advertirme de que no fuese a la aldea, como si no le gustara la
idea de que me encargasen a mí aquella aldea. Aunque, a decir verdad, supongo
que habría mirado de la misma forma a cualquier otro compañero que hubiese
corrido el mismo destino.
Durante
un par de horas más mantuvimos la reunión mientras Barferin nos terminaba de
indicar los últimos detalles de los objetivos. Y, en todo momento, sentía la
fría mirada de Horval clavada en mí, sin separarse ni un segundo. Sentía que
podía helarme la sangre si quisiera y dejarme en el sitio congelado en
cualquier momento. Incluso llegué a pensar que, de un momento a otro, fuese a
saltar hacia mí para golpearme o matarme o a saber qué macabra idea podría
estar rondando por su cabeza. Cada vez que Barferin pronunciaba Argard no podía
evitar mirar por el rabillo del ojo si Horval seguía observándome tan
detenidamente.
-Si
tenéis claro lo que tenéis que hacer, podemos retirarnos por hoy y prepararnos
para partir esta misma tarde-concluyó Barferin levantándose de su silla-. Si
tenéis alguna duda podéis consultármela ahora e intentaré resolvérosla al
instante. En caso de que no pueda, tendréis que esperar a esta tarde para que
me reúna con Hatik antes de que abandonemos la ciudad.
Deseando
salir del cuartel lo antes posible, me levanté de mi silla junto a todos los
demás. Sin siquiera esperar a despedirme de mis compañeros, puse rumbo hacia el
exterior. Estaba a punto de salir al patio interior del palacio, creyendo que
sería libre al fin, cuando mi tranquilidad se vio agarrada por una mano que se
posaba sobre mi hombro, deteniendo mi paso.
-No
tan rápido, Celadias-dijo Horval detrás de mí, con una voz más grave de la que
acostumbraba a mostrar al hablar.
-¿Qué
ocurre?-pregunté haciéndome el tonto, aunque sabía perfectamente por qué me había
detenido, y, aunque no lo mostré en ese momento, sentía miedo por lo mismo.
-Quiero
hablar contigo a solas-dijo señalando con su pulgar sobre su hombro hacia la
sala de reuniones, la cual empezó a vaciarse lentamente. Cuando Barferin, la
última persona que quedaba en la sala, la abandonó, Horval tiró de mi brazo
para que entrase ahí-. Sé que solo vas y cumplirás órdenes, Celadias. Y sé que
no soy nadie para pedirte que te niegues a ir, pero quiero pedirte un favor.
-¿Qué
quieres pedirme?
-Estoy
seguro de que no hay ningún rebelde en Argard, ellos son incapaces de oponerse
al imperio después de todo lo que han hecho por nosotros estos últimos años.
Incluso durante el asedio fueron benevolentes con los habitantes de mi aldea;
en ningún momento presentaron batalla cuando pudieron habernos arrasado a todos.
-Pero
los exploradores aseguran que los han avistado.
-También
se supone que avistaron a tu amigo y tú le defiendes con uñas y dientes-me
rebatió, poniéndome contra las cuerdas-. Al principio me mosqueaba que tú
fueras a Argard, pero luego me di cuenta de que eras la persona que necesito,
que tú podrías comprenderme y que yo podría fiarme de tu criterio.
-¿A
dónde quieres llegar?-pregunté esperando que fuese al grano.
-Quiero
que, cuando llegues a Argard, hagas lo correcto.
-¿Qué
haga lo correcto? ¿A qué te refieres?
-A
que vayas y decidas lo que es correcto hacer. Yo me negaría a cumplir la misión
aunque tuviera a un rebelde apuntándome con su espada. Por favor, solo te pido
este favor, nada más-dijo con un notorio tono de súplica en su voz.
-Haré
lo que sea necesario-dije suspirando-. No sé qué será lo correcto hasta que
llegue a Argard y vea la situación con mis propios ojos-tras esto me di la
vuelta y abandoné la habitación, pudiendo escuchar a lo lejos “Confío en ti,
Celadias”. Aunque yo no confiaba en mí, a decir verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario