Reproductor

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Capítulo 20: Dos hermanos



Con la excusa de utilizar aquel viaje como una misión del escuadrón, pude finalmente reunirme con mis amigos en la plaza central a la hora a la que acordamos aquella noche. Decidí vestirme con las ropas de viaje más cómodas que encontré y me ceñí la espada que me entregó Garlet al cinto para tenerla siempre a mano. No se me ocurría ningún momento mejor para estrenar la espada que llevándola de viaje con Trent y con Artrio. El sol aun no había mostrado sus primeros rayos de sol cuando yo llegué, pero al menos me aseguraría de que no se fuesen sin mí por haber llegado tarde. Así que me dispuse a esperar sentado en un banco. El primero en llegar fue Trent, quien sonrió ampliamente al verme esperando.

-Temía que al final no pudieras venir-admitió sentándose a mi lado para esperar a Artrio.

-Tanto el maestre como el capitán estaban de acuerdo en que te acompañara en el viaje, así que han preparado un chanchullo para justificar mi ausencia-respondí encogiéndome de hombros, sonriente también.

-¿A qué te refieres?

-Digamos que el maestre tramitará una petición de escolta para ti, y requerirá de mis servicios-dije riéndome.

-¿Puede hacer eso?-preguntó asombrado, y le respondí lo mismo que me aclaró Barferin aquella noche-. Vaya, es asombroso. Ahora sí que eres importante en el imperio.

-¿Tú crees?

-Tu escuadrón no es un escuadrón en sí, ¿sabías? Ahora sois una institución militar independiente del ejército. Sois el primer recurso del emperador en las misiones más importantes y peligrosas, además de que tenéis el privilegio de sumaros al destacamento que os plazca en caso de guerra o, incluso, negaros a participar si el emperador no os requiere personalmente.

-Eso no me lo había dicho Barferin-contesté incrédulo y fascinado por la información que me había proporcionado-. Siempre hemos seguido llamándonos escuadrón.

-Porque en cierto modo lo sois. No sois suficientes para formar dos escuadrones dentro de la institución, y dudo que podáis incluir más miembros, así que una forma resumida de llamaros es esa.

-Vaya… ¿Y tú cómo sabes todo esto?

-Lo estudié en la biblioteca. Quizá algún día os pueda servir como estratega-dijo sonriente e ilusionado por poder compartir mínimamente una afición conmigo.

Pocos minutos más tarde llegó Artrio, con cara de estar bastante cansado. Se disculpó por la tardanza y nos comentó que aun se encontraba exhausto por el viaje que había realizado para volver a Arstacia. A pesar de la insistencia de que se quedara reposando, se negó a dejarnos marchar solos. Decía que era una buena ocasión para recuperar todo el tiempo que se había perdido y que siempre vendrían bien dos manos extras y una cabeza pensante más.

Sintiéndonos incapaces de convencer a Artrio para que volviera a su casa, decidimos ponernos en marcha y no perder más tiempo, sabiendo que nos quedaba una larga travesía por delante y que cada segundo que aprovecháramos para viajar sería útil para poder descansar a la noche. Cuando llegamos ante la muralla, los guardias solamente nos miraron de arriba para abajo, dejándonos atravesar la puerta sin decir nada y sin hacer una sola pregunta.

Cuando el sol ya salió por completo, nosotros ya nos habíamos alejado lo suficiente de la ciudad hacia el norte como para que la muralla se viera minúscula desde nuestra posición. Artrio, que estaba más experimentado que nosotros en esto de viajar en grupos reducidos, preparó su alforja, un enorme saco de tela que llevaba colgado en la espalda, con un par de mantas de piel para refugiarnos del frío por la noche y poder dormir lo mejor posible en el suelo. Trent y yo solo pensamos en la ropa de abrigo para cuando nos acercáramos más al norte, además de las raciones de comida para el viaje que repondríamos una vez llegados al poblado.

El primer día de viaje transcurrió sin ningún imprevisto. Caminamos charlando y riendo, siguiendo los senderos que nos llevaban al norte mientras revisábamos de vez en cuando el mapa que le había dado el maestre a Trent para no perdernos y asegurarnos de que íbamos por buen camino. Acampamos a la orilla de un río que nos acabaría llevando, al día siguiente, hasta un puente que tendríamos que cruzar antes de desviarnos al noroeste.

Trent y yo nos encargamos de buscar las ramas para hacer la hoguera mientras que Artrio preparaba un círculo de piedras donde colocar la hoguera y extendía las mantas. Las dos eran suficientes para nosotros, ya que Artrio y yo nos turnaríamos para hacer la guardia nocturna, aunque yo decidí hacer el primer turno para poder dejarle dormir más tiempo. Se le veía bastante cansado y quería que repusiera fuerzas para el segundo día. Él también se encargó de encender la hoguera cuando apilamos todas las ramas secas que habíamos encontrado.

 Al amanecer, Artrio nos despertó en cuanto los primeros rayos de sol aparecieron por el horizonte. Teníamos que recoger todo y aprovechar todo el tiempo posible para poder descansar antes aquella noche.

La travesía al principio fue exactamente igual que el día anterior, salvo cuando, cerca del medio día, vislumbramos a lo lejos un reducido número de gente concentrada en un solo punto. Al principio, al no poder ver apenas por la lejanía, pensamos que sería un grupo de viajeros descansando. Después nos dimos cuenta de que cuatro de ellos estaban rodeando de manera amenazante a dos encapuchados. Los cuatro que les rodeaban iban con el rostro al descubierto. Un solo cruce de miradas nos bastó a Artrio y a mí para entendernos. Ambos teníamos claro que debíamos proteger a los dos encapuchados. Uno de ellos era alto y corpulento, y la otra figura era más pequeña y escuálida en apariencia.

Nuestras pisadas removieron la hierba bajo nuestros pies, lo que hizo que el grupo amenazante se percatara de nuestra presencia cuando nos aproximábamos hacia ellos. Rápidamente desenfundé mi espada y Artrio sacó un puñal. Gracias al alcance de mi espada, no le di oportunidad a mi oponente a que pudiera desenfundar y protegerse, pero Artrio no pudo decir lo mismo. Escuché cómo su puñal golpeaba algo que produjo un sonido metálico, pero no pude pararme a mirar qué pasó. Los otros dos bandidos tenían también una daga cada uno, y no dudaron en exponerla ante nosotros cuando vieron que les atacábamos.

La figura más pequeña de los encapuchados echó a correr hacia detrás de nosotros, pero la más grande permanecía en la misma posición. Solo se giró para mirar a los bandidos y sacó también una daga.

-Ahora ya estamos igualados-dijo con una voz grave mientras se quitaba la capucha. Tenía el pelo corto y negro bajo una venda que le cubría una pequeña parte de la nuca, y su piel era pálida. En aquel momento no pude ver sus ojos, pero tampoco era que me importase mucho. La cuestión era que nuestras fuerzas parecían estar igualadas y que aquello sería una lucha justa. O eso pensaba.

Al ver que yo blandía una espada y que el acero de mi arma resplandecía brillante, uno de los bandidos le hizo una señal a sus compañeros gritando “retirada” y echando a correr. Solo uno de los dos compañeros que le quedaban pudo seguirle el ritmo. Cuando miré al otro, yacía inmóvil con un profundo corte en el cuello del que brotaba sangre a borbotones. El joven al que habíamos ayudado guardó su daga y suspiró.

-Pensé que darían algo más de resistencia-dijo girándose hacia nosotros. Entonces pude ver que solo tenía al descubierto uno de sus ojos, su ojo izquierdo, el cual era marrón. El otro estaba tapado por la venda-. Gracias por vuestra ayuda, caballeros.

-No somos caballeros-dijo Artrio, aunque pareció querer corregirse después-. Bueno, mi amigo sí lo es, pero yo no. Yo solo soy un aventurero.

-Aun así, sois un caballero para mí-insistió el joven desconocido-. Nos habéis salvado a mí y a mi hermana.

Artrio y yo nos giramos para contemplar a la figura que antes acompañaba a aquel chico y vimos cómo una joven de cabello castaño hasta el hombro y piel pálida se quitaba la capucha que antes tapaba su hermoso rostro. Ella también tenía su ojo derecho tapado de la misma forma. Y su ojo izquierdo también era marrón.

-Gracias por salvarnos la vida-dijo con una voz inocente mientras hacía una reverencia-. Me llamo Ris, y mi hermano es Dert-se presentó con una sonrisa.

-Mi amigo se llama Celadias, y yo soy Artrio-nos presentó.

-¿Podemos preguntaros hacia dónde os dirigís?-pregunté yo tras saludar con la mano.

-Teníamos pensado dirigirnos hacia Merenter, pero nos han llegado noticias de que ha sido arrasada por un ejército de hombres y que ya no queda nada de ese pueblo-contestó Dert-. Por lo que no tenemos pensado aun a dónde iremos ahora.

-Los rumores que habéis oído son ciertos, no queda absolutamente nada. Ni siquiera una sola astilla de los muelles del puerto-confirmó Artrio, con una notoria tristeza en su voz.

-Entonces tendremos que buscar otro destino-comentó Dert.

-¿Por qué no nos acompañáis mientras pensáis en ello?-preguntó Trent, de quien ni siquiera me percaté de que había llegado hasta nosotros-. Quizá en Alquimia os puedan ayudar.

-Además, si vamos todos juntos no os volverán a asaltar-concluí yo, intentando ser lo más convincente posible.

-No estoy seguro de que debamos cruzar nuestros caminos todavía-dijo Dert con un tono bastante enigmático, lo cual me creó bastante desconcierto.

-¡Vamos, será divertido!-comentó Ris sonriente y animada-. Yo me apunto.

-Si Ris dice que va con vosotros, no puedo oponerme entonces-dijo Dert suspirando-. Siempre hace lo que quiere conmigo-al decir eso, Ris sonrió más ampliamente, con dulzura e inocencia en su rostro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario