Con
la excusa de utilizar aquel viaje como una misión del escuadrón, pude
finalmente reunirme con mis amigos en la plaza central a la hora a la que
acordamos aquella noche. Decidí vestirme con las ropas de viaje más cómodas que
encontré y me ceñí la espada que me entregó Garlet al cinto para tenerla
siempre a mano. No se me ocurría ningún momento mejor para estrenar la espada
que llevándola de viaje con Trent y con Artrio. El sol aun no había mostrado
sus primeros rayos de sol cuando yo llegué, pero al menos me aseguraría de que
no se fuesen sin mí por haber llegado tarde. Así que me dispuse a esperar
sentado en un banco. El primero en llegar fue Trent, quien sonrió ampliamente
al verme esperando.
-Temía
que al final no pudieras venir-admitió sentándose a mi lado para esperar a
Artrio.
-Tanto
el maestre como el capitán estaban de acuerdo en que te acompañara en el viaje,
así que han preparado un chanchullo para justificar mi ausencia-respondí
encogiéndome de hombros, sonriente también.
-¿A
qué te refieres?
-Digamos
que el maestre tramitará una petición de escolta para ti, y requerirá de mis
servicios-dije riéndome.
-¿Puede
hacer eso?-preguntó asombrado, y le respondí lo mismo que me aclaró Barferin
aquella noche-. Vaya, es asombroso. Ahora sí que eres importante en el imperio.
-¿Tú
crees?
-Tu
escuadrón no es un escuadrón en sí, ¿sabías? Ahora sois una institución militar
independiente del ejército. Sois el primer recurso del emperador en las
misiones más importantes y peligrosas, además de que tenéis el privilegio de
sumaros al destacamento que os plazca en caso de guerra o, incluso, negaros a
participar si el emperador no os requiere personalmente.
-Eso
no me lo había dicho Barferin-contesté incrédulo y fascinado por la información
que me había proporcionado-. Siempre hemos seguido llamándonos escuadrón.
-Porque
en cierto modo lo sois. No sois suficientes para formar dos escuadrones dentro
de la institución, y dudo que podáis incluir más miembros, así que una forma
resumida de llamaros es esa.
-Vaya…
¿Y tú cómo sabes todo esto?
-Lo
estudié en la biblioteca. Quizá algún día os pueda servir como estratega-dijo
sonriente e ilusionado por poder compartir mínimamente una afición conmigo.
Pocos
minutos más tarde llegó Artrio, con cara de estar bastante cansado. Se disculpó
por la tardanza y nos comentó que aun se encontraba exhausto por el viaje que
había realizado para volver a Arstacia. A pesar de la insistencia de que se
quedara reposando, se negó a dejarnos marchar solos. Decía que era una buena
ocasión para recuperar todo el tiempo que se había perdido y que siempre
vendrían bien dos manos extras y una cabeza pensante más.
Sintiéndonos
incapaces de convencer a Artrio para que volviera a su casa, decidimos ponernos
en marcha y no perder más tiempo, sabiendo que nos quedaba una larga travesía
por delante y que cada segundo que aprovecháramos para viajar sería útil para
poder descansar a la noche. Cuando llegamos ante la muralla, los guardias
solamente nos miraron de arriba para abajo, dejándonos atravesar la puerta sin
decir nada y sin hacer una sola pregunta.
Cuando
el sol ya salió por completo, nosotros ya nos habíamos alejado lo suficiente de
la ciudad hacia el norte como para que la muralla se viera minúscula desde
nuestra posición. Artrio, que estaba más experimentado que nosotros en esto de
viajar en grupos reducidos, preparó su alforja, un enorme saco de tela que
llevaba colgado en la espalda, con un par de mantas de piel para refugiarnos
del frío por la noche y poder dormir lo mejor posible en el suelo. Trent y yo
solo pensamos en la ropa de abrigo para cuando nos acercáramos más al norte,
además de las raciones de comida para el viaje que repondríamos una vez
llegados al poblado.
El
primer día de viaje transcurrió sin ningún imprevisto. Caminamos charlando y
riendo, siguiendo los senderos que nos llevaban al norte mientras revisábamos
de vez en cuando el mapa que le había dado el maestre a Trent para no perdernos
y asegurarnos de que íbamos por buen camino. Acampamos a la orilla de un río
que nos acabaría llevando, al día siguiente, hasta un puente que tendríamos que
cruzar antes de desviarnos al noroeste.
Trent
y yo nos encargamos de buscar las ramas para hacer la hoguera mientras que
Artrio preparaba un círculo de piedras donde colocar la hoguera y extendía las
mantas. Las dos eran suficientes para nosotros, ya que Artrio y yo nos
turnaríamos para hacer la guardia nocturna, aunque yo decidí hacer el primer
turno para poder dejarle dormir más tiempo. Se le veía bastante cansado y
quería que repusiera fuerzas para el segundo día. Él también se encargó de
encender la hoguera cuando apilamos todas las ramas secas que habíamos
encontrado.
Al amanecer, Artrio nos despertó en cuanto los
primeros rayos de sol aparecieron por el horizonte. Teníamos que recoger todo y
aprovechar todo el tiempo posible para poder descansar antes aquella noche.
La
travesía al principio fue exactamente igual que el día anterior, salvo cuando,
cerca del medio día, vislumbramos a lo lejos un reducido número de gente
concentrada en un solo punto. Al principio, al no poder ver apenas por la
lejanía, pensamos que sería un grupo de viajeros descansando. Después nos dimos
cuenta de que cuatro de ellos estaban rodeando de manera amenazante a dos
encapuchados. Los cuatro que les rodeaban iban con el rostro al descubierto. Un
solo cruce de miradas nos bastó a Artrio y a mí para entendernos. Ambos
teníamos claro que debíamos proteger a los dos encapuchados. Uno de ellos era
alto y corpulento, y la otra figura era más pequeña y escuálida en apariencia.
Nuestras
pisadas removieron la hierba bajo nuestros pies, lo que hizo que el grupo
amenazante se percatara de nuestra presencia cuando nos aproximábamos hacia
ellos. Rápidamente desenfundé mi espada y Artrio sacó un puñal. Gracias al
alcance de mi espada, no le di oportunidad a mi oponente a que pudiera
desenfundar y protegerse, pero Artrio no pudo decir lo mismo. Escuché cómo su
puñal golpeaba algo que produjo un sonido metálico, pero no pude pararme a
mirar qué pasó. Los otros dos bandidos tenían también una daga cada uno, y no
dudaron en exponerla ante nosotros cuando vieron que les atacábamos.
La
figura más pequeña de los encapuchados echó a correr hacia detrás de nosotros,
pero la más grande permanecía en la misma posición. Solo se giró para mirar a
los bandidos y sacó también una daga.
-Ahora
ya estamos igualados-dijo con una voz grave mientras se quitaba la capucha.
Tenía el pelo corto y negro bajo una venda que le cubría una pequeña parte de
la nuca, y su piel era pálida. En aquel momento no pude ver sus ojos, pero
tampoco era que me importase mucho. La cuestión era que nuestras fuerzas
parecían estar igualadas y que aquello sería una lucha justa. O eso pensaba.
Al
ver que yo blandía una espada y que el acero de mi arma resplandecía brillante,
uno de los bandidos le hizo una señal a sus compañeros gritando “retirada” y
echando a correr. Solo uno de los dos compañeros que le quedaban pudo seguirle
el ritmo. Cuando miré al otro, yacía inmóvil con un profundo corte en el cuello
del que brotaba sangre a borbotones. El joven al que habíamos ayudado guardó su
daga y suspiró.
-Pensé
que darían algo más de resistencia-dijo girándose hacia nosotros. Entonces pude
ver que solo tenía al descubierto uno de sus ojos, su ojo izquierdo, el cual
era marrón. El otro estaba tapado por la venda-. Gracias por vuestra ayuda,
caballeros.
-No
somos caballeros-dijo Artrio, aunque pareció querer corregirse después-. Bueno,
mi amigo sí lo es, pero yo no. Yo solo soy un aventurero.
-Aun
así, sois un caballero para mí-insistió el joven desconocido-. Nos habéis
salvado a mí y a mi hermana.
Artrio
y yo nos giramos para contemplar a la figura que antes acompañaba a aquel chico
y vimos cómo una joven de cabello castaño hasta el hombro y piel pálida se
quitaba la capucha que antes tapaba su hermoso rostro. Ella también tenía su
ojo derecho tapado de la misma forma. Y su ojo izquierdo también era marrón.
-Gracias
por salvarnos la vida-dijo con una voz inocente mientras hacía una reverencia-.
Me llamo Ris, y mi hermano es Dert-se presentó con una sonrisa.
-Mi
amigo se llama Celadias, y yo soy Artrio-nos presentó.
-¿Podemos
preguntaros hacia dónde os dirigís?-pregunté yo tras saludar con la mano.
-Teníamos
pensado dirigirnos hacia Merenter, pero nos han llegado noticias de que ha sido
arrasada por un ejército de hombres y que ya no queda nada de ese
pueblo-contestó Dert-. Por lo que no tenemos pensado aun a dónde iremos ahora.
-Los
rumores que habéis oído son ciertos, no queda absolutamente nada. Ni siquiera
una sola astilla de los muelles del puerto-confirmó Artrio, con una notoria
tristeza en su voz.
-Entonces
tendremos que buscar otro destino-comentó Dert.
-¿Por
qué no nos acompañáis mientras pensáis en ello?-preguntó Trent, de quien ni
siquiera me percaté de que había llegado hasta nosotros-. Quizá en Alquimia os
puedan ayudar.
-Además,
si vamos todos juntos no os volverán a asaltar-concluí yo, intentando ser lo
más convincente posible.
-No
estoy seguro de que debamos cruzar nuestros caminos todavía-dijo Dert con un
tono bastante enigmático, lo cual me creó bastante desconcierto.
-¡Vamos,
será divertido!-comentó Ris sonriente y animada-. Yo me apunto.
-Si
Ris dice que va con vosotros, no puedo oponerme entonces-dijo Dert suspirando-.
Siempre hace lo que quiere conmigo-al decir eso, Ris sonrió más ampliamente,
con dulzura e inocencia en su rostro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario