La
conmoción por aquel ajetreo había sido bastante grande. Ris no podía parar de
llorar y temblar a causa de la tensión que estaba sufriendo. Dert se mantenía a
su lado con entereza, intentando ser su fortaleza. Trent miraba atónito los
ojos azules de ambos mientras los demás alquimistas cuchicheaban entre ellos.
Los únicos que no parecían haberse inmutado al conocer aquello eran Artrio y el
maestre alquimista, quienes se habían puesto a conversar en voz baja el uno con
el otro. Y Artrio se acercó a mí para pedirme algo:
-Ris
parece haber cogido algo de confianza en ti. Sácala del poblado, a ver si
estando lejos de tantas miradas se tranquiliza un poco. El maestre y yo
necesitamos hablar con Dert a solas.
-Sabes
que esto es por tu culpa, Artrio-le respondí enfadado-. ¿Qué pensáis hacerle a
Dert?
-Solo
queremos hablar con él para que nos aclare lo de su ojo azul, nada más. Ahora
vete con Ris, por favor-dijo sin darme opción a responderle mientras, junto al
maestre, se acercaba a Dert.
Pude
ver cómo hablaban con él, aparentemente calmados. Cuando soltó la mano de su
hermana me acerqué a ella para hacer lo que Artrio me pidió. Le sugerí que
fuésemos a un sitio más apartado y no dudó ni un segundo en abandonar la aldea
conmigo, dejando la venda, que antes tapaba su ojo, tirada en el suelo donde
cayó. Seguimos la corriente del río, alejándonos de las cabañas hasta que nos
encontramos a solas a una distancia considerable del poblado. Ris se sentó en
la orilla del río metiendo sus pies descalzos en el agua que fluía, sin
importarle mojar el borde del camisón.
-¿Por
qué ha hecho eso?-preguntó tras todo el camino en silencio, tratando de
contener sus lágrimas y tranquilizarse.
-No
lo sé-respondí sincero, secando las pocas lágrimas que se atrevían a caer por
sus sonrojadas mejillas a causa del llanto-. Él nunca había sido así. ¿Qué pasó
en la cabaña? Tu hermano y él parecían haberse pegado-me atreví a preguntar,
recordando que ambos tenían marcas de golpes en sus rostros.
-Dert
y Artrio discutieron y empezaron a gritarse. Artrio le insistía una y otra vez
en que dijera quiénes éramos, hasta que se pegaron. Yo intenté separarlos, pero
me llevé un golpe-dijo desabrochándose un poco el camisón para dejar ver un
moratón sobre su pecho-. Dert, al verlo, se enfadó más y se abalanzó contra tu
amigo. Tuvieron que entrar varias personas para poner fin a la disputa-concluyó
abrochándose el camisón de nuevo.
-¿Tú
te encuentras bien?-pregunté preocupado al ver que recibió un golpe,
apartándole el pelo de la cara para ver si tenía alguna marca más.
-No
te preocupes, estoy bien-respondió sonriendo, recostándose sobre mí. Me
sorprendí al sentirlo pero dejé que se apoyase en mí, pasando un brazo por
detrás de sus hombros para abrazarla-. Dime, Celadias… ¿Tienes miedo de mí?
Aquella
pregunta me dejó impactado, y, sin entender por qué la hizo, le respondí:
-Claro
que no tengo miedo. ¿Por qué debería tenerlo? Eres una chica bastante dulce y
simpática. Que tengas un ojo de cada color no va a cambiar nada.
-Las
personas, cuando lo descubren, sienten miedo. Creen que algo malo les va a
pasar por estar cerca de nosotros-admitió la joven, con la voz algo
temblorosa-. Nosotros no somos malas personas…
-Tranquila,
no vamos a haceros nada, ¿vale?-dije intentando calmarla-. Somos amigos, ¿verdad?
La
chica asintió con la cabeza. Parecía estar más animada y tranquila después de
aquella pequeña charla. Quise preguntarle acerca de por qué tenía aquel ojo
azul tan claro cuando Trent llegó corriendo.
-Artrio
quiere veros en la cabaña-dijo jadeando, intentando recuperar el aliento.
-¿Ha
pasado algo malo?-pregunté, soltando a Ris, quien se puso en pie.
-No,
pero tampoco quiero hacerle esperar-dijo riéndose.
Me
puse en pie y cogí de la mano a Ris para volver de nuevo al poblado. Todos
habían vuelto a sus labores y parecía que habían dejado de lado lo sucedido. En
la cabaña se encontraban sentados junto a una mesa Artrio, Dert y el maestre
alquimista, quienes nos miraron esperando a que nos uniéramos a la
conversación.
-Será
mejor que zanjemos este asunto cuanto antes para que estemos todos tranquilos y
en paz de nuevo-dijo el maestre con calma-. ¿Por qué no nos contáis lo que
sois?-preguntó mirando a los dos hermanos.
-Supongo
que todos los que estamos aquí conocemos la leyenda del dios Vyr, ¿verdad?-comenzó
Dert, y todos asentimos con la cabeza-. Eso nos facilitará entonces
explicarnos.
-Nosotros
somos videntes-comenzó a explicar Ris-. A veces tenemos visiones de lo que
ocurrirá en el futuro. En ocasiones, esas visiones ocurren cuando estamos despiertos,
pero, normalmente, las tenemos en nuestros sueños.
-¿Y
por qué tapáis vuestros ojos?-preguntó Trent.
-La
primera razón era porque la gente nos tenía miedo por la leyenda de Vyr, porque
piensan que las desgracias que predecimos son causadas por nosotros-dijo Ris
triste.
-Pero
nosotros solo las predecimos en nuestras visiones-le interrumpió Dert, algo
alterado-. Esas desgracias ocurrirían aunque nosotros no estuviéramos cerca.
-¿Solo
veis las desgracias?-me atreví a preguntar.
-Cualquier
acontecimiento importante que cambie el curso del destino lo podemos ver en
nuestras visiones-respondió Dert-. Normalmente son cosas que ocurrirán en un
entorno cercano al nuestro, o que acabará afectándonos a nosotros de alguna
forma.
-Pero
también hemos llegado a tener visiones de acontecimientos de gran importancia
en el futuro que puedan afectar a muchas personas-terminó de explicar Ris-.
Aunque, como ya sabréis, no podemos interferir en ellos.
-Tiene
que ser una gran molestia prever la muerte de los demás y no poder hacer nada
para cambiarlo. Una maldición en toda regla-apuntó el maestre apesadumbrado.
-Pero
ese es el destino de los videntes-dijo Ris agachando la cabeza.
-Creía
que solo era una leyenda-dijo Artrio confuso con aquella explicación.
-Somos
reales, y hay más como nosotros-contestó Dert-. Lo más molesto de nuestro don,
porque nos negamos a considerarlo una maldición de los dioses, es el trato que
recibimos de los demás cuando nos descubren.
-¿Es
por eso por lo que nunca os asentáis en un lugar?-preguntó Artrio, intentando
atar cabos. Y ambos asintieron con la cabeza al mismo tiempo.
-No
tenéis por qué temer más entonces-contesté sonriendo-. Podéis venir a Arstacia
con nosotros si queréis, no os pasará nada.
-Celadias
tiene razón, nosotros podemos protegeros-dijo Trent entusiasmado con la idea de
que volvieran con nosotros-. Él es caballero, y pronto se convertirá en alguien
importante para el imperio, y tenemos un amigo que es soldado que podría tumbar
a cualquiera de un solo puñetazo-añadió riéndose, refiriéndose a Karter.
-No
quisiéramos causaros molestias-dijo Dert, declinando la oferta-. Además,
Arstacia es una ciudad demasiado grande y podríamos poneros en algún apuro.
-Entonces
quedaos en la aldea-dijo el maestre con solemnidad-. No encontraréis un cobijo
más tranquilo que el nuestro, y podréis trabajar para nosotros haciendo
diversas labores.
-Además,
este sitio es bastante seguro-añadió Artrio-. Todo el mundo respeta la labor
que realizan los alquimistas con sus estudios y nadie se atrevería a entrar
aquí para saquear y hacer daño a quienes, quizá, estén salvando sus vidas.
Ambos
hermanos se quedaron en silencio reflexionando la nueva oferta que les había
hecho el maestre. Ris, finalmente, rompió el silencio para dar su opinión:
-Podríamos
aprender mucho viviendo aquí, y podemos ser de mucha utilidad para los
alquimistas.
-Dos
personas sin la obligación de estudiar podrían ayudar muchísimo en la
aldea-dijo el maestre asintiendo con la cabeza, y miró a Dert-. Tú eres un
chico bastante joven y corpulento, podrías ayudar a hacer cabañas más seguras y
a reparar sus desperfectos. Y tu hermana podría ser una buena ayudante para los
alquimistas.
-Si
así está escrito en el destino, supongo que podemos quedarnos aquí-dijo Dert,
convencido por las palabras del maestre.
-¡Decidido
entonces, nos quedamos!-concluyó Ris bastante ilusionada.
Tras
aclarar todo lo sucedido, todo volvió a la normalidad. Trent se unió nuevamente
a los alquimistas para estudiar la alquimia durante el resto de nuestra estancia.
Artrio ayudó a Dert a integrarse en el poblado para disculparse por el trato
que les había dado y para compensarle el problema que les había causado. Ris y
yo nos hicimos compañía mutua lo que quedaba aquel día, junto al río. Al medio
día del día siguiente, Artrio, Trent y yo ya teníamos todo preparado para
partir de nuevo hacia Arstacia.
Todos
los alquimistas se reunieron tras el maestre para despedirse de nosotros. Dert
y Ris encabezaban el comité con una amplia sonrisa, agradecidos de que entendiéramos
la situación y aceptásemos su condición de videntes. Esta vez tenían su ojo al
descubierto, mostrándolo orgullosos.
-Espero
que los conocimientos que llevas en tus
manuscritos y los que os hemos dejado te sean de utilidad, joven
estudiante-dijo el maestre, dirigiéndose a Trent.
-Seguiré
estudiando y dando lo mejor de mí.
-Tened
un buen viaje y andad con cuidado-dijo el maestre nuevamente, despidiéndose de
nosotros.
Ris
se separó de su hermano y se acercó a mí, dándome un fuerte abrazo y dejando un
beso en mis mejillas.
-Te
echaré de menos, Celadias. Prométeme que volveremos a vernos algún día.
-Te
lo prometo-respondí con una sonrisa-. Vendré a visitarte y nos volveremos a
ver.
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