Antes
de llegar a Arstacia, todos los mercenarios se dispersaron para entrar por
distintas puertas. Decían que así había sido acordado por el emperador para no
levantar ninguna sospecha, aunque yo sí que empezaba a sospechar algo, sobre
todo cuando no quisieron contarme nada más al respecto. Así que entré yo solo a
la ciudad y me dirigí a la plaza para reunirme con Willen.
El
joven mercenario ya estaba ahí cuando yo llegué, acompañado por los padres de
Horval quienes parecían estar bastante nerviosos y con razón. Por lo que sabía,
nunca habían salido de Argard, así que supuse que estar en una ciudad tan
grande como Arstacia con unas calles tan amplias y una gran aglomeración de
personas yendo y viniendo de un sitio para otro, guardias armados con espadas y
armaduras patrullando las calles, una plaza descomunal en comparación con la de
su pueblo, puestos de fruta y carne en mitad de las calles, comercios de todo
tipo… y el enorme e imponente palacio al fondo de la ciudadela. Si yo me
encontrase en su misma situación, también estaría sorprendido por todo lo que
estaban viendo. También entendía que estuvieran nerviosos y ansiosos de ver a
su hijo, a quienes no sabía ni cuánto tiempo llevaban sin ver.
-¿Habéis
tenido algún problema para llegar?-pregunté a Willen.
-El
camino ha estado tranquilo y despejado en todo momento, y los caballos han
sabido aguantar bien el galope-me informó.
-Aquí
es donde nos separaremos entonces-dije despidiéndome de él-. Ha sido un placer
haberte conocido y espero que volvamos a vernos pronto-confesé sonriendo
sincero-. Muchas gracias por habernos ayudado.
-Gracias
por salvarnos la vida, joven guerrero-dijo agradecido el anciano.
-No
ha sido nada. Nos volveremos a ver pronto.
Tras
despedirnos, Willen se marchó por uno de los callejones al sur de la plaza, y
no tardó mucho en desaparecer de nuestra vista. Indiqué a los padres de Horval
que me acompañaran y nos pusimos en marcha, rumbo al palacio. Ellos no parecían
entender a dónde nos estábamos dirigiendo, ni por qué quería llevarles a un
lugar tan importante y destacado. Creo que incluso al principio temieron que
estuviera tendiéndoles una trampa. Pero creo que se tranquilizaron al ver que
los guardias de la puerta nos pusieron trabas para pasar.
El
guardia que nos detuvo el paso insistía en que tenían que tener un permiso
especial para poder acceder al interior del palacio, a pesar de que insistí una
y mil veces en que venían acompañándome y que solo accederían al cuartel.
Estuvimos un buen rato hasta que conseguimos hacer que entrase en razón sin
necesidad de, según dije, “molestar al emperador por un asunto tan trivial”. Cuando
conseguimos entrar al interior del palacio, los tres suspiramos de alivio
después de temer que nos metiéramos en problemas. Por suerte, pudimos campar a
nuestras anchas por el palacio para dirigirnos al cuartel, donde les pedí que
esperasen hasta mi regreso y trataran de no hacer ruido sentados en la sala de
reuniones.
Entre
una cosa y otra ya estaba empezando a anochecer, y sabía que no tenía mucho
tiempo si quería conseguir que Horval y su familia se reencontrasen esta noche,
así que eché a correr hacia la plaza donde supuse que se reunirían todos mis
compañeros nada más llegasen de su misión. Por suerte, llegué antes de que
volvieran los demás, y estuve un rato esperándoles. Los primeros en llegar
fueron Aldven y Garlet, quienes parecían estar decepcionados y decaídos. Sig
tardó poco en venir después, seguido por Barferin y, finalmente, Horval. Este
último parecía el más decaído de todos. Al comentar cómo había ido el encargo,
todos parecíamos haber vivido la misma experiencia.
-Esto
no ha podido pasar de verdad-dijo Barferin desanimado-. Todavía no puedo creer
que el emperador nos haya hecho esta jugarreta tan grande.
-¿Alguien
ha visto aunque sea a un rebelde?-preguntó Garlet cabreado.
-Los
únicos hombres armados que he visto no parecían ni saber cómo se manejaba la
espada-respondió Sig, negando con la cabeza-. Es imposible que alguno de ellos
fuese un rebelde.
-¿Y
para qué nos han mandado entonces?-volvió a preguntar Garlet.
-Eso
es lo que me gustaría a mí saber-contesté, soltando un suspiro-. En Argard no
había más que familias indefensas-y, al mencionar Argard, pude notar que Horval
me miraba directamente a mí.
-¿Qué
ha pasado en Argard?-preguntó nervioso e impaciente.
-No
he podido evitar que sufran el mismo destino que en las demás aldeas-dije
suspirando nuevamente-. Pero he conseguido algo de lo que me pediste.
-¿Lo
han arrasado todo?-preguntó, empezando a cabrearse.
-Será
mejor que me acompañes al cuartel, Horval-dije empezando a ponerme nervioso-.
Antes de que sigamos hablando de Argard prefiero que veas una cosa con tus
propios ojos.
-¡Me
da igual lo que me muestres, has hecho que unos mercenarios arrasen mi
pueblo!-gritó intentando abalanzarse contra mí. Por suerte, Garlet y Barferin
le agarraron de los brazos para inmovilizarle.
-Eh,
grandullón, relájate-dijo Garlet forcejeando contra él-. Primero veamos lo que
te tiene que enseñar Celadias, ¿vale?
Horval
se contuvo, relajando sus músculos, y accedió a ir al cuartel conmigo. Respiré
aliviado, temía que me fuese a golpear hasta dejarme inconsciente o hasta
matarme, pero, por suerte, consiguieron evitar ese desgraciado destino. Aunque
sabía que aun no se había calmado del todo. Al menos tenía la seguridad de que
no me haría nada hasta que llegásemos al cuartel, y sabía que después de ver a
sus padres no habría problema alguno entre nosotros dos.
A
pesar de la confianza que tenía de que aquello saliera bien, la atenta y fría
mirada de Horval clavándose sobre mí me ponía nervioso. Si no fuese por que nos
acompañaban todos los demás y porque el palacio estaba lleno de guardias
seguramente habría echado a correr hacia el cuartel para no estar ni un momento
más a solas con el. Aunque incluso estando acompañados a veces me sentía
tentado de salir corriendo a lo largo del pasillo.
Al
llegar al patio interior del palacio les indiqué a los demás que se quedaran
fuera, que era mejor que Horval entrara a solas. Garlet me preguntó si estaba
seguro de ello, que no me confiase demasiado, a lo que respondí que no se
preocupara y que todo saldría bien. Barferin dijo que se quedarían en la puerta
del cuartel por si acaso ocurría algo y yo acepté su condición, sabiendo que no
sería necesaria su intervención.
Siguiendo
mis indicaciones, Horval entró y se dirigió hacia la sala de reuniones. Fue al
entrar y ver a su familia cuando su cabreo se disipó por completo. Pasó de ser
una bestia titánica amenazante a parecer un cachorro de grandes dimensiones.
-Estáis
vivos…-dijo Horval, incrédulo por lo que estaba viendo.
-Gracias
a tu amigo hemos podido salvarnos-dijo su padre sonriendo. Y el grandullón se
dio la vuelta para mirarme.
-Gracias,
Celadias-dijo-. Gracias por haber salvado a mi familia.
-Tú
salvaste mi vida, yo no podía hacer menos por ti-respondí con sinceridad-.
Además, me pediste que hiciera lo correcto, ¿no? No habré podido evitar que
destruyeran Argard, pero al menos he podido hacer que os juntéis de nuevo.
-¿Cómo
los encontraste?-preguntó sorprendido.
-Fue
mera casualidad del destino-respondí encogiéndome de hombros-. Tu padre me
bloqueó el paso con su garrote y me amenazó con que me fuese de la ciudad si no
quería machacarme la cabeza.
-No
fue así del todo-dijo el anciano riéndose.
-Pero
es lo que hubiese hecho, ¿no es cierto?-pregunté, y el anciano me dio la razón
riéndose-. La cuestión es que él reconoció mi armadura y su rostro a mí me
resultaba familiar.
-Padre
e hijo siempre han sido idénticos-dijo la madre orgullosa.
-De
verdad, Celadias, ten mi gratitud por haberme traído a mis padres-insistió
Horval tras escuchar el relato de lo que pasó-. No sé cómo podría pagártelo.
-Somos
compañeros, y este es mi trabajo-contesté negándome a aceptar un pago por
aquello-. Además, lo hice porque quise, así que no me debes nada. Será mejor
que os deje a solas.
Después
de despedirme de los padres de Horval, el grandullón me dio un fuerte abrazo
con el que casi me dejó sin respiración, y abandoné la sala para dejarles
hablar y decirse todo lo que tuvieran que decir. Fuera del cuartel, Barferin y
mis compañeros seguían en la puerta esperando. Y, un poco más lejos, estaban
Trent y el viejo maestre de Arstacia.
-¿Qué
ha pasado dentro?-preguntó Garlet sin reparar en la presencia de mi amigo.
-He
conseguido traer a Arstacia a la familia de Horval. Son los únicos
supervivientes de Argard-contesté pasando de largo para dirigirme hacia Trent,
a quien parecía haber algo que le preocupara-. ¿Qué haces aquí?
-El
maestre me ha comunicado algo terrible, Celadias-dijo con la voz quebrada y
algo temblorosa, al igual que su delicado cuerpo.
-Venga,
tranquilízate, seguro que no es para tanto. ¿Qué es lo que ha pasado?-pregunté
empezando a preocuparme.
-Será
mejor que hablemos en privado-me respondió susurrando. Miré interrogante al
maestre, esperando que me aclarara algo, pero solo se limitó a asentir con la
cabeza para darle la razón a Trent-. Por favor, acompáñanos a la biblioteca.
Ahí podremos hablar con más tranquilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario