Reproductor

lunes, 28 de septiembre de 2015

Capítulo 28: Reunión familiar



Antes de llegar a Arstacia, todos los mercenarios se dispersaron para entrar por distintas puertas. Decían que así había sido acordado por el emperador para no levantar ninguna sospecha, aunque yo sí que empezaba a sospechar algo, sobre todo cuando no quisieron contarme nada más al respecto. Así que entré yo solo a la ciudad y me dirigí a la plaza para reunirme con Willen.

El joven mercenario ya estaba ahí cuando yo llegué, acompañado por los padres de Horval quienes parecían estar bastante nerviosos y con razón. Por lo que sabía, nunca habían salido de Argard, así que supuse que estar en una ciudad tan grande como Arstacia con unas calles tan amplias y una gran aglomeración de personas yendo y viniendo de un sitio para otro, guardias armados con espadas y armaduras patrullando las calles, una plaza descomunal en comparación con la de su pueblo, puestos de fruta y carne en mitad de las calles, comercios de todo tipo… y el enorme e imponente palacio al fondo de la ciudadela. Si yo me encontrase en su misma situación, también estaría sorprendido por todo lo que estaban viendo. También entendía que estuvieran nerviosos y ansiosos de ver a su hijo, a quienes no sabía ni cuánto tiempo llevaban sin ver.

-¿Habéis tenido algún problema para llegar?-pregunté a Willen.

-El camino ha estado tranquilo y despejado en todo momento, y los caballos han sabido aguantar bien el galope-me informó.

-Aquí es donde nos separaremos entonces-dije despidiéndome de él-. Ha sido un placer haberte conocido y espero que volvamos a vernos pronto-confesé sonriendo sincero-. Muchas gracias por habernos ayudado.

-Gracias por salvarnos la vida, joven guerrero-dijo agradecido el anciano.

-No ha sido nada. Nos volveremos a ver pronto.

Tras despedirnos, Willen se marchó por uno de los callejones al sur de la plaza, y no tardó mucho en desaparecer de nuestra vista. Indiqué a los padres de Horval que me acompañaran y nos pusimos en marcha, rumbo al palacio. Ellos no parecían entender a dónde nos estábamos dirigiendo, ni por qué quería llevarles a un lugar tan importante y destacado. Creo que incluso al principio temieron que estuviera tendiéndoles una trampa. Pero creo que se tranquilizaron al ver que los guardias de la puerta nos pusieron trabas para pasar.

El guardia que nos detuvo el paso insistía en que tenían que tener un permiso especial para poder acceder al interior del palacio, a pesar de que insistí una y mil veces en que venían acompañándome y que solo accederían al cuartel. Estuvimos un buen rato hasta que conseguimos hacer que entrase en razón sin necesidad de, según dije, “molestar al emperador por un asunto tan trivial”. Cuando conseguimos entrar al interior del palacio, los tres suspiramos de alivio después de temer que nos metiéramos en problemas. Por suerte, pudimos campar a nuestras anchas por el palacio para dirigirnos al cuartel, donde les pedí que esperasen hasta mi regreso y trataran de no hacer ruido sentados en la sala de reuniones.

Entre una cosa y otra ya estaba empezando a anochecer, y sabía que no tenía mucho tiempo si quería conseguir que Horval y su familia se reencontrasen esta noche, así que eché a correr hacia la plaza donde supuse que se reunirían todos mis compañeros nada más llegasen de su misión. Por suerte, llegué antes de que volvieran los demás, y estuve un rato esperándoles. Los primeros en llegar fueron Aldven y Garlet, quienes parecían estar decepcionados y decaídos. Sig tardó poco en venir después, seguido por Barferin y, finalmente, Horval. Este último parecía el más decaído de todos. Al comentar cómo había ido el encargo, todos parecíamos haber vivido la misma experiencia.

-Esto no ha podido pasar de verdad-dijo Barferin desanimado-. Todavía no puedo creer que el emperador nos haya hecho esta jugarreta tan grande.

-¿Alguien ha visto aunque sea a un rebelde?-preguntó Garlet cabreado.

-Los únicos hombres armados que he visto no parecían ni saber cómo se manejaba la espada-respondió Sig, negando con la cabeza-. Es imposible que alguno de ellos fuese un rebelde.

-¿Y para qué nos han mandado entonces?-volvió a preguntar Garlet.

-Eso es lo que me gustaría a mí saber-contesté, soltando un suspiro-. En Argard no había más que familias indefensas-y, al mencionar Argard, pude notar que Horval me miraba directamente a mí.

-¿Qué ha pasado en Argard?-preguntó nervioso e impaciente.

-No he podido evitar que sufran el mismo destino que en las demás aldeas-dije suspirando nuevamente-. Pero he conseguido algo de lo que me pediste.

-¿Lo han arrasado todo?-preguntó, empezando a cabrearse.

-Será mejor que me acompañes al cuartel, Horval-dije empezando a ponerme nervioso-. Antes de que sigamos hablando de Argard prefiero que veas una cosa con tus propios ojos.

-¡Me da igual lo que me muestres, has hecho que unos mercenarios arrasen mi pueblo!-gritó intentando abalanzarse contra mí. Por suerte, Garlet y Barferin le agarraron de los brazos para inmovilizarle.

-Eh, grandullón, relájate-dijo Garlet forcejeando contra él-. Primero veamos lo que te tiene que enseñar Celadias, ¿vale?

Horval se contuvo, relajando sus músculos, y accedió a ir al cuartel conmigo. Respiré aliviado, temía que me fuese a golpear hasta dejarme inconsciente o hasta matarme, pero, por suerte, consiguieron evitar ese desgraciado destino. Aunque sabía que aun no se había calmado del todo. Al menos tenía la seguridad de que no me haría nada hasta que llegásemos al cuartel, y sabía que después de ver a sus padres no habría problema alguno entre nosotros dos.

A pesar de la confianza que tenía de que aquello saliera bien, la atenta y fría mirada de Horval clavándose sobre mí me ponía nervioso. Si no fuese por que nos acompañaban todos los demás y porque el palacio estaba lleno de guardias seguramente habría echado a correr hacia el cuartel para no estar ni un momento más a solas con el. Aunque incluso estando acompañados a veces me sentía tentado de salir corriendo a lo largo del pasillo.

Al llegar al patio interior del palacio les indiqué a los demás que se quedaran fuera, que era mejor que Horval entrara a solas. Garlet me preguntó si estaba seguro de ello, que no me confiase demasiado, a lo que respondí que no se preocupara y que todo saldría bien. Barferin dijo que se quedarían en la puerta del cuartel por si acaso ocurría algo y yo acepté su condición, sabiendo que no sería necesaria su intervención.

Siguiendo mis indicaciones, Horval entró y se dirigió hacia la sala de reuniones. Fue al entrar y ver a su familia cuando su cabreo se disipó por completo. Pasó de ser una bestia titánica amenazante a parecer un cachorro de grandes dimensiones.

-Estáis vivos…-dijo Horval, incrédulo por lo que estaba viendo.

-Gracias a tu amigo hemos podido salvarnos-dijo su padre sonriendo. Y el grandullón se dio la vuelta para mirarme.

-Gracias, Celadias-dijo-. Gracias por haber salvado a mi familia.

-Tú salvaste mi vida, yo no podía hacer menos por ti-respondí con sinceridad-. Además, me pediste que hiciera lo correcto, ¿no? No habré podido evitar que destruyeran Argard, pero al menos he podido hacer que os juntéis de nuevo.

-¿Cómo los encontraste?-preguntó sorprendido.

-Fue mera casualidad del destino-respondí encogiéndome de hombros-. Tu padre me bloqueó el paso con su garrote y me amenazó con que me fuese de la ciudad si no quería machacarme la cabeza.

-No fue así del todo-dijo el anciano riéndose.

-Pero es lo que hubiese hecho, ¿no es cierto?-pregunté, y el anciano me dio la razón riéndose-. La cuestión es que él reconoció mi armadura y su rostro a mí me resultaba familiar.

-Padre e hijo siempre han sido idénticos-dijo la madre orgullosa.

-De verdad, Celadias, ten mi gratitud por haberme traído a mis padres-insistió Horval tras escuchar el relato de lo que pasó-. No sé cómo podría pagártelo.

-Somos compañeros, y este es mi trabajo-contesté negándome a aceptar un pago por aquello-. Además, lo hice porque quise, así que no me debes nada. Será mejor que os deje a solas.

Después de despedirme de los padres de Horval, el grandullón me dio un fuerte abrazo con el que casi me dejó sin respiración, y abandoné la sala para dejarles hablar y decirse todo lo que tuvieran que decir. Fuera del cuartel, Barferin y mis compañeros seguían en la puerta esperando. Y, un poco más lejos, estaban Trent y el viejo maestre de Arstacia.

-¿Qué ha pasado dentro?-preguntó Garlet sin reparar en la presencia de mi amigo.

-He conseguido traer a Arstacia a la familia de Horval. Son los únicos supervivientes de Argard-contesté pasando de largo para dirigirme hacia Trent, a quien parecía haber algo que le preocupara-. ¿Qué haces aquí?

-El maestre me ha comunicado algo terrible, Celadias-dijo con la voz quebrada y algo temblorosa, al igual que su delicado cuerpo.

-Venga, tranquilízate, seguro que no es para tanto. ¿Qué es lo que ha pasado?-pregunté empezando a preocuparme.

-Será mejor que hablemos en privado-me respondió susurrando. Miré interrogante al maestre, esperando que me aclarara algo, pero solo se limitó a asentir con la cabeza para darle la razón a Trent-. Por favor, acompáñanos a la biblioteca. Ahí podremos hablar con más tranquilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario