Durante
el resto del camino hacia el poblado de los alquimistas el ambiente estaba
bastante animado. Los dos hermanos parecían haber cogido confianza con
nosotros. Nos comentaron que no tenían un hogar propio y que por ello siempre
viajaban de un sitio a otro. Les resultaba más cómodo no apegarse a ninguna
aldea y no crear lazos, aunque no nos dijeron por qué. Solo se limitaron a
contestar que era mejor así cuando tenían que despedirse de las personas que
les acogían, que era más fácil despedirse cuando el afecto era mínimo. Ninguno
de los tres llegamos a entender qué podía tener de malo encontrar un sitio
propio donde quedarse a vivir.
Tanto
Trent como yo hicimos buenas migas con Ris y con Dert. Pero Artrio, por su
parte, siempre se mostraba distante con ellos. Parecía no confiar en ninguno de
los dos por alguna extraña razón. Fue por ello por lo que la noche de nuestra
llegada al poblado decidí hablar con él.
Los
alquimistas, cuando supieron que veníamos aconsejados por el maestre de
Arstacia, no dudaron en mostrarse hospitalarios con nosotros. El más anciano de
todos, y que parecía ser el maestre alquimista de la aldea, en un acto de
generosidad nos proporcionó cobijo a los cinco en una amplia cabaña que había
cerca del río donde se abastecían de agua. Aquella noche, mientras todos
dormían, le pedí amablemente a Artrio que me acompañara al exterior para
conversar con él y preguntarle qué problema tenía con los dos hermanos,
sentados junto a la orilla del río bajo el enorme manto de estrellas sobre el
cielo despejado.
-Hay
algo en ellos que me da mala espina-reconoció suspirando-. Es como si
estuvieran ocultándonos algo.
-¿Qué
iban a estar ocultándonos? Solo son dos huérfanos que van de un sitio a otro,
sin más.
-¿Y
por qué no buscan un lugar donde asentarse? Vivimos en tiempos de guerras y es
peligroso ir deambulando por ahí para una chica de dieciséis años y un hombre
de veinte solos.
-Ella
tiene mi edad, y él es fuerte y sabe pelear. Además, tú siempre viajas solo-le
repliqué, sin entender por qué veía aquello como algo sospechoso.
-Pero
yo solo tengo que preocuparme de mí mismo, no tengo a nadie a quien arrastrar
si hay problemas ni un estorbo que me entretenga.
-¿Tan
débil me ves que me consideras un lastre?-preguntó una voz femenina a nuestras
espaldas, causándonos una gran sorpresa. Ris parecía haberse despertado y salió
de la cabaña con un camisón de seda y descalza, además de la venda que tapaba
su ojo derecho, la cual no se quitó en ningún momento desde que la encontramos
junto a su hermano Dert en mitad del camino, interrumpiendo nuestra
conversación y dejando en un aprieto a Artrio.
-Necesitas
que tu hermano te cuide y te proteja, ¿o no es cierto?-dijo Artrio, incómodo
por la situación, tratando de explicar el por qué de sus palabras y por qué la
consideró como un “estorbo”.
-Ambos
nos apoyamos mutuamente y nos complementamos para estar cómodos y ser
felices-respondió sentándose sobre una roca, alejada de nosotros, con la vista
puesta en el reflejo del cielo nocturno sobre el río-. En eso consiste ser
hermanos.
-Él
pelea por protegerte, poniéndose en peligro-intentó nuevamente explicarse-.
Tener que preocuparse por alguien más es un estorbo para una persona que está
peleando a vida o muerte.
-Quizá
tengas razón, pero ambos aceptamos morir si el destino lo decide así-respondió
Ris con indiferencia, sin apartar la vista del río-. No somos nadie para pelear
contra el destino, solo contra quienes quieren herirnos. El tiempo decidirá
tarde o temprano nuestro final, pero nosotros seremos felices teniéndonos el
uno al otro.
-Eso
que has dicho es muy bonito-le reconocí sonriendo, intentando animar un poco el
ambiente y desviar la conversación a algo más agradable.
-Necesito
descansar un poco. El viaje ha sido agotador-dijo Artrio excusándose para volver
a la cabaña, dejándonos a Ris y a mí a solas.
-Disculpa
a mi amigo-dije cuando Artrio se metió en la cabaña, disculpándome, molesto,
por él-. Acababa de volver a casa de un largo viaje de varios meses y aun no se
ha recuperado.
-No te preocupes, puedo entender sus palabras-dijo
Ris sin cambiar su expresión en ningún momento-. ¿Puedo preguntarte una
cosa?-añadió, mirándome por primera vez en desde que salió de la cabaña. Asentí
a su pregunta, aceptando que me hiciera otra-. ¿De qué hablabais para que él
dijera que soy un estorbo?
-En
verdad no creo que piense eso-admití, dispuesto a contarle la verdad-. Por
alguna razón siente que nos estáis ocultando algo, y desconfía un poco de
vosotros. Pero es normal en él, supongo. Habrá visto mucho en sus viajes y se
habrá vuelto más precavido que antes.
-¿Siempre
ha sido así?-preguntó acercándose un poco a mí, bajándose de la piedra. Y negué
con la cabeza-. ¿Os ha contado algo de sus viajes?
-Poca
cosa, la verdad. Pero supongo que es algo razonable teniendo en cuenta todo lo
que habrá visto y vivido-respondí restándole importancia mientras me encogía de
hombros.
-Entiendo…-se
quedó un rato en silencio, volviendo a desviar la vista hacia el río durante
unos largos segundos-. Tu amigo tiene razón, es tarde. Deberíamos dormir un
poco-dijo poniéndose en pie y sacudiéndose la parte inferior del camisón-. ¿Te
importa si duermo esta noche contigo?
-¿Dormir
juntos?-pregunté extrañado por su repentina petición-. ¿Por qué?
-Tengo
miedo a la oscuridad. Normalmente duermo con mi hermano, pero esta noche se
encontraba muy cansado y no quería molestarle-admitió con la cabeza agachada.
-¿Y
por qué has salido de la cabaña si te da miedo la noche?
-Es
la oscuridad lo que temo, y aquí brilla un poco la luz de la luna-me corrigió,
negando con la cabeza-. Además, os escuché hablando y supuse que no me pasaría
nada con vosotros.
-Está
bien, puedes dormir conmigo esta noche-accedí sin mucho convencimiento, pero
preocupado por ella.
Ambos
entramos cogidos de la mano en la cabaña, guiándonos con la luz que emitía el
pequeño candil de aceite que cogí para salir, y nos tumbamos sobre la cama,
apagando la llama del candil con un soplido. Ella se abrazó a mí para mi
sorpresa, aunque entendí que lo hacía por su miedo, así que simplemente nos
arropé con la sábana y acabamos por dormirnos.
Al
día siguiente, cuando me desperté, vi que Trent no se encontraba en la cabaña y
que Artrio ya estaba despierto. Al preguntarle por Trent, solo quiso decirme
que se levantó temprano para poder aprovechar el día y aprender de los
alquimistas lo máximo posible. Por su tono de voz, parecía estar realmente
molesto, y pensé que se trataría por haber pasado la noche con Ris. Dejando a
la joven acostada en la cama arropada para que no cogiera frío, me vestí y
abandoné la cabaña para tomar el aire.
Caminé
por el pequeño poblado para estudiar un poco cómo vivían, cuáles eran sus
rutinas y cómo se apañaban para, siendo apenas unos pocos estudiosos, la
mayoría ancianos, viviesen en comunidad apartados del resto de las
civilizaciones. A pesar de que, en total, serían como mucho cincuenta personas,
parecían conformar una sola civilización distinta e independiente de todas las
demás, y sentía una gran curiosidad por conocer sus costumbres y su forma de
vida. Estuve cerca de una hora caminando por entre las cabañas, viendo curiosos
cómo vivían, hasta que empecé a escuchar algo de jaleo. Y parecía provenir de
nuestra cabaña.
Corrí
lo más rápido que pude y llegué a tiempo de ver cómo Artrio sacaba a rastras a
Dert y un par de ancianos cogían de los brazos a Ris mientras una pequeña
multitud los rodeaba. Ella ni siquiera se había cambiado de ropa, vestía el
mismo camisón de la otra noche y no parecía haber tenido tiempo ni para
calzarse sus sandalias. Al no entender por qué estaba pasando aquello, me metí en
medio y me planté frente a Artrio, mirándole enfadado.
-¿Qué
es lo que está pasando aquí?-pregunté casi a voces.
-Es
hora de que sepamos de una vez la verdadera identidad de estos dos-dijo
cabreado, con su pómulo izquierdo hinchado.
-¡Ya
te he dicho quiénes somos, no te hemos mentido en ningún momento!-gritó Dert,
quien también tenía alguna que otra señal de haber recibido golpes.
-¡Pero
no lo que nos estáis ocultando!-respondió empujando a Dert, haciéndole caer al
suelo.
-¡Artrio,
para ya! ¡¿Te estás volviendo loco?!-le di un empujón para alejarlo de Dert-.
Estás paranoico con lo de que nos ocultan algo.
-¿Crees
que estoy paranoico?-preguntó Artrio molesto, sacando su daga y apartándome a
un lado de un empujón.
Cuando
quise reaccionar no llegué a tiempo para evitar que Artrio lanzara un tajo
vertical hacia el rostro de Ris. Pero el tajo no llegó a cortar más que la
venda, la cual comenzó a deslizarse hacia abajo, cayendo un extremo que quedó
colgando. Ris no reaccionó en ningún momento, manteniéndose impasible.
-Si
tanto es el interés que tienes de ver lo que ocultamos, lo verás-dijo con
seriedad la joven, agarrando el extremo de la venda y empezando a quitársela,
dando vueltas alrededor de su cabeza.
Por
un momento quería implorar que alguien interviniera y pusiera fin a ese
sinsentido, pero una parte de mí decidió callar y dejar que aquella joven
finalizase quitándose la venda para saciar la curiosidad que había comenzado a
crearse en mí y me hacía sentir culpable. Cuando terminó de quitarse la venda
la dejó caer al suelo, dejando ver algo que pareció asombrar a todos los
presentes, o a la gran mayoría al menos, y que me causó aun más intriga al
verlo.
-Ris,
¿por qué lo has hecho?-preguntó Dert, poniéndose en pie.
-Solo
así nos dejarían en paz, Dert. Esta era la única forma de que confiasen en
nosotros-dijo la chica, al borde del llanto.
-Su
ojo… ¿es azul?-preguntó Trent, saliendo de detrás de la muchedumbre para
acercarse a nosotros.
-Ella
no es la única-respondió Dert suspirando, quitándose él también la venda para
dejar ver su ojo tapado. Ambos tenían un ojo de distinto color al otro. El que
mostraban era marrón y el que habían ocultado era de un tono de azul muy
claro-. Esto era lo que estábamos ocultando-dijo finalmente al demostrar su
secreto, cogiéndole la mano a Ris. La joven era ya incapaz de controlar sus
lágrimas y había estallado en un llanto que me creaba aun más sentimiento de
culpabilidad por no haber evitado a tiempo que aquello ocurriera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario