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miércoles, 16 de septiembre de 2015

Capítulo 23: Un nuevo encargo



Los dos días que tardamos en regresar a Arstacia tuve que aguantar las incansables bromas de Trent y de Artrio con respecto a una ficticia relación entre Ris y yo. El trato cercano que habíamos tenido la joven vidente y yo les dio juego a infinidad de chistes y bromas con los que picarme, y sabía que, cuando Karter se enterara, él también se uniría a la fiesta. Aunque, a pesar de la pesadez, me alegraba de que se divirtieran de aquella forma. Artrio por fin pudo aparcar y dejar a un lado la desconfianza con los dos hermanos y parecía tratar de hacer como que nada había pasado.

Todo era risas y alegría hasta llegar a la ciudad. Artrio se retiró a su casa para poder descansar después del duro viaje. A decir verdad, hizo un gran esfuerzo al venir con nosotros sin haber descansado más que una sola noche después de todo el tiempo que estuvo lejos de casa. Trent, por su parte, lo primero que hizo nada más llegar a Arstacia fue dirigirse hacia la biblioteca y encerrarse ahí el resto del día con los manuscritos que había recibido de los alquimistas, además de todos los apuntes que había cogido de sus enseñanzas para repasarlos y estudiarlos. Yo me dirigí hacia el cuartel para informar de mi regreso y saber si la coartada había funcionado como esperábamos. Aunque no podía ni imaginarme que, nada más pisar la ciudad, ya tuviera un encargo nuevo y tuviera que abandonar mi hogar nuevamente.

Cuando llegué al cuartel me encontré a todos mis compañeros reunidos junto a Barferin. El silencio que reinó en la sala al entrar, acompañado de todas las miradas clavándose en mí, hizo que tuviera algo de miedo. Barferin me invitó a entrar y a sentarme en mi asiento. Obedecí y me senté en el extremo opuesto al que se encontraba él, esperando a que alguien me aclarase por qué había una reunión y me dijera qué era lo que habían estado hablando hasta entonces.

-Llegas justo a tiempo, Celadias. Estábamos a punto de empezar la reunión-me saludó Barferin dándome la bienvenida-. Nos ha llegado recientemente un informe que nos tiene un tanto preocupados-empezó a ponerme al tanto de la situación-. Tras el reciente ataque al puerto de Merenter por parte de los rebeldes hemos encontrado algunos asentamientos en distintas aldeas. Según nos han confirmado los informadores, hay un total de ocho aldeas donde los rebeldes han sido avistados.

-¿Significa que esos puntos han dado cobijo a los rebeldes o solamente han sido vistos ahí porque estaban de paso?-preguntó Horval, poniendo en duda el informe.

-Eso es algo que no nos concierne saber a nosotros-dijo Barferin con solemnidad-. Hatik nos ha encomendado una misión de crucial importancia que podría poner fin de una vez por todas al reino del terror de los rebeldes.

-Déjame adivinar: Quiere que arrasemos esas aldeas-volvió a hablar Horval, esta vez con un tono más agresivo y amenazante. Tanto que Barferin ni siquiera abrió la boca. Se vio obligado a asentir con la cabeza en silencio-. ¿Y qué pruebas tenemos nosotros de que de verdad han estado apoyando a los rebeldes?

-Han sido avistados ahí y es la única prueba que necesitamos-respondió el capitán, y me dio la sensación de que no se encontraba del todo cómodo con aquella situación. Era como si él también tuviera dudas al respecto pero no pudiera hacer más que obedecer las órdenes y aceptar el encargo.

-¿De qué nos sirve que nos llamen caballeros si somos simples títeres cuyos hilos mueven las manos del emperador?-preguntó Horval, levantándose de su asiento de golpe y tirando la silla hacia atrás-. Se suponía que nosotros protegíamos a los débiles, que éramos la noble espada de la justicia para cuidar de los nuestros, no simples bárbaros que arrasan aldeas y asesinan a inocentes civiles solo porque un puñado de escoria ha deambulado cerca de sus casas. ¿Quién dice que de verdad ellos han estado ayudando a los rebeldes y no que han estado ahí de paso solamente?

Horval parecía estar alborotado por alguna razón que no comprendía, y su discurso hizo que empezase a tener dudas al respecto. Al fin y al cabo, también habían acusado a Artrio de traicionar al imperio uniéndose al ejército rebelde sin tener ninguna prueba. El único argumento que tenían era que habían visto a alguien similar a él en el campo de batalla peleando junto al enemigo, pero no había nadie que pudiera corroborar esa versión. Incluso, quien lo había visto, ponía en duda que de verdad fuese él quien vestía la armadura, creyendo que podía haber sido una simple coincidencia que alguien tuviera unos rasgos similares a los de Artrio y hubiese causado una tonta confusión, creyendo ver a quien no era.

Estuve a punto de levantarme a favor de Horval para apoyar su pensamiento, pero ver a todos en un absoluto silencio, apartando la mirada de ambos hacia la mesa, me hizo pensar que quizá no fuese del todo buena idea. Además, Barferin no me dio tiempo a intervenir cuando respondió a Horval, intentando mantener la calma.

-Somos quienes somos gracias al emperador, y a él hicimos un juramento de lealtad. Mientras quede la sospecha de que sus enemigos rondan en su territorio, nosotros somos su espada y su escudo, y lucharemos a su favor aunque nos cueste la vida. Eso es en lo que consiste ser caballero, en cumplir nuestros votos y nuestros juramentos, haciendo honor a la lealtad que juramos tener por y para el emperador.

-¡Honor! ¿Dónde está el honor al arrasar con la vida de cientos de inocentes?-preguntó cada vez más exaltado Horval, perdiendo los nervios.

-¿Y quién te dice a ti que esos inocentes no hayan fallecido ya después de que los rebeldes hayan sitiado sus aldeas?-se atrevió a intervenir Garlet-. No sabemos con certeza cómo es la situación en esas aldeas, compañero, pero no nos queda otra. Además, el capitán tiene razón. Hemos jurado lealtad al imperio y al emperador. Si nos han encomendado esta misión es porque somos los únicos que podemos hacerlo. Y no podemos negarnos.

-Anda, siéntate, Horval-dijo Sig, intentando calmar el ambiente-. Somos soldados antes que caballeros. Ambos sabíamos dónde nos metíamos cuando nos alistamos, y todos sabíamos a qué atenernos cuando decidimos fundar Los fantasmas. Echarnos atrás no es una opción ahora.

-¿Qué pensaría nuestro capitán si nos rindiéramos ahora?-preguntó Barferin casi con un susurro.

-Vosotros no tenéis ni puñetera idea de lo que está pasando aquí-respondió Horval con calma, soltando un suspiro y abandonando la habitación para nuestra sorpresa.

-Será mejor que intente hablar con él-comenté tras que la habitación se quedara durante unos largos segundos en silencio. Barferin me dio su aprobación inclinando levemente la cabeza.

Temiendo perder el rastro de Horval, nada más abandonar la reunión eché a correr hacia el único camino posible que podía tomar si su intención era abandonar el palacio. Y, gracias a ello, conseguí retenerle en el patio interior, cerca de la puerta del cuartel. A pesar del temor que me infundaba verle tan cabreado, me armé de valor y traté de hablar con él con el mayor tacto posible. Pero, antes, necesitaba saber qué había pasado para que se pusiera así.

-Pareces más alterado de lo normal, Horval. ¿Qué te ocurre?

-No es de tu incumbencia-fue lo que me respondió en un tono tosco y distante-. Además, da igual que lo sepas o no, el resultado no va a cambiar en absoluto.

-Puedo intentar ayudarte si comprendiera tu situación-respondí mientras me encogía de hombros, intentando darle un motivo para que confiase en mí.

-No va a cambiar nada, Celadias-dijo suspirando, apoyando la espalda en una columna cercana-. Vamos a ir sí o sí a esa misión, acabaremos con la supuesta amenaza y, en cuanto lleguemos a casa, haremos como si nada de esto hubiera pasado.

Por un momento estuve a punto de darme por vencido. Él no parecía querer hablar del asunto y yo tampoco quería atosigarle a que lo hiciera. Bastante mal parecía encontrarse por tener que obedecer aquellas órdenes como para que, además, yo estuviera metiendo el dedo en la llaga, fuese cual fuese la herida que le atormentaba.

Estuve a punto de darme la vuelta y regresar con el resto de mis compañeros al cuartel para proseguir con la reunión cuando Horval alzó la vista del suelo y me miró con su ojo.

-Si te ordenaran acabar la vida de tus seres queridos, ¿qué harías?-preguntó, al igual que cuando me hicieron las pruebas de acceso. Y volví a encontrarme en un aprieto, obligándome a responder lo mismo que la otra vez.

-Lo que fuese correcto.

-¿Y qué es lo correcto?-insistió, poniéndome en un apuro.

-Eso es algo que tendría que decidir cuando me encontrase en esa situación-respondí intentando desentenderme de esa pregunta.

-¿Cómo sabré si lo que hago es correcto o no?

Su pregunta me hizo volver atrás en el tiempo y recordar cómo me encontraba cuando me hicieron la misma pregunta. ¿Qué haría si me ordenasen matar a mi familia? Me sentía abrumado, exactamente igual que en aquella situación. Entonces no le di ninguna importancia a esa pregunta, pero ver a Horval planteándose esa misma cuestión me hizo pensar que, quizá, aquella pregunta era más importante de lo que pensé en su momento.

-¿Te han ordenado matar a tu familia?-pregunté en voz baja.

-Algo parecido-respondió negando con la cabeza-. Pero da igual, yo no soy quien decide en esta ocasión.

-Horval, ¿qué es lo que está pasando?-pregunté cogiéndole del brazo cuando trató de alejarse.

-Argard es una de las aldeas que aparecen en la lista que tiene Barferin-dijo, y en un primer momento no entendí qué pasaba con esa aldea hasta que siguió hablando-. También es la aldea donde yo nací y crecí antes de venir a Arstacia para alistarme al ejército.

Cuando me confesó aquello, por inercia solté su brazo, momento que aprovechó Horval para alejarse en silencio. Tampoco hice nada por impedir que se marchara, entendía perfectamente cómo podía encontrarse al saber que el ejército al que se alistó iría a su hogar para reducirlo a cenizas y asesinar a todas las personas que le habían visto crecer hasta convertirse en lo que era ahora. Podía entender por qué insistía tanto en que demostrasen que aquellas aldeas de verdad daban cobijo a los rebeldes, que de verdad estaban en el bando enemigo. Él había vivido en una de esas aldeas y le resultaba inconcebible que sus antiguos vecinos estuvieran de parte de los rebeldes. Al igual que a mí también me lo parecía el hecho de que Artrio fuese un traidor.

Pocos segundos después de que Horval se fuera, Barferin salió del cuartel para saber cómo había ido nuestra conversación. Pero yo decidí no hablar, no tenía ganas de ello y no me veía la persona más indicada para tratar ese asunto. Me disculpé y me retiré hacia mi casa, dándole vueltas a las preguntas que me hizo Horval y pensando cómo hubiese reaccionado yo si me encontrase en su lugar.

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