Los
dos días que tardamos en regresar a Arstacia tuve que aguantar las incansables
bromas de Trent y de Artrio con respecto a una ficticia relación entre Ris y
yo. El trato cercano que habíamos tenido la joven vidente y yo les dio juego a
infinidad de chistes y bromas con los que picarme, y sabía que, cuando Karter
se enterara, él también se uniría a la fiesta. Aunque, a pesar de la pesadez,
me alegraba de que se divirtieran de aquella forma. Artrio por fin pudo aparcar
y dejar a un lado la desconfianza con los dos hermanos y parecía tratar de
hacer como que nada había pasado.
Todo
era risas y alegría hasta llegar a la ciudad. Artrio se retiró a su casa para
poder descansar después del duro viaje. A decir verdad, hizo un gran esfuerzo
al venir con nosotros sin haber descansado más que una sola noche después de
todo el tiempo que estuvo lejos de casa. Trent, por su parte, lo primero que
hizo nada más llegar a Arstacia fue dirigirse hacia la biblioteca y encerrarse
ahí el resto del día con los manuscritos que había recibido de los alquimistas,
además de todos los apuntes que había cogido de sus enseñanzas para repasarlos
y estudiarlos. Yo me dirigí hacia el cuartel para informar de mi regreso y
saber si la coartada había funcionado como esperábamos. Aunque no podía ni
imaginarme que, nada más pisar la ciudad, ya tuviera un encargo nuevo y tuviera
que abandonar mi hogar nuevamente.
Cuando
llegué al cuartel me encontré a todos mis compañeros reunidos junto a Barferin.
El silencio que reinó en la sala al entrar, acompañado de todas las miradas
clavándose en mí, hizo que tuviera algo de miedo. Barferin me invitó a entrar y
a sentarme en mi asiento. Obedecí y me senté en el extremo opuesto al que se
encontraba él, esperando a que alguien me aclarase por qué había una reunión y
me dijera qué era lo que habían estado hablando hasta entonces.
-Llegas
justo a tiempo, Celadias. Estábamos a punto de empezar la reunión-me saludó
Barferin dándome la bienvenida-. Nos ha llegado recientemente un informe que
nos tiene un tanto preocupados-empezó a ponerme al tanto de la situación-. Tras
el reciente ataque al puerto de Merenter por parte de los rebeldes hemos
encontrado algunos asentamientos en distintas aldeas. Según nos han confirmado
los informadores, hay un total de ocho aldeas donde los rebeldes han sido
avistados.
-¿Significa
que esos puntos han dado cobijo a los rebeldes o solamente han sido vistos ahí
porque estaban de paso?-preguntó Horval, poniendo en duda el informe.
-Eso
es algo que no nos concierne saber a nosotros-dijo Barferin con solemnidad-.
Hatik nos ha encomendado una misión de crucial importancia que podría poner fin
de una vez por todas al reino del terror de los rebeldes.
-Déjame
adivinar: Quiere que arrasemos esas aldeas-volvió a hablar Horval, esta vez con
un tono más agresivo y amenazante. Tanto que Barferin ni siquiera abrió la
boca. Se vio obligado a asentir con la cabeza en silencio-. ¿Y qué pruebas
tenemos nosotros de que de verdad han estado apoyando a los rebeldes?
-Han
sido avistados ahí y es la única prueba que necesitamos-respondió el capitán, y
me dio la sensación de que no se encontraba del todo cómodo con aquella
situación. Era como si él también tuviera dudas al respecto pero no pudiera
hacer más que obedecer las órdenes y aceptar el encargo.
-¿De
qué nos sirve que nos llamen caballeros si somos simples títeres cuyos hilos
mueven las manos del emperador?-preguntó Horval, levantándose de su asiento de
golpe y tirando la silla hacia atrás-. Se suponía que nosotros protegíamos a
los débiles, que éramos la noble espada de la justicia para cuidar de los
nuestros, no simples bárbaros que arrasan aldeas y asesinan a inocentes civiles
solo porque un puñado de escoria ha deambulado cerca de sus casas. ¿Quién dice
que de verdad ellos han estado ayudando a los rebeldes y no que han estado ahí
de paso solamente?
Horval
parecía estar alborotado por alguna razón que no comprendía, y su discurso hizo
que empezase a tener dudas al respecto. Al fin y al cabo, también habían
acusado a Artrio de traicionar al imperio uniéndose al ejército rebelde sin
tener ninguna prueba. El único argumento que tenían era que habían visto a
alguien similar a él en el campo de batalla peleando junto al enemigo, pero no
había nadie que pudiera corroborar esa versión. Incluso, quien lo había visto,
ponía en duda que de verdad fuese él quien vestía la armadura, creyendo que
podía haber sido una simple coincidencia que alguien tuviera unos rasgos
similares a los de Artrio y hubiese causado una tonta confusión, creyendo ver a
quien no era.
Estuve
a punto de levantarme a favor de Horval para apoyar su pensamiento, pero ver a
todos en un absoluto silencio, apartando la mirada de ambos hacia la mesa, me
hizo pensar que quizá no fuese del todo buena idea. Además, Barferin no me dio
tiempo a intervenir cuando respondió a Horval, intentando mantener la calma.
-Somos
quienes somos gracias al emperador, y a él hicimos un juramento de lealtad.
Mientras quede la sospecha de que sus enemigos rondan en su territorio,
nosotros somos su espada y su escudo, y lucharemos a su favor aunque nos cueste
la vida. Eso es en lo que consiste ser caballero, en cumplir nuestros votos y
nuestros juramentos, haciendo honor a la lealtad que juramos tener por y para
el emperador.
-¡Honor!
¿Dónde está el honor al arrasar con la vida de cientos de inocentes?-preguntó
cada vez más exaltado Horval, perdiendo los nervios.
-¿Y
quién te dice a ti que esos inocentes no hayan fallecido ya después de que los
rebeldes hayan sitiado sus aldeas?-se atrevió a intervenir Garlet-. No sabemos
con certeza cómo es la situación en esas aldeas, compañero, pero no nos queda
otra. Además, el capitán tiene razón. Hemos jurado lealtad al imperio y al
emperador. Si nos han encomendado esta misión es porque somos los únicos que
podemos hacerlo. Y no podemos negarnos.
-Anda,
siéntate, Horval-dijo Sig, intentando calmar el ambiente-. Somos soldados antes
que caballeros. Ambos sabíamos dónde nos metíamos cuando nos alistamos, y todos
sabíamos a qué atenernos cuando decidimos fundar Los fantasmas. Echarnos atrás
no es una opción ahora.
-¿Qué
pensaría nuestro capitán si nos rindiéramos ahora?-preguntó Barferin casi con
un susurro.
-Vosotros
no tenéis ni puñetera idea de lo que está pasando aquí-respondió Horval con
calma, soltando un suspiro y abandonando la habitación para nuestra sorpresa.
-Será
mejor que intente hablar con él-comenté tras que la habitación se quedara
durante unos largos segundos en silencio. Barferin me dio su aprobación
inclinando levemente la cabeza.
Temiendo
perder el rastro de Horval, nada más abandonar la reunión eché a correr hacia
el único camino posible que podía tomar si su intención era abandonar el
palacio. Y, gracias a ello, conseguí retenerle en el patio interior, cerca de
la puerta del cuartel. A pesar del temor que me infundaba verle tan cabreado,
me armé de valor y traté de hablar con él con el mayor tacto posible. Pero,
antes, necesitaba saber qué había pasado para que se pusiera así.
-Pareces
más alterado de lo normal, Horval. ¿Qué te ocurre?
-No
es de tu incumbencia-fue lo que me respondió en un tono tosco y distante-.
Además, da igual que lo sepas o no, el resultado no va a cambiar en absoluto.
-Puedo
intentar ayudarte si comprendiera tu situación-respondí mientras me encogía de
hombros, intentando darle un motivo para que confiase en mí.
-No
va a cambiar nada, Celadias-dijo suspirando, apoyando la espalda en una columna
cercana-. Vamos a ir sí o sí a esa misión, acabaremos con la supuesta amenaza
y, en cuanto lleguemos a casa, haremos como si nada de esto hubiera pasado.
Por
un momento estuve a punto de darme por vencido. Él no parecía querer hablar del
asunto y yo tampoco quería atosigarle a que lo hiciera. Bastante mal parecía
encontrarse por tener que obedecer aquellas órdenes como para que, además, yo estuviera
metiendo el dedo en la llaga, fuese cual fuese la herida que le atormentaba.
Estuve
a punto de darme la vuelta y regresar con el resto de mis compañeros al cuartel
para proseguir con la reunión cuando Horval alzó la vista del suelo y me miró
con su ojo.
-Si
te ordenaran acabar la vida de tus seres queridos, ¿qué harías?-preguntó, al
igual que cuando me hicieron las pruebas de acceso. Y volví a encontrarme en un
aprieto, obligándome a responder lo mismo que la otra vez.
-Lo
que fuese correcto.
-¿Y
qué es lo correcto?-insistió, poniéndome en un apuro.
-Eso
es algo que tendría que decidir cuando me encontrase en esa situación-respondí
intentando desentenderme de esa pregunta.
-¿Cómo
sabré si lo que hago es correcto o no?
Su
pregunta me hizo volver atrás en el tiempo y recordar cómo me encontraba cuando
me hicieron la misma pregunta. ¿Qué haría si me ordenasen matar a mi familia?
Me sentía abrumado, exactamente igual que en aquella situación. Entonces no le
di ninguna importancia a esa pregunta, pero ver a Horval planteándose esa misma
cuestión me hizo pensar que, quizá, aquella pregunta era más importante de lo
que pensé en su momento.
-¿Te
han ordenado matar a tu familia?-pregunté en voz baja.
-Algo
parecido-respondió negando con la cabeza-. Pero da igual, yo no soy quien
decide en esta ocasión.
-Horval,
¿qué es lo que está pasando?-pregunté cogiéndole del brazo cuando trató de
alejarse.
-Argard
es una de las aldeas que aparecen en la lista que tiene Barferin-dijo, y en un
primer momento no entendí qué pasaba con esa aldea hasta que siguió hablando-.
También es la aldea donde yo nací y crecí antes de venir a Arstacia para
alistarme al ejército.
Cuando
me confesó aquello, por inercia solté su brazo, momento que aprovechó Horval
para alejarse en silencio. Tampoco hice nada por impedir que se marchara,
entendía perfectamente cómo podía encontrarse al saber que el ejército al que
se alistó iría a su hogar para reducirlo a cenizas y asesinar a todas las
personas que le habían visto crecer hasta convertirse en lo que era ahora.
Podía entender por qué insistía tanto en que demostrasen que aquellas aldeas de
verdad daban cobijo a los rebeldes, que de verdad estaban en el bando enemigo.
Él había vivido en una de esas aldeas y le resultaba inconcebible que sus
antiguos vecinos estuvieran de parte de los rebeldes. Al igual que a mí también
me lo parecía el hecho de que Artrio fuese un traidor.
Pocos
segundos después de que Horval se fuera, Barferin salió del cuartel para saber
cómo había ido nuestra conversación. Pero yo decidí no hablar, no tenía ganas
de ello y no me veía la persona más indicada para tratar ese asunto. Me
disculpé y me retiré hacia mi casa, dándole vueltas a las preguntas que me hizo
Horval y pensando cómo hubiese reaccionado yo si me encontrase en su lugar.
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