-¡Detened
esta masacre!-grité en mitad de la calle con todas mis fuerzas, enfurecido con
los mercenarios-. ¡Nuestra misión era eliminar a los rebeldes, no a los
habitantes de Argard!
-Sería
esa tu misión, “capitán”, pero a nosotros nos han pagado por aniquilar y es
lo que hemos hecho-dijo uno de los
hombres mientras salía de una de las casas con baúl repleto de joyas.
-¿También
estaba en tu trabajo saquear?-pregunté enfadado.
-A
ellos no les sirve de nada que dejemos estas cosas en sus hogares ahora que
están muertos-dijo otro mercenario, el cual tuvo hasta el descaro de colgarse
al cuello algunos collares de oro-. ¿Qué importará que nosotros nos quedemos
con sus pertenencias? Es un desperdicio dejarlas aquí abandonadas.
Cabreado,
me di por vencido; era imposible razonar con ellos. No tenían ni un ápice de
honor ni parecía importarles tenerlo. Eran simples bárbaros armados con espadas
con la excusa perfecta para matar y arramblar con todo lo que pudieran. Durante
el resto de la tarde anduve entre las pequeñas calles de aquel minúsculo
pueblo, viendo el rastro de destrucción que habían dejado aquellos animales,
pues no podían considerarse hombres las bestias que había traído conmigo,
mientras me sentía culpable por lo que había sucedido, por la pérdida de tantas
vidas inocentes.
Al
caer la noche, los mercenarios se alojaron en las casas que habían saqueado
después de apilar los cadáveres en la entrada del pueblo. Mientras tanto, yo
fui a comprobar que los padres de Horval estuvieran bien. Willen se había quedado
toda la tarde postrado en la puerta de la casa, con la espada en su mano, para
asegurarse de que nadie se acercara ahí. Por suerte, según me comentó, todos
parecían haberse quedado en las casas más cercanas a la plaza. Más tarde el
padre de Horval nos confirmaría que ahí era donde vivían las familias más
adineradas, y entendimos por qué no abandonaron aquellas posiciones.
-Dijisteis
que os llamabais Celadias, ¿no es cierto?-preguntó la madre de Horval, aun
asustada-. ¿Podríais explicarnos qué ha pasado?
Podía
entender perfectamente la confusión de aquella mujer. Argard siempre había sido
un lugar tranquilo y calmado, tanto que las únicas armas que habían estaban en
las casas y las portaban los hombres para defender a sus familias. Y que
viniera alguien del imperio con un séquito de mercenarios para asediar y
saquear aquel lugar era algo que escapaba a su entendimiento. Y al mío también,
aunque intenté explicarme lo mejor posible.
Le
comenté lo que sabía de los informes que nos dieron los exploradores,
contándole la supuesta presencia de rebeldes en el pueblo y lo engañado que me
sentía en aquel momento. Y aquella mujer parecía extrañarse de todo lo que
había dicho, llegando a escandalizarse por las atroces acusaciones del
emperador
-Siento
que nos han traicionado a todos, incluso a su hijo. Nadie sabía que los
soldados que íbamos a dirigir eran mercenarios ávidos de sangre-concluí con mi
explicación.
-Aquí
jamás daríamos cobijo a los rebeldes, nunca-dijo la madre de Horval-. El
imperio siempre se ha portado bien con todos nosotros, y nosotros siempre hemos
sido gente pacífica.
-Horval
ha sido el primer muchacho de la aldea en partir hacia Arstacia para
convertirse en soldado-explicó su padre-. Ni siquiera antes de la invasión de
Antran había nacido un solo soldado aquí.
-Me
siento culpable por lo que habéis tenido que pasar-dije suspirando y agachando
la cabeza-. Yo os he traído toda esta destrucción a vuestros hogares.
-No
os sintáis culpable, muchacho-dijo el anciano con una sonrisa en sus labios-.
Para nosotros ha sido una bendición que vengáis vos y no cualquier otro
caballero al que le importase más lo que ponga en un informe que lo que vea con
sus propios ojos.
-Nos
habéis salvado la vida, y eso no lo habría hecho cualquiera-dijo la esposa de
aquel anciano, quien también mostraba una sonrisa sincera en sus labios.
-En
todo caso deberíamos sentirnos culpables los mercenarios por aceptar tal
encargo solo por un puñado de oro-comentó Willen, con rabia.
-No
te culpes, tú me has ayudado a proteger a esta pareja-dije poniendo una mano
sobre el hombro del mercenario intentando aliviarle el peso de la culpabilidad-.
Además, no te quedaba otra opción. Lo hiciste por poder cuidar de tu madre.
-¡Y
mira las de vidas que hemos arrasado!-gritó, levantándose enfurecido.
-Tu
espada no está manchada de sangre inocente, chico-dijo el padre de Horval para
tranquilizarle-. Ha estado bajo el servicio de alguien noble en las manos de
una persona humilde y honrada. Son vuestros compañeros quienes deberían avergonzarse
de sus actos.
Aquellas
palabras parecieron surtir algo de efecto en el temperamento de Willen, quien
se sentó nuevamente sobre la silla suspirando. Tanto él como yo estábamos aun
algo afectados por lo que habíamos visto aquella tarde. Y yo seguía teniendo un
montón de dudas en mi cabeza que, por más que lo intentaba, no lograba aclarar.
-Disculpen
mi pregunta, pero hay algo que no consigo explicarme por más vueltas que le
doy. Si nunca habéis dado cobijo a los rebeldes, ¿por qué el imperio ha querido
invadir vuestras tierras?-pregunté esperando que ellos supieran darme alguna
respuesta.
-Nosotros
tampoco podemos entenderlo, joven, lo siento-dijo el anciano, disculpándose.
-Se
ha hecho muy tarde, chicos. ¿Por qué no os preparo algo de cenar y nos vamos
todos a descansar?-preguntó la madre de Horval, ofreciéndose a darnos
alojamiento y comida aquella noche.
-Ya
os hemos causado demasiados problemas-dije negándome a causar más molestias en
aquel hogar.
-También
nos habéis salvado la vida-dijo el padre de Horval, insistiendo en la oferta-.
Dejadnos agradecéroslo con una buena comida y un lecho confortable.
Finalmente
aceptamos. Tampoco teníamos qué hacer aquella noche y pensé que sería mejor que
nos quedásemos con ellos en su casa para poder protegerles si algún mercenario,
borracho por el éxito de su trabajo y las riquezas que había obtenido, decidía
deambular por ahí y encontraba esa casa en su camino.
La
anciana madre de Horval nos preparó un puchero con lo que tenía en la cocina
que me recordó un poco al que me preparaba mi madre. Y pensé en que Horval
quizá echase de menos aquel puchero tanto como echaba yo el de mi madre cuando
me iba. Debía haber sido doloroso para él abandonar su hogar para alistarse al
ejército y que, años después, le encargaran a él destruirlo y arrasar con todo.
Me preguntaba qué estaría haciendo en aquel momento aquel grandullón y qué
estaría pensando. También pensaba en cómo se sentiría aquella noche, creyendo
que tendría miedo de saber lo que había ocurrido aquí.
Cuando
terminamos de cenar, todos nos dispusimos a irnos a dormir y descansar. Y se me
ocurrió una idea para hacer un último acto de buena fe por aquella familia y
tratar de ponerlos a salvo.
-Disculpadme
una última vez. ¿Hay algún caballo en la aldea?-pregunté.
-Al
oeste del pueblo hay un establo con algunos caballos. ¿Por qué?-respondió y me
devolvió la pregunta el anciano.
-No
creo que estéis a salvo aquí, y pensé que vuestro hijo se alegraría de saber
que estáis bien. Cuando supo que esta aldea estaba en la lista de objetivos se
enfureció bastante y me pidió que hiciera lo correcto cuando llegase aquí. Y
creo que esto será lo mejor que puedo hacer-contesté-. Si salimos antes que los
mercenarios podríamos custodiaros hasta llegar a Arstacia.
-¿De
verdad haríais eso por nosotros?-preguntó la anciana, ilusionada.
-Es
lo mínimo que puedo hacer por un amigo que me ha salvado la vida-dije
convencido de ayudarles.
-Capitán,
¿no sería demasiado sospechoso que no acompañéis a los mercenarios? Ni
partiendo ahora mismo llegaríais a reuniros con los demás hombres antes del
alba-dijo Willen, haciéndome ver que se me escapaba un detalle importante.
Todavía no me acostumbraba a ser capitán.
-Tienes
razón-le reconocí, suspirando-. ¿Qué podemos hacer? No quiero dejarles tirados
aquí.
-No
os preocupéis por nosotros-dijo el anciano-. Nos las apañaremos como hemos
hecho siempre.
-A
mí no me echarán en falta, capitán-dijo Willen-. Podría escoltarlos yo sin que
nadie se preguntase dónde estoy.
-¿Podrías
encargarte tú?-pregunté, y me respondió asintiendo con la cabeza-. Entonces
creo que está todo solucionado. Confío en ti.
-No
os fallaré, capitán.
-Deja
de llamarme capitán, Willen. Llámame por mi nombre. Al fin y al cabo, solo soy
un mandado del imperio. Somos iguales.
-Está
bien, Celadias-dijo Willen con una sonrisa en sus labios.
La
noche pasó con calma y, al amanecer, tal y como planeamos, acompañé a Willen y
a los padres de Horval hasta los establos. Entre todos nos dimos prisa para
ensillar a los caballos que cogerían y les vi partir raudos y veloces hacia
Arstacia, alejándose del pueblo y dejándome atrás. Ya solo me quedaba volver
con los demás mercenarios y que nos pusiéramos en marcha a pie nosotros. Pero,
para cuando nosotros llegásemos, los padres de Horval estarían en un lugar seguro
ya, esperando al momento de volver a encontrarse con su hijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario