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lunes, 3 de agosto de 2015

Capítulo 14: El precio de la guerra



Mi decisión se mantuvo firme durante los días que tuve para pensar en la propuesta del capitán de servir al emperador mientras la cuarta división abandonaba la ciudad para irse a la guerra. No me alisté en el ejército para quedarme bajo el manto protector del emperador cuando una guerra ocurriera, ni para ocultarme tras la seguridad de la ciudad cuando estuviera en peligro. A pesar de la insistencia de mi familia y de mis amigos, había tomado una decisión y la mantendría pasara lo que pasara, como si aquello terminaba por costarme la vida.

-Han confiado en mí para pertenecer a la cuarta división y no puedo mostrarme cobarde a la primera de cambio-decía siempre que intentaban convencerme de quedarme para servir al emperador.

Entendía tantas preocupaciones, entendía la insistencia y el intentar convencerme, pero había hecho un juramento ante el emperador y no podía romperlo, aun entendiendo también que era más que posible que jamás volviera a la ciudad, al menos, por mis propios medios. Ver a Horval y su único ojo me hacía comprender que la guerra no eran simples cuentos y leyendas que nos contaban de pequeños, y yo había estado ya en dos batallas donde pude comprobar por mis propios ojos que ahí se perdía una gran cantidad de vidas humanas, pero no podía echarme atrás. No era tan fácil como dar media vuelta y descaminar lo andado. Jamás podría cargar con el peso de la cobardía y la traición de romper un juramento.

El día de mi partida le pedí a Kestix que cuidara de mamá, quien lloraba desconsolada al darse cuenta de que me iría sin importar lo que me dijera. Nunca la había visto tan triste y preocupada. Recuerdo que partimos al alba. Lo recuerdo perfectamente porque ella no pudo pegar ojo en toda la noche y me despidió ojerosa. Aquella mañana, todos los soldados fuimos despedidos por nuestros seres queridos entre lágrimas, besos y abrazos.

Los primeros días viajamos hacia el este hasta entrar en territorio enemigo. Pasamos por la ciudad de Kryn, ahora reforzada por algunos soldados que habían dejado sus hogares para salvaguardar aquella posición. Para recompensarles por tal sacrificio, les otorgaron algunas parcelas que estaban libres para que pudieran habitarlas durante su estancia ahí. Aquella noche el ejército acampó junto a la ciudad, donde podíamos disponer de algunos víveres, salvo los capitanes. Ellos se hospedaron en el castillo que antes pertenecía al conde. Kanos nos dijo que aquella sería su última oportunidad de dormir cómodo sobre un lecho antes de tener que acampar al raso y dormir sobre la hierba. Incluso le propuso a Barferin, como su mano derecha y su hombre de confianza, que hiciera lo mismo aprovechando que quedaban algunas alcobas libres. Pero su propuesta fue rechazada.

Una vez atravesamos la frontera de Torval, todos teníamos que estar alerta con cada paso que dábamos y montar guardias cada noche que descansábamos, siendo conscientes de que habíamos dejado atrás la seguridad del imperio y que nos ahora nos hallábamos solos. Aunque poseíamos un número considerable de soldados, no teníamos ninguna información acerca de los movimientos del enemigo y, por tanto, no podíamos prever que nos fuesen a emboscar o con cuántos soldados nos encontraríamos en las ciudades.

No fue hasta el tercer día cuando avistamos la primera ciudad que sitiamos.

Como era lógico y previsible, esperaban que tarde o temprano respondiéramos a la declaración de guerra que nos habían hecho al asesinar mediante un arquero a nuestro príncipe. Habían reforzado las defensas de las ciudades próximas a la frontera, pero nuestro paso no se vio detenido en aquella ocasión. Ofrecieron bastante resistencia aquel día, pero no tuvimos problemas para invadirla. Aprovechando que tenían una buena cantidad aprovisionamientos en aquella ciudad, todo el ejército descansó durante un par de días antes de tener que poner otra vez rumbo hacia la capital.

Desde ese punto nos separamos para desviarnos, yendo la mitad hacia el norte y dejando que el resto siguiera su camino hacia el este. Debido a la falta de soldados y al nulo interés de conservar la ciudad, ninguna unidad se quedó en ella y la cuarta división entró en el primer grupo. Nuestro objetivo era asegurarnos de impedir que el resto de las ciudades pudieran enviar refuerzos que pudiesen frustrar nuestros planes y nuestro avance.

Así continuamos el camino, saqueando pequeños poblados para reabastecernos y mermando las fuerzas enemigas, acampando en numerosas ocasiones y llegando a descansar varios días mientras se decidía la ruta que debíamos seguir después. Aunque nuestro número también se iba reduciendo, y parecía que el enemigo contaba con ello.

La ruta que trazamos nos llevó hacia un llano rodeado por dos amplios bosques al norte y al sur. No recordaba cuánto tiempo había pasado, pero tenía la certeza de que era más de un mes y que todavía no habíamos ni recorrido la mitad. La noche antes de alcanzar este punto, el capitán nos ordenó extremar las precauciones y vigilar bien a ambos lados. Nos dijo que sabían que era peligroso pasar por ahí, pero que era la única forma de poder asegurar la victoria.

Tratamos de recorrer ese tramo lo más rápido posible, poniendo especial atención a los bosques, vigilando que no saliera ningún soldado enemigo de entre los árboles. Pero el cansancio del viaje nos había afectado y ninguno pudo ver las flechas que comenzaron a derribar a los hombres en los flancos. Los capitanes gritaron que se rejuntasen todos y así lo hicimos mientras una horda de soldados aparecía del norte y del sur para estamparse contra nuestros escudos. A pesar de los esfuerzos que pusimos, no pudimos evitar vernos rodeados, y acabaron rompiendo nuestras filas, haciendo que nos dispersáramos por todo el llano. El descontrol no tardó mucho en llegar, de nada servían las instrucciones que gritaban los capitanes, pues apenas llegaban a ser oídas por unos pocos soldados y solo si se encontraban cerca, y de lo único que podíamos depender era de nuestras propias habilidades.

Muchos compañeros nuestros cayeron en los primeros minutos de batalla, aunque algunos no sin antes haberse asegurado de que le acompañasen varios enemigos. Yo intenté resistir lo mejor que pude con el escudo, sin apenas poder mover la espada por la falta de espacio. Cuando los cadáveres empezaron a amontonarse a lo largo y ancho del llano, empezamos a tener algo más de libertad para movernos, pudiendo hacer que retrocedieran las filas enemigas para ganar algo más de espacio y poder dispersarnos.  No puedo decir que fuese agradable caminar sobre cadáveres y pelear teniendo cuidado de no tropezarte con ellos, de hecho tampoco debería decir que me alegrase de que hubiesen muerto, pero debo reconocer que al menos ahora podía pelear con más comodidad.

Hubo un momento en el que me encontré en algo de apuro, ya que me encontré de sopetón con dos soldados de frente. Pero tuve la suerte de que Barferin estaba cerca y me ayudó a contener sus acometidas para derribarlos y rematarlos en el suelo. En ese momento me di cuenta de que me había alejado bastante del resto de la cuarta división, y que ni él ni yo teníamos contacto visual con ninguno de nuestros compañeros.

-¿Sabes dónde está el capitán?-me preguntó, a lo que tuve que negar con la cabeza-. Deberíamos buscarlo y reagruparnos con los demás. Estamos demasiado dispersos y nos encontramos en inferioridad.

Miré a nuestro alrededor en ese instante y comprobé que tenía razón. Codo con codo empezamos a abrirnos paso entre el mar de armaduras y espadas, ayudando a nuestros aliados en peligro mientras buscábamos algún indicio de dónde se encontraba la cuarta división. Ensangrentados y cada vez más cansados, seguíamos peleando sin detener nuestro avance, hasta que sentí un fuerte golpe en la cabeza que me derribaba al suelo, estando a punto de perder el conocimiento. La visión se me nubló y a duras penas pude ver a Barferin, o quien yo creía que era él, peleando contra quien supuse que había sido el causante de mi derribo. Me quedé aturdido durante un buen rato en el suelo hasta que alguien comenzó a arrastrarme por el suelo para alejarme. Poco a poco pude enfocar la vista y reconocí el rostro de Sig.

-¿Qué estás mirando, crío? Muerto no nos sirves de mucho, así que te pondré en un lugar a salvo.

-¿Dónde está la cuarta división?-pregunté con la voz algo débil.

-Hemos conseguido asegurar un pequeño perímetro para poner a salvo a los heridos, aunque no sé si podremos aguantar mucho-traté de zafarme de Sig, removiéndome sin éxito. Quería que me soltara para poder pelear junto a Barferin-. Te has llevado un buen golpe, ¿de verdad te crees que voy a dejarte marchar?

-¡Solo ha sido un golpe, puedo seguir peleando!-insistí, y Sig me soltó de inmediato.

-Como veas, pero no pienso arrastrar tu cadáver, ¿te queda claro?

Me puse en pie y asentí con la cabeza, volviendo a correr hacia donde se encontraba Barferin. En esta ocasión, era él quien se encontraba en dificultades. Tres lanceros le tenían rodeado apuntándole amenazantes. Pude acabar fácilmente con el primero debido a que me estaba dando la espalda, y aquello sorprendió a los otros dos, quienes cayeron con la misma facilidad en cuanto Barferin aprovechó la ocasión. Quiso agradecerme la intervención pero le interrumpí haciendo una señal con la mano mientras negaba con la cabeza.

-Me tocaba a mí devolverte el favor. El resto del escuadrón se encuentra protegiendo a los heridos en un perímetro no muy lejos de aquí-indiqué, señalando el lugar desde el cual había ido-. No aguantarán mucho tiempo si no vamos a ayudar.

Barferin asintió con la cabeza y ambos echamos a correr, pero a los pocos metros fuimos interceptados nuevamente por el enemigo, dos soldados bien protegidos. No teníamos tiempo que perder, por lo que pusimos el escudo por delante y embestimos. Creyendo que aquello bastaría para poder seguir nuestro rumbo, nos sorprendimos al ver que se quedaron impasibles con sus escudos al frente y forcejeando contra nosotros. Yo traté en varias ocasiones de alcanzar a mi rival con la espada, pero su armadura era bastante gruesa y pesada, y yo apenas tenía espacio para poder cargar en condiciones.

Ambos soldados nos empujaron hacia atrás al mismo tiempo, obligándonos a retroceder, y tiraron sus escudos al suelo para coger los mandobles que llevaban colgados a un lado de su cintura. Barferin y yo nos miramos mutuamente y con un simple intercambio de miradas nos dijimos todo lo que teníamos que decirnos. Corrimos hacia ellos, cargando nuevamente con nuestros escudos mientras ellos los golpeaban con sus espadas. En un descuido de mi oponente, conseguí pasar por debajo de su brazo y atravesar su coraza con mi espada, colándola por una brecha que se habría formado a causa de los golpes que debió haberse llevado a lo largo de la batalla.

Cuando me di la vuelta para ver cómo le iba a mi compañero todo pasó tan rápido que apenas tuve tiempo para ver nada. El mandoble del soldado que quedaba destrozó la coraza que cubría mi pecho y sentí cómo la punta de la espada desgarraba mi piel de abajo para arriba. No recuerdo sentir dolor, no recuerdo sentir nada más que mi cuerpo siendo impulsado hacia atrás y cayendo de espaldas. La última imagen que recuerdo antes de que todo se volviera negro era la de Barferin a un lado con una brecha en la cabeza tirado en el suelo con los ojos cerrados.

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