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lunes, 31 de agosto de 2015

Capítulo 16: Los fantasmas de Kanos



Los días que siguieron a mi despertar fueron aburridos y tediosos. Tenía prohibido salir de mi alcoba por mi madre y por Kestix, quienes me cuidaron y limpiaron en repetidas ocasiones la herida, vigilando que no se infectara ni empeorase. En los pocos momentos libres que Karter y Trent tenían a veces se pasaban a echar un vistazo cómo estaba y aliviaban la pesadez de encontrarme encerrado sin poder hacer nada. Tampoco les culpo, durante aquellos días tenía que guardar reposo y se preocupaban por mí. Pero ansiaba salir, deseaba poder dar al menos un paseo y tomar el aire, odiaba hallarme tumbado en el lecho rodeado de cuatro paredes. La única luz que veía del sol era la que se filtraba por la ventana entre las cortinas. Creía enloquecer…

Hasta que, por fin, alguien que no eran ni Karter ni Trent llamaron a la puerta de mi casa. Según me dijo mi madre más tarde, su gesto serio y el parche que tenía en su ojo le causaron cierto temor hasta que preguntó por mí. Incluso temió dejarle pasar y subir hasta mi alcoba. Pero admitió tranquilizarse cuando me vio sonriendo. Y no era para menos que sonriera al ver aquel conocido rostro, suponiendo cuál sería el motivo de su visita.

-Por fin un rostro nuevo, Horval-le saludé incorporándome con cuidado sobre el lecho.

-Mal has tenido que pasarlo para alegrarte de verme la cara, Celadias-dijo riéndose-. La tuya tiene mejor aspecto, parece que te has ido recuperando estos días.

-Era eso o morir, no me quedaba otra opción estando aquí encerrado-bromeé con una risa-. ¿Te ha mandado Barferin?-pregunté para salir de dudas.

-Así es. Nos ha llamado para contarnos lo que ha hablado con el emperador-dijo acercándose a mí para ayudarme a ponerme en pie-. ¿Podrás andar solo?

-Todavía no he olvidado cómo se blandía un arma. Menos voy a olvidar caminar-dije cuando me soltó, estirando todas mis articulaciones.

-Perfecto entonces, te esperaré en la calle hasta que estés preparado.

Horval abandonó la estancia mientras yo me vestía con la ayuda de mi madre, quien se quedó durante toda la conversación por si necesitaba algo. Me di toda la prisa posible en estar preparado y bajar hasta la calle para no hacer esperar a Horval. Y, al salir a la calle, me sentí libre por fin.

Una leve brisa acariciaba mi rostro mientras el sol me golpeaba con suavidad con su luz. Tanto tiempo encerrado hizo de aquello algo mágico e irrepetible. Echaba de menos poder moverme con libertad, caminar por las calles entre el gentío oyendo a la multitud moviéndose de un lado para otro. Echaba de menos respirar el aire del exterior y sentir la calidez del sol en mi piel. Echaba de menos el sonido de las calles y su olor al pasar por los comercios de comida, por la floristería, por la herrería, incluso frente al sastre.

Caminamos a un buen ritmo, algo tranquilo para acostumbrarme de nuevo a andar, hasta llegar al palacio. Los soldados ya no necesitaban ver nuestro emblema, reconocían nuestros rostros y nos dejaban pasar sin hacer ninguna pregunta. Durante aquellos días, por lo que me contó Horval al caminar por los pasillos y por lo que podía ver, había bastante movimiento en la guardia del palacio. El motivo jamás lo supe.

Al llegar al cuartel lo encontré en un estado bastante pobre. Había pasado una semana desde la última vez que estuve, y ya de por sí estaba bastante abandonado. Pero aquel día su estado era lamentable. Debido a la posibilidad de que el escuadrón acabase disolviéndose, nadie había vuelto a entrar en los cuarteles. Barferin, Sig y Garlet nos estaban esperando ya sentados alrededor de la mesa, la cual ahora parecía enorme y lucía vacía por la ausencia de nuestros compañeros. Nadie saludó al entrar, simplemente nos sentamos y dejamos que el ambiente lúgubre nos rodease. Yo no podía evitar mirar las sillas vacías y recordar cada una de las caras de los soldados que ya no estaban. Y creo que todos hacíamos lo mismo, pues ninguno se atrevía a abrir la boca para decir una sola palabra.

Yo era el miembro más nuevo del escuadrón, apenas conocía a aquellos hombres. Con quien más tuve contacto era con Kanos, cuya silla vacía se encontraba en un extremo de la mesa, frente al extremo donde se sentó Barferin. Sentía ganas de llorar al recordarle. Hasta que Barferin decidió hablar y romper aquel silencio melancólico.

-Ni siquiera somos la mitad de los que fuimos antes de partir a la guerra-observó con la voz quebrada-. Y lo peor de todo es que no hemos podido despedirnos de nuestros compañeros y amigos. Sé que esto ha sido un golpe muy duro para todos nosotros, incluso para ti, Celadias-dijo mirándome directamente-. A pesar del poco tiempo que has estado, sé que hiciste buenas migas con el capitán y él te tenía en muy alta estima. Me decía una y otra vez que algún día llegarías a ser uno de los caballeros de confianza del emperador si seguías trabajado igual de duro, con ideales firmes e inquebrantables. Yo también creo en ello, y me entristece saber que él jamás estará aquí para poder verlo con sus propios ojos-en aquel momento parecía que fuese a echarse a llorar.

-Todos queríamos a nuestro capitán como si fuese nuestro padre-dijo Sig para darle un respiro a Barferin-. Para muchos de nosotros, incluso para nuestros amigos fallecidos, ha sido un ejemplo a seguir. Él ha sido quien nos ha mantenido unidos hasta el final, y ahora que no está, ¿quién lo hará?

-El emperador nos ha dado una oportunidad-continuó hablando Barferin, tratando de recomponerse-. No somos soldados suficientes para formar un escuadrón en el ejército. Destacamos demasiado con el resto de soldados, pero no somos suficientemente buenos para formar parte de la élite.

-Entonces, ¿qué quiere que hagamos?-preguntó Garlet con sequedad.

-Estar en un punto intermedio-contestó-. El emperador no puede permitirse el lujo de prescindir continuamente de su escuadrón de élite, y hay misiones a las que no puede asignar al ejército. Solo algunos caballeros están autorizados para llevarlas a cabo.

-Pero no somos caballeros-le interrumpí, y me miró con una sonrisa algo triste.

-No, no lo somos-dijo dándome la razón y suspiró-. Este era el objetivo que tenía Kanos, convertirnos en un escuadrón de caballeros que pudiera compararse con las fuerzas especiales del imperio, y el emperador nos ha dado una oportunidad para poder hacer que el sueño de Kanos sea una realidad. Nos alejará del ejército y nos nombrará caballeros a todos nosotros con el fin de cumplir con las misiones secretas que nos asignen. Esto también te incluye a ti-dijo mirándome nuevamente-, a pesar de que seas el miembro más joven y reciente de nuestras filas. Es posible que en un futuro nos toque comandar a nosotros el ejército cuando salgamos de campaña, así que debemos dar lo mejor de nosotros. Y quiero que lo demos no solo por la importancia de nuestro rango sino por honrar a la memoria de nuestro eterno capitán, Kanos.

-¡Por nuestro eterno capitán!-gritó Sig, y todos seguimos entusiasmados aquel grito.

-Oficialmente dejamos de ser el cuarto escuadrón imperial. Debemos pensar ahora en cómo nos llamaremos-dijo Garlet tras un instante de silencio. Varios de nosotros nos quedamos en silencio hasta que se me ocurrió una idea.

-Quizá sea una tontería de nombre pero, ¿por qué no somos los “Fantasmas de Kanos”?

-¿Los Fantasmas de Kanos?-preguntó Barferin, quien parecía interesarse por la idea.

-Hemos sobrevivido a una emboscada que ha acabado con la vida de miles de los nuestros, entre ellos más de la mitad de nuestro antiguo escuadrón y con nuestro capitán. Podría decirse que somos como fantasmas, y creo que sería un buen nombre para que nuestro capitán permanezca siempre con nosotros, hasta que el último “fantasma” desaparezca.

-El novato le da al coco-dijo Garlet riéndose-. Yo apruebo llamarnos los Fantasmas de Kanos. Y propongo que sea Barferin nuestro nuevo capitán.

-Garlet tiene razón. Nadie de nosotros está más preparado para serlo que Barferin-dijo Horval apoyando la propuesta-. Kanos le nombró su mano derecha por la confianza que tenía en él, y ha sido quien ha estado a su lado en todo momento. Será su viva imagen táctica y estratégica.

Barferin quedó enmudecido con lágrimas en los ojos que no pudo reprimir, ni parecía querer hacerlo en el fondo. Todos nos percatamos de aquello y nos acercamos a él para darle nuestro apoyo.

-Queda decidido entonces, Barferin será nuestro nuevo capitán, el capitán de los Fantasmas de Kanos-concluyó Garlet dándole una palmada en el hombro.

-Tendremos que trabajar duro para construir los cimientos de nuestra nueva historia, pero hagamos que nuestro auténtico capitán nos vea orgulloso junto a los dioses-dijo Barferin poniéndose en pie, llorando de alegría-. Espero no defraudaros a vosotros ni al capitán y que nuestros sueños se cumplan de ahora en adelante. Mañana comentaré al emperador cuál ha sido nuestra decisión. Ahora, descansad y reponed fuerzas para empezar a trabajar duro a partir de mañana.

Todos permanecimos hablando durante unos minutos antes de abandonar la estancia. Barferin fue el primero en abandonarla, pero no para salir del cuartel. De hecho, se dirigió a una estancia que desconocía de qué se trataba. Cuando todos mis compañeros se fueron, decidí entrar movido por la curiosidad para saber a dónde se había dirigido y comprobar el motivo. En su interior se hallaba una alcoba pequeña con un lecho en una esquina y una mesa junto a una de las paredes. En la mesa podía ver varios pergaminos en blanco junto a un tintero y una pluma para escribir. Colgados de las paredes se hallaban varios cuadros, algunos representaban retratos pintados a manos y otros mostraban bellos paisajes. Barferin se encontraba llorando sentado en el lecho. Quise acercarme para ver qué le pasaba, pero me sorprendió al darse cuenta de mi presencia.

-Celadias, ¿qué haces aquí?-preguntó secándose las lágrimas.

-Me preocupé al verte entrar aquí a solas. Nunca había visto esta habitación-reconocí al instante.

-Aquí era donde vivía Kanos-dijo echando una ojeada al interior-. A veces le gustaba pintar para eludirse de la guerra-comentó observando los cuadros-. Era un hombre bastante interesante e imprevisible, jamás podía prever qué tenía en mente. Ni siquiera yo, que estuve a su lado durante tantos años, creo que haya llegado a conocerlo lo más mínimo, a pesar de lo que sentía en mi corazón.

-¿Lo que sentías?-pregunté intrigado.

-No se lo digas a nadie, Celadias, no quiero que los demás dejen de confiar en mí y me vean como alguien débil por mis sentimientos hacia el capitán, pero yo le amaba-acabó reconociendo. Y aquello me sorprendió bastante, jamás hubiese pensado que Barferin amase al capitán como un hombre amaba a su esposa. Pero entendía el valor que había tenido al decírmelo.

-Nadie desconfiará de nuestro nuevo capitán solo porque amase al anterior-dije acercándome a él y sentándome a su lado-. Pero si te sientes más tranquilo, no mencionaré nada de esto, ¿vale?

-Sigues siendo una persona bastante extraña-dijo Barferin riéndose un poco-. Gracias por guardarme el secreto. Y espero estar a la altura del cargo.

-Lo estaremos todos. Ahora somos fantasmas, el legado vivo de Kanos. Una parte de él está dentro de nosotros, fortaleciéndonos.

-Los Fantasmas de Kanos…-mencionó en un susurro-. Eres un chico increíblemente inteligente. Kanos tenía razón cuando te auguró un gran futuro.

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